Alfonso Antona Rodríguez y Juan Madrid Gutiérrez
Anticoncepción de emergencia, adolescencia
y representaciones sociales

23 de febrero de 2009
Página Abierta, 208, mayo-junio de 2010.

            El uso de medidas de protección contra el embarazo no planificado (ENP) y las infecciones de transmisión sexual (ITS) en la adolescencia están condicionados por la especificidad de las relaciones afectivas y emocionales de los jóvenes, algunas dificultades en el manejo de métodos anticonceptivos, el déficit en la educación sexual y reproductiva y los problemas para manejar los recursos sanitarios, entre otros (1). No se nos escapa la gran variabilidad de necesidades y perfiles de las y los adolescentes, situación que impide las generalizaciones.

            La edad de inicio de relaciones con penetración en menores de 20 años varía según los estudios (2), pero estaría entre los 16 y los 17 años. El 28,8% de los jóvenes de 15 y 16 años han tenido relaciones sexuales con penetración, de los que el 11% no han utilizado de forma habitual métodos de prevención eficaces (3). Según el Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid (4), el 58% de los varones y el 54% de las mujeres de entre 16 y 24 años usan métodos anticonceptivos, y se observa que lo hacen con mayor frecuencia los individuos de las clases sociales más favorecidas. Entre las mujeres de 16 a 24 años, el 19% refiere usar anticoncepción hormonal oral (AHO) y el 29% preservativo; entre los varones, el 4% refiere el uso de AHO y el 50% preservativo. La tasa de fecundidad para las mujeres de entre 15 y 19 años en la ciudad de Madrid (5) es de 13,18 por 10.000, tasa que en en el Estado español (6) es de 10,75 por 10.000. En Madrid, el porcentaje de embarazos que acaban en interrupción (IVE) en mujeres menores de 20 años (7) es de un 54,35% en españolas y de un 52,67% en extranjeras. En la ciudad de Madrid, la tasa de IVE para mujeres en edad fértil es de 16,3 por 1.000, y un 11,5% corresponde a las menores de 20 años (8).

            En nuestro entorno, la anticoncepción de emergencia (AE) y la normalización de su consumo (9) se ha convertido en un tema de interés no exento de polémica. Existen grandes diferencias entre las distintas comunidades autónomas en la disponibilidad, distribución, precio, etc. (10). No siempre es fácil el manejo de la AE en los dispositivos de salud. El objeto de este artículo es mostrar algunas de las variables cognitivas que condicionan el uso del preservativo masculino y que puede abocar en la demanda de AE por parte de la población adolescente.

Sujetos y métodos

            Presentamos algunos resultados de un estudio cualitativo más amplio, en el que se analizan las representaciones sociales sobre salud sexual (SS) y salud reproductiva (SR) de la población adolescente que demanda AE en el Centro Madrid Salud Joven (CMSJ). La muestra no tiene representatividad estadística, sino que se trata de sujetos que representan el arco discursivo buscado. Los criterios de inclusión fueron: edad hasta 20 años, con dos segmentos etarios (16-17 y 18-20), del municipio de Madrid. Las variables que se utilizaron para diseñar la muestra fueron: edad, nivel de estudios, accesibilidad geográfica, ocupación, país de origen y número de AE en un año. El trabajo de campo se realizó mediante 17 (14 españolas y 3 ecuatorianas) entrevistas abiertas individuales en el mes posterior al uso de la AE, y dos grupos de discusión, de 16 a 17 años (7 chicas) y de 18 a 19 años (4 chicas). Las principales limitaciones del estudio han sido la muestra oportunista y la ausencia de varones, por lo que no podemos hablar de percepciones y representaciones sociales de adolescentes, sino de mujeres adolescentes incluidas en la muestra.

            Para el análisis y validación se completa con una triangulación con observación y entrevistas con los profesionales del CMSJ. En los resultados hemos optado por incorporar, según la costumbre etnográfica, extractos significativos del vaciado categorización de las entrevistas con la intención de aportar claridad a los resultados. Entre paréntesis aparece la edad de las entrevistadas. Partimos de un trabajo de carácter descriptivo transversal, en el que se recogen y analizan los resultados del total de historias clínicas (5.823) de AE del año 2006. Se utiliza el OMI-AP como soporte para el registro de datos y el programa estadístico SPSS.10 para el análisis. El 99,9% (5.820) son mujeres. La edad media fue de 19,4 años (mínima de 13,3 y máxima de 45,1). El 25% tenía menos de 17,4 años y un 75% menos de 20,9 años.

