Alberto Piris
Una imagen en negativo
11 de enero de 2013.
(Página Abierta, 224, enero-febrero de 2013).

Muchos conflictos que, enquistados al paso del tiempo, parecen ser de imposible resolución, encontrarían vías de arreglo si se analizase lo que se puede llamar “la imagen en negativo” del problema. Se trata de invertir los términos de la ecuación, de modo que lo que en la copia aparece en negro se vea en blanco en el negativo y viceversa. Trasladado a términos de enfrentamiento político, el resultado es, valga la paradoja, muy positivo: permite contemplar y estudiar la situación y el desarrollo de los acontecimientos tal como si éstos fueran vistos a través de los ojos del rival. La idea no es nueva: Sun Tzu ya tenía dicho que el general que sabe penetrar e instalarse en la mente del jefe enemigo tiene ganada ya la mitad de la batalla.

Traduzco y extracto para los lectores una imagen en negativo, original de Nick Turse, el incansable periodista, historiador y ensayista que dirige la web TomDispatch.com, a la que denomina “Un antídoto regular contra los medios hegemónicos” (A Regular Antidote to the Mainstream Media): «Imaginemos un mundo en el que EE UU es una potencia regional, no una superpotencia. Un mundo donde la nación más poderosa, China, ha invadido México y Canadá, derribando a ambos Gobiernos. Donde China ha instalado bases militares desde Canadá a Centroamérica y sus dirigentes alardean abiertamente de ejecutar operaciones encubiertas contra EE UU. Donde China ha efectuado ataques cibernéticos contra las instalaciones nucleares de EE UU, envía aviones espía sobre EE UU y sitúa portaaviones junto a sus costas. ¿Qué pensaría el pueblo de EE UU? ¿Cómo reaccionaria su Gobierno? Pues muy parecido a como lo hacen hoy los dirigentes teocráticos de Teherán. Después de todo, el Gobierno iraní ha visto cómo EE UU invadía los países vecinos, anunciaba operaciones secretas contra Irán, lo rodeaba de bases militares, lo sobrevolaba con sus aviones espía, ejecutaba operaciones navales en sus costas, acumulaba potentes fuerzas militares en sus proximidades e iniciaba una guerra cibernética».

Si además China estableciera estrechas relaciones con los países americanos, atrajera a su órbita a Canadá y México y los saturara con armas ofensivas de última generación, ¿cómo reaccionaría el Gobierno de EE UU y qué pensaría su población? Pues algo muy parecido a como hoy piensan y sienten el Gobierno y el pueblo iraníes. Parece sencillo de entender, ¿no?

Este es el objeto de las imágenes en negativo. Ayudar a comprender las reacciones del antagonista y no limitarse, como ocurre en este caso concreto, a aceptar los rebuscados, y a menudo falsos, argumentos que inventan los dirigentes políticos (de EE UU e Israel) que se aprovechan del ambiente bélico, los medios de comunicación que atizando las pasiones y los temores populares ven aumentar su influencia política y sus cuentas de resultados, y las poderosas corporaciones del complejo militar-industrial que en la guerra, o en el temor a que ésta estalle, tienen la publicidad más provechosa a la que jamás podrían aspirar si en el horizonte alumbraran signos de paz.

En plena Guerra Fría, y aunque las circunstancias en poco se parecían a las actuales, tras años de tener a la China comunista como uno de los más peligrosos enemigos de EE UU, Kissinger visitó en secreto en 1972 a los dirigentes de Pekín e inauguró una nueva etapa (“la diplomacia de la cooperación”) entre ambos países, hasta el punto de que el presidente Nixon pudo viajar a China y firmar acuerdos con su Gobierno.

En 2009, Obama se dirigió abiertamente al pueblo iraní pidiendo “un compromiso moldeado y sustentado en el respeto mutuo” entre ambas naciones. ¿Sería mucho pedirle que recordara esas palabras y diera ahora un paso adelante, con valor y firmeza, para deshacer uno de los más peligrosos malentendidos que amenazan a la humanidad?

Es el malentendido que por un lado entorpece la política de Obama, que no desea la guerra contra Irán pero se verá forzado a hacerla si llega a sospechar la inminente construcción de “la bomba”, y que por otra parte encierra al Gobierno de Teherán en un laberinto sin salida, pues su máximo dirigente religioso se opone a las armas nucleares y aspira a un entendimiento sobre esta cuestión con el resto del mundo, pero exige un mínimo respeto a su soberanía, en lo que no le falta razón.

El mismo malentendido que, también, como producto de una obstinación irracional que dura ya casi tres decenios, a la vez que hace sonar en Washington y Tel Aviv los tambores de guerra y anuncia enormes amenazas hoy muy improbables, está ayudando a los más extremistas sectores iraníes, empeñados en hacerse con esas armas que su Gobierno no desea poseer.

Hay dos condiciones que facilitarían la resolución del conflicto: 1) Que EE UU entendiese que sin derribar al régimen iraní podría llegar a acuerdos con él. 2) Que se declarase la desnuclearización total en Oriente Medio como objetivo de máximo interés para la humanidad. Irán y los países del Consejo de Cooperación del Golfo lo aceptaron en el pasado. Israel lo rechazó. Pero si Obama, en su segundo mandato, lograra avanzar algo por este camino, pasaría a la Historia en ese puesto de honor al que suelen aspirar casi todos los presidentes de EE UU.