Agosto de 2023.
El presente artículo[1] está consagrado a un asunto que ha atraído mi atención a lo largo de muchos años: cómo fue posible que un puñado de jóvenes vascos empezaran a matar a otras personas al final de los años sesenta del siglo XX.
Son muchos los trabajos historiográficos que proporcionan abundante material para responder a esta pregunta. Por mi parte me detendré en algunos aspectos que me parecen bastante significativos y en los que asoma mi propia experiencia personal.
En el otoño de 1965, unos cuantos amigos, casi todos guipuzcoanos, nos incorporamos a ETA. No éramos nacionalistas; nos identificábamos como revolucionarios, estábamos atraídos por el marxismo, que empezábamos a conocer, y nos movía un ímpetu antifranquista radical.
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[1] Una parte de este escrito se publicó en el número 41 de Galde (“1968: Cuando ETA empezó a matar”, Verano de 2023, pp. 31-34).