Albert Recio

¿Qué fue de la clase obrera?
(Mientras Tanto, 93, Invierno de 2004)

A finales de los años sesenta del pasado siglo casi todos los programas de izquierda se basaban en una visión clasista de la sociedad que situaba a la clase obrera industrial en el centro de la estrategia de construcción del socialismo. Eran tiempos en los que cualquier grupo que se apreciase empezaba su labor intelectual elaborando un análisis de clase en el que situar, como un mapa, los distintos sectores sociales del país con el fin de conseguir una buena orientación. Eran incluso tiempos en los que los grupos más radicales propugnaban, y a veces conseguían, la proletarización de sus cuadros estudiantiles (posiblemente una forma rápida de tener militancia en las fábricas). Y eran tiempos en la que esta clase obrera protagonizó verdaderas revueltas en la mayor parte de países desarrollados, y aunque estas nunca alcanzaron la profundidad que hubiera soñado la izquierda radical, es cierto que en algunos países lograron imponer algunas reformas sustanciales (Crouch y Pizzorno, 1977). Unas reformas que aterrorizaron a las clases dominantes y que posiblemente aceleraron el aluvión de contrarreformas que sepultó al reformismo socialdemócrata y acaba con la posteriormente llamada “edad de oro del capitalismo”.(Marglin y Shor, 1991)

Después vino el diluvio. Y este no se limitó a los aspectos más agresivos del paro masivo,  la precarización del empleo, los recortes de derechos, los ataques a los sindicatos. Sino que alcanzó también a aspectos culturales, llegando a cuestionarse la existencia de una clase obrera como tal y, aún más que esta fuera portadora de un proyecto social alternativo. Hoy la O que figura en el nombre del partido que gobierna el país parece anacrónica  para una parte importante de sus propios votantes y escasean los debates científicos y sociales en los que se toman en consideración las desigualdades de clase social. A esta desaparición de la clase obrera de la centralidad del debate socio-político han contribuido muchos factores. Empezando por los que atañen a la clase dominante y sus corifeos, siempre dispuestos a difuminar las desigualdades sociales y legitimar las múltiples formas de opresión y explotación  como situaciones “naturales” emanadas de las características tecnológicas de los procesos productivos y del comportamiento individual de cada cual. Pero también por la forma reduccionista con que demasiadas veces la izquierda construyó su imagen de clase obrera y que se ha mostrado inadecuada para captar los complejos cambios sociales de las tres últimas décadas.

El presente número de MT trata de volver a la cuestión. Sin duda sin plantear respuestas ni siquiera provisionales. Fundamentalmente orientada a explicar los diversos procesos de transformación que experimenta la población trabajadora y que están en la base de su “apagamiento” político.

II
Aunque las estadísticas son casi siempre colecciones de datos imperfectas, y su elaboración entraña en sí misma una forma de entender la realidad, una lectura de las mismas suele dar pistas de por donde van  los cambios sociales que nos interesa analizar. Y creo que antes de meternos en otros debates conviene ver cuales son los grandes cambios de estos últimos 30 años. En la medida que nos interesa analizar la relación de la gente con la actividad económica y laboral, el análisis de la Encuesta de Población Activa parece la mejor fuente a explorar. Para ello hemos tomado dos datos extremos (los del tercer trimestre de 1976, primer año de la serie disponible, y los del mismo trimestre de 2004)

Aunque se trata de cifras muy agregadas, su lectura permite ver algunos de los grandes cambios que han tenido lugar en estos años. El cuadro 1 recoge los cambios que han tenido lugar frente al empleo mercantil. En términos absolutos la sociedad española parece haber cambiado poco, pues el porcentaje de personas que realizan actividades lucrativas o están buscando un empleo ha crecido levemente y sigue situándose algo por encima del cincuenta por ciento. Sin embargo se trata de un cambio al que se ha llegado por transformaciones bastante complejas. Por una parte se ha producido un aumento espectacular de la presencia femenina en el mercado laboral, especialmente importante en el caso de las mujeres adultas (entre 2 y 54 años). Hace 36 años las diferencias en las tasas de participación para estos grupos de edad eran casi de 67 puntos (96,1% para los hombres, 29,3% para las mujeres) y actualmente se han reducido a 24,5 (92,4 y 67,9 respectivamente), lo que significa un importante cambio en las estructuras de género, al menos en lo que hace referencia a la relación con el empleo. Está llegada masiva de mujeres al mercado laboral se ha visto contrapesada por una reducción en el tiempo de permanencia en la vida laboral, los jóvenes tardan más en llegar y la gente se va (o es expulsada antes) del mundo laboral. Las cifras del cuadro 1 son aún demasiado agregadas,  datos más detallados mostrarían la casi desaparición del mercado laboral de las personas menores de 19 años. También que la caída del empleo de personas de edad avanzada es la combinación de factores demográficos (alargamiento de la vida que aumenta el porcentaje de jubilados) y expulsión adelantada del mercado. Para los hombres la vida laboral mercantil constituye hoy una experiencia más reducida en el tiempo que lo fue en épocas anteriores. Para las mujeres en cambio la situación es inversa y, aún con importantes diferencias, se parece cada vez más a la vida laboral de los hombres. Un ciclo vital que se caracteriza por un período de larga escolarización, o en otros casos de un largo período de inserción prelaboral, una vida adulta con una intensa participación laboral (que coincide en el tiempo con los años de crianza de los hijos) y un largo periodo de vida post-laboral. Procesos que sin embargo son muy diferentes según sea la experiencia particular de cada cual en su paso por la vida escolar, la carrera profesional o la jubilación (esta última fuertemente determinada por la vida laboral anterior).








CUADRO 1  TASAS DE ACTIVIDAD

Año               Total           Hombres   Mujeres  Menores 25 a  Mayores 55 a.
 
