Angel Rodríguez Kauth

La deuda publica explicada a neófitos:
por qué no hay que pagarla

1- El concepto de deuda externa, también conocido como deuda pública, parte de la premisa de la obligación que tiene cualquier Estado de pagar los préstamos recibidos por quienes han financiado tanto su déficit fiscal como los emprendimientos de obras públicas, que son los principales objetos reconocidos por el cual se contraen dichos préstamos. Tales créditos se obtienen de diferentes modos: a través de entidades bancarias nacionales o extranjeras; por intermediación de organismos multilaterales -como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. entre otros-; o bien mediante la venta en los mercados bursátiles de valores emitidos por el Estado. Todo ello no significa otra cosa que emisión monetaria encubierta, la que si bien no alienta los procesos inflacionarios de manera directa -como ocurre con la emisión de moneda propiamente dicha- sin embargo lo hace de un modo indirecto, ya que sobre los títulos de la deuda pública se deben pagar intereses a plazos establecidos en el contrato de compromiso de los mismos o de los créditos solicitados.
Conjuntamente con las tasas impositivas -ya sean directas o indirectas- y la emisión de dinero, éste es otro mecanismo a que recurren los Estados para la financiación del gasto público. Al respecto, debe considerarse que lo que los economistas incluyen dentro del rubro gasto público, no siempre es un gasto, puede tratarse de inversiones; como es el caso de lo que se "gasta" en salud, educación, seguridad social, justicia, etc. Todos estos acápites son verdaderamente una inversión, pero dado que es a largo plazo y no son fácilmente cuantificables, se les prefiere incluir en el rubro "gasto", al igual que los dispendiosos emolumentos que se pagan en agasajos, viajes, comitivas y otras naderías que saquean los presupuestos nacionales. Sin embargo, desde una lectura social y psicológica tal ubicación es desacertada, ya que si -por ejemplo- se considera a la educación como un gasto, entonces nada mejor que reducir los presupuestos educativos a niveles mínimos para así acercar la balanza de pagos al ideal de ingresos igual a egresos. A nadie se le ha de escapar que tal decisión sería estratégicamente insólita, ya que la educación de la población es una inversión "de largo plazo" y que rendirá sus frutos en 15 o 20 años, cuando se tenga personal laboral -en cualquier rama- mejor capacitado y que con su mayor eficacia y eficiencia contribuirá a aumentar el crecimiento del PBI y, por ende, de los recursos fiscales; no solamente a través de la producción de bienes con mayor valor agregado, sino también con una mayor capacidad de consumo en función de que cobrará más altos salarios.
Asimismo, debe recordarse que la deuda pública de un Estado está compuesta por aquella deuda contraída por él, más los compromisos que -sobre todo en los Estados de Constitución federativa- hayan comprometido las provincias y los municipios, todas las que se consolidan alrededor de la deuda del Estado Nación que es el responsable último de los créditos tomados por organismos federados.
En realidad, todo el proceso sucintamente descripto, no es más que una promesa que hace el Estado y sobre la cual confía el prestamista de que aquél cumplirá con la obligación asumida; vale decir, se está frente a una situación de contenido psicológico, cual es la "confianza", si se la lee desde una perspectiva psicosocial, aunque a la misma -para que exista- se le deben sumar las condiciones sociales, económicas y políticas por las que atraviesa el Estado solicitante, lo cual convierte a la transacción en un fenómeno psicopolítico.
Para el caso, valga recordar que las deudas públicas de los países más desarrollados -para principios de la década de 1960- era superior al 50% de su PBI en los casos de los EE.U. e Inglaterra, pero esto no los convertía en fácilmente vulnerables por diversas razones que pueden sen resumidas en las siguientes tres: a) poseían una relativa estabilidad monetaria que se observaba por prolongados períodos de tiempo; b) sus gobiernos eran -y continúan siéndolo- estables, aunque cambiasen los signos políticos de los gobernantes, ellos siempre se mantienen dentro de la legitimidad democrática; y c) sus procesos inflacionarios han sido moderados en el tiempo. Esto no significa que haya una relación de causa y efecto entre la estabilidad financiera y política con las enormes deudas externas que sostenían, sino que, por el contrario, la relación es a la inversa, vale decir, pudieron acumular tal inmenso pasivo gracias a su estabilidad, la cual juega en los acreedores un papel psicológico central a la hora de juzgar la capacidad real de reembolso al acreedor en el momento de tener que asumir sus obligaciones. Esto obedece a que el prestador necesariamente ha de tener prevenciones acerca de posibles confiscaciones, o bancarrotas, en el tomador de sus créditos, lo cual provoca -cuando se teme que aquello ocurra- que su consecución sea dificultosa y solamente le presten a cortos plazos y altas tasas de interés. Y, cuando se dan tales condiciones, el préstamo no sirve para financiar obras de infraestructura para el desarrollo y crecimiento, sino que solamente sirve para enjuagar los déficit fiscales que aparecen en el debe -en la columna del "rojo"- al término de cada ejercicio presupuestario anual.
En este punto es necesario resaltar dos cuestiones para entender el mecanismo perverso que se utiliza en los países "empobrecidos" (1), con los pueblos dependientes y periféricos que mantienen enormes deudas públicas -en relación a su capacidad de pago- como son los que se incluyen dentro del mundo subdesarrollado:
a) Los economistas, bajo la impunidad que les otorgan los dirigentes políticos incapaces de gobernar la política económica de los países del Tercer Mundo, han hecho creer a sus habitantes que la emisión monetaria -y sus secuelas inflacionarias- son perjudiciales para la salud de la economía nacional y, sobre todo, la del bolsillo de cada uno de los habitantes. A su vez, todas -y aquí bien vale un juicio de generalización- las personas son renuentes y se oponen de manera activa a la creación de nuevos impuestos para sostener al Estado, ya que lo perciben como una forma de exacción a su bien ganado patrimonio personal.
Entonces, frente a estos dos fenómenos psicosociales -inflación e impuestos- los economistas recurren al mecanismo encubierto del endeudamiento público -que puede realizarse con capitales foráneos o vernáculas-. El mismo representa algo así como tirar para el futuro la crisis de financiamiento que se vive en el aquí y ahora. Tal conducta irresponsable parte del supuesto cierto que ni a los jóvenes les interesa mayormente el futuro mediato, en tanto y cuanto ellos han de tener que pagar los costos del endeudamiento contraído a veces cuando no habían nacido; como que los adultos tampoco se preocupan por el futuro de sus descendientes, que serán los que tendrán que "pagar los platos rotos" del festival de bonos y Letras de Tesorería que el Estado ha emitido y de los créditos que fueron tomados para superar sus deficiencias -e ineficiencias elocuentes- tanto de tipo administrativas como políticas -en cuanto al aliento a la producción- de la coyuntura.
b) Los economistas realizan tal "convencimiento" sobre la opinión pública amparados por la incapacidad política de quienes gobiernan los destinos de las naciones-Estados. Esto merece una aclaración que va más allá de la convicción que cada uno de nosotros podamos tener acerca de la falta de capacidad de los gobernantes, la cual es por sí misma -en los países "empobrecidos"- más que evidente. Quienes tienen la potestad de gobernar, por encargo de la voluntad popular que así lo decidió, prefieren delegar las responsabilidades de la conducción económica en los "expertos", sobre todo en aquellos que hayan realizado cursos de postgrado en Universidades extranjeras, especialmente en las de Chicago o Harvard. Esto no es casual, ni tampoco obedece a la sana voluntad de poner en manos de quiénes más conocen de la materia los delicados asuntos económicos (2), sino que lo hacen para que aquellos puedan realizar "negociados" financieros en los cuales la complicidad aquiescente de los gobernantes de turno produce como resultado muy buenos réditos para ambas partes. Todo esto es producto de los altos índices de corrupción (Grondona, 1993; Rodriguez Kauth, 1999b) en que actuamos y que no tienen lugar a escondidas de sus pueblos, sino que son de conocimiento público merced a la parafernalia de exhibicionismo de riquezas y banalidades (Rodriguez Kauth, 1997) por parte de los políticos a que nos han tenido acostumbrados desde el último medio siglo en adelante.
Este cuadro de corrupción generalizada no sólo aparece en los sujetos, sino que también se produce como una suerte de "espíritu empresarial" que viene tomado de la mano de un progreso tecnológico que en lugar de aplicarse con sentido de justicia para reparar inequidades "naturales", pareciera que sirve -casi con exclusividad- para banalidades. Kolakowski (1988) afirma que "La situación cultural de las sociedades industriales superdesarrolladas ... se distingue por una corrupción creciente del llamado espíritu de empresa y del sentimiento de responsabilidad individual para consigo y para con el entorno. Se podría ver ahí una corrupción de la civilización o el resultado natural del progreso técnico".
Para la realización de esos negocios corruptos, la toma de deuda pública es un espacio excepcional y óptimo, ya que permite no solo lavar dinero -ya sea proveniente del narcotráfico, de la venta ilegal de armas, etc.- sino también cobrar jugosas comisiones por parte de quienes la otorgan, sabedores que detrás del riesgo que siempre se asume, está el esfuerzo laboral de la masa trabajadora de un país, a lo que debe añadirse la existencia de recursos naturales en el país que -en última instancia- son una buena garantía del crédito espurio acordado. Llama la atención que los mismos hayan gozado -en su momento- de la aprobación por parte de los propios trabajadores, los que no han elevado sus voces de protesta hasta que los niveles de endeudamiento han alcanzado tal dimensión en que sus condiciones de vida se hacen insostenibles y, entonces sí, comienzan a protestar -hasta con violencia- aunque sin éxito por no tener planes políticos que contemplen una salida económica diferente.
Hasta 1989, fecha en que se produjo el estrepitoso derrumbe del Imperio Soviético, existía un modelo de reemplazo, aún con todos los errores y falencias que el mismo podía tener, pero desde entonces se ha producido un vaciamiento de ideas que todavía no ha sido llenado y -lo único que se escucha- son expresiones tales como que "este modelo está agotado", pero no se oyen propuestas alternativas -viables o inviables, para el caso es irrelevante- que se echen sobre la mesa para reemplazar al que se considera caduco.
