Andrés Pérez Baltodano

La gestación del Estado Mara.
Anotaciones para un estudio de la descomposición
política e institucional de Nicaragua

(Hika, 195zka. 2008ko urtarrila)

La materialización del  Estado Mara


            Al analizar los valores, principios y visiones dentro de los que se ejecutan las políticas y los programas del Estado en el período de gobierno actual, se descubre que la llegada del FSLN al poder ha acentuado y cristalizado la descomposición que ha sufrido el Estado nicaragüense a través de los últimos veinte años. Como resultado de este proceso de anagénesis institucional, surge ahora un Estado cuya tendencia no apunta a la consolidación de un Estado Nacional y mucho menos a la de un Estado Nación.
            El Estado que hoy surge en Nicaragua como la acumulación del desarrollo político-institucional del país de los últimos años y como producto de la acentuación de ese desarrollo a partir de la victoria electoral del FSLN, es un Estado Mara si se consideran cuatro características que definen a las pandillas centroamericanas y al Estado que se gesta hoy en Nicaragua. Esas características son: la identidad "negativa" de las Maras y del Estado Mara; el sentido de lealtad "familiar" que priva en esos dos modelos de organización social; la naturaleza del poder que construyen y ejercen; y el imperativo territorial que pesa sobre sus visiones y acciones.