Resultados

            Se suele acceder al recurso de la AE a través de las amigas (60%); le siguen las hermanas mayores y las madres. Otros recursos son Internet (6,1%) y las intervenciones educativas (2,8%). En el 33% de las ocasiones, la pareja está presente. La causa más frecuente por la que se demanda AE es un accidente (73,1%) con el preservativo masculino: rotura, retención, etc. (ver Tabla 1). El resto alega no uso; la rotura representa el 62,1%. De las demandantes de AE no tenían ningún antecedente de gestación el 85%, uno el 12,6% y dos o más el 2,9%. Estos embarazos previos habían finalizado de la siguiente manera: el 10% en abortos espontáneos, el 27,7% en partos con nacidos vivos y 62% en IVE. Declaran no utilizar habitualmente ningún anticonceptivo el 5,3%. Tomaron AE al menos una vez con anterioridad a la demanda analizada el 46,8% de las chicas. En las entrevistas aparecía de forma recurrente la preocupación por los efectos secundarios y por la forma como las hormonas podrían interferir en su organismo a largo plazo. En el 4,1% apareció algún efecto secundario: náuseas/vómitos (35,7%), mareo/malestar (24,4%), dolor abdominal (12,4%), cefalea (11,9%), manchado (10,2%), alteraciones del ciclo menstrual (10,3%). Otros efectos secundarios menos frecuentes fueron: dismenorrea en la siguiente menstruación (2,7%), mastalgia (1,1%), tristeza (1,1%), taquicardia (0,5%). Del total de mujeres que acudieron a consulta, al 94% se les administró la AE y al 3,9% no, por no estar indicado.

            Dentro del subgrupo que recibió la píldora (5.475), en 118 casos tenemos registrada su efectividad, y su fallo en 5 de ellas (4,2%). La tasa de fallo tiene un sesgo muy importante porque el número de usuarias con las se ha podido contactar para comprobar la eficacia es muy pequeño. La mayoría de las entrevistadas, aunque en general hacen una valoración positiva de su relación con madres y padres, manifiestan que no existe la confianza suficiente ni para pedirles información ni para compartir su mundo emotivo y sexual, tampoco para solicitar ayuda a la hora de requerir la AE. Refieren que para la familia es complicado aceptar que “su niña” está teniendo relaciones con penetración.

            No se han encontrado diferencias atribuibles a la diferente tipología de núcleo familiar: “... porque en mi casa son muy... muy, bueno, hasta que tengas un novio sé que nada...” (20) “... a mí lo principal que me interesa es que no se enteren mis padres” (16). “... bueno, esa mujer me destierra... me mata, me cuelga, me...” (17). “... mi madre es mi mejor amiga en algunos ámbitos... pero ya cosas de hombres, eso ya me da vergüenza...” (19).

            Al menos en el plano discursivo, todas las entrevistadas hacen atribuciones positivas de la sexualidad. Las categorías más usadas son: natural, sano y bueno. En la totalidad se observa la asunción e interiorización del discurso adulto (sexista, genitalista y coito-céntrico). Los roles de género están interiorizados. Sus parejas tienen más edad y presentan al varón como experto (haber tenido otras relaciones). Con independencia de la edad, al referirse a su primera relación coital usan el diminutivo (niñata, añitos, pequeña) para describirse; así, los “errores” pasados son atribuidos a la inexperiencia asociada a la corta edad.

            Permanentemente, al menos a nivel de discurso, aparece normalizada la necesidad de usar preservativo. Los contextos y condiciones favorables (tranquilidad, confianza o privacidad) ayudan al uso de medidas de protección. En el otro extremo del argumento, existen contextos que lo dificultan (falta de privacidad, de confianza, mala suerte o falta de previsión): “... que no, no, no, no, no, solamente ya por el embarazo, por el sida y por todo, no, yo no...” (18). “El preservativo me parece que es natural, innato” (17).