Más, dejando de lado las cuestiones políticas relacionadas con las perversiones en que incurren la mayoría de los economistas que responden fielmente al establishment imperante, retornemos a nuestro punto inicial acerca de la conformación de la deuda pública, a efectos de poder comprenderla. La misma puede ser contraída a corto o a largo plazo (3), esto según las estipulaciones del contrato que se firme explícitamente con las entidades financieras, o bien de acuerdo a la fecha que se haya impreso en la emisión de bonos o sus formas equivalentes de emitir deuda pública. Cuando se trata del corto plazo entonces se habla de "deuda flotante", mientras que las de largo plazo se denominan "deudas consolidadas" y -hasta en algunos casos- no suelen tener fecha fija de vencimiento, por lo que, sus tenedores gozan de la capacidad de colocarlos a la venta en los mercado de valores de cualquier país que los acepte para cotizar en ellos. Asimismo, vale aclarar que reciben el nombre de "bonos" aquellas emisiones de títulos que definimos como de largo plazo, mientras que se reserva la locución de "letras de Tesorería" a los títulos de deuda menores a cinco años para el vencimiento estipulado desde la fecha de su emisión.
A continuación intentaremos aclarar algunas diferencias entre las deudas de los países "ricos" y la de los Estados "empobrecidos" (4), que hacen a la forma de emisión de los títulos públicos. En primer lugar señalemos que la distinción entre deuda externa y deuda interna aparece como ociosa, ya que se trata de una obligación de pago que hay que satisfacerle al acreedor. Sin embargo, la deuda pública interior, para la economía clásica elaborada en las metrópolis imperiales, no supone la transferencia de dinero, en especial de divisas en otra moneda que no sea la nacional, hacia afuera del Estado ya que los poseedores de sus títulos la conservarán en la moneda nacional dentro de los límites del territorio. Sin embargo, si bien esto es verdadero para la deuda interior de los países "ricos", el argumento es falso cuando se trata de países "empobrecidos". Esto se debe a que sus tenedores, al momento del cobro de la capitalización convierten el dinero nacional recibido en divisas, especialmente en dólares norteamericanos que es la moneda que actualmente más se utiliza para las transacciones comerciales (5), lo cual significa una idéntica sangría para el Tesoro Nacional, que se ve en la obligación de conseguir las divisas necesarias para realizar dicho canje de monedas.
Tal fenómeno social y económico convierte en inoperante la diferenciación entre la deuda pública interna y la externa. Además, ya veremos más adelante, que para el caso de quienes vivimos en países "empobrecidos", es preferible reservar el nombre de "deuda interna" para otro fenómeno socioeconómico, cual es el de la deuda específicamente social que tienen los Estados para con sus pueblos y que son las productoras del malestar social en que se vive como consecuencia de que los Estados -pese a representar a la población a través de sus gobernantes- no están dispuestos a saldarla de manera inmediata y rápidamente, sino que en general -y salvo honrosas excepciones- han optado por satisfacer en primer lugar las demandas de los acreedores externos. Al respecto, vale la pena recordar que un Presidente Argentino -Fernando de la Rúa- no se ha cansado de repetir que "Argentina ha de honrar, como siempre lo ha hecho, su deuda externa", aunque tal acción suponga que una entelequia esté por encima de la miseria en que viven millones de personas en su país gracias a tan "loables" propósitos con los acreedores externos.
Asimismo, es preciso que quien analiza este tema tenga presente con qué objetivos el Estado se endeuda. En general se presentan dos razones básicas a las que ya hemos mencionado, cuales son: a) la promoción de obras públicas de infraestructura que sirven para salir de procesos recesivos y la consecuente creación de fuentes de trabajo, las que redundarán en un mayor de nivel de consumo por parte de la población y que facilitarán un mayor ingreso a las arcas fiscales; y b) enjuagar el déficit fiscal producido en el presupuesto por haber gastado más de lo que ha ingresado y que es el resultado de haber hecho cálculos de gastos y recursos equivocados (6). Sin dudas que el primer caso es el que se corresponde a las políticas de los países centrales, en tanto que los países periféricos -salvando excepciones elogiables- se ven compelidos a la contratación de créditos públicos para así sanear las finanzas que no supieron administrar o, lo que es semejante, que han hecho equívocamente los cálculos de los ingresos a partir de demandas demagógicas de discursos políticos vacíos de contenido, aunque maliciosos para alcanzar el objetivo de credibilidad y confianza por parte de la población para el próximo año fiscal.
2- Creyendo haber agotado la presentación de los aspectos más generales y sustanciales acerca de lo que es la deuda pública, se está en condiciones de estudiar la composición de la misma dentro del espectro mundial. En razón de ello diremos que el total de la deuda pública de todos los Estados del planeta en conjunto y sumados -tanto desarrollados como no desarrollados- se estimaba para finales del año 2000 en alrededor de 45 billones de dólares, de los que, algo menos del 5% -alrededor de 2,1 billones- correspondía a las acreencias de los países "emergentes" o "empobrecidos". Al observar el valor ínfimo que representa en la masa total de endeudamiento lo que corresponde a los "empobrecidos", no es difícil -ni injusto- sostener que si los acreedores de la centralidad condonaran las deudas públicas de aquellos su cartera de mora se vería perjudicada en algo menos del 4% del total de lo que le adeudan. Tal cifra, que es mínima en relación al total de los títulos de la deuda que poseen tanto entidades bancarias, organismos transnacionales y particulares, permitiría a los países "empobrecidos" -por el sacrificio que significa el pago de su deuda externa- mejorar considerablemente sus sistemas sanitarios, de vivienda, educación y, fundamentalmente, la posibilidad de generar ocupación, ya que el dinero en cuestión liberaría fondos para la concreción de obras de infraestructura con lo que se facilitaría el rápido desarrollo y crecimiento económico, social y político de los mismos.
Tratar sobre las deudas públicas no es un problema menor a ser enfocado por la Psicología Económica, ya que ellas ponen en juego la estabilidad -o inestabilidad- emocional, intelectual y social de las personas implicadas. Cuando se trata de deudas de orden privado, cuyo monto supera con creces las posibilidades patrimoniales del deudor, nos encontramos ante la simultánea inestabilidad individual y/o familiar del deudor y del acreedor. El primero porque sabe que corre el riesgo de perder lo poco que posee mediante embargos judiciales; mientras que en el segundo tal inestabilidad -que acarrea angustia, ansiedad y hasta temor que puede generar crisis de pánico- es el resultado de conocer que corre el mismo riesgo que el primero de perder lo que oportunamente prestó. En realidad, cuando se trata de éste tipo de deudas, se produce un hecho paradójico; si el deudor debe poco dinero al acreedor, entonces es el primero el que vive los momentos de mayor ansiedad, ya que está en conocimiento de que deberá deshacerse de activos para saldar sus deudas, debido a que desde la esfera jurídica se lo embargará y no escapará al cumplimiento de sus obligaciones. En cambio, si la deuda es mayúscula, es decir, superior a su patrimonio en bienes de capital, la relación de temor psicológico se invierte; entonces es el acreedor el que toma conciencia de que jamás ha de cobrar lo que se le adeuda, por más sentencia judicial que exista, ya que el deudor no tiene con que cubrir el monto adeudado.
Algo semejante -pero no idéntico- aunque a un mayor plazo temporal ocurre con las deudas públicas, es decir, las deudas que mantienen los Estados y que repercuten psicosocialmente en las poblaciones deudoras de una manera indirecta, invadiéndolas de estados emocionales angustiosos por la posibilidad de pérdida laboral que en cada una de ellas se reflejan. Esto se debe -entre otras causas- a que el país deudor debe invertir una alta proporción de su Producto Bruto Interno en pagar las cuotas de capital e intereses que han comprometido con el acreedor externo o vernácula. Esta situación hace que el costo del crédito -tanto interno como externo- se incremente de manera excesiva a niveles usurarios y la producción local se vea resentida en su capacidad de elaborar bienes a través de inversiones de riesgo o del mejoramiento de la capacidad competitiva internacional para ubicar su producción por la falta de adaptación a las nuevas tecnologías que requieren permanentes inversiones para llevar adelante con éxito su explotación.
Hace más de 15 años que F. Castro (1985) definió a la deuda externa de los países empobrecidos como "injusta e inmoral". La misma, que cargan sobre sus hombros los habitantes del Tercer Mundo (Fanon, 1970), marcan dramáticamente una impronta psicosocial, a consecuencia de que funciona como un lápiz labial indeleble, por más que sus amantes acreedores enriquecidos los besen intentando seducirlos para que paguen sus deudas, lo que queda en sus labios es solo el gusto a la miseria que sufren y un profundo resentimiento para con ellos y los gobernantes cómplices de la exacción.
El mundo contemporáneo vive una situación que no por paradójica deja de ser injusta y dolorosa. En sólo los últimos 40 años la riqueza mundial -que cada vez está concentrada en manos de menos tenedores- se ha multiplicado ocho veces, mientras que el 25% de la población planetaria intenta sobrevivir con menos de 30 dólares mensuales y, a su vez, el 50% de "la gente" con alrededor del doble de esa ínfima cifra, lo que para el lector de estas líneas pueda aparecer como una tarea titánica o imposible. Aquellos crudos números explican -parcialmente- las razones de que una quinta parte de la población mundial no tenga agua potable ni desagües cloacales y a la vez esté "enferma" de analfabetismo total o funcional; mientras que un tercio no posee energía eléctrica y, la misma cantidad de niños y menores de 17 años sufran problemas de crecimiento y psicológicos por la pésima nutrición a que fueron condenados, lo cual -conjugado con los otros indicadores- eleva a cifras inconcebibles para la sensibilidad humana los índices de mortalidad infantil, los que podrían evitarse con buena calidad de alimentación y con programas sanitarios de vacunación que evitarían tan aberrantes hechos.
