Antonio Antón
Sujetos y clases sociales
(Introducción al Estudio nº 83 de la Fundación 1º de Mayo (marzo de 2014).
Para acceder al texto completo: http://www.1mayo.ccoo.es/nova/files/1018/Estudio83.pdf)

  Las clases y capas sociales, cuya existencia pareció superada en el discurso público en un cierto momento, reclaman hoy de nuevo su protagonismo (Subirats, 2012: 23).
  Clase es una categoría ‘histórica’… La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico (Thompson, 1979: 37).
  Un movimiento social no se reduce nunca a un conflicto de intereses; para que el empleo de esta noción esté justificado hay que añadir al conflicto la referencia común de los adversarios a unos ‘retos’, a unos objetivos, a unos recursos o a unos valores, como ya ocurrió con el movimiento obrero y el capitalismo industrial (Touraine, 2009: 117).

Introducción: Vuelven los sujetos sociales

Los sujetos sociales nunca se habían ido; aparte del movimiento sindical, ampliamente representativo, existía un extenso tejido asociativo, gran parte de carácter solidario. Las clases sociales tampoco se habían ido. Han sido una referencia clave para interpretar las sociedades desarrolladas en estas últimas décadas. La existencia de las clases medias siempre ha estado presente en el ámbito político y mediático.

No obstante, se habían difuminado, por un lado, los movimientos sociales y la existencia de las clases trabajadoras, con su fragmentación y pasividad, y por otro lado, la de las élites dominantes que aparecían, sobre todo, como la representación de la voluntad popular o las portadoras del interés general. Parecía que el sistema político-electoral era el cauce fundamental y casi exclusivo para expresar las demandas populares.

Sin embargo, desde hace ya varios años, asistimos a un cambio profundo del papel de los sujetos sociales y su impacto sociopolítico (desde el movimiento 15-M, las mareas ciudadanas o la Plataforma contra los desahucios, hasta el movimiento sindical, el feminista, el ecologista o el vecinal), con cierta disociación entre ciudadanía (indignada o crítica) y clase gobernante, gestora de la austeridad. Es necesaria una nueva interpretación para ver las dinámicas de fondo del cambio social y político.

Con la crisis económica y las políticas liberal-conservadoras de la élite gobernante, con el incumplimiento de sus compromisos democráticos y sociales, emerge nuevamente entre la opinión ciudadana la conciencia de la existencia de un grupo de poder, financiero e institucional, que practica una ofensiva regresiva. Se visualiza una clase dominante con un carácter oligárquico, antisocial y autoritario confrontada con los intereses y demandas de la mayoría de la sociedad.

A su vez, se ha generado un nuevo ciclo de la protesta social progresista, una nueva dinámica sociopolítica, tal como explico en el libro Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica (ed. Sequitur). Expresa la existencia de una corriente social indignada de carácter democrático. Una ciudadanía activa, basada en capas sociales descontentas y subordinadas, pugna contra la involución social y democrática. Tienen una base social popular, es decir, interclasista de clases medias y trabajadoras, incluyendo sectores precarios y desempleados.

Además, se ha producido una polarización con el poder económico, financiero y gubernamental. En la agenda sociopolítica ha reaparecido un amplio y prolongado conflicto social. Es distinto a los procesos de la etapa anterior. Es la suma y convergencia de movilizaciones y grupos sociales pero, sobre todo, es la superación de cierta fragmentación representativa y expresiva, con una mayor dimensión, duración y polarización sociopolítica. Se va configurando una identificación del adversario común, así como una conciencia emergente de un bloque social alternativo y democrático en defensa de la mayoría social que padece el paro masivo, la austeridad y los recortes sociolaborales y de derechos, con una gestión política regresiva. Son aspectos que aparecen como blanco de las movilizaciones y la deslegitimación del poder financiero e institucional, incluido el europeo.