            Cuanto más próxima se percibe la relación afectiva, menor es la percepción de riesgo: “... como me he acostado con gente que más o menos conozco... he sido amiga de ellos antes...” (19). “... porque todo el mundo quiere protegerse, sobre todo con una persona que no conoces... le conozco mucho y sé que él no tiene nada...” (18). “Es que, hombre, tu confías en tu pareja y sabes que no te va a ser infiel...” (19). “... si es el chico de una disco, el preservativo lo primero, pero si es tu novio y estás enamoradísima de él, pues...” (16). “... que no lo pienso porque siempre es gente que conozco tal y me da seguridad...” (18). “... los otros... bueno, pues no sé, no, son amigos, gente que confío que no se suelen tirar a cualquiera, no sé por qué pero... que no son unos que te encuentras en la calle...” (18).

            En una relación “estable” de confianza, el preservativo se convierte en una barrera para la espontaneidad, una interferencia que hay que limitar o eliminar. Con la pareja habitual la preocupación principal se focaliza en la posibilidad del embarazo. Cuando la persona se aleja del círculo afectivo y relacional, la preocupación principal se sitúa en las ITS. La proximidad emocional proporciona una falsa sensación de seguridad: “... cuando me importa una persona me doy entera...” (16). En esta situación, las ITS no suelen estar presentes para tomar iniciativas de protección, es algo ajeno a ellas, les pasa a las “otras”: “... las veo [ITS] como algo que no me va a pasar a mí...” (18). “... el cuarto de hora primero a pelo y luego ya se pone el condón... yo que sé, un fallo lo tiene cualquiera...” (16).

            Son dos los argumentos que con mayor frecuencia se utilizan para explicar el no uso de preservativo: fuimos un poco inconscientes (ellas que se arrogan la obligación de controlar) o el accidente. Pero la inconsciencia o los accidentes tienen límites: de vez en cuando, en determinadas y excepcionales circunstancias “nos dejamos llevar...” (19). “... no quiero que se me vaya más la cabeza...” (18). “... no lo veo normal, deberíamos ser más conscientes...” (17). Las informantes suelen asumir el fallo, con lo que se refuerza el discurso por el que la carga de responsabilidad en anticoncepción ha de ser asumida por la mujer: “... que si no les dices nada, por ellos ni se lo pondrían...” (20). “... sí estaba un poco enfadada conmigo misma... no le paré los pies y...” (17).

            Sin embargo, en una contradicción discursiva, en ocasiones hay que consolar al varón porque él ha fallado en la atribución que su rol le asigna: ser competente en el uso del preservativo o la marcha atrás: “... esto es por mi culpa... porque entonces le hundí al pobre, es como herir su orgullo masculino...” (19). La presión afectiva y el chantaje emocional condicionan los resultados de la negociación para usar el preservativo. Es importante reflejar cómo en varias entrevistas se verbaliza que en ocasiones es necesario asumir el riesgo de un embarazo para evitar un posible mal mayor: el abandono: “... ellas no piensan ni en hijos ni en nada, sólo piensan que su novio la va dejar si no lo hace así...” (18). Tras el accidente, algunas mujeres optan por no volver a mantener relaciones durante el ciclo, bien por aumentar el grado de seguridad, por falta de confianza en el método o como sanción autoimpuesta o para el otro.

            Presentan al amor como justificante del deseo y potenciador del placer. Ante la eventualidad de que placer y amor no siempre vayan de la mano, se jerarquiza. Se acepta la posibilidad de tener relaciones coitales con personas de las que no se está enamorada, pero no es lo ideal. El sexo es mejor con amor o el sucedáneo, cariño: “... no es lo mismo, el sexo te une más. Es más amor...” (18). “... para tener sexo tengo que estar enamorada...” (17). “... es que no sé, necesito sentirme querida...” (19). Se establecen categorías en las relaciones coitales: “Hacer el amor” y “echar un polvo”. El sexo sin amor, “echar un polvo”, puede ser legitimado, pero siempre con ciertos niveles de carga afectiva; si no, es vicio. Hacerlo sin carga afectiva es cosa de “putas” y además tontas. Son las “otras”, las que se dejan hacer “de todo”: “... hay que diferenciar entre el sexo de lo que es hacer el amor...” (16). “... y no es porque sí, por placer, no, no, eso conmigo no va...” (17). “... yo lo veo como una obra de amor...” (16). “... que sepa que, ¿sabes?, que hay algo...” (19).