1976              52,1              78,0        28,8            57,4                 29,8
2004              55,9              67,9        44,6            50,2                 17,8

tasa actividad=  Activos/ Población en edad trabajar x 100
fuente  I.N.E Base

En segundo lugar (cuadro 2), el desarrollo capitalista en España sigue generando una continua ola de asalarización, pareciendo cumplir la profecía marxiana de la creciente polarización social entre propietarios de los medios de producción y proletarios. Ciertamente la mayoría de gente necesita un empleo asalariado para obtener ingresos con los que subsistir y generar derechos sociales para los períodos de inactividad (paro, jubilación, enfermedad).  Una buena parte de esta fuerte reducción de la “pequeña burguesía propietaria” se explica por la evolución de dos sectores: la agricultura y el comercio. La primera es una actividad que, al calor del cambio tecnológico ha experimentado una verdadera destrucción masiva de empleo (y la concentración subsiguiente de tierras ha generado también aquí un mayor peso del empleo asalariado). En cambio en el comercio lo que ha ocurrido es el paso de una actividad dominada por pequeñas empresas familiares al predominio de cadenas comerciales que emplean miles de personas, en lo que constituye un caso ejemplar de expansión del gran capital.  Estas cifras pueden chocar a menudo con la imagen del crecimiento de los falsos autónomos. Ciertamente estos existen ( y en el cuadro 3 puede verse como esto incide en actividades como la construcción) y en determinados sectores es posible advertir su presencia, pero globalmente, este efecto de “externalización” de determinados empleos no llega a contrarrestar el hundimiento de las actividades habituales de empleo autónomo,

La segunda cuestión relevante es la del empleo público. No sólo ha crecido el empleo asalariado, sino que lo ha hecho el porcentaje de empleos públicos. No podía ser de otro modo si se advierte el importante aumento del sector público en este período, a pesar de las orientaciones neoliberales que han dominado la política económica. Una cuestión interesante a destacar es que el empleo público ha seguido creciendo incluso en el período de gobierno del Partido Popular, que  a pesar de imponer el déficit cero, no pudo evitar que Comunidades autónomas,  organismos locales y entidades públicas siguieran creando empleo.  No sólo ha crecido el empleo público, sino que este  crecimiento ha tenido una importancia desigual para hombres y mujeres. La importancia del sector público para el empleo femenino se explica por razones diversas, la más importante es que en un mundo dominado por una fuerte segregación por género, el sector público es un gran generador de empleos en actividades tradicionalmente femeninas, especialmente sanidad, educación y servicios sociales. También porque en el sector público se producen menos discriminaciones a la entrada que en las empresas privadas, aunque estas son persistentes en lo que atañe a promoción. El empleo público femenino no se caracteriza sólo por su volumen, también por el elevado porcentaje de empleos con titulación superior, una proporción que contrasta con el bajo empleo relativo de mujeres educadas en el sector privado.  La evolución del empleo público masculino ha estado influida por una dinámica contradictoria, por una parte la expansión de la administración y los servicios han creado empleos, pero en términos netos su creación ha sido menor por la incidencia de la política de privatizaciones y la reestructuración industrial de la empresa pública que destruyó (o envió al sector privado) unos cuantos miles de empleos masculinos. En cierta medida podría decirse que el sector público ha creado empleos para las clases medias urbanas educadas, mientras los destruía para la clase obrera industrial, aunque el efecto global es positivo tanto en términos relativos como absolutos (1,5 millones de empleos netos en el período analizado)

CUADRO 2   ASALARIZACIÓN PUBLICA Y PRIVADA

Año     Tasa  asalarización                  Porcentaje asalariados públicos
            total     hombres   mujeres       total         hombres      mujeres

1976   69,3      72,4           61,4           15,3            15,3            15,4
2004   81,6      79,3           85,3           20,2            16,7            25,2

tasa asalarización = Asalariados/ Ocupados x 100
fuente  INE  Base

Un tercer cambio fundamental que afecta al debate sobre las clases sociales lo constituye el de la evolución sectorial del empleo. Durante muchos años se ha identificado clase obrera con empleos manuales, fundamentalmente en la construcción y la industria.  En la década de los setenta estos dos sectores agrupaban casi la mitad de la población trabajadora, y a la vista de la inevitable crisis del empleo agrario, el gran fondo de reserva de la pequeña propiedad, alguien podía pensar que efectivamente estos sectores podían llegar a representar una mayoría social (o al menos un grupo con suficiente peso e identidad como para articular a su alrededor al resto de asalariados). Hoy resulta patente que el empleo industrial ha pasado a representar una proporción relativamente reducida del empleo total ( y de los asalariados) y la inmensa mayoría de personas dependen de empleos en el magmático sector servicios. ¿Puede hablarse de desindustrialización? Si, pero de forma no rotunda. Es cierto que el empleo industrial ha reducido tanto su peso relativo como su nivel de empleo absoluto (unos 375.000  empleos en el periodo analizado, un 11,8% del total) pero es posible que una parte importante sea sólo un efecto estadístico provocado por la creciente subcontratación de actividades, lo  que conduce a contabilizar como empleados de servicios a gente que trabaja realmente en empresas industriales (por ejemplo los empleados que mueven los coches al final de la cadena de montaje de SEAT antes eran empleados de la empresa y constaban como trabajadores del metal, ahora lo hacen para una subcontrata de aparcamientos y figuran como empleados del transporte o de los servicios a empresas, sin que su actividad material y su lugar de trabajo haya variado). Pero decrezca o no, lo cierto es que la actividad industrial ha pasado a representar una proporción menor de los asalariados y no parece adecuado seguir pensando en la centralidad de la clase obrera industrial. Curiosamente el sector construcción, que ha visto acrecentado su peso social a niveles insospechados en el resto del mundo, es el que experimenta una mayor resistencia de las diversas formas de empleo autónomo, lo que posiblemente influye en las culturas sociales que predominan en parte de los trabajadores del sector (casi totalmente masculinos) y explica parte de las dificultades de la acción sindical en el mismo.

