(El País, 5 de mayo de 2019).
El contacto con políticos amorales y sin principios suele producir efectos devastadores.
Hasta el punto de que profesionales excelentes y pundonorosos se convierten en
sumisos servidores y vergonzosos aduladores al servicio de quien manda.
Hay que tener mucha fuerza interior para sobrevivir bajo la autoridad de un líder
amoral. Todo empieza cuando el subordinado se mantiene en un silencio cómplice
mientras el jefe miente descaradamente, primero en privado y luego en público. El jefe
no para de hablar, y nadie se atreve a interrumpirle ni llevarle la contraria, hasta crear
un círculo de asentimiento silencioso, incluso cuando sus tergiversaciones se convierten
en un castillo de verdades alternativas.