Alndrés Laguna
La pelota vasca (La piel sobre la piedra)

¿Euskal Herria o Euskal Hiria?
(Página Abierta, 142-143, noviembre-diciembre de 2003)

 

No es nada fácil analizar en detalle una película vista sólo una vez, y menos recién estrenada. Más aún una película “política”, como La pelota vasca, hecha con personajes reales, fundamentalmente como un documental. Y peor todavía, con el clima creado a su alrededor.
Una película así se ve y se oye como, por ejemplo, una conferencia acompañada de imágenes, sonido ambiental, música de fondo..., pero sin guión previo, a oscuras, sin poder tomar notas y sin coloquio. No es un texto escrito que se puede subrayar, volver sobre él, contrastando tu papel trabajado con el del otro. La película crea muchas más emociones, impidiendo a veces fijar bien en la memoria lo dicho por un personaje u otro.
La pelota vasca dura una hora y cincuenta minutos, aproximadamente, y tiene más personajes que los que cabe recordar viéndola sólo una vez. ¡Cuánto más lo que dicen! Sin embargo, en eso consiste principalmente la intención y el método de la película: hacer hablar, que se oigan múltiples voces sobre el conflicto vasco, para que ese coro dividido se vea y se escuche unido, pegado a una cinta, instrumento, al fin, de un paso adelante hacia el necesario diálogo, que es el propósito de Medem –como él mismo nos dice al comienzo de su obra– al hacer este trabajo fílmico. 
El trabajo de Julio Medem –a pesar de que lo que después diré– me parece que se realiza desde una actitud honesta. Otra cosa es la incapacidad o imposibilidad de eludir la propia visión sobre lo tratado. El director es otro personaje más, pero que, en vez de la palabra, utiliza otra herramienta, la narración cinematográfica: los temas y su orden, los tiempos, los acentos musicales, el enmarque de la escena, los contrapuntos, los documentales insertados, los textos sobreimpresos..., el montaje. En definitiva, un personaje que habla mucho: el protagonista, en este caso.    
Estamos ante una película más que trata de acercarse a los problemas de la sociedad vasca. Una película, al fin y al cabo, aunque sea documental, que hay que ver sosegadamente, y tratando de perseguir no sólo lo que dice, sino también lo otro que hay en ella, es decir, las ausencias, lo que le falta, para que se cumpla de verdad la invitación que el autor nos hace.

Lo diré de sopetón, a modo de conclusión: La pelota vasca  resulta ser una película contra la persecución que sufre el nacionalismo vasco, al que se le da la palabra para que pueda expresar más libremente sus razones. Visto desde fuera de Euskadi, con la marea antinacionalista vasca existente, con el dominante y machacón discurso reaccionario en algunos medios de comunicación, promueve la visión solidaria, y con más razón en estos momentos. Y bien está que puedan escucharse voces que son silenciadas o mal tratadas fuera del País Vasco.
Visto desde dentro, puede resultar, incluso, comprensiblemente insultante para una parte importante de la sociedad vasca: el nacionalismo lleva en el poder, con todas las limitaciones que se quiera, todos estos años de democracia. Y una parte de ese nacionalismo –que se ve perseguido– lleva a cabo una labor de persecución cruel, y a veces cruenta, contra otras gentes de la sociedad vasca que sienten y piensan diferente. 
Pero, ¿qué se ve en La pelota vasca? Primero, mucha gente –demasiada– hablando: políticos, sociólogos, historiadores, personajes de la cultura y de los medios de comunicación. Con un problema en buena parte del montaje final de esas intervenciones. Unas conservan cierta unidad argumental: se ve en las del PNV y en algunas del PSE-PSOE. Otras, sin embargo, están tan cortadas que hacen a uno dudar sobre la equidad en el contraste de opiniones.
A su vez, se echan en falta otras visiones de lo que se está hablando. Y no vale del todo decir que están los que han querido estar. De quienes no aparecen, cabe recoger de otra forma, aunque no sea directa, lo que dicen. Aun a riesgo de ser criticado por el texto o la imagen elegidos. La información y el contraste de pareceres que se busca lo necesitan.
El notable empeño de Medem por tocar todos los aspectos contenidos en el problema que trata hace difícil que todos esos temas puedan ser abordados con mínima profundidad, y atendiendo a la diversidad de pareceres sobre ellos con el mismo tiempo e intensidad.
Medem va siguiendo el rastro de la polarización, de la identidad vasca, de la definición del conflicto, de Navarra y de lo vasco-francés, de la historia de los vascos, del franquismo y Euskadi, de ETA bajo el franquismo y la transición, de las familias de los presos de ETA, de las víctimas de ETA y del sufrimiento de sus familiares, de las ideas del PSOE y sus relaciones con el PNV y el PP, de la tortura por parte del Estado español, del GAL, de la kale borroka, de la dispersión de los presos, de las propuestas de diálogo, del neofranquismo del PP,  del PNV en toda su extensión, de la Constitución y el Estatuto, del uso político de las víctimas (se entiende que por parte del PP y del PSOE), de la tregua, de las detenciones arbitrarias, de la ley de partidos y la ilegalización de Batasuna, del derecho de autodeterminación, del plan Ibarretxe, de la histórica frustración vasca, del futuro...
El valor del sumario ya es importante. Y lo es más por su compromiso en una indagación y muestra de la realidad; algo que hay que valorar frente a la banalidad muchas veces reinante en las pantallas. Lo que se dice es opinable. Pero de eso se trata, también.
En el conjunto de imágenes que se ofrecen hay igualmente cosas que chirrían, junto a otras contundentes, claves en la posición de Medem; como las que expresan el horror de las acciones de ETA, en claro homenaje –en contra de lo que se ha dicho– a las víctimas del terror.
Medem construye un sujeto vasco que viene de la prehistoria, casi inamovible a lo largo de los tiempos, poseedor de una lengua propia y única, cuya cultura, forma de vida y de pensar parte de ella, y que seguramente esté atado, en su resistencia y tozudez, a algo atávico, representado por la piedra que se arrastra y levanta, por la lucha de carneros, por la corta de troncos... un mundo que  parece tener un paisaje prácticamente sólo rural, verde, montañoso, dolménico... Y para reforzar ese sentido de lo vasco acude a un documental de Orson Welles en el que se afirma lo de especial que tiene ese pueblo, en consonancia con esa construcción de la identidad. No veremos, sin embargo, la sociedad vasca de hoy, sus ciudades, su cultura actual, el mestizaje histórico, la influencia de las relaciones entre los diferentes pueblos y culturas unidos en un Estado.
Pero lo que más me choca es el uso del reportaje del bombardeo de Gernika, que termina con dos brazos que se dan la mano, uno con la bandera española y otro con la nazi. Sin querer, seguramente, se equipara franquismo con España o Estado español, para insistir en la idea de la permanente opresión española sobre Euskal Herria. No viene a cuento para hablar de ahora y es una terrible deformación sobre la guerra. Gernika se hermana en el dolor, por ejemplo, con Madrid, machacadas ambas por el mismo enemigo y en las mismas fechas.  