CUADRO 3   DISTRIBUCIÓN SECTORIAL DEL EMPLEO
              
                                                      empleo total                   asalariados
                                1976       2004               1976     2004  
                   
Actividades agrarias, pesca           21,6         5,2                   9,0        2,8
Industria y minería                        27,5        18,0                35,4       19,7
Construcción                                  9,9         12,0               12,1        11,7
Servicios                                      41,0         64,8                43,5       65,8
Total                                            100,0        100,0              100.0     100.0

fte.  INE Base         

En definitiva lo que quería mostrar con estas anotaciones simples es que hay datos que indican que la composición de las clases asalariadas ha experimentado una importante transformación que no permite pensar en los viejos tiempos de la “edad de oro” donde podía suponerse que el mero crecimiento económico generaría una mayoría social alrededor de la clase obrera industrial.

III

La comparación de datos de dos períodos alejados en el tiempo nos da pistas de algunas variaciones relevantes, pero no nos informa del proceso que ha tenido lugar entre estas fechas. Y este proceso puede explicar bastantes cosas por cuanto genera trayectorias, construye experiencias, produce imaginarios... Y cuando se toma perspectiva se advierte que han pasado muchas cosas que han conformado la estructura social. Son procesos diversos, a veces contradictorios y que, dada la enorme segmentación de condiciones laborales, son vividas de formas muy diversas por sectores diferentes de la clase trabajadora.  Sólo para situar las cuestiones propongo un breve repaso de algunos de estos procesos básicos,  que en algunos casos están analizados con detalle en otros artículos de esta entrega.

En primer lugar la experiencia de paro masivo, un paro masivo asociado a fases de intensa destrucción de empleo en el período 1976-1985 y 1992-94. Esta ha sido sin duda una experiencia brutal, que ha afectado a la mayor parte de familias trabajadoras, que ha jugado un papel importante como disciplinador de las nuevas cohortes de jóvenes que llegan a la vida laboral y que explica la elevada tolerancia de nuestra sociedad con el empleo precario y las condiciones laborales degradas. Ya lo había pronosticado Michael Kalecki en 1943 (Kalecki, 1979): o el capitalismo daba paso a un nuevo modelo social o los capitalistas favorecerían políticas de desempleo masivo para, entre otras cosas, disciplinar a la clase obrera. Qué el deterioro del empleo fuera mayor en España que en otros países se explica por la peculiar estructura económica del país, con su modelo histórico de desarrollo y con la naturaleza de sus clases dirigentes.Una economía basada en bajos salarios,  miniempresas, bajo desarrollo tecnológico, dependencia de grandes empresas foráneas... que tiene difíciles respuestas cuando se impone la apertura exterior, al tiempo que los grandes grupos locales se embarcan en actividades basadas en el empleo precario- construcción, turismo o se concentran en la intermediación especulativa- finanzas y gestión de servicios colectivos privatizados no es capaz de generar emplea suficiente y de calidad.

Para mí tan importante, en el plano de las conciencias,  como la generación de paro masivo ha sido el tipo de explicaciones que se han desarrollado para explicar y a menudo legitimar la situación. Los discursos más insistentes para explicar el desempleo se han concentrado en primer lugar en el paro tecnológico, en la existencia de innovaciones técnicas que acabarían haciendo redundante el propio trabajo humano. Y en una segunda versión más sofisticada según la cual sólo eran realmente imprescindibles las personas con alta formación técnica, mientras que el resto de actividades eran sustituibles no solo por cambios técnicos sino también por competidores de países pobres. En resumen se venía a decir que gran parte de la gente trabajadora era residual,  era excluible, que sus saberes eran redundantes (si es que alguna vez habían valido algo) y que “el capital de las manos” que una vez utilizó el P.S.U.C. como reclamo electoral, había quedado obsoleto.(Recio, 2002) Creo que pueden detectarse gran número de trabajos y formulaciones teóricas que abundan en esta dirección (desde el “Adiós al proletariado” de Gorz (1982), a la sociedad de los dos tercios, desde las formulaciones de Reich (1993) y Castells (1999) hasta la popularizada “fin del trabajo” Rifkin (1997)), autores que si bien no leen la mayoría de asalariados han contribuido a generar el discurso de políticos,  trabajadores sociales, líderes sindicales y emisores de opinión en los medios de comunicación de masas. A menudo sectores de la izquierda, empeñados en demostrar la inviabilidad del capitalismo se han apuntado a estos discursos (por ejemplo todo el debate sobre la jornada de 35 horas ha estado marcado por la idea de “reparto del trabajo” en lugar de plantearse en el plano de la alternativa de vida social) y, en mi opinión ha contribuido a reforzar la idea de marginalidad de la clase obrera. Y en mundo de triunfadores mediáticos no hay nada que genere tan poca afinidad como la figura del perdedor.

Es evidente que en este proceso ha sido la situación objetiva, el paro de larga duración experimentado por millones de personas, lo que ha tenido un papel preponderante, pero  este efecto se ha reforzado por el tipo de discurso empleado a la hora de explicar lo que estaba pasando.

El desempleo mismo ha adquirido formas diversas. En muchos casos ha estado asociado a la entrada o reingreso al mercado laboral,  de jóvenes de ambos sexos y mujeres adultas, un largo proceso en el que han proliferado los empleos de corta duración, los cursillos de formación y preparación al empleo (a menudo una fuente importante de adoctrinamiento e individualización), los tiempos muertos... En otros,  se ha relacionado con cierres y reconversiones industriales, en los que realmente se ha hecho creíble que uno vale muy poco frente a directivos y máquinas. Una situación que en si misma ha generado experiencias desiguales en función de la edad y el tipo de empresa en el que se trabajaba. Para la mayoría de personas de edades medianas se tradujo en un trágico peregrinar en busca de una nueva vida, en una sensación de inutilidad, en muchos casos en una reconversión profesional en unos casos exitosa pero que en otros ha acabado en empleos de peor calidad.  Para la gente mayor de 50 años las reconversiones han sido mayoritariamente un camino hacia la expulsión del mundo laboral. Relativamente buena y hasta gozosa en los empleados de grandes empresas (banca, eléctricas, Telefónica, empresas públicas en reconversión) debido a las condiciones de prejubilación, pero claramente empobrecedora para el resto que sólo ha tenido acceso a una prestación contributiva que le condena a  una pensión mínima para el resto de los días.

