Alfonso Bolado
Hizbullah: un nacionalismo islamista
(Página Abierta, 173, septiembre de 2006)

Y no digas de los que han caído en el
camino de Allah  que están muertos. Al
contrario, están vivos, pero vosotros no
sois conscientes.
(CORÁN,  2, 154)

            Muy posiblemente, esta última guerra del Líbano haya terminado sin vencedores o perdedores claros: Israel y su mentor estadounidense han podido demostrar su abrumadora superioridad militar y, sobre todo, algo mucho más importante: su absoluta carencia de escrúpulos a la hora de utilizarla –no por ser parte interesada, la acusación del primer ministro libanés, Fuad Siniora, de que Israel ha cometido crímenes de guerra deja de ser pertinente– y su control de las iniciativas internacionales, en particular las europeas, de una impotencia tan patética que raya en lo grotesco; eso por no hablar de las de los Estados árabes, presas del más vulgar pragmatismo, que bien podría confundirse con la cobardía.
            Frente a ello, Hizbullah no puede ofrecer un balance claro de su acción. Sin embargo, éste sí lo es en un aspecto esencial: ha conquistado a la opinión popular árabe, incluida la suní, en un grado que no se conocía desde la época de Nasser. Hizbullah puede vanagloriarse no sólo de haber evitado su destrucción militar, sino además de haber ocasionado importantes pérdidas a su enemigo y haber sembrado el terror en su retaguardia; pero el futuro de su actividad militar se perfila entre sombras, no tanto por la presencia del débil y timorato Ejército libanés al sur del Litani como por la de las fuerzas internacionales y por las más que seguras represalias israelíes, ante las que la organización islamista se encuentra debilitada; recientemente Siniora advirtió a Hizbullah de que la ruptura de la tregua podría considerarse una traición, lo que deja la iniciativa en manos del Ejército sionista.

Nacimiento del mito

            Hizbullah fue fundada en 1982, en uno de los momentos más negros de la historia del Líbano, con las tropas israelíes cercando Beirut y las tensiones intercomunitarias exacerbadas al máximo por las intrigas israelíes; es también el año de las matanzas de Sabra y Shatila, el fin del sueño ético del sionismo.
            En ese contexto, personas pertenecientes al sector más inconformista del movimiento Amal –brazo armado del “movimiento de los desheredados” que había impulsado Musa Sadr en l974–, así como elementos procedentes del partido shií iraquí Daawa, fundado por Muhammad Bakr al-Sadr, y otros que habían combatido a los israelíes en el sur del Líbano en las filas de al-Fatah,  confluyeron en una nueva organización que extraía su aliento de una doble realidad: la brutal ocupación israelí (casi 20.000 muertos libaneses) y la revolución iraní, con su mensaje de activismo y posibilidades de un cambio revolucionario. Tres representantes de la Unión de Ulemas de la Bekaa, otros tantos de Amal y el mismo número de miembros de Daawa dieron a conocer un documento (el “documento de los nueve”), aprobado por el imam Jomeini, que es el acta fundacional de Hizbullah, el Partido de Dios. El documento establece tres líneas maestras:  la fe absoluta en el islam, la aceptación de la doctrina del vilayat al-faqih, de la que se hablará posteriormente, y la necesidad de una resistencia de contenidos islámicos a la ocupación israelí.
            A partir de entonces se inició un proceso de organización y consolidación que terminó rindiendo frutos notables. En parte se debieron a la coherencia estratégica de la organización, que rechazó desde el principio mezclarse en las luchas sectarias del país para centrarse en la resistencia a la ocupación (a pesar de ello, Hizbullah mantuvo fuertes enfrentamientos con Amal en 1985, 1987 y 1988, que consagraron la hegemonía de la nueva organización en el sur del Líbano; posteriormente se produjo una convergencia entre ambos movimientos shiíes); además, se preocupó de poner en marcha una amplia red de servicios sociales, que incluyen desde hospitales y escuelas hasta asesoramiento agrícola, traída de aguas y electrificación rural, y que han ampliado su base social.
            Ha sido, sin embargo, la resistencia armada la que ha situado a Hizbullah en un punto relevante del tablero político próximo oriental. Aparentemente comenzó con espectaculares atentados suicidas (muerte de 248 marines estadounidenses y 58 paracaidistas franceses en octubre de 1983; es posible que los atentados fueran obra de grupos shiíes vinculados al movimiento pero que no obedecían órdenes expresas de éste) y secuestros de occidentales para pasar después a una guerra de guerrillas de carácter más convencional: partiendo de objetivos modestos («no podemos derribar F-16, pero sí causar importantes daños a las tropas, desestabilizar la economía y arrancar concesiones políticas, lo que constituye una victoria», afirma el jefe de Hizbullah, Hasan Nasrallah) y huyendo de la grandilocuencia, el brazo armado de la organización, la Resistencia Islámica, dotado de un alto grado de motivación y entrenamiento, armamento moderno, un eficaz servicio de información y tácticas audaces e innovadoras, logró en 2000 la retirada israelí del sur del Líbano, así como la derrota de su milicia subsidiaria cristiana libanesa, el Ejército del Sur del Líbano.
            Uno de los aspectos más notables de estos acontecimientos fue la orden de no tomar represalias contra las tropas auxiliares indígenas del Ejército israelí o sus familias, hecho infrecuente en las peleas sectarias libanesas. El cuidado en presentarse como una fuerza nacional le ha dado una popularidad inmensa en sectores que van más allá de su base “natural”, la población shií del sur del Líbano, la Bekaa y Beirut sur.
            Parecería que la retirada israelí clausuraba el papel militar de Hizbullah; evidentemente, no podía ser así; los dirigentes de la organización consideraban que la ocupación no había terminado, por cuanto los israelíes aún estaban instalados en las llamadas granjas de Shebaa, un pequeño enclave anteriormente sirio, que tiene cierto valor estratégico y agua en abundancia, un bien que escasea en la zona. Por otra parte, Hizbullah no dejó de reforzar su dispositivo militar en la zona y realizar actos de hostigamiento, sobre todo para forzar canjes de prisioneros (1996, 2004); de nuevo, no siempre pertenecientes a la organización sino también a otras (fidayin palestinos, militantes del Partido Comunista Libanés).