La identidad negativa de las maras y del Estado Mara


            Las Maras no tienen una identidad "positiva". Ni una pequeña Mara barrial como los "Comemuertos" del Reparto Schick, ni una transnacional como la Mara Salvatrucha, se definen y distinguen por su pensamiento o por su visión particular del mundo y de la sociedad. Las Maras se diferencian entre sí por los niveles de poder que logran acumular, por la ubicación de los espacios territoriales que logran controlar y por su estética.
            Pero sobre todo, la identidad de una Mara se define, por su oposición a otras Maras y por su antagonismo con el resto de la sociedad. De igual manera, el Estado Mara no se define por operar dentro de una visión de nación, o por ser la expresión de un consenso social, o por representar y promover un proyecto hegemónico determinado. Como las pandillas, el Estado Mara, no cuenta con una identidad positiva sino que la deriva de su oposición a otras Maras políticas, y a cualquier grupo que sea o pueda convertirse en un obstáculo para su permanencia en el poder.
            El Estado Mara que intenta consolidarse hoy en Nicaragua no es neoliberal; pero tampoco es anti-neoliberal. Se define como de izquierda, pero actúa como si fuera de derecha radical, apoyando tratados neoliberales de libre comercio y políticas fundamentalistas como la criminalización del aborto terapéutico. Los voceros de ese Estado hablan de socialismo del siglo XXI frente a Chávez; celebran el modelo político Jamahiriya para congraciarse con Gaddafi; y hasta se declara partícipes de la guerra santa contra "el Gran Satán" de los Estados Unidos, cuando se encuentran frente a sus aliados del gobierno de Irán. Nada de esto, sin embargo, le impide al Estado Mara nicaragüense negociar con entusiasmo con Carlos Slim, condenar con igual entusiasmo el "capitalismo salvaje" de Carlos Slim, o promover en Perú –como lo hace el embajador nicaragüense en ese país–los intereses de la familia Pellas.
            Es un error tratar de encontrar una racionalidad integradora en la conducta del Estado Mara. Es un error encontrar la razón de tanta sin razón porque el Estado Mara no sólo no tiene una identidad positiva –y por lo tanto positivamente definible. Tampoco le interesa ni le conviene tenerla. En realidad, el FSLN desechó su identidad socialista, revolucionaria y sandinista desde mucho antes de llegar al poder. Se convirtió en un partido-pandilla; un partido sin causa.
            Al igual que las Maras, el Estado Mara en gestación en Nicaragua se define "negativamente". Es decir, se define por su oposición a otros. Por eso necesita enemigos internos y externos, sin importarle que sean reales o ficticios, grandes o pequeños, estables o pasajeros. De sus enemigos y de la lucha contra sus enemigos depende su identidad porque no cuenta con un pensamiento o con una ideología propia.
            Es por eso que la desaparición de un enemigo —como lo señala Lewis Coser en su clásico estudio del conflicto en grupos sociales— induce a un grupo como el que se integra en el Estado Mara a la búsqueda inmediata de otro, de tal manera que el grupo pueda mantener y reproducir su identidad. "La lucha contra los enemigos -señala Coser- neutraliza el conflicto interno; sirve como un mecanismo de socialización, reafirma la identidad del grupo y define sus fronteras con el mundo exterior" (Coser, 1956).
