Alberto Piris

Una intrahistoria de mujeres
20 de junio 2012

(Página Abierta, 221, Julio/agosto de 2012).

 

Buscando un pequeño hueco entre los grandes asuntos que llenan las páginas de los medios de comunicación, dedicaré hoy mi comentario a un relato afgano, humano y femenino, propio de esa “intrahistoria” de la que habló mi paisano Unamuno, la que se desarrolla debajo de los documentos oficiales, y sobre la que brillan, oscureciéndola, los hechos históricos.

Agradezco la información a Hijratullah Ekhtyar, un periodista de Nangarhar, pequeña provincia del nordeste afgano, fronteriza con Pakistán y situada sobre la ruta que une Kabul con Islamabad. Allí vive Sanga Yabarjil, una joven afgana que desde niña se sintió cautivada por las emisiones de la BBC y de la Voz de América, que escuchaba en la radio de su casa, lo que le inoculó el virus del periodismo. A los quince años empezó a compatibilizar su actividad escolar con un trabajo en la RTA, Radio Televisión Afgana, la emisora estatal de la provincia. En su casa dijo que cooperaba escribiendo artículos, sin intervenir en las emisiones.

Cuando se emitió su primera colaboración, sobre los matrimonios concertados, su familia se sintió ofendida y humillada: «Cuando me oyeron por la radio, todos mis parientes dejaron de hablarme. Me tuve que encerrar en mi habitación, lejos de todos, y así permanecí un año entero». Aunque su madre la apoyaba en secreto, el hermano mayor la eludía, no le dirigía la mirada y la ignoraba: «Mi hermano no me hablaba. Me dijo que cuando estaba con sus amigos y yo aparecía en la televisión, todos le miraban y le preguntaban si yo era su hermana. Se sentía tan humillado que era como si se muriera».

La causa de tal escándalo era la sospecha de que trabajaba junto con hombres, lo que es considerado inmoral y la convierte en una mujer que no podrá jamás encontrar marido, máximo exponente público de su indignidad y del deshonor familiar. Sanga invitó a su hermano a visitar los estudios, para que comprobara que las mujeres trabajaban en locales separados de los hombres.

Sanga tiene ahora 21 años, vive en la capital de la provincia, Jalalabad, y dirige la sección de mujeres de la RTA de Nagarhar. Su actividad se orienta a revelar, ante el público y las autoridades, las preocupaciones de muchas mujeres en una sociedad tradicional que las mantiene relegadas. Ha recibido un premio internacional por su dedicación, pero no olvida lo que, en su corta vida, le ha costado llegar a lo que ahora es.

En su familia se consideraba que las niñas debían abandonar los estudios a los 12 o 13 años. Un día, camino de la escuela, su hermano la detuvo, diciéndole que ya era mayor para estudiar. Ella lloró, se resistió, forcejeó y llegó a clase, aunque tarde. Cuando el profesor le preguntó el motivo de la tardanza ella le dijo que en su familia no querían que siguiera estudiando. Su profesor la acompañó a casa y convenció a su familia para que le dejaran terminar los estudios.

Su vida tampoco es fácil ahora. Aunque en la pantalla aparece con la cabeza cubierta por un pañuelo, cuando sale a la calle debe estar totalmente tapada. Recibe llamadas telefónicas amenazadoras. Ha tenido que aprender a resistir. Durante una boda, oyó que murmuraban a su alrededor. Una mujer se acercó y le dijo: «¿Por qué te tratas tan duramente, querida mía? Eres tan guapa pero sigues trabajando en la televisión. ¡Ten piedad de ti misma!». Cuando ella respondió diciendo que deseaba trabajar, porque había estudiado para ello y para servir a otras muchachas y mujeres, su interlocutora suspiró tristemente y le dijo que hubiera sido una buena esposa para su hijo si no estuviera trabajando en la televisión.

Hay otros aspectos que iluminan su vida: «Sanga es nuestra jefa pero nos trata como una hermana y amiga. Créame, cuando no está la echamos de menos», declaró una compañera del trabajo. Su jefe la calificó como “el orgullo de la televisión de Nangarhar”, añadiendo que si ella se fuera no podría encontrar a nadie que la sustituyera. Su madre la apoya ahora abiertamente: «Yo no pude defender mis derechos en mi época, pero mi hija lo hace ahora y estoy orgullosa de ella»; sale en su defensa ante los parientes indignados por la presencia pública de su hija en televisión.

Sanga no se arredra. Ha empezado a estudiar ciencias políticas y jurídicas en una universidad privada de Jalalabad. Sus objetivos son graduarse, obtener un máster y dedicarse a la política. Sueña con ser la futura ministra para asuntos femeninos del Gobierno de Afganistán: «Si llego a ser ministra, eso no será un puesto simbólico para mí. Haré todo lo que pueda y presionaré a cualquiera que esté en el poder para asegurar que se respeten los derechos de las mujeres y haré obligatoria la enseñanza para las niñas».

Retenga el lector su nombre: Sanga Yabarjil se esfuerza por salir de la intrahistoria y entrar en la Historia; que lo haga como ministra y no en la sección de necrológicas, es lo que le deseamos fervientemente por el bien de las mujeres afganas. Ella podrá hacer por éstas más que todas las tropas de EE.UU. y la OTAN, siempre que algún drone no la convierta prematuramente en “baja colateral”, con motivo de alguna celebración popular que la CIA confunda con una reunión de terroristas. Ya ha ocurrido antes.