El desempleo ha estado asociado a una profunda transformación de las formas de organización de la empresa capitalista,  Una transformación que sigue líneas diferentes en cada empresa o sector pero que suele concentrarse en líneas como la externalización de actividades (y la consiguiente fragmentación de unidades de trabajo), el recurso al empleo temporal y a los circuitos de empleo informal y a nuevas pautas de gestión de personal orientadas a individualizar y generar presión sobre el comportamiento de cada empleado. Básicamente ha sido un proceso de transferencia de riesgo desde las empresas a los asalariados y de aumentar el control sobre los mismos.(Recio,2001). No voy a extenderme en este campo, porque están bien explicado en la mayor parte de aportaciones del número en forma de precariedad, individualización, cambio en los sistemas de relaciones laborales, etc,. Simplemente subrayar que también aquí hay excepciones.  Destaca en este caso el sector público como un campo donde esta situación se ha dado en menor proporción. En la medida que el empleo público ha crecido, se ha convertido en cierta medida en un espacio de asilo al alcance de las personas con una titulación adecuada para acceder a sus puertos de entrada. Y en todo caso un asilo precario por cuanto la cultura de la externalización también cuaja entre los gestores políticos y en los últimos años hemos podido presenciar que mientras el empleo temporal se reducía moderadamente en el sector privado,  aumentaba espectacularmente en el público.

Los cambios en las políticas laborals de las empresas han estado acompañadas de importantes modificaciones en las políticas de regulación del mercado laboral. Sin duda las más sustanciales han sido las reformas laborales en materia de contratación, protección al empleo, flexibilidad.(Standing 2002). No sólo por su impacto real, al favorecer el empleo temporal y reducir la protección individual del empleo, sino también por la intensa campaña propagandística realizada para promover,  imponer y justificar estos cambios que sin duda han tenido efectos culturales importantes. La clase obrera española ha vivido en la montaña rusa de la reforma laboral permanente. La situación recurrente de crisis y cierres empresariales, la internacionalización de las actividades productivas ha hecho creíble la idea de competitividad económica que constituye el sustrato legitimador de muchas políticas laborales. Pero la regulación del mercado laboral español no se limita a las políticas de reducción de derechos, Al mismo tiempo que se producía esta tenía lugar un proceso contradictorio de  institutucionalización de la intervención sindical en planos diversos Algunos francamente positivos, como el carácter cuasi público de los convenios colectivos sectoriales que dan una cierta protección a trabajadores y trabajadoras de pequeñas empresas (por esto la patronal y los economistas neolibeales insisten pedir la reducción de la negociación colectiva al nivel de empresa, como ocurre en partes del mundo anglosajón). Otras más discutibles, de participación sindical en múltiples organismos como contrapartida a concesiones en el plano real y cultural. Ciertamente esta institucionalización ha permitido mantener algunos derechos, pero a cambio ha tenido dos costes importantes a) el de institucionalizar el propio discurso sindical, eliminando su contenido más crítico y anticapitalista  b) y más importante, contribuyendo a configurar un sindicalismo de representantes profesionalizados por encima de una implicación activa en la lucha sindical, una participación que requiere no sólo de propuestas reivindicativas sino también de valores culturales alternativos.  Y a pesar de todo ello se han dado numerosas movilizaciones y varias huelgas generales, lo que por si solo indica la subsistencia de un sustrato de conciencia de clase que a menudo tendemos a pasar por alto.

Las transformaciones del mundo laboral constituyen sin duda un elemento importante de la conformación de las clases sociales, pero no permiten entender completamente los procesos de transformación. La vida de la gente no se acaba en el empleo mercantil. Y las mismas transformaciones  pueden valorarse de formas diferentes en función de los parámetros políticos, culturales, morales con los que se juzgan. Creo que aquí ha estado una de las mayores limitaciones de muchos análisis pretendidamente marxistas (para entendernos, los que practicábamos en la mayoría de grupos políticos de nuestra juventud), el de limitar el análisis de los procesos al campo de la economía y el trabajo mercantiles, sin ponerlo en conexión con el resto de estructuras que actúan sobre los grupos sociales. Y cuando ampliamos el campo de visión vemos que también allí ha ocurrido cambios relevantes.

Sin duda una de los procesos más importantes de cambio ha sido el de la masiva escolarización. La clase obrera de la década de los sesenta era fundamentalmente un grupo social iletrado, con una experiencia escolar reducida y  donde no faltaban los analfabetos. Los centros de enseñanza secundaria eran prácticamente inexistentes en los barrios obreros de las grandes ciudades y en el mundo rural. Treinta años después las cosas han cambiado bastante. La red escolar en primaria y secundaria cubre prácticamente todo el país y la universidad se ha masificado. (hace pocos días el rector de mi universidad nos comentaba que aún hoy la mayoría de licenciados de nuestros centros son los primeros en obtenerlo de su grupo familiar). Si nos limitamos a la población activa el grupo de analfabetos y sin estudios ha pasado a ser un grupo marginal y ha crecido el porcentaje de los titulados superiores y las personas con enseñanza media completa. Los iletrados se reducen mayoritariamente a la población jubilada, y aún en estos sectores las escuelas de adultos han realizado una valiosa función de alfabetización.  ¿ Cómo ha afectado esta experiencia? Seguramente de forma variada. Sin duda aunque el sistema educativo tiene muchas deficiencias y estas tienen un evidente sesgo clasista, pero, con todo, el nivel cultural de las nuevas generaciones de trabajadores es mayor que nunca y una buena proporción de jóvenes de clase obrera ha accedido a empleos que en otro tiempo resultaban impensables. E incluso es posible que exista algo de lo que algunos analistas consideran “sobreeducación” supone la existencia de sectores de la clase trabajadora con niveles educativos superiores a lo que requieren sus empleos (debajo del concepto subyace el temor a que una clase trabajadora culta exija cambios radicales).