Sin embargo, los países en dónde se ofrece tal panorama, deben pagar -en total- una suma superior a los 300 mil millones de dólares anuales a los acreedores de la "centralidad", cifra que representa el 10% del gasto militar de los EE.UU., o el 50% de la fortuna personal de las cuatro personas que encabezan el ránking de los más ricos, según la Revista Forbes, para principios del 2001. Es Evidente que los datos presentados tan crudamente, se dan de patadas con las propuestas de buenas intenciones elaboradas por distintos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, Unicef, FAO, OMS, etc, para salvaguardar tales situaciones.
La solución al problema del hambre y de la injusticia en el reparto de la pobreza se presenta como una suerte de círculo vicioso, ya que los países centrales exigen (7) que los países empobrecidos paguen sus deudas para recibir flujos de capitales que les permitan superar el estado de pobreza. Esta argumentación es falsa, ya que lo único que se logra siguiendo tal receta del FMI es endeudarse más y más y no poder salir de la espiral de lo adeudado que cada vez insume mayor proporción del PBI de los países empobrecidos, con lo cual pierden sus posibilidades de crecimiento y desarrollo autónomo para satisfacer las demandas de su población, de la cual buena parte vive en la miseria por falta de fuentes laborales dignas.
Es preciso recordar que en 1982 apareció una crisis mundial por la posible cesación de pagos de la deuda y, desde entonces, el famoso flujo de capitales (8) tomó un camino inverso: ha sido mayor el monto de lo que aportan las economías periféricas a las centrales que el que se da en sentido contrario. Esto no solamente debe calcularse en términos de los reembolsos de la deuda, sino también tomando en consideración -entre otras cosas-: a) la captación de "talentos" que han sido formados en las regiones marginales y que han dado lugar a lo que se conoce como la "fuga de cerebros" en dirección al Primer Mundo; b) la relación asimétrica con que se presenta el intercambio comercial; c) las barreras aduaneras para las exportaciones no manufacturadas y la consecuente exigencia del levantamiento de aranceles a la importación de manufacturas por parte de los países enriquecidos sobre los empobrecidos (9); d) la explotación abusiva de riquezas naturales, lo que pone al borde del abismo el equilibrio ecológico regional y mundial y e) el pago de regalías por patentes; f) la transferencia de beneficios a las casas matrices y, junto con esto último, el proceder ilegal de sobrefacturación en las exportaciones de aquellas y subfacturación en la las importaciones provenientes de las filiales; etc. Todo esto se acompaña y sostiene por el aliento a la corrupción de los dirigentes políticos locales para que acepten las condiciones impuestas y, cuando alguno pretende rebelarse, entonces se aplica la fórmula utilizada en la década de los '70 de imponer dictaduras militares dóciles a los mandatos de la metrópoli en cuanto al cumplimiento de sus órdenes. Esta metodología última, desde aquel entonces se modificó para perfeccionarla en su perversión, ya no se imponen a militares autoritarios, sino que, a veces se desestabilizan gobiernos democráticos díscolos y se los reemplaza por gobiernos de tono populista revestidos de una mascarada de democracia formal; mientras que en otras oportunidades solamente es necesario comprar las voluntades de la dirigencia gobernante al precio de la cotización de mercado de su mercancía que se oferta al mejor postor. Básicamente esto último provoca el desasosiego, la apatía y la desesperanza con respecto a la "clase política" (Mosca, 1926), ya no se puede creer en algo que ofrezca la tan ansiada confianza, la seguridad que no se va a vender al primero que pretenda comprarlo como un trozo de pizza o como un pañuelo.
A continuación, expondremos algunos datos econométricos y sociométricos de la situación que se vive en América Latina -con especial referencia a la Argentina- los cuales han de servir entre otras cosas para comprender cómo se genera y profundiza un estado que bien se puede definir como de "malestar en la sociedad", que sirve para complementar y ampliar a aquél que describiera Freud (1930) como "malestar en la cultura" (10), de una manera semejante, y que tiende a exacerbar la vivencia de un clima psicosocial de lo que comúnmente se conoce como "bronca" y que se patentiza con síndromes que pueden aparecer como contradictorios, tales como la desesperanza (Martín-Baró, 1987); la apatía; el desinterés total (11); el malhumor; la impotencia (Rodriguez Kauth, 2001) y la violencia testimoniada en actos individuales de agresión, como así también actos colectivos dirigidos contra los símbolos de la opresión y la injusticia social y económica.
Cuando los humanos no percibimos la posibilidad de un futuro mejor, de poseer un proyecto que nos trascienda más allá del aquí y ahora inmediato de la sobrevivencia, entonces ya no existen garantías de que alguna vez terminará el estado de malhumor, de "bronca" reinante y eso es lo que impide que se pueda tener un deseo para vivir, para seguir peleando por la vida en la vida y no con promesas quiméricas del más allá.
Al respecto, el 53% del PBI argentino está comprometido en el pago de la Deuda Externa, con lo cual queda menos de la mitad del mismo para realizar inversiones internas productivas con capitales autónomos y, sin tener que depender de la buena voluntad del flujo de capitales externos; la cual es una tarea imposible, ante la escasez de recursos propios genuinos. Asimismo, el 10% que más se ha enriquecido de nuestra sociedad capitalista vernácula, embolsa el 37,2% del ingreso, en tanto que 40% más empobrecido de la población sólo accede al 15% de la riqueza. En la actualidad, dos millones de personas tienen solamente un dólar diario para vivir; asimismo el 45% de las familias se encuentran por debajo de lo que eufemísticamente los economistas han denominado la "línea de pobreza". Por otra parte, existen 15.700.000 de personas -sobre un total de 37 millones- que sobreviven en la miseria, mientras otros dos millones se encuentran sin actividad laboral (12) y 2.100.000 se ubican en la condición de subocupación. A este panorama perverso deben sumarse 400.000 personas más con problemas de empleo en el año 2000. El índice de desempleo oficialmente reconocido por las autoridades gubernamentales es del 18,3%, debiéndose remarcar que es notable que el 36,4% de los desocupados poseen estudios terciarios o universitarios completos y el 37,6% de los subempleados tiene un alto nivel de instrucción formal. Asimismo, el 90% de quienes en la actualidad trabajan, lo hacen con un ingreso inferior al que tenían en el año anterior.
Por otra parte, más de 300 mil adolescentes abandonan la escuela media cada año y el 30% de los jóvenes no finalizó sus estudios primarios; el 15% de aquellos jóvenes no tiene trabajo ni estudia (13), a la vez que 3.500.000 personas de las que se encuentran sin trabajo son menores de 24 años; a todo lo cual se debe añadir que el más del 50% de los menores de 14 años viven en la marginación de la pobreza. La magnitud de estas cifras frías y la manera trágica en que la vive cada uno de sus protagonistas, explica el éxodo de argentinos al exterior, en busca de mejores condiciones de vida o, al menos, de una mayor dignidad (Rodriguez Kauth, 2001b).
Esta situación se complementa dialécticamente de una manera necesaria desde el punto de vista de la merma de la actividad comercial. Así, en el último lustro -1996 a 2000- 4600 comercios cerraron sus puertas en todo el país, dejando sin trabajo y sin fuentes de ingresos a buena parte de los que denominamos como desocupados o subocupados. Asimismo, en la construcción -que se lo conoce, por su relevancia económica como industria de industrias- en el segundo trimestre de 2001 alcanzó su nivel más bajo de ocupación en los últimos cinco años, habiendo sido la pérdida de puestos laborales -con respecto al trimestre anterior- del 6,5%.
A todo esto, para el año 2001 la deuda externa comprometida se calcula en unos 160.000 millones de dólares, la cual se elevará a 220.000 millones para el año 2004 en función de los intereses que la misma va acumulando y si es que no se contraen nuevos compromisos que sirvan para cubrir el déficit fiscal que juega como un agujero negro interestelar que se traga toda la energía que pasa cerca suyo.
Algo semejante al rápido pantallazo que hiciéramos con Argentina ocurre con la evolución de la deuda externa para América Latina. En 1970 era de 60 mil millones de dólares; en una década se elevó a 210 mil millones y en la siguiente se duplicó, llegando en 1990 a 450.000 millones y, en el 2000 estaba calculada en alrededor de los 800 mil millones. Sin necesidad de ser experto en finanzas, es posible observar que algo falla en las administraciones latinoamericanas, como así también en quienes les prestan dinero de ésa manera dispendiosa. Pero esto no es todo, obsérvese que en el último cuarto de siglo se han girado a los países centrales 950.000 millones de dólares correspondientes a los servicios de la deuda, monto éste que supera al total estimado de la deuda externa latinoamericana y que dicha cifra es prácticamente idéntica a los saldos favorables acumulados del comercio exterior de la región, es decir, el saldo resultante entre las cifras de las exportaciones menos las de las importaciones.
Sin embargo, existen dos caminos convergentes para reparar el daño producido en las economías regionales latinoamericanas. Son sencillas, el primero consiste en tomar el modelo adoptado oportunamente por los EE.UU., cuando a finales del Siglo XIX no reconoció -después de su intervención militar guerrera contra la España- que la deuda que Cuba contrajo con aquella no la iban a pagar ellos que se convirtieron en los nuevos "protectores" de la isla caribeña, ya que la misma fue asumida sin su consentimiento y por la fuerza de la ocupación ibérica. Con tal medida crearon un concepto que hoy está caído en el olvido, cual es el de la "Deuda Odiosa". Olvido que no es casual y para el que valen las interpretaciones psicosociales que se quieran utilizar, sino que obedece a los intereses espurios de nuestros administradores, que se asociaron a los de los acreedores merced a prebendas recibidas, en otra forma de testimoniarse la corrupción que nos embarga.