Los acontecimientos de 2006

            Con esto se llega al ataque de julio de este año que, no debe olvidarse, se realizó contra militares y en un clima de persistente inestabilidad en la frontera. Las consecuencias –la brutal respuesta israelí, la resistencia de Hizbullah, la resolución 1.701 de la ONU– desbordan el marco de este artículo. No así los motivos de la organización islamista, pues ilustran las prioridades políticas de ésta.
¿Pretendía Hizbullah una acción limitada, similar a otras anteriores, para “dejarse ver” ante el escándalo de la represión en Palestina y calculó incorrectamente la reacción israelo-estadounidense? ¿Buscaba  el protagonismo en el conflicto árabe-israelí que le había quitado Hamas o, alternativamente, aliviar la presión israelí sobre la organización palestina? ¿Actuaba por cuenta de Siria y de Irán, para apartar la atención internacional de los supuestos planes nucleares de este último?
            Es imposible saberlo, pues quizá los motivos sean múltiples. Resulta difícil creer que Hizbullah no sabía que se había producido una inflexión en la actitud de Israel hacia la resistencia árabe –lo había puesto de manifiesto en Gaza, tras el secuestro de un soldado– y, sobre todo, de Estados Unidos ante sus dificultades en Irak y con Irán. Parecía claro que Israel y su mentor estaban buscando un casus belli que por una parte permitiera acabar con una organización que había humillado al Estado sionista, representaba una amenaza y era un mal ejemplo, y por otra sirviera de ensayo general para un ataque a Irán, reproduciendo en el Líbano la campaña de bombardeos de Kosovo para doblegar la resistencia. En este sentido la afirmación de José Blanco de que se estaban bombardeando deliberadamente objetivos civiles no estaría desencaminada; un artículo reciente de Seymour Hersh (The New Yorker/El País, 20-21 de agosto) abundaba en esta posibilidad, pero en una fecha tan temprana como el 18 de julio Yoel Marcus escribía en Haaretz un artículo que significativamente titulaba “Gracias, Hizbullah” y en el que afirmaba que la acción de los libaneses permitía a Israel “cambiar las reglas del juego”.
            Una cuestión compleja es la de la dependencia de Hizbullah respecto a Irán. No cabe duda de que el régimen de los ayatolás ha tutelado y tutela al movimiento libanés y que le apoya con dinero, armas y entrenamiento. Sin embargo, tampoco parece tan claro que Hizbullah actúe por cuenta de los iraníes: estaría en contradicción con el nacionalismo libanés, que es la base de su ideología; más bien debería hablarse de afinidad ideológica –los clérigos shiíes que se encuentran en posiciones de poder, tanto en Irán como en Irak y en el Líbano han estudiado en los mismos centros (Nayaf, Qom) y han tejido profundas relaciones políticas y personales– y de convergencia estratégica. Muy posiblemente la dependencia del Partido de Dios no es muy superior a la de Israel respecto a Estados Unidos.