            La importancia de los enemigos en el sostenimiento de la identidad de las Maras explica la importancia de "los traidos", enemistades profundas y eternas. Los "traidos" son, como lo ha señalado José Luis Rocha en uno de sus lúcidos estudios sobre las maras centroamericanas, "el combustible de las pandillas". Y explica: "El traído es un fenómeno de prolongada resonancia y funciona como un dispositivo que perpetúa las pandillas más allá de sus otras funciones: generar identidad y proteger el barrio. La leña de las viejas rivalidades enciende rápido el horno de nuevas peleas. El traído es el barrote más grueso, inoxidable, y resistente de la cárcel cultural que retiene al pandillero. Es como una norma que se impone a los sujetos que la ejecutan y sobre los que recae. Las venganzas pendientes los amarran" (Rocha, 2004).
            Rocha ofrece un vívido y dramático ejemplo: "El tres ojos, así llamado por tener el tatuaje de un ojo en la frente, había asesinado a un miembro de una pandilla enemiga macheteándolo por la espalda. Después de un intento fallido por presentarse como menor de edad para acceder a una pena leve, guarda prisión en la cárcel Modelo. Pero sus traídos, los enemigos jurados, aguardan con paciencia oriental su salida. Un grupo de jóvenes de la pandilla agredida se pasea por el barrio exhibiendo un tridente en cuyo mango está escrita la leyenda: 'Sólo para Tres Ojos'" (Rocha, 2004).
            Los "traidos" del Estado Mara en gestación en Nicaragua son muchos, algunos muy conocidos. El traído con el poeta Ernesto Cardenal, data de los tiempos del Ministerio de Cultura y de la lucha desatada contra Cardenal por Rosario Murillo. Después de casi un cuarto de siglo, ese traído continúa vigente. Ernesto Cardenal denunció recientemente la existencia de un plan gubernamental para desacreditarlo y entorpecer su más que merecida nominación al Premio Nóbel.
            Es importante señalar que, tanto para las pandillas como para el Estado Mara, la identificación y lucha contra enemigos concretos tiene sus límites porque a veces los enemigos de carne y hueso pueden escasear. Por eso -señalan Georg Simmel y Lewis Coser- el conflicto con frecuencia debe ser dirigido hacia un objeto abstracto, indefinido y, sobre todo flexible para poder definir como enemigos a personas y grupos de acuerdo a las necesidades de la Mara.
            El enemigo abstracto del Estado Mara nicaragüense en gestación es la "oligarquía", un concepto redefinido y despojado de su verdadero sentido por Orlando Núñez Soto para llenar la necesidad del Estado Mara (Núñez, 200_). En cualquier diccionario puede verse que el concepto "oligarquía" hace referencia a una "forma de gobierno según la cual el poder es ejercido por un reducido grupo de personas". Núñez Soto lo aplica exclusivamente a aquellas personas y grupos sociales que pueden ser un obstáculo a la consolidación de lo que el mismo Núñez no quiere reconocer como lo que realmente es: la nueva oligarquía sandinista.
            Hoy, todo el que se opone al Estado Mara es "oligarca". Esto fue ilustrado brillantemente por el caricaturista Molina, de El Nuevo Diario, en una representación gráfica de la oligarquía nicaragüense, compuesta de retratos de gente pobre, gente del pueblo que se oponen al Estado Mara.