Es sin duda una película sobre el dolor. El reconocimiento del dolor de todas las personas que por unas razones u otras se ven inmersas en él es un paso clave en la búsqueda de una solución. De todo lo que sobre ello sale destaca la figura del joven socialista Eduardo Madina que perdió una pierna en un atentado de ETA; por lo que dice y por el tiempo que Medem le dedica. Un acierto, sin duda. Y no es el único personaje que sobresale en relación con las víctimas de la violencia. De lo mejor de la película.
El dolor concreto no se puede comparar, pero sí lo que lo produce. Medem nos presenta, por un lado, el dolor de la esposa de un ertzaina asesinado por ETA, y por otro, el de la esposa de un preso de esta organización que ha cometido algún acto criminal similar, y lo hace en un par de secuencias en las que alterna imágenes de una y otra mujer. Pero incurre con ello en un grave error: no se pueden eludir las diferencias que hay en los hechos que están en la raíz de cada dolor. Por eso, deben ser tratados aparte, alejados. Juntos hacen que parezca que el mal que produce esos sufrimientos sea algo tan abstracto como la existencia de un conflicto, sin intervención de un juicio sobre la diferente causa y responsabilidades de cada dolor.
Y el problema es mayor cuando en una de esas secuencias, la mujer del miembro de ETA nos habla de los valores humanos de esa persona y de que sólo la existencia de una razón muy importante puede explicar que haya cometido esos actos. Porque este dato, junto a otros que van apareciendo en la película, nos hará entender que detrás de esta organización sigue habiendo una causa justa perseguida con medios que no lo son. Aunque no sabremos bien qué defiende ETA ahora, qué pretende, con qué argumentos construye su discurso, con qué principios y valores va a levantar su Euskal Herria.      

La película ofrece, en su multitud de testimonios, alentadoras visiones de los problemas de la sociedad vasca, como el diferente sentido de lo vasco, de lo que es ser vasco, o la diversidad de la sociedad vasca en cuanto a su autoidentificación nacional y sus deseos políticos, o la diferente manera de interpretar eso que se llama el “conflicto vasco”. Los vemos al principio y nos alivian al final, lo cual no es nada despreciable. Entremedias, más luces para una visión reduccionista y mítica de lo vasco, del conflicto, de la realidad actual..., y más sombras para otras formas de ver eso mismo.
Sin duda, la película podría servir para el debate en algunos ámbitos. Pero, se necesita para ello asegurar la presencia de una mayor información, y una actitud contraria a dejarse arrastrar por los rechazos ideológicos, a eso de estar predispuesto a aceptar sin más las razones de quienes atacan a los que no me gustan.
Y ya que del final hablamos, me parece que se debe prestar atención a lo que nos dice Bernardo Atxaga, antes de que por primera vez en la película el pájaro vuele por ciudades y pueblos, aunque no entre en sus calles, bares, discotecas, campos de fútbol o museos..., y termine con la imagen de un dolmen.

Atxaga responde: «Yo sueño con “ciudad vasca”, además el juego de palabras me favorece; hablando en lengua vasca, Euskal Herria es “pueblo vasco” y Euskal Hiria, “ciudad vasca”. Creo que la palabra ciudad en cualquier diccionario... tiene mejor eco. La ciudad, en principio, no es de nadie y es de todos, no hay un origen, nadie puede decir esta ciudad es mía porque yo llegué el primero, no, es de todos los que han llegado, de todos los que la han construido y la van a construir... Mi idea sería que pasáramos de un espacio en donde puede haber una identidad primera original, a un espacio con muchas identidades...»