Si se tuviese en cuenta tal principio del derecho público internacional, se podría considerar que Latinoamérica, en la mayoría de los casos, contrajo su deuda de modo fraudulento y con falsedad ideológica e instrumental de las operaciones. Para la lógica capitalista hay una regla elemental de responsabilidad concurrente entre el deudor y el acreedor, ella es el "riesgo" que asume el segundo. Quienes fueron cómplices -activos o pasivos- de gobernantes ilegítimos, o también legítimos, en las exacciones ilegales a que fueron sometidos nuestros pueblos merced a la aplicación de intereses leoninos cuando se firmaron los contratos, los acreedores deben saber que les caben las generales de la ley, es decir, la posibilidad cierta de no cobrar aquello que se les adeuda.
La segunda medida, menos extremosa que la anterior, consiste en juntar a los acreedores y reprogramar de consuno la forma de realizar los pagos. Esto no significa que se reconozca el total de capitales e intereses adeudados, sino que simplemente es cuestión de sentarse a estudiar concienzudamente que parte de la deuda es auténtica y cual es fruto de negociados espurios y realizar una auditoría sobre los mismos. Sobre la parte que no existan dudas de su autenticidad, la misma se pagará, pero no en las condiciones impuestas por el acreedor sino dentro de las posibilidades del deudor de pagar sin quedar falto de recursos para el crecimiento y desarrollo interno. Es decir, se lo asocia al acreedor a las ganancias futuras que tendrán los Estados a partir de sus procesos de producción y desarrollo económico en función de la inversión de capitales internos.
Debe tenerse en cuenta que ésta no es una medida arbitraria por parte del deudor, sino que la misma tiene antecedentes de sustento tanto jurídicos como históricos. A la primera se la conoce -como ya lo señaláramos- con el nombre de "Deuda Odiosa" y se refiere a la deuda contraída en contra de los intereses de la Nación y del pueblo de la misma. El origen político de tal figura jurídica tiene más de un siglo de existencia y fue aplicada por vez primera -en su beneficio- por el gobierno norteamericano. En aquél momento EE.UU. se opuso a pagar la deuda cubana tomada con los españoles aduciendo que la misma no había sido hecha con el acuerdo del pueblo cubano y que era un riesgo que habían corrido los inversores españoles. Asimismo, el Derecho Internacional reconoce otro antecedente para la década de 1930, cuando un dictador costarricense contrajo una enorme deuda con la banca inglesa y la misma fue rechazada por un tribunal arbitral internacional, ya que el acreedor no podía demostrar que sus préstamos iban a ser usados de forma legítima y no en beneficio personal del déspota de turno. Aquel tribunal estuvo presidido por el Presidente del Tribunal Supremo de los EE.UU., W. H. Taft, quien había ocupado la Presidencia de la Nación. Más cerca en el tiempo, algo semejante ocurrió con la deuda filipina que dejó el dictador F. Marcos al ser derrocado en 1986 y, otro tanto, sucedió con la de Indonesia en 1998. Vale decir, jurídicamente existen antecedentes de casos en que se anularon las deudas públicas contraídas por gobiernos no democráticos, tal es el caso a tener en cuenta del inicio de la gran escalada de la deuda pública latinoamericana en la década de 1970, en que la mayor parte de ella fue utilizada con fines fraudulentos por gobernantes usurpadores del Poder.
Como antecedente "remoto" del rechazo al pago de la deuda externa, cabe evocar las palabras del Presidente de los EE.UU., al inicio de su mandato en 1869, A. Johnson, cuando en el mensaje al Congreso "... aconsejó repudiar la deuda pública nacional" (Zalduendo, 1988) y, vale acotar, que no fue el único rechazo de ése país a satisfacer las demandas de sus acreedores. Resulta paradójico que el país que en la actualidad exige el fiel cumplimiento de las obligaciones por parte de sus acreedores, en algún momento de su historia respetuosa de la legalidad haya repudiado hacer otro tanto con las suyas. Pese a ello, los cipayos gobernantes latinoamericanos insisten en un atrabiliario concepto de moralidad para honrar las deudas contraídas con quienes nos esquilman, que en su momento no tuvieron tal virtud para con sus deudas con los británicos.
Un caso interesante a considerar es el de la deuda que Alemania arrastraba desde su derrota en la Segunda Guerra. En 1953, las fuerzas aliadas de ocupación decidieron que se condonara la mitad de aquella y esto, juntamente con la aplicación del Plan Marshall -nacido para frenar el avance comunista desde el Este europeo- operó de manera exitosa para llevar adelante un fluido y sostenido crecimiento económico y social de la República Federal Alemana.
A la "Deuda Odiosa" (14), cabe agregarle la existencia de otro antecedente jurídico y que se refiere a las condiciones de fuerza mayor, que suelen ser reconocidas como eximente de pago de deudas por la mayoría de los Códigos Civiles y Comerciales del mundo occidental. También se la conoce como caso fortuito (Ossorio, 1992). En ambos casos se justifica el incumplimiento de la obligación y, en general, tales condiciones hacen referencia a hechos provocados por fenómenos naturales. Es interesante ver como ante desastres ocurridos recientemente por huracanes, terremotos, sequías intensas o inundaciones, los países afectados no fueron eximidos del pago de su deuda, sino que en el mejor de los casos se les hizo una pequeña reducción de la misma y se les concedieron nuevos préstamos, sobre los que tendrán que pagar los consabidos intereses que están en función directa de la posición que el Estado involucrado se ubique dentro del síndrome de "riesgo país".
Existe una tercera vía para evitar el pago de deudas públicas "odiosas", o que simplemente son impagables, a no ser que se lo haga sobre el hambre y la miseria de los pueblos. Se trata de entrar en lo que se conoce como la tan temida -por el establishment financiero- "cesación de pagos", o default. Ella es una bandera que agitan las agrupaciones y organizaciones políticas de izquierda acerca del no pago liso y llano de la deuda. Tal alternativa suele ser repudiada no solo por los fieles representantes de un orden jurídico que los beneficia en lo personal, sino también hasta por grandes sectores poblacionales que -con horror- advierten que si se hiciese tal cosa, los capitales extranjeros que tienen inversiones en nuestro país huirían despavoridos, a la par que se crearía un clima de desconfianza generalizado hacia el país por lo que sería muy difícil volver a lograr que acudan nuevos capitales a realizar sus inversiones en el territorio; con lo cual se acentuaría la recesión económica y la estabilidad política. Estas últimas argumentaciones son falsas de falsedad absoluta y se encuentran impregnadas de aquello que Marx denominó "falsa conciencia" (1847) que, en este caso no solamente está referida a la clase social, sino que también están impregnadas de una falsa conciencia nacional.
Y no es por razones ideológicas -que existen- que afirmo que las mismas son falsas- sino que también valen argumentos económicos, ya que el temor a la huida de los capitales de inversiones extranjeras, solamente podrá serlo en cuanto se refiera a los activos en efectivo que puedan tener, o en los paquetes accionarios que hayan adquirido para especular en la Bolsa, ya que estos últimos serán vendidos rápidamente a precio vil. Lo que no podrán llevarse es aquello que tienen plantado: fábricas, campos o empresas de servicios, debido a que las mismas no se pueden transplantar de un lugar a otro mediante transferencias electrónicas.
De producirse tal situación, por demás deseable, quedarían en nuestros países verdaderas fortunas millonarias que comenzarían a ser explotadas por los trabajadores de aquellas, como así también por los desocupados, que recibirían créditos a bajo interés por parte de la banca nacional -ávida de colocar sus excedentes ociosos- para ponerlas a trabajar a pleno. Para el otorgamiento de créditos no es necesario recurrir a endeudamientos públicos, es suficiente con la masa de dinero excedente que ha quedado como remanente por el no pago de la deuda en cuanto a la transferencia de esos recursos al exterior. A título de ejemplo pongamos que es lo que sucedería si Argentina dejase de hacer sus transferencias monetarias del 2001, en que debe transferir más de 12 mil millones de dólares. Piénsese que al país no ha de ingresar tal cantidad de dinero y que con el mismo el Banco Central -que es quién hace los pagos externos- transferiría a la banca nacional aquella cifra con intereses mínimos para que sea prestado a los pequeños, medianos y grandes inversores a efectos de reactivar la economía. El objetivo se cumpliría de inmediato y -en el mediano plazo- el mercado interno ha de recibir una inyección monetaria impensable en la actualidad, con lo que se reactiva la economía en una salida laboral y de consumo de la cual solamente tenemos recuerdos de épocas remotas.
Pero también es verdad que Argentina vería cerrados los grandes mercados internacionales hacia donde exportar los excedentes de su producción, que no son consumidos en el mercado interno porque no hay capacidad de consumo suficiente para la misma. Esto también es solucionable de manera inmediata y mediata. De modo inmediato estableciendo contratos de comercialización recíproca con países con los cuales no tengamos deudas impagas, como así también con otros países de la región que pueden tender a replicar la experiencia de nuestra medida extrema, para lo cual entonces recién comenzaría a ser un buen instrumento la puesta en vigencia -de modo auténtico- del tan zarandeado Mercosur. Otro argumento que suele esgrimirse es el de que el país perdería el acceso a la "tecnología de punta", ya que la misma no nos sería vendida por los países "centrales" porque somos malos pagadores. Esta argumentación es parcialmente verdadera, ya que si bien no la recibiríamos de los países centrales nos quedan dos alternativas: a) la producción de la misma en la medida de nuestras necesidades tecnológicas aplicadas a la producción y no en función de un consumismo de lo novedoso por parte del público. Para ello basta recurrir a ponerle un coto la sangría de la "fuga de cerebros" que sufrimos en la actualidad; tales talentos no tendrían que escapara buscando mejores horizontes laborales, ya que el país les está ofreciendo la posibilidad de realizar sus carreras profesionales en él, con lo cual nos veríamos en la obligación de inventar la tecnología necesaria para nuestras necesidades y no para satisfacer la necesidad de venta de las metrópolis; b) adquirir aquella tecnología que no sea posible elaborarla interiormente a los países que se hayan asociado con nosotros, tanto los del Mercosur como los de otras latitudes. Cuba, por ejemplo, tiene una altísima capacitación en tecnología aplicada a la medicina y áreas concurrentes y al estar en la misma situación de "bloqueo" que los isleños, podríamos recurrir a ellos en dicho aspecto que mejoraría sensiblemente la capacidad de oferta sanitaria para la población.