La organización del Estado Mara


            La estructura organizativa del Estado Mara no es muy diferente a la de una pandilla o Mara cualquiera. En su libro La Vergüenza de los Pandilleros, Martín Santos Anaya señala que las pandillas de Lima se organizan dentro de una estructura jerárquica compuesta de tres niveles. El primer nivel está compuesto por un "círculo de liderazgo". Ellos deciden, por ejemplo, "si participar o no en una pelea" (2002).
            El segundo nivel lo componen los "miembros de base", quienes "aportan opiniones e ideas, las cuales sirven para tomar decisiones, pero no son quienes finalmente deciden un curso de acción a seguir".
            Finalmente, el tercer nivel lo forman los "tirapiedras". Estos son generalmente niños "cercanos a las redes pandilleras". Son usados como "carnada" por los pandilleros". El "circulo de hierro" del FSLN, los altos cuadros de la militancia sandinista, y el ex diputado y ex alcalde Gerardo Miranda, ejemplifican esos tres niveles en el Estado Mara. Hay que señalar, sin embargo, que el Estado Mara nicaragüense ha demostrado tener la capacidad de contratar "tirapiedras" fuera de su propia pandilla. En varias ocasiones se ha visto a Jaime Morales Carazo ejecutando esa función. Miguel Obando Bravo es otro de los "tirapiedras" contratados por el FSLN.
            Los "tirapiedras" también pueden aparecer en las páginas de opinión de nuestros diarios. Y, con suerte, pueden ascender de categoría. La trayectoria del líder estudiantil del FSLN Jasser Martínez es un ejemplo.
            Dentro de la estructura organizativa antes descrita, el líder es aquel que muestre ser el más implacable y violento con los enemigos. Pero, además, es el que demuestra tener la mayor "resistencia". Debe ser el más "parado", "el que aguanta más castigo". A Daniel Ortega con frecuencia le reconocen su "aguante", su "persistencia", su constancia en la búsqueda del poder. Lo hizo Edén Pastora en una entrevista con El Nuevo Diario (2007), cuando señaló que Daniel Ortega es el miembro de la antigua Dirección Nacional que se quedó "volando verga". En la misma declaración, Pastora se queja del MRS por no reconocer esa virtud de Ortega y por tratar de "quitarlo".
            Nótese que en la racionalidad de Pastora no pesan para nada los derechos ciudadanos que le confieren a cualquier nicaragüense o grupo de nicaragüenses, el derecho de "quitar" a Daniel Ortega de su posición como líder del sandinismo. Lo que priva en esa racionalidad es el sentimiento de deslealtad que en Pastora produce el que un grupo de sandinistas quiera "quitar" al jefe que se ha quedado "volando verga".
            Así pues, en la Mara no pintan los valores y los principios que supuestamente rigen el juego político en una sociedad democráticamente organizada. Ni siquiera existe en la Mara el concepto de adversario político. Es decir, no se considera legítima la disputa del poder a través del uso de los procesos democráticos establecidos por la ley. En esas organizaciones toda rivalidad se analiza dentro del prisma de la lealtad-deslealtad "familiar".
            El diccionario de la Real Academia ofrece varias definiciones del concepto "familia". El más común es: "Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas". El mismo diccionario ofrece una definición amplia de ese concepto, que es la más se aproxima a la manera en que se usa el concepto "familia" en este apartado: "Conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia común." En el caso del Estado Mara, hablamos de un conjunto de personas que se incrustan en el Estado y le imprimen a ése una tendencia que lo aleja de la idea del Estado Nación. Esa tendencia refleja los intereses, ambiciones y necesidades particulares del grupo en el poder
            La lealtad "familiar" es un principio de convivencia imprescindible en las Maras. Cualquier muestra de deslealtad es castigada con firmeza. Y cualquier muestra de independencia es considerada una señal de peligro porque lo que la Mara necesita para sobrevivir es la incondicionalidad del que está dispuesto a dejar de pensar por sí mismo, para pensar a través de la Mara o del líder de la Mara. Recordemos que las Maras no cuentan con una identidad positiva y, por lo tanto, no ofrecen un pensamiento al que apegarse, o un credo en que creer.
            Así pues, la Mara es, como lo sugiere Mauricio Rubio, siguiendo a Lewis Coser, en un estudio sobre violencia organizada en Centroamérica, una "organización voraz" (1999). Es decir, una entidad que demanda la adhesión absoluta e incondicional de sus miembros.
            El Estado Mara, entonces, exige la "entrega total" de sus integrantes. Cualquier ambigüedad es rechazada como peligrosa. Y si no, que lo diga Oscar René Vargas, castigado por declarar en una entrevista que como Embajador del Estado Mara en Francia seguiría usando su cerebro y no el de la pandilla.
            La única lealtad que el Estado Mara reconoce como legítima es la incondicional. La de, por ejemplo, los ministros que no dejan de sonreír servilmente cuando son "vulgareados" en público por el Jefe-Presidente; la de los funcionarios que no dejan de declararse admiradores de sus líderes cuando son separados arbitrariamente de sus cargos, o llamados "estúpidos" e "incompetentes" por sus jefes; la de los que escriben artículos y se sienten obligados a mencionar con agradecimiento, ternura y admiración los nombres de sus jefes.
            Así pues, las pandillas, las Maras y el Estado Mara son alérgicas a las ambigüedades y a cualquier cosa que no sea la incondicionalidad total de sus miembros. La reacción de esas organizaciones es más fuerte cuando enfrentan actos de deslealtad. En su estudio sobre las pandillas de Lima, Martín Santos Anaya señala "la indignación moral y rabia" que en esos grupos genera, por ejemplo, que uno de sus miembros se corra "de una pelea en la que la pandilla se encuentre involucrada". Eso, dice Santos Anaya, se considera "una falta grave, una traición" (2002).
            Es importante señalar que el concepto Mara de "lealtad" no tiene un eje normativo firme ni en las Maras ni en el Estado Mara. Es errático y depende de la voluntad que expresa el Jefe a través de sus órdenes. La "portabilidad" del concepto lealtad en la Mara, genera una visión extremadamente pragmática y coyunturalista de las alianzas. Martín Santos Anaya ha identificado los amplios parámetros dentro de los cuales las Maras definen sus relaciones con otras organizaciones, individuos y grupos. Esos parámetros también se aplican al Estado Mara, en gestación en Nicaragua. Santos Anaya:

            • El amigo de un amigo es un amigo
            • El enemigo de un enemigo es un potencial amigo
            • Si mi rival es rival o enemigo de mi enemigo, puede convertirse en mi amigo
            • El rival de un amigo es un potencial rival
            • El enemigo de un amigo es un enemigo.
            • El amigo de un enemigo es un potencial enemigo (2002).

            Finalmente, es importante anotar que el Estado Mara ofrece y demanda lealtad en situaciones de peligro. Cuando uno de sus miembros enfrenta situaciones de alto riesgo, el Estado Mara cierra filas. En un magnífico estudio sobre las pandillas centroamericanas, María L. Santacruz y otros señalan que cuando la Mara protege a sus miembros, el grupo absorbe el delito. Las consecuencias de los actos delictivos —dicen estos autores— "se disuelve en el grupo" (2001).

La naturaleza del poder


            El poder de las Maras es un poder concreto, físico, tangible. Te toca directamente. Te golpea materialmente. Se siente. El orden interno en la Mara se mantiene mediante el ejercicio del poder directo del jefe o sus delegados y representantes. Sobre las decisiones del jefe no existen normas que establezcan límites sustantivos a su poder.
            La obediencia al jefe tampoco está normada o legitimada por consideraciones abstractas. Está, fundamentalmente, determinada por el miedo y la amenaza física que provoca el desacato de una orden. El Estado Mara opera de la misma manera. Violar la ley no es tan serio como desobedecer las órdenes del Jefe. Por eso se castigan, condenan o desprecian las demostraciones de "deslealtad" de los funcionarios que no se apegan a la línea oficial —caso del Alcalde de Managua Nicho Marenco— mientras se toleran las fechorías de sus miembros: caso de Gerardo Miranda.
            En este sentido -y sólo en este sentido-, la autoridad del Estado Mara se asemeja a la del Estado Medieval. En las relaciones sociales medievales el poder estaba personalizado en la figura del rey. Y como recordaremos, los cuentos de hadas muestran la inseguridad en que vivía la gente. Si el rey era bueno, el reino vivía en un estado de felicidad plena. Si el rey bueno moría y era sustituido por algún hermano malo, el reino se sumía en la tristeza y oscuridad.
            Lo que tratan de expresar esos cuentos de niños es que, como lo han señalado Anthony Giddens y otros, las relaciones sociales medievales estaban dominadas "por la presencia física" del poder. Este poder era personal y desaparecía con la muerte del que lo encarnaba. De tal manera que no existía "una clara distinción entre la imagen concreta del jefe y la idea abstracta del poder" (Giddens, 1990).
            El surgimiento de las nuevas estructuras de relaciones sociales que aparecen a partir del desmantelamiento del sistema feudal, hizo necesario el desarrollo de nuevas capacidades para recrear el orden dentro de los nuevos y más amplios espacios territoriales que empezaron a formarse después de la Gran Crisis del siglo XVI en Europa. La estructuración del orden en estos espacios requería de la consolidación de un poder centralizado y abstracto, capaz de regular las nuevas y más complejas relaciones sociales generadas por la expansión del comercio y por las nuevas tecnologías. La respuesta histórica a esta necesidad fueron las Monarquías Absolutas, que impulsaron el desarrollo de la capacidad de regulación social del Estado y la reconstitución del poder.
            El principio de la soberanía articulado por Hobbes y otros, constituyó el punto de partida para el surgimiento y desarrollo de historias sociales políticamente construidas y territorialmente delimitadas. Estas condiciones facilitaron -hicieron necesarias- el desarrrollo de la ley, como una estructura de poder abstracta que terminó imponiéndose sobre el "príncipe territorial".
            En este sentido, el Estado Mara es pre-moderno o amoderno. El Presidente, en el Estado Mara, es —o aspira llegar a ser— un "príncipe territorial" sin limitaciones legales que condicionen su ejercicio del poder.