Pero al mismo tiempo que han tenido lugar estos efectos positivos la extensión del sistema educativo ha tendido a laminar los contornos de clase y a legitimar nuevas formas de desigualdad. El hecho que todo el mundo pase por el sistema educativo y que en él se produzca una selección individual facilita que la posición que alcanza cada persona se valore en términos de sus propios méritos. Es evidente que en todos los sistemas educativos la selección no es socialmente neutral por razones diversas: desigual distribución de recursos materiales y culturales en el entorno familiar y vecinal,  inadecuada dotación de los centros públicos destinados a clase obrera (reforzada por los mecanismos de marginalización que genera la escuela privada al enviar a la pública a niños y niñas que se supone problemáticos), implicación del profesorado con el entorno,  sesgos sociales en la evaluación, etc. Pero estos son raramente considerados ni por la sociedad ni por los propios individuos, con lo que al final la selección se entiende como una mera recompensa al mérito y cada cual se autoidentifica con sus propios resultados: fracasados por su pereza o incapacidad unos, exitosos por su talento o esfuerzo otros. Y con ello se legitiman las desigualdades sociales que en muchos casos se arrastraran el resto de la vida. Lejos de fortalecer la capacidad de análisis colectivo de la clase trabajadora el sistema escolar tiende más bien a favorecer el desclasamiento de los jóvenes mas talentosos o más hábiles a la hora de superar los filtros, generando nuevas fracturas sociales entre grupos de asalariados.  No es casualidad que hoy el mayor debate que existe sobre la desigualdad es el planteado en términos de género, puesto que a la evidencia de una desigualdad flagrante en la situación laboral de hombres y mujeres se suma el hecho de que estas, que en general obtienen un buen rendimiento escolar, se ven sistemáticamente relegadas a puestos secundarios, o simplemente aparcadas en las colas del paro.

La otra gran transformación se está produciendo en las estructuras familiares y de género.  Cambios que tienen una profunda interrelación con las transformaciones de las pautas demográficas, aunque no sean idénticas.  No voy a tratar de explicar las razones que han provocado estos cambios aunque pueden detectarse diversos factores que los han provocado, desde la pérdida de poder de la iglesia católica sobre las conciencias de la gente hasta la extensión  de la escolarización, pasando por la acción cultural del feminismo, o por el impacto de las técnicas de control de la natalidad. También por factores económicos como la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral en parte como una exigencia igualitaria de carrera y en parte también por que el modelo tradicional de división social por género entre “ganadores de pan” y “amas de casa” es insostenible debido a lo reducido de muchos salarios masculinos y a las inestabilidad generada por el empleo flexible. Sea  cual sea la razón los resultados de estos cambios son evidentes en muchos campos: en el mercado laboral, donde las mujeres quieren participar en plano de igualdad, sin retirarse para cuidar de la familia y accediendo a una carrera laboral parecida a la de los hombres; en las actividades domésticas donde son crecientes las demandas de reparto igualitario de las cargas laborales (o se sustituyen por una apelación al “mercado” de servicios domésticos); en el de las propias estructuras familiares, como se constata en el crecimiento de las unidades unifamiliares y las recomposiciones familiares a que dan lugar las sucesivas crisis matrimoniales, etc.  Y todo ello en un contexto en el que los propios cambios demográficos, particularmente la prolongación de la vida humana, generan nuevas demandas de cuidados y se utilizan desde el poder como justificativos para erosionar los sistemas de prestaciones sociales.

Sin duda la transformación del sistema de género constituye uno de los cambios que con mayor radicalidad afectan a la propia identidad de clase y a los proyectos reivindicativos. No sólo porque la construcción social de la clase trabajadora se basaba en una concepción muy masculina del trabajo productivo y de los actores sociales del cambio. Especialmente porque el entero funcionamiento de las sociedades capitalistas reales se sustentaba en este sistema de género que incluía una fuerte división sexual del trabajo (especialización de hombres y mujeres en actividades diferentes, con diferente poder social) y en el papel de la familia como proveedora de servicios “complementarios” y como factor clave de cohesión social. Algo que sin duda ha seguido haciendo, como lo muestra la enorme capacidad de la familia mediterránea para evitar que el desempleo masivo de los jóvenes se convirtiera en un completo desastre social. Las demandas igualitarias de las mujeres, aunque sea en su forma más tímida de pedir un empleo digno, provocan una serie de contradicciones que sólo son resolubles con un replanteamiento bastante radical del papel de los diferentes espacios sociales (mercado laboral, sector público, espacio doméstico), un replanteamiento que no tiene una voz clara por cuanto las inercias del sistema patriarcal son poderosas y se refuerzan en la actual fase de hegemonía neoliberal. Esta incapacidad de cambiar se refleja en muchos espacios, como especialmente recuerdan el debate sobre la “conciliación laboral”,  la nueva pobreza femenina,  las persistentes discriminaciones salariales, el doble trabajo.... Una situación que en muchos casos está dando lugar a que amplias masas identifiquen claramente las evidentes desigualdades de género y en cambio sean incapaces de reconocer las también patentes desigualdades de clase social (algo que habitualmente suma en el caso de los millones de mujeres empleadas en los servicios,  la industria manufacturera o simplemente desempleadas). La discriminación femenina en el mercado laboral no se limita al “techo de cristal” que afecta a las mujeres profesionales cuya carrera esta casi siempre acotada, sino especialmente por el “suelo pegajoso” que constituyen los empleos de bajos salarios y reducido prestigios social en el que están atrapadas la mayoría de mujeres de clase obrera.(por ejemplo, Carrasco et al.2003) La reconstrucción de una sociedad alternativa exige pensar los problemas de forma diferente.