El “complejo Hizbullah”

            Hizbullah es partido y movimiento; su actividad abarca múltiples campos, lo que le permite ser una especie de “Estado dentro del Estado”; en buena parte lo ha logrado ocupando aquellos sectores en los que el Estado libanés, por debilidad o incuria, no ha cumplido con su deber. Además, lo ha hecho con singular eficacia lo que, por otra parte, parece ser una seña de identidad de los islamistas, desde Marruecos hasta Turquía.
            Hizbullah está dirigido por un consejo de nueve miembros, la Shura al-Qara, que actualmente preside Hasan Nasrallah. Nacido en 1960, procedía de una familia de tenderos del sur de Beirut. A pesar de ser sayid –descendiente del Profeta–, Nasrallah no forma parte de las grandes dinastías de clérigos shiíes libaneses, como los Faldallah o los Musawi. Estudió en Nayaf y formó parte de Amal hasta que pasó a Hizbullah cuando se fundó esta organización. Personalidad de extraordinarias dotes militares y políticas, sucedió a Abbas al-Musawi tras la muerte de éste a manos de Israel; uno de los hijos de Nasrallah también ha muerto en combate.
            De la Shura de Hizbullah dependen las distintas secciones, así como la red de instituciones sociales: la fundación al-Shahid, para ayudar a las familias de los caídos en combate; al-Yarih y al-Ambad se dedican respectivamente a los heridos y las personas dependientes; Yihad al-Bina orienta su actividad a la reconstrucción de viviendas, electrificación y traída de aguas. Al servicio de estas fundaciones, Hizbullah cuenta con dos hospitales, las escuelas al-Mahdi, en las que se enseña el currículo libanés más asignaturas religiosas, así como una emisora de radio y otra de televisión (al-Manar).
            A partir de 1992, tras un fuerte debate interno, Hizbullah decidió tener una presencia institucional en el Estado libanés, y en las elecciones del mismo año consiguió ocho escaños, que bajaron a siete en 1996, pero posteriormente subieron a 12 en 1998 y a 14 en 2005; en el Gobierno salido de estas elecciones cuenta con un ministro de la organización y dos simpatizantes. Sus diputados se han alineado con las posiciones más progresistas y durante el Gobierno de Hariri denunciaron constantemente las prácticas corruptas que contaminaron la política de reconstrucción.
            Mención aparte merece el brazo armado, la Resistencia Islámica. Se supone que está formada por unos mil hombres, más una reserva de otros 3.000 o 4.000. Su armamento, bastante moderno, se basa en misiles anticarro Sagger y Spigot, así como misiles tierra-aire SAM y cohetes Katiuska (unos 15.000), Fajr y Zelzal, de mayor alcance. La Resistencia ha construido gran cantidad de búnkeres bien protegidos,  a veces unidos por pasadizos subterráneos. Es la existencia de este brazo armado el que hace que Estados Unidos e Israel, con la inevitable adición del Reino Unido de Blair, consideren al Partido de Dios una organización terrorista.