            El Estado Mara también es pre-burocrático. La burocracia surgió como un sistema administrativo fundado en normas abstractas-legales. En ese sistema se empezó a imponer el conocimiento, los méritos y la experiencia como condiciones para ocupar las posiciones administrativas del Estado. Y por supuesto que todos sabemos que la aplicación de esas normas nunca ha sido perfecta. De todas maneras, lo que importa resaltar es que con el surgimiento de ese modelo administrativo conocido como "burocracia", las posiciones en el Estado dejaron de ser tratadas como propiedad de los gobernantes. El Estado Mara es pre-burocrático, precisamente porque los que lo controlan perciben las posiciones y los cargos de dirección como su propiedad. Son bien conocidos los grupos de funcionarios dentro del Estado Mara que ocupan posiciones de poder por su lealtad a alguno de los principales dirigentes del FSLN.
            La violencia y la intimidación son los dos principales instrumentos que utilizan las Maras y el Estado Mara para imponer su voluntad sobre los demás. En ese sentido también, el Estado Mara nos aleja del ideal del Estado Moderno.
            El Estado Moderno depende de una combinación de sus recursos de autoridad -poder legitimado- y de sus medios coercitivos. En ese tipo de Estado predomina la autoridad. Es decir, su poder es un poder legitimado que no necesita del uso constante del miedo y la coerción. Así, la sociedad opera dentro de un marco legal que condiciona las conductas de sus miembros. Puesto de otra forma: el Estado Moderno no elimina el uso de la coerción pero logra transformar la fuerza en derecho y la obediencia en un sentido de obligación ciudadana.
            En su estudio, María G. Santacruz y otros señalan que uno de los principales instrumentos de poder que utilizan las pandillas es "el temor o miedo que las personas o demás grupos sociales experimentan frente a ellos".
            El uso del miedo como un instrumento de dominación y control del Estado Mara en gestación en Nicaragua, se hizo manifiesto en el caso de la anulación de la diputación de Alejandro Bolaños Davis. Tal como lo señaló Mónica Baltodano durante su intervención en el plenario de la Asamblea Nacional, "más allá de la aberración jurídica, del atropello a un poder del estado, del abuso cometido por la CSJ y el Consejo Supremo Electoral y la Junta Directiva [de la Asamblea Nacional], el castigo impuesto a Bolaños Davis encierra varios mensajes." El principal de esos mensajes, dice Mónica Baltodano, es el siguiente: "es extremadamente peligroso denunciar u oponerse públicamente a los actos ilícitos del poder... puede costarte tu cargo cualquiera que este sea, no importa tu status. No importa si sos diputado, General, Comisionado, Alcalde, empresario, periodista, dueño de medios de comunicación o peor aún simple ciudadano" (2007).
            El castigo a Bolaños Davis, expresa el deseo del Estado Mara de imponer el miedo. Dice Baltodano: "Quieren que sintamos temor. Que cada vez que osemos criticarles, denunciarles o discrepar de sus decisiones, estemos bien conscientes que estamos poniendo en riesgo la estabilidad de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestros hijos. Quieren que aprendamos a tenerles miedo. Que sepamos que ellos manejan armas más efectivas que la represión física. Quieren por lo tanto que por la vía del temor, nos autocensuremos. Que aprendamos a guardar silencio frente a sus abusos. Con castigos ejemplares todos tendremos que aprender a guardar silencio. Así piensan ellos" (2007).
            Así piensa y actúa el Estado Mara. Así piensa y actúan las Maras. Citemos nuevamente el trabajo de María G. Santacruz y otros para señalar que uno de los principales instrumentos de poder que utilizan las pandillas es "el temor o miedo que las personas o demás grupos sociales experimentan frente a ellos" (2001).