Se reconfiguran las clases sociales en su dimensión de actores y vuelven al espacio público sujetos sociales con una dinámica de empoderamiento ciudadano frente a los poderosos. Se reafirma una cultura cívica de justicia social, se conforman nuevos y renovados sujetos colectivos con fuerte impacto sociopolítico, con un laborioso proceso, lleno de altibajos y vacilaciones, de conformación de una representación social, unitaria y arraigada en un amplio tejido asociativo. Ha empezado a tener repercusión en el ámbito electoral y la incógnita y la expectativa pública es en qué medida se va a expresar en los próximos procesos electorales, cómo se va a articular su representación política, hasta dónde va a influir en la renovación y reequilibrio entre las izquierdas y en el cambio político e institucional.

El término clase social tiene distintos significados y matices pero vuelve a ser ampliamente utilizado en el ámbito público para definir grandes categorías sociales, con posiciones, intereses y demandas diferenciados. Para las ciencias sociales convencionales, las clases medias y su expresión electoral (centrista) eran un factor de estabilidad económica y política. Las políticas públicas y su legitimidad se definían a partir de sus opiniones, que se consideraban centrales y mayoritarias. Al mismo tiempo, en el periodo anterior se había debilitado la pugna sociopolítica por motivos socioeconómicos o derechos sociolaborales, así como había una menor diferenciación político-cultural entre las clases sociales y sus agentes representativos. La actividad de los llamados ‘nuevos movimientos sociales’ se concentraba en la pugna por el ‘reconocimiento’ de otros derechos y actores, frente a diversas discriminaciones, desligándose de la presión social por la ‘redistribución’, y finalmente, salvo excepciones puntuales (años 2002-2004), disminuía su intensidad y capacidad movilizadoras. La ‘lucha de clases’ (casi) había dejado de existir y, por tanto, las clases sociales como sujetos colectivos se difuminaban o desaparecían. Los movimientos sociales progresistas, incluido el sindicalismo, y el tejido asociativo solidario siguen teniendo una composición mixta o interclasista, con personas procedentes de clases medias, capas trabajadoras cualificadas o estables y capas precarias, además de desempleadas, pero su expresión pública estaba muy fragmentada y diluida. Todo ello está cambiando.

De una parte, las clases dominantes, con ocasión de la crisis económica han iniciado una fuerte ofensiva contra las condiciones y los derechos sociales, económicos y laborales, con una dinámica impositiva y autoritaria y sin respecto a sus compromisos sociales y electorales. No se ve la regeneración democrática ni la recuperación económica para ciudadanos y ciudadanas. Las clases dirigentes, el poder financiero e institucional, están imponiendo un retroceso social y económico, una situación de paro masivo y prolongado, un deterioro de las condiciones materiales de la mayoría de la población, una mayor incertidumbre vital y un debilitamiento de la calidad democrática de los sistemas políticos. Se visualiza de forma amplia que no defienden el ‘interés general’ sino, sobre todo, sus propios intereses de élite dominante, y la mayoría de la sociedad desconfía de ella.

De otra parte, se ha producido un nuevo ciclo de la protesta social progresista, de carácter popular. Particularmente en España, desde el año 2010, estamos en una etapa sociopolítica distinta, con una corriente social indignada muy amplia frente a las graves consecuencias de la crisis y la gestión política dominante de austeridad y recortes sociales y por la democratización del sistema político. Se ha ido configurando una ciudadanía activa, con diversos movimientos sociales y procesos masivos de opinión crítica, acción popular o resistencia colectiva, enfrentada con las políticas antisociales y sus responsables económicos y políticos y con gran legitimidad entre la mayoría de la sociedad.

Se han ido conformando dos campos sociopolíticos, por un lado, los ricos y poderosos y, por otro lado, las capas populares, representadas socialmente por distintos movimientos y grupos progresistas, que no se resignan a la involución social y política. En medio, sectores más o menos confusos, temerosos, adaptativos o ambivalentes. Se visualiza más y mejor el polo del poder o la dominación, aunque sus contornos sean imprecisos y su denominación diversa. En todo caso, se piensa en una minoría elitista, compuesta por ricos y gobernantes (los de arriba).

