A. Laguna Desde el inicio de las revueltas árabes hasta aquí nos hemos acercado varias veces a los complejos problemas que presentaba el caso sirio de un modo indirecto (1) o específico (2). En esas incursiones hemos buscado conocer la compleja realidad social e histórica de Siria, el lugar geoestratégico que ocupa, el perfil de la oposición a un régimen dictatorial y represivo, dispuesto a todo antes de promover cambios en una dirección democrática, y el curso previsible de los acontecimientos. Las predicciones eran muy negativas para la sociedad siria y se han cumplido, desgraciadamente, con creces. Los conflictos presentes en Siria, el –llamémosle– interno, el regional o el producido por la convergencia de intereses enfrentados de los principales Estados de la zona y el internacional o de las potencias con intereses no comunes sobre ella, atizados en el primer y segundo caso por el enfrentamiento religioso (3), a gran escala, suní-chií, han producido una situación gravísima sin visos de salida alguna. Tras el paso del movimiento ciudadano pacífico y la criminal respuesta de Bachar el Asad, se ha llegado a una guerra civil y una masacre cometida principalmente por el Régimen. El resultado es trágico y descorazonador: se dan cifras –redondas– de muertos (100.000, de una población cerca de los 20 millones de habitantes); el número de heridos es incontable; el de desplazados y refugiados se cifra grosso modo en 7 millones (unos dos millones serían las personas que han abandonado el país); muchas partes del país en ruinas; miles de escuelas y hospitales destruidos por los bombardeos; buena parte de las infraestructuras destruidas y la economía hundida… El tejido social fracturado y la población dividida pintan un panorama de futuro en el que puede imperar por décadas el odio y las revanchas… Y si de futuro hablamos, es preciso detenerse en los datos sobre las víctimas infantiles. Más allá de la población infantil muerta y herida, de la que no se da información precisa, un ejemplo: el 53% de la población refugiada y desplazada son niños y niñas. De sus condiciones de vida nos habla Mónica G. Prieto a través de sus crónicas: “Sin campos, en Líbano los menores de edad refugiados quedan expuestos a redes criminales”, a la explotación laboral, incluida la sexual, a la mendicidad, a la violencia de los adultos. Allí y en otros lugares de la región. «En Egipto, muchos refugiados han denunciado ser perseguidos y hostigados; en Jordania, las condiciones de vida del saturado campo de Zaatari son extremas, y en Irak, las autoridades impiden entrar a muchos refugiados. En todos estos países, los matrimonios concertados de niñas sirias se han disparado: para las familias, es una forma de hacer dinero y garantizar cierta estabilidad económica a sus hijas aunque sepan que es una forma de prostitución infantil» (4). Entonces una pregunta sin respuesta campa entre la sociedad internacional sensible a estos hechos: ¿puede la comunidad internacional –“si es que tal cosa existe” (5)– detener esta guerra y ofrecer una salida justa al conflicto? ¿Los llamamientos de las organizaciones humanitarias o de derechos humanos con propuestas precisas pueden hacer mella en quienes tienen, en cierto sentido, la llave para ello? Sin embargo –y mientras–, la solidaridad puede hacer pequeñas cosas importantes (6). Al igual que la presión sobre los Gobiernos con el objetivo, por ejemplo, de que atiendan las peticiones que se hacen para dar asilo a quienes huyen de Siria o para que se incremente la ayuda humanitaria dirigida, por ejemplo, a los programas de la Cruz Roja, ACNUR o UNICEF o a las ONG que trabajan en los campos de refugiados. Como dice Amnistía Internacional o ACNUR: “El éxodo continúa, los campos de acogida en Jordania, Líbano, Turquía o Irak están al límite de su capacidad…”. La ONU calcula que se necesitan alrededor de 3.000 millones de dólares para cubrir las necesidades de las personas refugiadas en esta región. _______________________
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