Una ideología fuerte, una práctica pragmática

            La ideología de Hizbullah se basa en los principios que inspiraron la revolución islámica de Irán, según fueron formulados por el ayatolá Jomeini. En esencia, estos principios son tres:
            · La construcción de un Estado islámico fruto de una revolución popular, lo que combina la doble estrategia de la “islamización desde abajo” propia de la tradición de los Hermanos Musulmanes con la “islamización desde arriba” del qutbismo radical.
            · La doctrina del vilayat al-faqih, la guía del jurista teólogo, que recoge y formula en política la tradición profética y la de los doce imames; esta doctrina era la trasposición a la política del marya al-taqlid, el “modelo que imitar” del shiísmo religioso y de su concepción jerárquica de la organización. En este sentido, la dirección de Hizbullah siempre ha mantenido su fidelidad al guía iraní de la revolución .
            · La división del mundo, no en dar al-islam y dar al-harb, sino en opresores y oprimidos, concepto este último que alcanza a personas, grupos sociales y países. Esta tesis coincide con la de Musa Sadr, el fundador del shiísmo político libanés.
            Esta última formulación, que conecta con la doble realidad del shiísmo libanés, de opresión religiosa y marginación socioeconómica, fue desarrollada en el plano interno de la siguiente manera por Ali Fayad: «Unimos nuestras fuerzas con los que combaten el capitalismo salvaje encarnado por el neoliberalismo y reclamamos un papel mayor del Estado en la protección de las clases desfavorecidas…».
En el plano exterior esa lucha de los oprimidos se dirige contra Estados Unidos y, en la región, contra el Estado de Israel. En ese sentido, al margen de excesos retóricos, Israel aparece más que como Estado judío, como manifestación, por sí y por su mentor, del colonialismo en el Oriente Próximo. De ese modo, la lucha contra Israel desborda la mera lucha de liberación del Líbano para convertirse en un episodio de la liberación de la umma musulmana. Por supuesto, esto tiene una lectura interna: la necesidad de mantener la guardia alta frente a un Estado que no sólo es ilegítimo según la organización, sino además agresivo y que no desea un Líbano fuerte e independiente. La Resistencia Islámica sirve, por tanto, a la seguridad y a la dignidad del Líbano, y también a entorpecer la hegemonía imperialista en la región.
            La manifestación más clara del pragmatismo de Hizbullah es su posición frente a la implantación de un régimen islámico. El partido es consciente de que el comunitarismo libanés, por una parte, impide una representación proporcional de Hizbullah en las instituciones, y por otra hace que la mayoría de la población no acepte esa fórmula. De ese modo, la cuestión del régimen islámico queda aplazada por tiempo indefinido; según Nasrallah, «un Estado islámico no es un fin en sí mismo. Es más importante para nosotros establecer un orden económico justo que no esté en contradicción con el islam. Dada la situación particular del Líbano, con su multitud de confesiones,  consideramos que el sistema actual se presta a la participación de todos los libaneses». Y ello es así porque «para nosotros, la paz interior es prioritaria. Si tenemos que elegir entre Estado o caos, elegimos el Estado, incluso si el sistema de cuotas es injusto y desventajoso para nosotros».

Hizbullah y Hamas

            Es inevitable establecer comparaciones entre Hizbullah y el otro gran movimiento islámico nacionalista, Hamas.
Shií el primero, suní el segundo (procede de la rama palestina de los Hermanos Musulmanes), posiblemente menos rico doctrinalmente Hamas, que también fue fundado más tarde (en 1987) y tiene menos capacidad militar que su homólogo libanés, encara también muchas más dificultades para su despliegue: Hizbullah  desarrolla su actividad en un Estado que de un modo u otro le ofrece una cobertura y que no cuenta con fuerzas extranjeras hostiles. Hamas, en cambio, está expuesto, sin ninguna cobertura, a la acción del Estado de Israel que, como es sabido, ha detenido, sin otra causa que “pertenecer a una organización terrorista”, a 24 cargos electos, cuatro ministros y un viceprimer ministro.
            Sin embargo, los parecidos entre ambos son muy significativos: ambos se declaran nacionalistas, proclaman la necesidad de la lucha armada para lograr su fines y tienen un sistema organizativo similar, el de movimientos con un brazo político, otro militar (en el caso de Hamas, las brigadas Izz al-Din al-Qasam) y una red de servicios sociales y comunitarios; los dos cuentan con un fuerte apoyo popular en sus respectivos ámbitos, ambos también han aplazado sus respectivos programas máximos –la constitución de una sociedad islámica e incluso la destrucción del Estado de Israel– en aras de programas inmediatos; de hecho, en el caso de Hamas, tras su aplastante victoria electoral de 2005, declaró su voluntad de dedicarse a la reconstrucción y el desarrollo interiores, hecho frustrado por la mala voluntad israelí y el desconcertante boicot europeo. No es de extrañar que existan acuerdos de colaboración oficiosos, y a partir de 2000 oficiales, entre ambos movimientos.
            Hizbullah y Hamas son, al margen de la simpatía que merezca su causa y la escasa que despierte la táctica de atentados suicidas de la segunda (consecuencia, desde luego, de su situación de inferioridad militar), las manifestaciones más depuradas de la resistencia a la dominación neocolonial en Oriente Próximo; son también un testimonio de la incapacidad de los Estados árabes vecinos de ofrecer un frente firme –aunque no sea necesariamente violento– a las maniobras israelo-estadounidenses, así como del fracaso de aquéllos a la hora de crear Estados eficientes. Y ambos permiten dejar abierto el más inquietante de los dilemas: en un contexto de absoluta superioridad militar, que además se ejerce sin la menor voluntad de hacer concesiones, con el más absoluto desprecio al derecho internacional y humanitario y con la mayor y más criminal de las arrogancias, ¿la única salida posible de las víctimas es la lucha armada?