Debemos tener presente que la cesación de pagos, por parte de un Estado, es el equivalente a lo que en el comercio entre entidades privadas se conoce como "convocatoria de acreedores", que es un proceso previo a la quiebra del negocio en cuestión. Al hacerse tal convocatoria, el juez encargado de ella toma contacto con los acreedores para averiguar si éstos están interesados en cobrar lo que se les debe a un plazo mayor que el acordado, para lo cual deben autorizar al negocio -comercio, industria, etc.- a continuar produciendo y trabajando, para ello es preciso que reduzcan partes de sus acreencias y acuerden una nueva forma de pago. El síndico nombrado por la Justicia será el encargado de controlar las cuentas de ingresos y egresos de quien solicitó la convocatoria para determinar en cada período de tiempo cuánto está en condiciones de abonar a los acreedores. Caso contrario, como normalmente los pasivos superan a los activos, si se exige la quiebra, entonces solamente han de cobrar aquella parte de los activos que cubran la deuda. Sobre esto, hay un viejo adagio que dice que "es preferible tener el 1% de algo que el 100% de nada". Por lo que los acreedores acepten la convocatoria antes de una quiebra, dónde los pasivos serán vendidos a precio vil y terminarán cobrando monedas.
Hasta hace una década, uno de los argumentos preferidos de quienes se oponían a la cesación de pagos era el de que si se hiciese, entonces todos los activos nacionales en el exterior serían confiscados por los acreedores, como una forma de satisfacer -de manera parcial- el cobro de sus deudas. En la actualidad, gracias a la perversa política de privatizaciones que emprendiera el gobierno menemista, tales bienes patrimoniales no existen. Ya no hay aviones de Aerolíneas Argentinas que puedan llegar a Nueva York y ser confiscados en sus aeropuertos, tampoco Aerolíneas tiene activos inmobiliarios. Ni siquiera hablemos de buques, ya que la empresa nacional fue desmantelada, como así tampoco de ningún activo argentino en el exterior, sobre lo que no cabe seguir abundando.
Pese a lo dicho de no abundar sobre el tema, permítaseme hacer una digresión marginal respecto a lo de las privatizaciones realizadas por el menemismo, que vienen a cuento para comprenderlas como un mecanismo de acción psicológica. Desde la derrota del peronismo en 1955, la burguesía vernácula comenzó una titánica tarea por retomar el control de las empresas estatizadas por el gobierno de Perón, que representaba un magnífico negocio para sus intereses. Así, la figura paradigmática del Capitán Ingeniero A. Alsogaray fue la que inició una prédica elocuente desde el Ministerio de Economía durante el Gobierno de A. Frondizi a partir de las cuales desacreditaba a la empresas públicas por variadas razones, pero que con sagacidad las resumió en solo: a) Eran ineficientes, en tanto y cuanto no satisfacían acabadamente las necesidades del consumidor, lo cual era verdadero, ya que las habían convertido en un coto de caza de políticos y sindicalistas corruptos que estaban al servicio de su horda de ladrones y no del pueblo (15); y b) Por su ineficiencia eran deficitarias y, como corolario, eran parasitarias del fisco, para demostrar lo cual se recurría a datos estadísticos que demostraban la sangría que las mismas significaban al erario público, lo cual quiere decir que el beneficio de unos pocos era pagado con el esfuerzo de todos los contribuyentes. Vale decir, el propio Estado se presentaba ante el público como "mal administrador" de los servicios que podrían ser "bien administrados" si estuviesen privatizadas. Tales argumentos fueron en principio rechazados, pero de a poco se advirtió la verosimilitud de ellos y, merced a una campaña machacante en los medios de comunicación, la población fue convencida de la veracidad de los mismos. Fue una apuesta a largo plazo, debieron transcurrir más de 30 años para que tal prédica se hiciese "carne" en la mayoría de la población y con el menemismo -originariamente peronista- hubo una vuelta de campana con la embarcación y la propuesta original de Alsogaray y sus cómplices dio sus frutos: el proceso de estatización de las empresas públicas -electricidad, transportes, hidrocarburos, telecomunicaciones, etc.- que concretara Perón fue revertido y se comenzó a privatizar a aquellas, sin por eso escucharse voces de protestas que fueran más allá de los directamente implicados en las mismas, lo cual servía para confirmar que tales empresas estaban al servicio del latrocinio. Si se mira con detenimiento, nos encontramos que en 30 años se consumó una de las mejores trampas psicológicas imaginables, ya que las privatizaciones no mejoraron ninguno de los dos aspectos sobre los que hizo hincapié la campaña de penetración impulsada originariamente por Alsogaray.
A partir de los comienzos del gobierno de Menem se marchó en el plan de privatizaciones. Sin dudas que fue un excelente negocio para quienes se hicieron cargo de las empresas y de quienes participaron en las negociaciones por parte del Estado, ya que unos -mayormente extranjeros- lograban con poca inversión ganancias impensables en sus países de origen, mientras que otros recibían suculentas "comisiones" que les permitían engrosar sus patrimonios personales a punto tal de que muchos de ellos fueron procesados penalmente por la figura de "enriquecimiento ilícito", aunque esto no quiera decir que hayan cumplido condena alguna -salvo deshonrosas excepciones- ya que la Justicia también era cómplice del latrocinio cometido contra el patrimonio nacional. Sin embargo, ninguno de los dos argumentos de Alsogaray fueron corroborados. Ni las empresas prestaron servicios medianamente satisfactorios -teniendo en cuenta el costo de aquellos para los consumidores, que supera con creces a los de los países originarios de los empresarios- ni dejaron de ser deficitarias para el fisco. Esto último es una paradoja inverosímil, ya que si bien se deshicieron de la mayor parte de la mano de obra ociosa con que contaban sus planteles, eso no quita de que el Estado les haya dado la prebenda de reducciones impositivas sustanciales con respecto a otras empresas privadas productivas ya instaladas, sino que debe sumársele un sistema de subsidios inexplicables, lo que hace que, por ejemplo, en el rubro transporte ferroviario la pérdida fiscal que originalmente rondaba el millón de dólares diarios hoy se viera reducida a setecientos mil dólares -por el sistema de subsidios- pero a costa de un proceso de despidos masivos de personal que alcanzó al 90% del mismo y a la simultánea cancelación de líneas que, si bien podrían ser deficitarias en su funcionamiento, estratégicamente eran necesarias para la integración del territorio nacional. Ahora la mayor parte de la población se queja de las privatizaciones y de cómo se realizaron, pero ya es tarde para ello. Se cumplió el objetivo propuesto por los esquilmadores y, lo peor, es que se lo hizo con el visto bueno de la mayoría de la población que había sido convencida de las bondades de la novedosa estrategia económica. Es decir, los conocimientos de la psicología y de las técnicas comunicacionales puestas al servicio de intereses extraños a los de la masa trabajadora y poblacional.
Hecho este largo paréntesis, es cuestión de retornar a nuestro punto de origen del discurso, es decir, los bienes argentinos en el exterior que "impiden" que se deje de pagar la inmoral deuda externa. Solamente quedan dos patrimonios en el exterior: algunas residencias de delegaciones diplomáticas -que son las menos, ya que la mayoría se alquilan- y los depósitos bancarios de ciudadanos argentinos que sacaron sus dineros del país y que podrían verse afectados por medidas confiscatorias arbitrarias. Respecto a las delegaciones diplomáticas, solamente se puede decir que el valor pecuniario de las mismas es de una proporción miserable frente al total de lo que se debe pagar anualmente: que se las queden y que nuestros diplomáticos retornen al país o que alquilen. Con relación a los activos monetarios depositados por ciudadanos argentinos en el exterior quedan dos posibilidades: o los retiran inmediatamente y los repatrían a Argentina -con lo cual nadaríamos en dinero- o que lo pierdan -que son una exquisita minoría oligárquica y corrupta- en lugar de que lo haga el pueblo trabajador con su sacrificio.
Ya vimos a vuelo de pájaro las soluciones inmediatas, resta ver que pasará con las mediatas. No nos engañemos, si Argentina retorna a ser el país pujante que fuera a inicios del Siglo XX, rápidamente se olvidarían sus deudas y el mundo entero estaría interesado en comerciar con nosotros. No nos olvidemos que el nuestro es un país naturalmente privilegiado (16) en cuanto a capacidad de recursos para abastecer las necesidades de la población. Resulta perverso -y hasta maligno- que en el país de las vacas y el trigo -como fuera definido múltiples veces- pueda existir la hambruna que atraviesa a grandes sectores poblacionales, especialmente a la infancia. Pues bien, si se pone en marcha esta propuesta de inyectar el dinero que se paga por año al exterior al servicio del desarrollo y crecimiento local, esas cifras inconcebibles e inhumanas, de hambre y mortalidad, se verían reducidas a su mínima expresión.
Y, para que no se asusten los lectores temerosos de que lo que proponemos es una receta comunista o socialista, les hago saber que ésta es la única receta económica viable. Han demostrado su fracaso las que nos venden nuestros "amigos" del capitalismo, nuestra propuesta no es necesariamente socialista, puede llevarse bien con una estructura mixta de liberalismo político, independencia económica y un capitalismo "progresista", si es que tal figura pudiese existir.