Al mismo tiempo, persiste y se reafirma una amplia actitud cívica diferenciada de los poderosos, con una posición sociopolítica enfrentada a su gestión económica e institucional impopular, que permite la emergencia de una identificación de carácter popular. No es una conciencia pura, de clase trabajadora o de clase media; en ese sentido se puede decir que es ‘interclasista’. Se trata de una percepción de no pertenencia a las élites o grupos dominantes, de ver sus intereses y demandas como distintos y confrontados con ellos y sentirse subordinados, perdedores o en desventaja (los de abajo).

Esa conciencia popular está asentada en una cultura cívica de justicia social y defensa de los derechos sociales y democráticos. Se ha reafirmado frente al embate recibido por el reparto desigual y regresivo de los costes de la crisis y la política de austeridad dominante, superando la completa resignación y el fatalismo que promovía el poder y su aparato mediático. Esa actitud crítica es suficientemente consistente y persistente como para vaticinar su continuidad inmediata y mantener una fuerte legitimidad social. Se ha ido generalizando en una base social diversa de capas trabajadoras, más o menos cualificadas y con una situación laboral más o menos precaria, así como de capas medias, bloqueadas, descendentes o con incertidumbre, especialmente en los ámbitos de aplicación de profundos recortes (enseñanza, sanidad...).

Por tanto, se puede hablar de una diferenciación y una pugna entre clases populares, representadas por distintos agentes sociopolíticos, y élites dominantes, reflejadas en el poder financiero, económico e institucional, junto con sectores significativos más indecisos, con retraimiento cívico o solo con procesos individuales adaptativos. La clásica distinción entre partidos políticos de derecha y de izquierda no refleja una correspondencia clara con una base social acomodada o trabajadora. Hace tiempo que ambos grandes partidos que se alternan en el poder político consideran que defienden y representan a todo el espectro económico-social y, particularmente, a las clases medias. Las derechas intentan recoger voto trabajador y la socialdemocracia no se distancia del poder económico y financiero, y ambos desde sus responsabilidades gubernamentales han aplicado la política liberal-conservadora dominante en las instituciones europeas, es decir, de derechas.

La desafección hacia la cúpula socialista y sus dificultades para recuperar la credibilidad social y electoral perdida, manifiestan que la brecha social y de desconfianza de una parte de su anterior base social ha sido muy fuerte, que los intentos de dar una imagen de renovación son insuficientes y que sigue sin poder representar adecuadamente esa corriente popular indignada. El bipartidismo pierde apoyos ciudadanos, por sus responsabilidades en la gestión antisocial y poco democrática de la crisis. No obstante, la dimensión y el ritmo de la evolución del campo social y el campo político-electoral e institucional son desiguales y obedecen a mediaciones y mecanismos distintos.

La doble dinámica, de continuidad de la protesta social progresista y la consolidación de sus agentes, junto con el mayor o menor acierto de las izquierdas políticas, definirá el proceso de derrota de las derechas y sus políticas regresivas, así como el avance hacia una Europa más social, democrática y solidaria.

Las citas iniciales ilustran este análisis. En sentido estricto las clases sociales se conforman en los procesos históricos con la participación en el conflicto social de sus componentes más relevantes. Tienen un carácter relacional: la configuración de un bloque social o un campo sociopolítico se genera por la diferenciación social, cultural y política frente a otro (u otros). El aspecto fundamental de la investigación sobre las clases sociales, de su papel como actor o agente social, debe empezar por el análisis de ese comportamiento sociopolítico de cierta polarización. Es lo más complejo. De entrada, aquí se desecha el enfoque determinista, dominante en muchos ámbitos, sociopolíticos y académicos, de partir de la situación material de la población, su situación objetiva, para deducir su conciencia social, sus condiciones subjetivas y, por tanto, su identificación de clase y su comportamiento social y político. La crítica a esta posición la expresa bien el británico Thompson, uno de los mejores historiadores, en esta larga y clarificadora cita:

 

Clase es una categoría ‘histórica’… Las clases sociales acaecen al vivir los hombres y las mujeres sus relaciones de producción y al experimentar sus situaciones determinantes, dentro del ‘conjunto de relaciones sociales’, con una cultura y unas expectativas heredadas, y al modelar estas experiencias en formas culturales… El error previo: que las clases existen, independientemente de relaciones y luchas históricas, y que luchan porque existen, en lugar de surgir su existencia de la lucha (Thompson, 1979: 38).