El imperativo territorial


            Quienes vieron la película "Amor sin barreras" recordarán cómo su trama se desarrolla alrededor de una confrontación entre una pandilla puertorriqueña y otra "gringa" por el control territorial del "barrio". Las pandillas de ese entonces son muy diferentes a las Maras. Sin embargo, el imperativo territorial sigue siendo la razón de ser y la base de la seguridad física de esas organizaciones.
            En el libro Tribus Urbanas, Pere-Oriol Costa y otros dos autores (1996) apuntan que "el espacio ocupado físicamente por esos grupos (pandillas juveniles) adquiere a sus ojos un valor especialmente importante, acompañándole muchas veces de un sentimiento de posesión o conquista del territorio". En ese sentido, el imperativo territorial de las Maras es el producto de un instinto animal para obtener la seguridad que se deriva del control espacial y de la propiedad. José Luis Rocha nos explica: "El pandillero necesita reforzar su identidad porque la siente amenazada. El territorio —amenazado— es cimiento material para expresar la identidad. Una vez obtenido ese soporte, el código, la simbología, el lenguaje y los tatuajes vienen a reforzar la constitución de la identidad" (2004).
            El mismo instinto de control territorial de las Maras se percibe en el funcionamiento del Estado Mara. Nuevamente, en ese sentido, el Estado Mara es pre moderno o amoderno. El Estado y la sociedad moderna implicaron la superación de la visión instintiva del espacio territorial estudiada por Robert Ardrey y otras. Más concretamente, implicó la consolidación de una perspectiva política de lo territorial.
            Así pues, en el Estado Moderno, el territorio se convierte en un "espacio político" y en el "contenedor" de una historia, un presente y, presumiblemente, un futuro. De esta manera, el Estado Moderno logró lo que David Gross ha llamado la "espacialización del tiempo y la experiencia". Este concepto hace referencia a la tendencia que históricamente ha mostrado el Estado Moderno "a condensar las relaciones temporales —ingrediente esencial para la significación social y personal— en relaciones espaciales" (1981-82).
            El Estado Mara no tiene una apreciación política de su base territorial. No lo aprecia como un espacio político dentro del cuál debe buscarse una forma de integración social que responda a un consenso democrático. Antes bien, lo percibe instintivamente como un espacio que debe controlar para sobrevivir. Lo percibe, en otras palabras, de la misma manera que pandillas y Maras perciben su "turf", su "hood", o su "barrio".
            Esta percepción del territorio se expresa en los diferentes niveles de organización del Estado Mara. El Jefe controla todo el territorio nacional. Pero los ministros controlan -con la venia del Jefe- el espacio de sus propias instituciones. Puesto en el lenguaje de las Maras, el Jefe controla el barrio. Los ministros "esquinean" es decir, defienden las "esquinas" del Estado; o realizan el "cobro de peaje" por determinadas calles.
            El imperativo territorial aumenta en la medida en que la Mara acumula faltas contra la ley —nacional o internacional. En esa misma medida aumenta su necesidad de adueñarse de un espacio territorial que le ofrezca seguridad. Por ejemplo, existen miembros de la mafia colombiana que, por la gravedad de sus faltas contra la ley o por su participación en agresiones a otras mafias, han perdido su capacidad de movilización. Hay miembros del Cartel de Medellín que solamente se sienten seguros en Medellín o en ciertas zonas y lugares de esa ciudad.
            ¿Han perdido ya su capacidad de movilización algunos de los dirigentes del FSLN? ¿Podrían vivir en cualquier país? ¿Podrían vivir en una Nicaragua regida por una ley que los controle?
            La Nicaragua que necesitan muchos dirigentes del FSLN es una Nicaragua enmarañada y, más concretamente enMARAñada. Por eso marcan su territorio con su graffiti, al mejor estilo de las Maras: arrobas, colores chillantes, frases escritas con diferente caligrafía, errores ortográficos que nos recuerdan que en el territorio Mara, no cuenta ninguna norma y no impera más ley que la de los que mandan.

Nuestra MARAÑA

            El miedo ha convertido ya a Nicaragua en un inmenso barrio controlado por el Estado Mara en gestación y por las maras políticas que con nombre de partidos, han controlado el país durante los últimos años. En ese barrio circulan los ladrones, los asesinos, los abusadores de menores con impunidad. Porque, como lo señala José Luis Rocha en sus estudios sobre las Maras centroamericanas, "el vecindario también debe acatar cierto código, reglas mínimas de convivencia con las pandillas.
            Encubrir es preciso en determinadas circunstancias. No delatar es el permanente requerimiento. Así lo señala Augusto, uno de los pandilleros más aguerridos del Schick: 'Los vecinos saben lo que uno es. Los otros vecinos no me decían nada por miedo. Les podíamos quemar el chante (casa). Pero con la mirada dicen: 'Ahí va el ladrón'. Se lo reservan. En el barrio hay viejos que son bravos y tienen armas. Pero si un viejo se palma a cinco, los otros setenta le caen a él. O nos desquitamos con quien más le duela'" (200_).
            ¿Cómo romper la MARAña? De eso hablaremos en otra ocasión. Por el momento, recordemos la sicología del marero a través de uno de los pandilleros que habla en la novela La Mara de Rafael Ramírez Heredia: "Abaldonarse es fácil, si el injerto se da en alma timorata" (2004).

Toronto, agosto de 2007.