3- A esta altura del discurso, entendemos que ya es hora de entrar a estudiar las consecuencias psicológicas, tanto individuales como las psicosociales y psicopolíticas que deja el hecho de tener que pagar -los pueblos con su trabajo y el sacrificio en la merma de ingresos- una deuda usuraria e injusta. Aquella que fuera tomada no para la realización de inversiones de capital genuinos destinadas al desarrollo y crecimiento, sino para el peculado con el acreedor por parte de funcionarios venales. Sin dudas que esto deja marcado un profundo sentimiento de revancha en los sujetos que son explotados por los que someten a sus pueblos con inversiones engañosas. No son más que capitales "golondrinas" (Rodriguez Kauth, 1997) que vuelan en busca de inversiones bursátiles en los países ávidos de las mismas -entre otra cosas para reducir un nuevo síndrome económico que ha aparecido en el escenario internacional: el del "riesgo país"-, pero que escapan en busca de lugares más seguros -en la centralidad o sus dependencias en "paraísos fiscales"- cuando hicieron una buena diferencia de intereses entre lo invertido y el valor accionario del momento en que se retiran de los mercados bursátiles locales porque están temerosos de los vaivenes políticos que sacuden a nuestros países.
Nos referimos a las inversiones que huyen despavoridas en cuanto sienten el "olor" a inestabilidad política o social en el lugar en el que tienen sus depósitos, o a aparentes inversiones de capital. Y, digo aparentes, porque ellas no son inversiones de riesgo a largo plazo, solo buscan ganancias rápidas y poco riesgosas en las bolsas de valores de los "países emergentes". Esas inversiones muchas veces no son más que dineros obtenidos de la explotación del propio pueblo que luego tiene que pagar altísimos intereses por el dinero que se han llevado bajo la forma de regalías, patentes, estafas, lavado de dinero, fuga de impuestos que se debían pagar al fisco, etc., como puede ser -por ejemplo- comprar caros los insumos a la Casa Central -en una metrópoli europea o norteamericana- que necesitan y vender a precio vil el producto terminado a la Central, con lo cual hacen una diferencia de ganancia sustancial. Vale decir, ellos ganan millonadas y los que pierden son los países en los que se realizan este tipo de operaciones. Pero eso sí, ya sea en algún país de Europa o en los EE.U., de vez en cuando se juntan los "propietarios" del Grupo de los siete países más ricos e del mundo para -en un gesto hipócrita- hacer como que se devanan los sesos imaginando la disminución -o hasta inclusive anulación- de la deuda externa que agobia a las economías de los países empobrecidos y pauperizados por las "ayudas" financieras recibidas.
En marzo de 2001, luego de los trágicos terremotos en El Salvador, los "salvadores" imperiales ofrecieron "ayudas" económicas millonarias al gobierno de ése país, pero como préstamos, es decir, que para los salvadoreños superar los destrozos causados por las fuerzas naturales, se endeudarán a un punto astronómico. Eso sí, ante la necesidad inmediata de 1.600 millones de dólares, el gobierno de EE.UU. ofreció un regalo de cerca de 65 millones en dos años. Fue como tapar al sol con la mano. Sin embargo, durante la Cumbre de Davos, a principios de 2001, el multimillonario G. Soros reconoció qué la pobreza extrema de los países empobrecidos, dieron el tono del debate a la reunión, cuando reconoció la legitimidad de las protestas sucedidas luego de la fracasada reunión de la Organización Mundial del Comercio -Seattle, 1999- diciendo: "No podemos separar la riqueza de su distribución. La riqueza no es un pastel que no cambia nunca de formato". Añadiendo "... en realidad, las reglas de juego internacionales son injustas e impuestas por el centro privilegiado a costa de la situación de la periferia". ¡A confesión de partes, relevo de pruebas!. No fue el único en ubicarse en tal posición de reconocimiento de la injusticia económica y social que vive el mundo contemporáneo, a él se le sumó la palabra de la Presidenta de la empresa cibernética Hewlett Packard, quien enfáticamente y sin tapujos señaló que "Los intereses de las empresas van a ser sacrificados si no logramos que las desigualdades sociales disminuyan. No podemos ignorar las protestas".
Hasta ahora -segundo semestre de 2001- los gurúes de la economía y finanzas internacionales solamente se comprometieron a hacer grandilocuentes anuncios, que fueron publicitados por los mass media siempre prestos a servir de voceros oficiosos de sus mandantes -respecto a la posibilidad de condonación de la deuda externa de los países empobrecidos- pero dichas declaraciones no van más allá de lo que se puede calificar como anuncios efectistas a los cuales la sabiduría popular los define como de "mucho ruido y pocas nueces".
Es preciso destacar que en junio de 1999 se reunieron en la ciudad alemana de Colonia (17) el Grupo de los Siete para resolver una política definitiva acerca de la reducción de las deudas externas, que objetivamente son incobrables a los deudores morosos que no tienen ya recurso alguno con que satisfacer las demandas de los acreedores. Por tal razón es que muy posiblemente se condonarán las deudas de países como Nicaragua o Burkina Faso, que representan una parte ínfima de dinero dentro una masa multimillonaria. Pero jamás se lo hará con países hipotecados hasta la médula, como son los países categorizados "en vías de desarrollo", ya que si bien ellos no tienen capital para pagar sus deudas, en cambio disponen de bienes naturales, como así también de consumidores de servicios y la posibilidad de ampliar aquellos -para ser utilizados por una parte reducida de la población, pero que sumada deja buenos rindes empresarios- los que son adquiridos por los acreedores al precio que se les antoja en nombre de la deuda que aquellos países mantienen.
Ese enorme e insalvable hiato que se ha abierto entre los países cada vez más ricos y los que cada día se empobrecen más y más para así enriquecer a los primeros, también es posible observarlo -a nivel microeconómico y social- en el espacio de los países "ricos", en la dimensión de las diferencias individuales entre los pobres y los ricos que allí habitan; vale decir, no desde una lectura macroeconómica a la que son tan afectos los economistas ortodoxos. La riqueza de los ricos no es la riqueza de todos los habitantes de una Nación, solamente se trata del enriquecimiento de unos pocos que hacen "inflar" los indicadores macroeconómicos con que se mide el crecimiento para saber que el país "avanza", aunque en ellos exista un enorme vacío -como un agujero lleno de nada- entre los pobladores ricos y los habitantes pobres; así los bolsones de pobreza suelen superar en diámetro a los de riqueza.
Más aún, es sabido que no es lo mismo tener un ingreso mensual de 300 dólares en el Norte que en el Sur, en Gran Bretaña que en Haití. El sentimiento de "privación relativa" (Stouffer, op. cit.) emergente ante la disparidad -de un mismo monto de ingreso, aunque con una sensible diferencia de poder adquisitivo- es mucho mayor para los primeros que para los segundos, ya que los que viven -o que sobreviven- con esos escasos ingresos de 300 dólares mensuales en los países de la centralidad, están inmersos en la parafernalia escatológica -ubicada en los escaparates de los comercios y en las marquesinas de múltiples colores de los espectáculos públicos- de un consumismo inaccesible para los recursos que disponen.
De tal forma, así como existe una deuda externa cuantiosa, también hay una inmoral "deuda interna" de mayor magnitud (18); es decir, una deuda social y económica dentro de cada Nación Estado, la que es una asignatura pendiente de ser satisfecha. Estas deudas internas son de magnitud diferencial según el lugar de que se trate. En los años sesenta, en EE.UU. había un 22% de pobres; entonces el Presidente L. B. Johnson lanzó una campaña contra la pobreza y en menos de una década la redujo a la mitad. Sin embargo, con la llegada de la "popular" reaganomics, la misma ascendió al 15% y con la presidencia de B. Clinton se redujo al 13%. Más, las diferencias aumentaron cuantitativamente al interior de ésa reducción. Los que más ganan aumentaron sus ingresos entre finales de los '70 y el fin del milenio a ritmo constante; en tanto que los que menos ganan mantuvieron sus ingresos, con lo cual no solamente descendieron en sus promedios, sino que han perdido puntos en la capacidad adquisitiva de su dinero, si se tiene en cuenta un promedio de inflación anual de, como mínimo, el 4%.
Para un análisis comparativo, veamos que ocurre en Argentina, país que no incluido en la lista de los más empobrecidos. Durante la década de los '90, la economía creció un 57% respecto a períodos anteriores. La situación es compleja, ya que el 10% de la población más humilde descendió durante la misma década del 2,1% al 1,5% su participación en los ingresos totales, es decir, en lo que se calcula como el PBI. En cambio, si se toma al decil superior de la población, ésta creció su participación del 33,6% al 36,7% en la distribución de los ingresos. Mientras que en EE.UU. los pobres de solemnidad son unos 30 millones -menos del 10% de la población- en Argentina existen aproximadamente unos 12 millones de pobres (19) la que representa al 33% de la población y que triplica la cifra norteamericana. Y, lo más escandaloso de estos datos, es que en Argentina la población infantil, la pobreza supera al 40%. Resulta interesante destacar que los pobres menos empobrecidos de los EE.UU. no serían ubicados por debajo de la línea de pobreza en Argentina, mientras que los que aquí están por encima de ésa línea imaginaria en algunos centiles, allá son calificados de pobres totales (20).
Asimismo, hay que tener en cuenta que mientras que la pobreza en los EE.UU. es -en general- transitoria y aumenta temporariamente por la masa de inmigrantes que llegan buscando la salvación a sus penurias, en Argentina la pobreza es una enfermedad endémica, de carácter estructural; ya que está ligada con los altos niveles de desempleo, la subocupación y, aunque parezca paradójico, con la sobreocupación, es decir, quienes trabajan hasta 18 horas diarias para sobrevivir en condiciones de indignidad extrema. A su vez, la pobreza aumenta en orden creciente a las corrientes migratorias; a principios del Siglo XX Argentina era un país poblado mayormente por inmigrantes, hoy estos son minorías y la categoría de empobrecidos aumenta día a día gracias a los aportes que hace la pauperizada clase media, que hoy, está incluida en la categoría de pobres.
