Joseba Arregi

Defensa de la sociedad vasca
(El Correo y El Diario Vasco, 25 de septiembre de 2004)

Ha llegado la hora de la verdad. Con el debate de política general se ha iniciado el curso parlamentario. El último de la presente legislatura. Se ha iniciado un periodo parlamentario que el lehendakari ha definido como ilusionante y transcendente. Se decide el futuro del plan Ibarretxe. Se decide si tiene o no perspectivas de ser aprobado, de seguir adelante, o si está abocado al bloqueo, si la política vasca está destinada a gestionar el bloqueo y el fracaso del plan Ibarretxe. Pero ha llegado la hora. No es aceptable que quienes han estado predicando tanto tiempo que el plan salía como fuera, que los plazos para la consulta popular estaban tasados, que el plan, al contar con el apoyo de la mayoría de la sociedad vasca, sólo tenía un camino, el de su puesta en práctica, y en esta legislatura, vengan ahora a decir que si ahora no, quizá en dos años, o en siete, o quién sabe cuándo. No es aceptable que ahora vengan diciendo que por lo menos ha servido para que se hable de la reforma del Estatuto. No es aceptable que quienes apostaron a la grande con un órdago, ahora digan que se trata de un envite a la chica, y con rebajas.

Ha llegado la hora. La sociedad vasca no puede estar pendiente, paralizada por más tiempo de si plan sí o plan no. Si hay votos en el Parlamento vasco y en el Congreso, adelante. Si no los hay -y conviene recordar que para el nombramiento de los directores y presidentes de algunos órganos administrativos o para-administrativos se requiere mayoría cualificada, conviene recordar que la definición política de cualquier sociedad nunca se lleva a cabo por mayoría de votos ciudadanos, sino por refrendo de acuerdos y pactos previos- que se retire y a otra cosa.

La sociedad vasca existe como sujeto político gracias al pacto estatutario. El acuerdo de quienes piensan Euskadi desde una perspectiva nacionalista y de quienes la piensan desde otra perspectiva es lo que permite que exista la sociedad vasca como sujeto político: con un Parlamento, con unas competencias administrativas, con un poder político, con un Gobierno, con una policía, con competencias fiscales.

Alguno puede pensar que, con el plan Ibarretxe, la realidad de la sociedad vasca como sujeto político no se pone en cuestión, que eso es algo ya conseguido, algo hecho, que de lo que se trata es de elevar lo que se tiene a una nueva categoría. Pero no se dan cuenta de que lo sustancial del plan Ibarretxe no radica en reclamar alguna competencia nueva, en exigir la posibilidad de una representación propia, una voz propia en Europa. Lo sustancial del plan reside en la voluntad de construir la sociedad vasca como sujeto político desde la voluntad, que se supone mayoritaria, de los nacionalistas, dejando de lado, dejando atrás, la construcción de la sociedad vasca por medio del pacto, por medio del compromiso, por medio de renuncias mutuas. Y esta nueva apuesta rompe la sociedad vasca. No la conserva para elevarla a una nueva dignidad. La destroza como sujeto político.

Algunos nacionalistas siempre han tenido problemas con el pacto, con el compromiso que supone el Estatuto. Les parece algo impuro. Les parece renuncia a la verdadera esencia de la nación vasca. Creen que es un mestizaje no sólo cultural, sino político, un mestizaje que daña el núcleo mismo del ser vasco, de la nación vasca. Y para reconquistar de nuevo esa verdadera esencia del ser vasco, para volver a la pureza de la expresión del pueblo vasco, creen que es necesario denunciar el pacto, denunciar el compromiso, denunciar las renuncias, para dar el paso definitivo a la pureza, a lo que sería la manifestación política de la verdadera esencia de la nación vasca. No sólo no se dan cuenta de que lo mejor en general es enemigo de lo bueno, de que ese dicho se cumple perfectamente en la cuestión de la sociedad vasca, sino que están dispuestos, en nombre de un ideal metafísico, a renunciar a la realidad concreta existente de la sociedad vasca actual. Cumplen perfectamente lo que algunos analistas denominan como comunidades autodestructivas: en busca de tanta pureza, se autofagocitan por medio del mecanismo de producir en su propio seno enemigos permanentemente.