            En referencia a “su primera vez”, idealizaban un perfil que tendría que cumplir una serie de requisitos, muy próximo al modelo de “príncipe azul”. Por regla general, esa primera vez “surgía” porque ya “era el momento”; no es algo planificado: “... bueno, yo me levanté un día y dije, ya puedo... yo me enamoré muchísimo de él y tal, y lo hice...” (18). “... no sé, yo pienso que eso hice mal, porque, no sé yo, es que a lo mejor que me hice ilusiones demasiado pronto y eso, no sé, el chico es que tampoco...” (16). La virginidad aparece como una especie de ofrenda al ser amado: “... tenía muchísimo miedo de perderla [la virginidad] y que luego me soltara y se fuera con otra...” (16). “... sí, claro, yo le hice esperar, y quieras que no él esperó...” (17). “... yo quería que mi primera vez fuera decente...” (18).

Son las chicas las que han de tomar medidas para que su proyecto de vida no se trunque. Otra vez la anticoncepción es cosa “suya”: “Antes... cualquier otra cosa, acabar mi carrera...” (17). “... tener un hijo... tendría que renunciar totalmente...” (20). “... porque está claro que si tienes un crío pierdes toda la vida...” (19). “... hijos los voy a tener a los 35...” (19).

Cuando las relaciones se perciben como “estables”, aparece en los discursos la necesidad de utilizar otro método; el preservativo se maneja como un método transitorio. Pasar del preservativo a, por ejemplo, la AHO es una muestra de estabilidad afectiva, de proyecto de futuro. En ocasiones, tras una experiencia fallida con el preservativo, se pierde la confianza y se buscan otros métodos. Otro argumento para no usar preservativo es la “pérdida de sensibilidad”. Esta atribución negativa la hace suya la chica y, en ocasiones, presionada por la pareja, opta por el uso de AHO. Uno de los inconvenientes para usar la AHO es la posibilidad de que los padres se enteren.

            La totalidad de las entrevistadas reconocen la AE como un método de emergencia y no como un anticonceptivo habitual, aunque algunas reconocen que en una situación de “descontrol” les tranquiliza la posibilidad de poder recurrir a ella. Tras la información recibida en el CMSJ, destacaban desconocer que la AE no tiene una eficacia del 100% y las alteraciones en el ciclo menstrual. Estos aspectos ponían en cuestión el efecto ansiolítico que en algunas ocasiones se busca en la demanda de AE: “... o sea, porque sé que me voy a comer la cabeza todo el tiempo hasta que me baje la regla...” (18). Las preguntas más frecuentes sobre la AE son: cuándo me vendrá la regla (a fin de disminuir los niveles de ansiedad), y el efecto de sobrecarga hormonal sobre sus cuerpos (probablemente como consecuencia de la información recibida de los profesionales).

Discusión

            A los sesgos de este tipo de estudios tendríamos que añadir que los datos presentados no son extrapolables a la población general, porque aunque hay una muestra muy grande (descriptivo de las historias), los resultados sólo son aplicables al perfil presentado (usuarias del CMSJ). Que la población sea femenina tiene que ver con el motivo de consulta, aunque en ocasiones la pareja esté presente. Son muy pocas las mujeres menores de 16 años. El número de embarazos previos está concentrado principalmente en las mujeres mayores de 24 años, con una elevada presencia de mujeres inmigrantes.

            La necesidad de usar un método anticonceptivo, y en concreto el preservativo, está interiorizada a nivel discursivo en todas las entrevistadas. Un elemento a tener en cuenta al analizar desde los discursos por qué refieren como principal causa para la demanda de AE la rotura del preservativo es que la respuesta pudiera estar condicionada por el rumor compartido de que, en el supuesto de no haberlo usado, esto podría ser causa de que se les denegara la AE en los centros de salud.