En los últimos años la inmigración extracomunitaria constituye una nueva línea de presión. Aunque los fenómenos migratorios han sido persistentes en la formación de la clase obrera urbana, por primera vez en la historia se ha producido una inmigración masiva de gente de diferentes países. El contexto en el que ha tenido lugar esta inmigración- una fase de crecimiento del empleo y de absorción de este nuevo colectivo en áreas del mercado laboral no deseadas por la población local (trabajos agrícolas, construcción, hostelería, servicio doméstico y atención a personas mayores....)- ha permitido un proceso relativamente tranquilo. Los conflictos , reales o latentes, existen y se manifiestan especialmente en algunos barrios de clase obrera donde la convivencia genera tensiones, casi siempre sobre un transfondo de racismo larvado.(Aunque el conflicto más fuerte, el del Ejido, tiene más de lucha de clases que de otra cosa). Las cosas pueden ir a peor si una nueva recesión aumenta el desempleo de estas personas y con ello la presión sobre los recursos públicos en forma de subsidios de paro. De hecho la mayor fuente actual de problemas tiene que ver con la “concurrencia” de nativos pobres y recién llegados por el acceso magros recursos públicos (plazas de guarderías, becas, ayudas para pobres...) y  a la percepción de inseguridad por parte de los nativos. Sin duda no todo es negativo, y hay bastantes buenas experiencias de convivencia y acogida, pero para que estas se profundicen también aquí es necesario generar  acciones tendentes a reforzar la solidaridad cosmopolita y  a desarrollar formas de actuación realmente unificadoras. Una actividad que tampoco puede hacerse si sólo se piensa en la clase obrera desde la perspectiva del empleo y no se actúa en sus lugares de residencia.

Hay que considerar otros muchos aspectos de la vida cotidiana en los que pueden detectarse cambios importantes. Empezando por el hecho obvio que la clase obrera actual es un grupo social propietario de viviendas y vehículos, lo que en cierta forma ha generado, especialmente en el caso de la vivienda, una cierta cultura del propietario, que en las burbujas inmobiliarias se convierte fácilmente en una cultura de la especulación.(que conduce a que en muchas luchas sociales tenga más importancia la idea de cómo afecta una cuestión al valor de venta del piso que a una consideración racional de derechos sociales). Un grupo social que está en gran parte “encadenado” al sistema financiero para acceder a esta propiedad. Los cambios no se reducen a los aspectos financieros. Uno de las cuestiones más evidentes ha sido la transformación en las formas urbanas. Aunque los viejos barrios y ciudades proletarias aún subsisten, se produce una permanente transformación que tiene como uno de sus ejes la creciente desvertebración de los espacios en los que vive la gente. La zonificación es una cuestión antigua, pero a principios de los años setenta esta se reducía a zonas residenciales (lo que en la época se llamaban “ciudades dormitorio”, ignorando la compleja vida social desarrollada especialmente por las mujeres que pasaban allí su vida entera) y áreas de trabajo (los polígonos industriales, las “citys” de oficinas y comercios). Para las nuevas generaciones la situación es más compleja, muchos han ido a vivir en pueblos y urbanizaciones, los centros de trabajo son distantes y, dada la volatilidad del empleo, a veces cambiantes, las actividades comerciales o de ocio se desarrollan también en otras partes (centros comerciales, áreas de recreo, residencias de fin de semana, etc.) y a menudo los niños se envían a colegios próximos a la vivienda de los padres jubilados que se encargan de cerrar el círculo de cuidados.... Una parte de la población trabajadora vive una vida espacialmente fragmentada lo que refuerza su aislamiento social y su individualismo, la dificultad de generar vínculos colectivos. Y crece el peso de la información recibida a través de los manipulados medios de comunicación de masas.  Se han debilitado las formas tradicionales de socialización y ello tiene efectos innegables para la construcción de respuestas colectivas.

En treinta años no sólo han cambiado las ocupaciones, sino que muchas cosas se han transformado. Sin contar la más obvia, la pérdida de un antagonismo al capitalismo que ejerciera de referente utópico. Aunque me inclino a pensar que para la inmensa mayoría de población trabajadora ya en los setentas la utopía estaba más en Alemania y Suecia que en la U.R.S.S. (de aquí el primer éxito electoral del P.S.O.E.) y que la crisis social del proyecto emancipatorio tiene más que ver con las dinámicas de acá que con el hundimiento de algo que sólo parecía apetecible para alguna gente de buena fe poco informada. Muchas de estas transformaciones han reforzado la fragmentación social de la clase asalariada, aunque también hay cuestiones, como la de la crisis de las estructuras patriarcales o la propia escolarización que permiten pensar que hay espacios para empezar a desarrollar un nuevo proyecto.

IV

Hace ya bastantes años que los mejores análisis sobre el mercado laboral se han basado en el enfoque de la segmentación, la existencia de diferentes submercados laborales que se organizan de formas diferentes y que generan a su vez condiciones laborales y de vida asimismo diferenciadas. Considero que se trata de un buen enfoque útil tanto para analizar las desigualdades existentes en materia de salarios, estabilidad laboral, sindicación, etc. como para entender la ausencia de una cultura común clasista entre la inmensa mayoría de asalariados.  Los sucesivos análisis desarrollados por estos analistas han permitido mostrar como los diferentes segmentos laborales están delimitados tanto por las acciones de las empresas capitalistas como por la presencia de instituciones nacionales o locales  que modelan, amplifican, reducen , modifican las políticas empresariales. También se ha podido mostrar la importante interrelación existente entre la estructura de los segmentos laborales y las estructuras de género y nacionalidad presentes en todos los países.  Traducido en clave política podría entenderse que la segmentación actúa como un poderoso mecanismo de diferenciación social, aunque en su generación intervienen tanto las políticas empresariales de control y dominio de la clase trabajadora como las respuestas de la clase obrera en demanda de mejores condiciones de empleo, con lo que el proceso no puede entenderse en clave meramente conspirativa.

Cuando se formulo la teoría, a principios de la década de los setenta, la mayor divisoria se producía entre empleados de las grandes empresas, con empleo estable, una cierta posibilidad de carrera interna y condiciones laborales (salarios, prestaciones complementarias,  servicios de empresa) superiores al del resto de empleados de las pequeñas empresas y de los sectores dominados por una enorme inestabilidad, El predominio de las grandes empresas hacía pensar en un mercado secundario de amplitud relativamente reducida, al mismo tiempo que la importante implantación sindical en las grandes empresa auguraba una enorme capacidad de estos sectores para hegemonizar procesos sociales que acabarían beneficiando a todo el mundo.