Igualmente, podemos señalar esta otra cita que explica que la conciencia social no viene directamente de la estructura social y económica sino a través de la participación en el conflicto social:

 

La conciencia de clase no es un efecto de las crisis y las contradicciones del capitalismo, sino de la conciencia del conflicto entre empresarios y asalariados por la apropiación de la riqueza creada por la producción (Touraine, 2005: 193).

Por tanto, la búsqueda de la existencia de las clases sociales se tiene que realizar investigando el conflicto social, el comportamiento sociopolítico de las distintas capas sociales y sus agentes, su práctica social y cultural. Y luego ver su conexión con la estructura socioeconómica y política y los cambios de mentalidades. La nueva realidad, en estos últimos años, es la existencia de una fuerte y ya prolongada pugna sociopolítica y cultural. Por un lado, se conforma una crisis de la legitimidad social de los poderes económicos y políticos por su política regresiva. Por otro lado, se reafirma la expresión de una mayoría de la ciudadanía que critica el reparto desigual de los costes de la crisis, rechaza la política de austeridad y recortes sociales, defiende los derechos sociales y laborales, exige respeto por los compromisos sociales y electorales y desconfía de las élites gobernantes y financieras. No es una posición circunstancial o superficial; está basada en una renovada cultura de justicia social, con la reafirmación en unos valores igualitarios y democráticos y un empoderamiento cívico. Supone un cambio respecto del periodo anterior y tiene una dimensión y unos perfiles diferentes al de otras épocas pasadas; por ello evitaremos hablar de ‘lucha de clases’ que por sus connotaciones históricas y teóricas pueden confundir más que aclarar la especificidad del conflicto social actual y las características de sus principales agentes. En todo caso, podemos aludir a que el nuevo ciclo de la protesta social en España y sus actores más significativos tienen relación con una oposición ‘popular y progresista’ frente a los poderosos; o como expresa la siguiente cita de otra amplia y rigurosa investigación:

 

A modo de conclusión: ¿son todavía las clases sociales actores políticos?... ¿Actúan como tales?... Esta respuesta es afirmativa (Subirats, 2012: 397).

Esa actuación colectiva se combina con distintas expresiones sociales y diversas identificaciones y se debilita por otros factores (globalización económica y cultural, nacionalismo, otras pertenencias colectivas, individualismo consumista o competitivo…), pero su dinámica emergente, su existencia, es innegable.

El enfoque es social y crítico, desde el análisis de la tensa y compleja relación entre estructura y agencia (acción colectiva), superando la unilateralidad de los determinismos economicista e institucional o político, así como del idealismo culturalista o subjetivista. En dos libros anteriores (Resistencias frente a la crisis y Ciudadanía activa) se han analizado con profundidad las resistencias colectivas frente a la crisis, las características de la protesta social y los movimientos sociales en España, la conformación de una corriente social indignada y una ciudadanía activa frente a la ofensiva antipopular, regresiva y con déficit democrático de las élites dominantes. Aquí se parte de sus conclusiones, y solamente se aborda este tema de forma sintética. El grueso de este texto se centra en valorar las características de la estructura social, la división de la sociedad en clases sociales atendiendo a sus condiciones materiales u objetivas, así como a algunos elementos de su subjetividad. Antes trataremos algunas cuestiones teóricas y de enfoque. Al final volveremos con algunas reflexiones finales sobre la interacción entre los componentes estructurales, la posición socioeconómica, la práctica social y la pugna sociopolítica y cultural.

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Bibliografía

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Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.