Planteadas así la relación entre crecimiento económico y desarrollo social, es momento de hacer públicas, si de hacer denuncias se trata, acerca de la falsedad de las argumentaciones que aseguran -y que son producidas por quienes tienen intereses en ése anónimo en que se ha convertido el "mercado" (Rodriguez Kauth, 1999))- que el crecimiento económico trae aparejado -de manera necesaria- el desarrollo social. Desde 1990 a 1998, en Argentina, hubo un sostenido crecimiento económico, aunque el mismo vino aparejado con profundo deterioro social. Lo cual no demuestra que el crecimiento económico sea necesariamente una herramienta para el desarrollo social, sino que sirve para demostrar que el crecimiento de la economía es razón necesaria -aunque no suficiente- para asegurar el mejoramiento de las condiciones sociales de los pueblos. En 1998 la economía argentina se estancó y entró en una etapa recesiva que dura hasta principios de 2002, el resultado fue que se profundizara la "deuda interna". Para que surja la relación óptima de crecimiento económico y desarrollo social es preciso poner en juego la voluntad y el talento de los dirigentes políticos, virtudes que pareciera que cada día están siendo más escasas entre ellos y no se atisban vientos de mejoría en tal sentido.
Es preciso comprender que la economía nunca puede ir delante del carro, la política es la que indica los rumbos y desde la economía se apoyan. Sin embargo pareciera ser que en el mundo contemporáneo -a través de la influencia de los economistas y la debilidad de los políticos que se han sometido a su voluntad, los que representan los intereses de las grandes empresas monopólicas transnacionales- se invirtió el orden de la relación: la economía dirige al carro y la política lo empuja. Sin un Estado que encauce el sentido social del gasto público -o de la inversión en bienes sociales- para acelerar el crecimiento, no se abandonará la paradójica situación perversa que se observa, en que en medio del crecimiento de los grandes números económicos, los pueblos viven cada vez en peores condiciones materiales y espirituales que cuando tales datos financieros eran más pequeños.
Psicopolíticamente, cuando los pobres son los menos en el electorado, entonces ganan los partidos moderados y, cuando los pobres son los más ... ocurre lo mismo, salvo cuando aparecen los populismos que embellecen sus discursos con términos demagógicos al estilo de los "salvadores de la Patria". Pero a no engañarse, en ése punto de inflexión de la historia, desde el que los pobres escuchan los cantos de sirenas del populismo, es el momento de la demagogia y su camino fatal a las dictaduras o tiranías "populares". La primera de las citadas fue una relación que devanó los sesos del psicoanalista alemán W. Reich (1933) y que entendemos que los partidos, aún los que se precien de más revolucionarios, terminan por acomodarse a las reglas del juego del capitalismo, en una clara traición al proletariado que lo abastece de su electorado, además de sus cuotas sindicales. Por eso confío que solo se logrará la auténtica justicia social a través de acciones revolucionarias. Otra alternativa será, en las actuales circunstancias que vive el mundo globalizado, simplemente poner paliativos a una situación.
Esto es lo que propuso Rawls (1971), al sostener que la mejora de quienes están en la cúspide de la pirámide de estratificación social, debiera acompañarse de mejorías semejantes en los que están por debajo, en la base de la misma. En cierta forma, desde una lógica aristotélica, la propuesta es razonable, lo lamentable es que las razones no se cumplen y de que de razones no se alimenta el estómago, la admonición de Rawls no ha pasado de ser más que una expresión de buenos deseos.
Asimismo, en los países del Sur, la pobreza presenta una correlación positiva perfecta con el incremento de la deuda externa. Esta conclusión no es de ideólogos "izquierdistas" en sus afanes por demostrar cuán perverso es el capitalismo, sino que ha sido fruto de múltiples reuniones de los grupos de acreedores que no dejaron de visualizar una relación indisoluble. Los miembros de las grandes corporaciones financieras internacionales están preocupados, no porque les inquiete la pobreza de los "otros" -o por pruritos que los acomplejen- sino a causa de que sus acreencias son incobrables. Es decir, también a ellos les llegó el miedo. Al menos así lo ha tenido que reconocer el Presidente del Banco Mundial, en 1999.
Economistas y asesores de esas organizaciones saben que el modelo de la "liberalización" económica no dio los frutos esperados -por ellos, nosotros nunca esperamos otra cosa, es decir, más recesión y el consabido ajuste económico para los pueblos- en los países dependientes. Al contrario, el FMI reconoció -durante una crisis política sufrida en su seno, durante 1999- que sus "recetas" y previsiones solían ser un fracaso para las expectativas de ellos y la de los que recibían los préstamos.
Tales fracasos obedecen a dos causas no excluyentes entre sí: a) que los economistas suelen ser una suerte de fundamentalistas de las doctrinas económicas estudiadas y que son incapaces de reconocer la dimensión temporoespacial en la cual aplican sus recetas (Boyer, 2001); y b) que el FMI hizo "la vista gorda" ante los casos corruptos en que se desviaban los dineros prestados de los créditos. Tales desvíos se realizaban hacia los intereses particulares de los gobernantes de turno de los países "ayudados". Hubo de reconocerse, en la reunión de 1999, que las autoridades del Fondo sabían que muchos de los "préstamos" sirvieron para corromper gobiernos que "amigos", durante la Guerra Fría, como también durante "los años de plomo" en América Latina, el Africa y el Sudoeste asiático.
En Latinoamérica a la situación se la sufrió gravemente durante las sangrientas dictaduras militares de los '70 y los '80, períodos en el que el endeudamiento externo -e interno- de la región creció de modo gigantesco, aunque sin reconocerse en qué se han invertido dichos préstamos, ni que con ese dinero se produjera instalación alguna de obras de infraestructura, o de educación y de salubridad, ya que ellas hubieran facilitado el desarrollo económico y social en la región. En Argentina, por ejemplo, la deuda externa al momento de la usurpación militar del Poder -1976- era de unos ocho mil millones de dólares; cuando los militares abandonaron el Poder -1983- superaba los 45 mil millones. ¿En que se gastó esa diferencia?. Básicamente en comprar armas para que nuestros militares jugaran a los soldados con delirantes hipótesis de guerra que concluyeron dramáticamente en la desastrosa Guerra de las Malvinas (21). Más, a ello se deben sumar leoninas comisiones pagadas a los intermediarios en el tráfico de armas -que por lo general son militares retirados e, incluso, en actividad-, a todo lo cual hay que agregarle la perversa política económica de estatizar -sí, aunque parezca un disparate- la deuda externa contraída por empresas privadas, maniobra en la cual uno de sus mayores artífices fue el ex Ministro de Economía del menemismo y que luego ocupara idéntico rango en el gobierno de De la Rúa: D. Cavallo. Y por si esto fuera poco, debe añadirse que cuando se contrajo tamaña deuda, el interés que se pagaba era del 6% anual, aunque gracias a estrategias de la banca internacional, a partir de los '80 la tasa subió al 16%, teniendo un carácter retroactivo sobre el saldo de capital e intereses adeudados.
Aquellas organizaciones financieras -que sirven para colocar dineros ociosos de los bancos que cubren sus espaldas detrás de alguna organización internacional reconocida- poco se preocuparon del desarrollo y crecimiento de los lugares -y de los lugareños- donde depositaban sus créditos; en puridad, y sin esquivarle el cuerpo al bulto, las autoridades del FMI, como las del BM, se asociaron con los grupos industriales de los países ricos -EE.UU., Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, Italia y Canadá, a los cuales últimamente se asoció España con fuertes "inversiones" en la región, las que se instalaron básicamente en el rubro servicios- los cuales se cobran el capital e intereses acumulados -y la refinanciación geométrica de los mismos- aunque ésta no se descuente ni un céntimo en los balances de las cuentas públicas, merced al cumplimiento de los gobiernos títeres de aceptar la propuesta de adelantar las privatizaciones de las empresas estatales. Tales políticas arribaron a los territorios empobrecidos y se quedaron con la propiedad de las principales y mejores industrias y servicios, como así también de los establecimientos agrícolas, ganaderos y mineros aunque, en momento alguno, abonaron el valor nominal de la cotización de tales bonos que estaba fijado en el mercado internacional de valores.
4-Para finalizar con el tratamiento del problema que genera la deuda pública de los países empobrecidos, cabe preguntarse si existe alguna salida para aquella problemática. En el punto 3 ofrecimos una alternativa, cual es la cesación de pagos como medida extrema, además de mecanismos intermedios como son la renegociación de la deuda a partir de los antecedentes históricos y jurídicos de la Deuda Odiosa y de los casos fortuitos.
Tal problema no se soluciona solo con las medidas propuestas, a causa de que mientras siga vigente el sistema capitalista de explotación de las riquezas humanas y naturales, siempre existirá alguna forma inventada desde las centrales del capitalismo transnacional que servirá para someter a nuestros pueblos, el que reproducirá el sometimiento de aquellos. No coincido con el objetivo del Papa Juan Pablo II, de que hay que buscar un capitalismo más humano, eso es imposible, ya que dentro de la filosofía capitalista está implícita la inhumanidad. Pensar en un capitalismo "más humano" es pensar solo en un paliativo, frente a los excesos a que condujo la expresión terrorífica del capitalismo, es decir, el mundo de la globalización de las finanzas y de las economías contemporáneas que, hoy más que nunca, representa fielmente lo que señalara Lenin (1906) de que el capital no tiene patria, no tiene fronteras, gracias a las transacciones financieras que se realizan a partir de los adelantos ciberespaciales en las comunicaciones.
Más, los capitales pueden ser volátiles, tener flujos continuos de transferencias nominales sin que esto les provoque daño alguno, al contrario, crecen exponencialmente. Sin embargo, las personas, no podemos seguir ése ritmo de viaje, todavía nuestro psiquismo está armado de manera tal que necesitamos para vivir saludablemente en asentamientos relativamente estables que permitan construir vínculos duraderos con los "otros". En ese sentido, la máquina globalizadora nos ha superado con creces -no tiene emociones- y los tiempos de su especulación no son los mismos que los de los humanos, por eso nos dañan en nuestra salud psíquica.