Hoy las cosas han cambiado bastante (aunque nunca cambian del todo). Los cambios organizativos, sectoriales, tecnológicos a los que nos hemos referido anteriormente han alterado las dimensiones y las formas de operar de los distintos segmentos y, sin lugar a dudas, ampliado el peso de los considerados "secundarios": inestables, mal retribuidos, poco valorados socialmente….Pero como ya he sugerido anteriormente ello no puede traducirse en el "todo precario"  con los que a veces piensan los activistas de izquierda. Los cambios son más complejos como resultado de la interacción de los cambios en el sistema productivo, el sector público, el sistema educativo y el de género.

Si nos  atenemos a los datos estadísticos, aproximadamente el 40% de las personas con empleo ocupan actualmente puestos de trabajo de cuello blanco: directivos, profesionales,  técnicos medios y  administrativos. El resto son trabajadores manuales: agrícolas,  de la industria y la construcción y de servicios. Entre estos últimos no todos son asalariados, puesto que entre ellos también figuran los autónomos de la construcción y el transporte. Estas diferencias se multiplican si atenemos a variables de género- las mujeres se dividen entre profesionales, mayoritariamente en el sector público y trabajadoras de servicios y administrativas en el sector privado (más alguna actividad industrial como el textil o algunos segmentos de la industria alimentaria).- al tipo de empleador- público-privado, gran empresa o pequeña empresa-  a la situación contractual- un tercio de empleados tiene contratos temporales, pero estos tienen mucha mayor importancia en el caso de los jóvenes y las mujeres que entre los hombres adultos- y se reflejan en otros muchos factores, como el nivel de salarios, la jornada laboral, las posibilidades de carrera profesional, la estabilidad en el empleo o, como ya se ha comentado, el proceso de expulsión del mercado laboral. El hecho que el nivel educativo influya en las posibilidades de empleo, en particular sea la puerta de entrada para el sector público y buena parte de las actividades de empleo estable (por ejemplo la banca) refuerza la percepción de la situación laboral en términos de mérito personal más que de clase. De la misma forma que en sectores con elevada precarización del empleo, como es el caso de la construcción, trabajadores con buena experiencia laboral son capaces de obtener ingresos relativamente elevados, diferenciándose del grupo de mano de obra no profesional, crecientemente formada por inmigrados extranjeros con pocos derechos sociales.

Más que una clase social compacta la población asalariada forma hoy un continuo heterogéneo de personas, que si bien tiene en común cosas muy fundamentales (la dependencia del empleo asalariado, la imposibilidad de gestionar la incertidumbre, la ausencia de poder real para configurar las cosas de otro modo, una presión creciente sobre su vida cotidiana), difiere en otros aspectos sustanciales de índole objetiva (nivel de ingresos, estabilidad en el empleo,  jornada laboral….) y subjetiva en función de su situación de género, nacionalidad, nivel educativo alcanzado, entorno local, etc. En un contexto donde la experiencia del paro masivo y un discurso persistente desde los especialistas académicos y los medios de comunicación sobre la competitividad, la globalización y la redundancia del trabajo común devalúa aún más la conciencia de pertenencia a un grupo social con perfiles propios y capacidad de proyecto social. Por esto la apelación a la clase obrera tiene cada vez menos capacidad de movilización social y a menudo la denuncia de situaciones concretas, como la precariedad, sólo son entendibles por sectores específicos de este grupo social.

V

Aunque nunca se repite la historia, creo que las cosas tampoco son completamente nuevas. El análisis marxista de la sociedad en términos de dos únicos grupos antagónicos tenía la ventaja de simplificar la dinámica social a costa de perder realismo. La misma introducción del concepto de "aristocracia obrera" por parte de Lenin, reflejaba lo difícil de aplicar un análisis simplista a estructuras sociales complejas. De la misma forma que el debate entre "clase en sí" y "clase para sí" planteaba la existencia de fuertes divergencias entre el grupo social que se presuponía iba a traer un mundo nuevo y la existencia real de este mismo grupo, con sus contradicciones, mezquindades y grandezas.

Después el stalinismo, el dogmatismo teórico, la pereza intelectual y las inercias de la propia tradición, contribuyeron a fomentar una visión relativamente simplista de una clase obrera relativamente homogénea, cuyo centro lo constituían los asalariados masculinos del sector industrial. Una visión que tenía (a costa, por ejemplo, de marginar a la mitad femenina de la especie) algún viso de realismo en el período de auge keynesiano en los países industrialmente más avanzados (por ejemplo Alemania), pero que pierde todo su valor cuando se han producido las transformaciones antes comentadas. Unas transformaciones que si en bastantes casos pueden considerarse involutivas- crecimiento de la inseguridad económica, fragmentación social, etc.- en otros apuntan posibilidades alternativas- difusión de la educación, expansión de los servicios públicos- y otras en definitiva han servido para mostrar lo inadecuado del viejo modelo de la izquierda patriarcal- nuevas relaciones de género. Y que exigen una reelaboración de imaginarios, dinámicas y propuestas alternativas.

No se trata de una cuestión intelectual, sino que tiene un enorme componente práctico. Cualquier proceso social exitoso requiere una elevada movilización social y esta sólo es factible si consigue la simpatía, el apoyo, la participación activa de mucha gente. Y esta requiere no sólo de planteamientos reivindicativos, sino también de elementos culturales que ayuden a aglutinar fuerzas y a identificarse con un movimiento.  Máxime cuando se trata de hacer frente a un modelo social neoliberal que retrotrae la sociedad hacia un mundo clasista, racista, agresivo para la especie y el entorno y generador de enormes sufrimientos individuales. Y cuando este orden neoliberal no sólo es defendido por las clases dominantes, sino que en partes sustanciales ha permeado a la mayor parte de fuerzas políticas de izquierda, de organizaciones sociales como los sindicatos y a un buen puñado de pensadores progresistas, Y también en este caso las cuestiones de clase son importantes.