            Lameiras plantea que «el joven que declara intención de riesgo con la pareja habitual tiene más probabilidades de hacer un uso sistemático del condón» (11), lo que coincide con los discursos de nuestras entrevistadas. Así, tener pareja “estable” puede estar convirtiéndose en un “factor de riesgo”, determinado por un gradiente de riesgo  definido como el coeficiente marcado por el grado de proximidad relacional (amistad, vecindad) y el grado de proximidad afectiva (atracción-amor). Correr el riesgo de contraer una ITS es un precio que, depende con quién, “se puede” pagar para mantener el vínculo afectivo. Como las entrevistas están realizadas con mujeres y no tenemos los discursos de las parejas, no podemos inferir mucho, pero se deja traslucir que en la mayoría de las ocasiones la chica sí hace concesiones conscientes en la asunción de riesgos, en tanto que los chicos probablemente no elaborarían el discurso en los mismos términos. La toma de decisión para usar anticonceptivos eficaces, sobre todo condón, obedece principalmente a evitar la ruptura de un proyecto de vida, por lo que en el imaginario de las chicas no está la sublimación de tener hijos como argumento para el no uso de un método anticonceptivo, en lo que coincidimos con Conde (12).

            El amor romántico se percibe como un catalizador y amortiguador de la “crudeza” del sexo. Idealizado, con la atribución necesaria de la fidelidad, aparece la falsa percepción de que con la persona amada no se correrán riesgos. Todo el pasado relacional de la pareja desaparece, por lo que el amor se configura en una especie de “método barrera”. La primera vez se reviste de un ropaje simbólico; es un rito de paso que precisa de una puesta en escena y de actores ad hoc. La contraprestación a la entrega de un bien valioso, en ocasiones de prestigio, como la virginidad exige reciprocidad; el precio, el amor.

            Coincidiendo con Rodríguez (13), es ella la que ha de presionar para el uso del preservativo, es su responsabilidad (sentida). Expresan tener conciencia de las contradicciones entre discursos y prácticas en las que están inmersas cuando se enfrentan sobre todo al manejo de las situaciones de riesgo, apareciendo el componente de género como determinante. En este juego discursivo, ellas, las “inexpertas”, tienen dificultades a la hora de tomar decisiones. Ellos retan los riesgos, ellas los asumen. La totalidad manifiesta la necesidad de tener más control sobre su sexualidad y, por ende, sobre su cuerpo. Cuando declaran una falta de control, no justificada por la inconsciencia, suele ser una atribución externa situacional (uso de sustancias tóxicas), o sobre la pareja, y es habitual la referencia a la indefensión: “me dejé convencer”, “me fié de su experiencia”, “él controlaba”.

            Coincidiendo con otros estudios recientes (14), la mayoría de las chicas declara que el preservativo es una interferencia en su interacción sexual, que lo “natural” es no usarlo. Lo natural aparece como una categoría positiva en contraposición a lo artificial, en nuestro caso representado en el condón. Las relaciones naturales (léase positivas) no pueden ser contaminadas con artefactos. Por el contrario, la AHO, al no estar presente en el momento “amatorio”, no es percibida como interrupción. Es más, se presenta como un facilitador de la naturalidad de la interacción sexual. La confianza, la entrega, forman parte de la “naturaleza” del amor. Así, el preservativo, en tanto que cuerpo extraño, cuestiona los pilares básicos del amor, no
se justifica.

            La AE se utiliza, entre otras cosas, como un elemento de profilaxis para la angustia. Una vez llega la menstruación, la ansiedad desaparece y vuelve a disminuir la percepción de riesgo, sobre todo para la protección frente a ITS. Cuando se han reiterado los fallos en el uso del preservativo, las mujeres se cuestionan seguir usándolo, les genera inseguridad y argumentos para utilizar métodos anticonceptivos alternativos, con lo que se refuerza el discurso que presenta al preservativo como algo negativo.

            Cuando en el entorno familiar no se ha hablado de forma abierta de sexualidad en la infancia, en la adolescencia, probablemente sea tarde, por lo que las madres y padres no suelen ser la primera opción para resolver los problemas; sería un reconocimiento de facto de que se están manteniendo relaciones coitales. Son dos los principales elementos de la renuencia a decirles que usan anticoncepción: la premisa de que no va a ser aceptado ni entendido y que su sexualidad es una de las zonas de intimidad que con mayor ahínco guardan.

            La AE es una estrategia eficaz para la prevención de embarazos, con una tasa de fallo pequeña y segura, con poca incidencia de efectos secundarios (15). En lo relativo a la razón de demanda por accidente con el preservativo, nuestros datos coinciden con los de otros estudios (16) en que el 62% se había roto, el 6,5% se había descolocado y el 11% había quedado retenido.