La defensa del Estatuto de Gernika no es la defensa de una letra muerta. No es la defensa construida sobre el inmovilismo. No es la incapacidad de cambio. Es la defensa de la sociedad vasca, de la real existente, no de una imaginada a la que se deben someter todos, quiéranlo o no. La defensa del Estatuto es la defensa de la cultura de pacto, de la cultura del compromiso. Es, en el mejor, más profundo y práctico sentido del término, defensa de la cultura del diálogo: no existe tal si uno se queda siempre con su verdad pura y no admite la verdad, la parte de verdad del otro, para lo cual tiene que limitar la pretensión de su propia verdad. Sólo en estas condiciones se puede dar diálogo. El Estatuto de Gernika es diálogo institucionalizado. Su denuncia, la proclamación de su muerte, es la renuncia al diálogo, es la manifestación de la voluntad de monólogo: yo conmigo mismo, para mí mismo. La defensa del Estatuto es la defensa de la pluralidad, de las identidades plurales y complejas, la defensa del bilingüismo, la defensa de las culturas que componen la cultura vasca. No es cuestión de de- fender una competencia u otra, ni de sacralizar un articulado legal concreto. Se trata de algo más importante: de si los vascos nos podemos fiar unos de otros, aunque sintamos distinto, y de si fiándonos unos de otros podemos convivir, enriquecernos, mejorar, ser mañana más de lo que somos hoy.

Defender el Estatuto de Gernika es defender la sociedad vasca con todos los elementos que la constituyen. Es defender la historia vasca, integrándola, sin renunciar a sus más importantes elementos. Es defender el euskera, sus oportunidades actuales y de futuro sabiendo que constituye un elemento patrimonial que junto con el castellano conforma la cultura de los vascos. Sin la cultura de pacto, sin la defensa de la sociedad vasca realmente existente, la sociedad vasca se rompe en lenguas distintas, en culturas distintas, en sentimientos contrapuestos y todos los que quisieran participar de distintas identidades, de distintas lenguas, de distintas culturas, que no quieren renunciar a ninguna de ellas, quedarían huérfanos, porque desaparecería la sociedad vasca. Defender el Estatuto de Gernika significa librarse de la hipoteca de ETA, de la hipoteca de la violencia terrorista. Hasta hace poco muchos ciudadanos vascos creían en el mito de la imbatibilidad de ETA. Ahora la mayoría de los mismos ha interiorizado que ETA es batible, que se puede acabar con ETA. Puede seguir haciéndonos daño, pero el mito de su imbatibilidad, la principal fuente de su fortaleza, ha desaparecido. Nos hemos librado de la hipoteca que suponía su presencia para la política vasca. Aunque haya aún algunos que quisieran perpetuar esa hipoteca.

Si algo ha pretendido ETA ha sido acabar con el Estatuto de Gernika, acabar para siempre con la cultura de pacto, de compromiso, de renuncias mutuas que implicaba el Estatuto. ETA odiaba el Estatuto, ha odiado las instituciones surgidas de él, ha menospreciado y vilipendiado todo lo relacionado con el Estatuto. Y ha asesinado a muchas personas simplemente por representar, de una forma u otra, el espíritu de pacto, la cultura de compromiso, el mestizaje que implica el Estatuto de Gernika.

¿Queremos construir la sociedad vasca, definir institucionalmente la sociedad vasca en la línea de lo que ETA ha buscado con su violencia terrorista, en la línea de acabar con la cultura de pacto, con la cultura de compromiso, con la cultura de renuncias mutuas? ¿O queremos construir la sociedad vasca, queremos definirla institucionalmente en la línea de lo que representaban las víctimas de ETA, los asesinados por ETA, en la línea del mestizaje, de la impureza -bendita impureza que supera la pureza siempre estéril-, en la línea del reconocimiento mutuo con la implicación de saber limitarse, saber particularizarse uno mismo para dar cabida a los otros? A pesar de que en su día la sociedad vasca acertó al apostar por la vía del pacto y de la cultura del compromiso, la brutal presencia de la violencia terrorista ha condicionado la política hasta el punto de hacer dudar a más de uno de la corrección de la apuesta realizada en su día, de la voluntad manifiesta, estructurada e institucionalizada de la sociedad vasca de caminar por la vía del pacto. Es el momento de ratificar el pacto del que depende que la sociedad vasca siga existiendo como sujeto político. No se trata ni más ni menos que de defender la misma sociedad vasca puesta en peligro por la violencia terrorista en su propio núcleo. Se trata de reafirmar la sociedad vasca que ha estado amenazada durante todos estos años por la violencia terrorista de ETA.