Considero que la ausencia de reflexión sobre el tema constituye una de las principales carencias de buena parte de los proyectos alternativos. Las principales respuestas a la situación actual se plantean en clave de "resistencias" o de "proyectos altermundistas". En el primer caso estas suelen ser movimientos de lucha en los viejos sectores "fuertes" de la clase obrera, luchas en empresas aisladas en torno a problemas locales: regulaciones de empleo, recortes salariales… Sin duda necesarias y meritorias, pero reducida a pequeños entornos favorables, sin pretensión de generalizar demandas, cuando no contradictorias con proyectos sociales de mayor calado (como la defensa del empleo basada en el mantenimiento de la producción de material militar o la perpetuación del modelo automovilístico). En el caso del "altermundismo" lo que más me impresiona es la generalización de un discurso anticapitalista sin apelación a la organización de las clases trabajadoras, lo que de hecho se corresponde con unos "movimientos sociales" integrados mayoritariamente por personas con poca vinculación real con la gente trabajadora corriente. Siempre he desconfiado de las demandas igualitarias que no consideran una cuestión esencial la organización de la gente más desfavorecida. Tampoco algunas propuestas de la izquierda no radical de sustituir la lucha de clases por la lucha contra la pobreza y la exclusión social me parecen adecuadas. En buena medida porque son más asistenciales que movilizadoras, y porque culturalmente excluyen debatir sobre  la indeseabilidad de un sistema social en el que la pobreza y la marginación es sólo la forma más evidente de una cadena de desigualdades.

Puede que la exigencia de la vieja izquierda de "proletarizar" a los estudiantes fuera inadecuada, pero al menos tenía la voluntad de mezclar a los activistas con los supuestos emancipadores. No se trata de repetir errores, pero sí de situar en primer plano la organización por abajo. Una organización que sólo será posible si se parte de considerar la heterogeneidad existente y la presencia de contradicciones en el bloque alternativo. Como las que plantean las demandas igualitarias de las mujeres,  o las que enfrentan a las necesarias reformas ecológicas con el empleo de mucha gente, o las que diferencian al personal por su origen nacional y sus papeles

VI

La clase obrera mítica efectivamente no existe, Quizás nunca existió.
Cuando afirmo esto siempre recomiendo la lectura de Paul Lafargue (1973), quién defendió la pereza argumentando que el grupo laboral mayoritario era el de los sirvientes de los ricos. Y después de más de cien años una parte creciente sigue dedicando tiempo a los servicios personales ( y sin duda en una proporción inaceptable sirviendo y protegiendo la riqueza de unos pocos, aunque también se ha hecho patente que hay cuidados de interés universal). Y como nos recuerda E. P. Thompson los movimientos obreros reales siempre fueron constelaciones de diversos grupos sociales en torno a un proyecto común.

Confrontar hoy el capitalismo neoliberal exige una reconstrucción de una alianza social alternativa. Y en una sociedad donde la dependencia y la inseguridad económica y ecológica son tan masivas esto debería ser posible, Y donde una gran parte de aportaciones intelectuales y de movimientos sociales plantean auténticas demandas de democratización social , que sugieren potencialidades de elaboración alternativa. Pero esta reconstrucción exige un esfuerzo básico de recomposición cultural y de organización de los sectores más desfavorecidos.

Una recomposición social que no puede hacerse sobre la base de la clase obrera masculina industrial, sino que debe considerar el marco más amplio de la población asalariada en torno a un proceso social alternativo. Las bases de un tal proyecto han sido en gran parte planteadas por movimientos sociales y pensadores alternativos: 

Profundización democrática, en términos de participación y control social en la toma de decisiones.

Satisfacción universal de necesidades básicas , lo que no sólo supone garantizar la creación de condiciones adecuadas para que estas se garanticen, sino eliminar privilegios inaceptables

 Igualitarismo de género y reorganización social orientada a distribuir equitativamente la carga global de trabajo,  a situar el cuidado de las personas en el centro de la actividad económica y a eliminar la discriminación que padecen las mujeres en múltiples ámbitos de la vida social

Igualitarismo social, orientado a garantizar una situación social satisfactoria a todas las personas, con independencia de la actividad social que realicen. Sin duda ello supone tanto una revalorización de actividades básicas (como las realizada por muchos trabajadores y trabajadoras manuales), como un nuevo diseño de muchos campos de la vida social: educación,  organización del trabajo., etc,

Cosmopolitismo orientado a desarrollar una convivencia realmente universal y, en el plano local, a favorecer un multiculturalismo progresista y a erradicar el clasismo étnico que asigna a determinados grupos nacionales trabajos inaceptables,

Sostenibilidad ecológica, que exige un replanteamiento de las necesidades técnico-productivas y la elaboración de propuestas que permitan una transición social aceptable, en términos de ofrecer alternativas a los millones de personas empleadas en actividades insostenibles.

Construir una identidad social entorno a estas cuestiones no va a ser fácil. Y por ello conviene partir de conocer cuales son las líneas de separación, las contradicciones más importantes y  elaborar propuestas que ayuden a superarlas y a generar un nuevo cimiento social. A pesar de las diferencias, hay muchas circunstancias comunes entre hombres y mujeres de diferentes grupos laborales, y con ello campo para desarrollar proyectos colectivos. Pero para llegar a buen puerto se requiere insistencia y no despreciar ninguna posibilidad de mediación. Por este sigo pensando que el sectarismo entre "nuevos movimientos" y organizaciones más asentadas (sindicatos, asociaciones de vecinos, etc.) es inútil, y que por mucho que los avances sean escasos, cada vez que se consigue una concreción, en términos programáticos, de movilización etc. se da un paso importante en el camino de esta reconstrucción.  Y también que la fuerza de los movimientos alternativos debe radicar en su capacidad de penetración y autoorganización de las franjas de la clase obrera que padecen en mayor medida los efectos de un inicuo modelo social. Sectores que el discurso del fin del proletariado,  el carácter post-moderno de muchos movimientos sociales, el conservadurismo de los restos de la vieja izquierda y el impacto de los cambios sociales ha dejado casi desorganizados y con confusas referencias sociales. Que el poder del gran capital nos derrote quizás es inevitable, que el populismo derechista y el economicismo ramplón no sean los únicos discursos culturales que recibe el grueso de las clases trabajadoras son un deber moral y una necesidad de aquellas personas que decimos que este mundo no nos gusta. Y para ello es necesario que nos planteemos una eficaz acción capilar y un planteamiento de acción realista.

                                                          Diciembre de 2004


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