Conclusiones

            Los componentes que limitan la percepción de riesgo de ITS son: proximidad emocional y relacional, centralidad en el riesgo de ENP y deficiente información. Tener que demandar AE es consecuencia de factores exógenos, del azar, de la mala suerte (accidente), con o sin la concurrencia de factores endógenos (inconsciencia). Entre los elementos para justificar el “accidente” aparecen: el abuso de sustancias tóxicas, las prisas y la falta de espacios “tranquilos” de relación.

            Cuando existen canales intrafamiliares de comunicación funcionales, mejora la percepción de salud de las entrevistadas, así como la puesta en práctica de medidas de protección. Las chicas que refieren tener redes sociales desarrolladas se muestran más competentes en el uso de métodos anticonceptivos. Los roles de género condicionan que la percepción de salud y la necesidad de cuidados se exprese en términos positivos. Cuando la pareja masculina ofrece resistencias para el uso de métodos de protección, la negociación es muy compleja con la pareja afectiva próxima y ofrece menos dificultades con las alejadas.

            A nivel discursivo tienen asumido que la AE no es un método para usarlo habitualmente; en paralelo, expresan que su existencia para solucionar los “accidentes” les confiere tranquilidad. Las entrevistadas que tuvieron experiencia de IVE anterior elaboran sus discursos desde la ansiedad, la culpa y la vergüenza. La educación sexual se sigue mostrando como el mejor camino para la prevención.

Alfonso Antona Rodríguez es antropólogo del Instituto de Salud Pública. Madrid Salud. Juan Madrid Gutiérrez es médico del Centro Madrid Salud Joven. Madrid Salud. Este estudio fue publicado en la revista Sexología Integral, vol. 6, nº 3, 2009. 

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(1) Antona A., “Promoción de la salud y prevención de enfermedades sexuales”, Revista de Estudios de Juventud, 2001, 55: 31-8.
(2) Instituto Nacional de Estadística. http://www.ine.es/ioe/ioeFicha.jsp? cod=30455; Ministerio de Sanidad y Consumo, Informes, estudios y documentos, “La interrupción voluntaria del embarazo y los métodos anticonceptivos en jóvenes”, 2007.
(3) Comunidad de Madrid, Instituto de Salud Pública, “Informe del estado de salud de la población de la Comunidad de Madrid 2007”, Madrid, 2008.
(4) Ayuntamiento de Madrid, Madrid Salud, “Estudio de salud de la ciudad de Madrid”, Madrid, 2008.
(5) Ibídem.
(6) Instituto Nacional de Estadística, web citada.
(7) Ayuntamiento de Madrid, Madrid Salud, estudio citado.
(8) Comunidad de Madrid, Instituto de Salud Pública, informe citado.
(9) Moureau C. et al., The impact of pharmacy access to emergency contraceptive pills in France, Elsevier, 2006; Roye C. F., Johnsen J. R. M., “Adolescents and emergency contraception”, Journal of Pediatric Health Care, 2002; 16 (1): 3-9.
(10) Federación de Planificación Familiar Estatal. http://www.fpfe.org/documentacion.asp.
(11) Lameiras M. et al, Sexología integral, 2004;1 (1): 20-8.
(12) Conde F., Gaza Mª. L., Herranz D., Portero P., Echevarri M., Estudio sociológico: contexto de la interrupción voluntaria del embarazo en población adolescente y juventud, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, Observatorio Salud de la Mujer, 2007.
(13) Rodríguez San Julián E., Sexo y riesgo. La dialéctica entre el placer y la razón, Estudios de Juventud, Madrid, 2003; 63 (03): 27-36.
(14) Informes citados del Ministerio de Sanidad y Consumo, y de Conde, F., Gaza, Mª Luisa, Herranz D., Portero P., y Echevarri M.
(15) Royce C. F., Johnsen J. R. M., op. cit.; Melanie A., Gold D. O., Jennifer E., Wolford Kym A., Smith B. S., Andrew M Parker, The effects of advance provision of emergency contraception on adolescent women’s and contraceptive behaviors, North American Society for Paediatric and Adolescent Ginecology, 2004; 17: 87-96.
(16) Torres C., Vilaplana D., Sáez S., Pérez R., Martínez M., “Intercepción postcoital hormonal en un servicio de planificación familiar”, Enfermería Clínica, 2005; 15 (5): 257-61.