Anecdóticamente, la idea de "globalización" ya existía desde mediados del siglo XIX, cuando Marx y Engels (1848) escribieron, al finalizar el Manifiesto Comunista lo de "¡Proletarios del mundo, uníos!". La sutil diferencia entre aquella visión globalizadora de los trabajadores para enfrentar a su enemigo de clase, se produjo en que mientras ellos no fueron capaces de practicar la propuesta revolucionaria de manera universal, el capitalismo la hizo suya y dijo algo así como: "¡Capitalistas del mundo, uníos!" y eso han hecho para destruir sistemáticamente la auténtica conciencia de clase e ir reemplazándola por la falsa conciencia, que tan bien definiera Marx (op. cit.), y en cuyas páginas se encuentra un verdadero Tratado de Psicología que, lamentablemente, no se estudia en las carreras de grado de Psicología.
La subjetividad se corrompió con la desesperanza instalada en las personas de que la realidad social, política y económica no puede ser modificada con el protagonismo de las pueblos. Una de las estrategias que se usaron para esto es cambiar -desde los medios de comunicación- el sentido histórico de un hecho que tiene algo más de una década: la reunificación alemana. Obsérvese que la misma fue definida como "la caída del Muro de Berlín" y esto es absolutamente falso. Físicamente el Muro no se cayó, fue volteado por la voluntad de dos pueblos que quisieron terminar con el oprobio que el mismo significaba. Sin embargo, pese a la reciente experiencia, se logró instalar la sensación de quietismo; los poderosos son venden la imagen de ser tan poderosos que así se han convertido a la vista de las personas en divinidades intocables, invisibles e invencibles; que es lo que querían lograr para mantener la pax imperiocapitalista (Rodriguez Kauth, 1994). Para eso mantener el malhumor, el desasosiego, es un instrumento que útil -o así lo creen- ya que las personas, especialmente los trabajadores, compiten entre sí por satisfacer sus necesidades mínimas. Pero olvidan los artífices del poder omnímodo que en todo material hay un punto de inflexión en que se quiebra la resistencia -en este caso sería la desesperanza, la impotencia y, fundamentalmente, la pasividad que les hace cómplices por omisión de los poderosos- y que la historia de la humanidad está plagada de imperios que fueron derrotados por el hartazgo de sus súbditos que en algún momento dijeron ¡basta! y pasaron a degüello a los déspotas, tiranuelos y autoritarios, o con los poderes imperiales con capacidad manifiesta para la invasión militar. Ahora solamente falta que se haga lo mismo con el imperiocapitalismo.
Dejando de lado las expresiones de deseos de quien esto escribe que se insertan en un marco político radical para superar la crisis, es interesante señalar que hay propuestas de mínima, las que pueden ser útiles para salvar la situación crítica, sin por ello afectar mayormente el modelo imperiocapitalista impuesto. Al respecto, la Universidad de Buenos Aires elaboró en septiembre de 2001 un plan alternativo, el "Plan Fénix" (22) y que surgió como resultado de haberse asumido los docentes e investigadores de aquella institución con la responsabilidad ciudadana de elaborar un diagnóstico de la situación económica y social y así ofrecer alternativas que superen al estancamiento económico y de marginación social en que estamos. A la vez que facilitar la elección de destino como país que ejerce plenamente su soberanía a partir de su notable potencial existente tanto en recursos materiales como humanos.
Las medidas propuestas son sencillas y de fácil aplicación. Van desde la reprogramación de la deuda pública y la baja de intereses de acuerdo a la capacidad del fisco para abonarla en función del crecimiento económico nacional; flexibilizar la política cambiaria para hacer competitivas las exportaciones y desalentar importaciones; llegar a un acuerdo "civilizado" con los empresarios -nacionales y extranjeros radicados- para limitar el flujo de divisas al exterior y reinviertan sus utilidades en el país hasta que, al menos, sea superada la crisis; dentro de dicho acuerdo se debe aplicar el criterio de "consuma nacional": lo que se necesite será adquiridos a productores locales; combatir la evasión fiscal y reordenar el gasto público, sin afectar su eficiencia; realizar una reforma tributaria que contemple un progresivo aumento de la misma sobre los que poseen mayores ingresos y beneficios, todo esto junto con una reducción del regresivo IVA para los bienes de consumo y los servicios de primera necesidad; crear un seguro de desempleo que funcionará para satisfacer las demandas sociales elementales y cuya duración se verá limitada en el tiempo por el éxito que alcancen la aplicación de las medidas anteriores. Curiosamente, éste sencillo Plan fue olímpicamente ignorado por los partidos políticos que se presentaron a las elecciones parlamentarias en Octubre. Esto significa que los políticos prefieren seguir con las fórmula de "más de lo mismo" o, solamente, les interesa hacer ruido de petardos y no tomar al toro por las astas.



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Notas

(1) En general trataremos de evitar hablar de países "pobres", ya que tal condición se reserva para limitados países que no cuentan con suficientes recursos naturales como para satisfacer las condiciones de vida de sus habitantes. Y, aún cuando se trate de Estados en tales situaciones de precariedad en cuanto a sus potencialidades naturales, es imposible dejar de evocar el caso de Japón, que está asentado sobre una isla volcánica.
(2) Compárese el papel preponderante de los Ministros de Economía en los países empobrecidos, con la falta de protagonismo de los mismos en los países altamente desarrollados. Al efecto, si se observa un mapa político de Sudamérica se verá que los economistas no solamente obran como tales, sino que desde sus posiciones esperan tener en sus manos el poder político, compitiendo por él de manera desusada a lo que ocurre en los países centrales con los profesionales de la política.
(3) Se estima -arbitrariamente- que las primeras vencen a menos de cinco años y que las segundas tienen un término mayor a aquellos.
(4) Que deben su condición de tales a la riqueza de los primeros y que la obtuvieron merced a la explotación de la mano de obra, el saqueo de los recursos naturales y los empréstitos leoninos de deuda pública.
(5) Al escribir estas líneas, el euro todavía no está en circulación y ha de pasar algún tiempo hasta que el mismo se gane la confianza de los inversores de más allá de los países de la Unión Europea.
(6) Desde una perspectiva contable, los gastos se calculan con precisión -salvo la aparición de los denominados "casos fortuitos-, en tanto que los ingresos dependen de una complejidad de variables que son casi imposibles de controlar ni de prever con una anticipación mínima de un año.
(7) A través de los organismos internacionales creados por ellos al finalizar la Segunda Guerra, tales como FMI y BM en principio y otros posteriores como la Organización Mundial de Comercio y de organismos unilaterales como es, por ejemplo el Grupo de los 7 países más industrializados (ricos) del mundo.
(8) Respecto al "flujo", vale recordar que se abrieron las fronteras para mercaderías y capitales, dejando sin protección a las pequeñas y medianas empresas nacionales. Los ajustes practicados, que dicen proteger y buscar el bien común, como las variables económicas para equilibrar el presupuesto fiscal, reducir la inflación y estabilizar la balanza de pagos, no consideran los problemas del pueblo llano.
(9) El 35 % de las manufacturas del hemisferio sur están sujetas a barreras tarifarias, contra el 18 % de las del mundo desarrollado; asimismo el 83,5% de la riqueza mundial la detentan los mil millones más ricos y el 1,4% queda reservado para los mil millones más pobres. En Latinoamérica existen 180 millones de personas que viven en la pobreza y 80 millones que sobreviven en medio de la miseria.
(10) Al respecto, Freud señalaba que los traumas de raíz social provocan en los sujetos diversos síntomas, como ser "... estupor inicial, paulatino embotamiento, anestesia afectiva, narcotización de la sensibilidad" y alejamiento de los otros, a la par que el abandono de las expectativas de vida.
(11) Que para las elecciones parlamentarias de 2001, se trasuntan en un inequívoco deseo por no votar o hacerlo de manera que el mismo no tenga valor.
(12) Salvo buscar todos los días trabajo, aunque eso no se remunera.
(13) Lo que los convierte en potenciales delincuentes.
(14) Que en España a la Deuda Externa de los países del Tercer Mundo se la llama "deuda eterna", mientras alguien me susurra al oído que la Deuda Odiosa debiera ser definida como "asquerosa".
(15) Por aquel entonces, por ejemplo, conseguir la habilitación de una línea telefónica era un emprendimiento que podía llevar diez años o más, salvo que se contara con el "padrinazgo" de algún dirigente y así se lograba el propósito en pocos días.
(16) Si no fuera por los dirigentes, que más que terráqueos aparecen como venidos de una galaxia interestelar para destruirnos.
(17) Valga pensar, por unos segundos, en el juego polisémico a que se presta el nombre de la ciudad alemana dónde se discutió tan espinoso tema ... que precisamente afecta a las colonias.
(18) Por eso anticipé que el término "deuda interna" se reservaría con otro sentido.
(19) Surge de sumar las 8.400.000 personas que viven por debajo de la línea de pobreza, más las 3.600.000 que se ubican por debajo de la línea de indigencia. Vale aclarar que la línea de pobreza es la que ubica a las personas que viven con una renta menor de 150 dólares, mientras que la de indigencia se reduce a los 52 dólares mensuales. Los que corresponden a la encuesta publicada en marzo de 2001 por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
(20) El gobierno argentino ha puesto de moda los "Planes Trabajar", que no son más una forma de corrupción armada sobre las necesidades de la población. Son una limosna encubierta, ya que es imposible que una familia sobreviva con 160 o 200 dólares, cuando la canasta básica familiar es superior a los 1.250 dólares mensuales. Y lo corrupto de la situación presentada tiene otra faceta más trágica aún, cual es la del chantaje político o también conocido como "amorralamiento" electoral (Rodriguez Kauth, 1992).
(21) Durante la última década, la posterior al final de la Guerra Fría, el gasto militar mundial descendió en alrededor de 150 mil millones de dólares entre el 90 y el 98; sin embargo, en Latinoamérica en el mismo período, dicho gasto ascendió de 13.5 a 26.5 mil millones, casi el cien por ciento, monto superior al registrado en cualquier otro lugar (Rodriguez Kauth, 2000).
(22) En alusión al ave mitológica que renació de entre sus cenizas.



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