Antonio Antón
La financiarización destruye las bases sociales del trabajo
(Distintas versiones reducidas de este texto se publican en las revistas Cuadernos de Relaciones Laborales, vol. 31, núm. 1 - 2013, de la Universidad Complutense de Madrid, y Mientras Tanto, abril de 2013).

La financiarización es un fenómeno global y, al mismo tiempo, heterogéneo. Es una versión extrema de neoliberalismo y globalización. Supone una transformación del sector financiero y su preponderancia frente a la economía productiva, con la protección de la posición de los acreedores financieros. Actúa sobre todas y cada una de las dimensiones de las finanzas públicas: ingreso, gasto, déficit, endeudamiento.

El aspecto principal del libro La financiarización de las relaciones salariales (1) es el estudio de las consecuencias sociales de este proceso económico, principalmente en el ámbito del empleo y las relaciones salariales; o como dicen los autores, “la destrucción de las bases sociales del trabajo” (p. 9). Esta amplia y excelente investigación está realizada por dieciocho sociólogos y economistas y está distribuida en catorce capítulos. La primera parte explica los efectos de la financiarización sobre el empleo y el mercado de trabajo, las relaciones salariales y el conflicto social. La segunda parte trata de la geopolítica de la financiarización, en la que analiza diversos casos específicos (Argentina, Japón, Grecia, Latinoamérica, Eurozona y Cajas de Ahorro de España), así como los conflictos en la empresa y en la semiperiferia del sistema-mundo. Este tema ha superado el marco académico y entra de lleno en el debate social sobre las consecuencias de la crisis socioeconómica y las políticas neoliberales y cómo afrontarlas. Vamos a glosar las ideas más significativas y realizar un comentario general sobre cómo hacer frente a la involución social derivada de esta dinámica.

La financiarización la define el texto como “una economía liderada por las finanzas en tiempos del neoliberalismo, de las tecnologías de la información y la comunicación y de una globalización económica dotada de un perfil propio, en la que el sistema monetario, la banca, los mercados de títulos, los bancos centrales y las administraciones públicas – los elementos constitutivos del sistema financiero-  sufren transformaciones cualitativas” (p. 28).

Los efectos macroeconómicos de la financiarización son la subordinación radical de la economía pública a los dictados de los poderes privados más dinámicos, improductivos, especulativos y deslocalizados; supone el incremento de los capitales especulativos transnacionales, la disminución de la soberanía de los Estados nacionales sobre sus políticas económicas, el aumento de la importancia de la deuda soberana, la ampliación de todo tipo de activos financieros de alto riesgo. Se produce la paradoja de que el proceso de financiarización de la economía real, incluso cuando muestra su cara amable, es nocivo para el mismo sector público que ha participado activamente en su liberalización. Mientras tanto, es el Estado el que debe pagar la factura de la crisis en los dos sentidos: los rescates para el sector financiero, y la protección a los desempleados por el paro masivo provocado por él.

Según el libro, la hegemonía del poder financiero ha supuesto el debilitamiento sustantivo del sentido social y jurídicamente fundamentado del trabajo y el empleo, que había creado el modelo social típico del gran ciclo keynesiano. Consiste, por un lado, en la menor capacidad reguladora de la negociación colectiva y el sistema de relaciones laborales con la ‘despolitización’ del trabajo y un mayor poder empresarial; por otro lado, en el incremento de la desigualdad social, con la generación de amplias zonas de precariedad laboral y vulnerabilidad social y dinámicas fragmentación, descohesión y exclusión social.

Explica la dinámica y el discurso en que se basa la financiarización: la supremacía del mercado frente a lo público, la prioridad de lo mercantil frente a lo social, el refuerzo del poder financiero y la subordinación de los derechos sociales y laborales y la reestructuración regresiva del Estado de bienestar. Así, en el ámbito público se impone el discurso de lo posible sobre la base de la aceptación de esa tendencia, rechazando cualquier alternativa de cambio como ‘imposible’. La acción política solo admitiría algunas pequeñas diferencias en la gestión de ese proyecto incuestionable. El poder financiero, que acumula cada vez más rentas, elude la correspondiente presión fiscal. Se desliga de las necesidades sociales y los derechos adquiridos de la población, considerándolos subordinados al interés del poder financiero.

Por tanto, las clases trabajadoras, la propia sociedad, constituyen una variable sobre la que descargar los costes de la crisis. La estrategia es clara: intensificación del trabajo y abaratamiento de los costes laborales, reducción y proceso de desmantelamiento del Estado de bienestar y recuperación para el ámbito privado y mercantil de las áreas y sectores públicos que han garantizado la protección social y los servicios (sanidad, educación, servicios sociales…) fundamentales para la ciudadanía. Es un proceso de privatización de nuevos beneficios, socialización de las pérdidas causadas por el sector financiero (e inmobiliario), e individualización de los riesgos sociales, caminando hacia un Estado asistencial de mínimos.

Nos encontramos ante una forma de poder y de mando que conjuga la libertad individual de la democracia liberal con la extensión del dominio del capital al conjunto de la vida material e intelectual de los ciudadanos. El poder económico y financiero se impone a la sociedad y la política aparece subordinada o cómplice por su renuncia reguladora, con lo que cambia el sentido de los conceptos fundamentales de democracia, Estado, soberanía, derecho o ciudadanía. No obstante, el planteamiento de la autosuficiencia del mercado y su aplicación a la extrema avaricia y prepotencia del sector financiero choca con la sociedad y la democracia.

Pero, además, la financiarización tampoco cumple con las exigencias de facilitar el desarrollo de la economía real. Así, “siendo lo más granado del sistema distorsiona su reproducción” (p. 35). El aparato productivo  se ve afectado por el sesgo cortoplacista que acompaña la financiarización. Respecto del crecimiento económico, ha demostrado que es incapaz de acercarse a un incremento similar al de otras épocas anteriores, como la denostada expansión keynesiana.

En relación con la estructura social sus efectos han sido heterogéneos. Afecta a la sociedad y al tejido empresarial de forma desigual: a unos pocos –acreedores e intermediadores financieros- les benéfica y a la mayoría les perjudica aunque de forma diversa, por lo que es difícil articular un frente común. En particular, respecto del trabajo, solo le interesa el mercantil ocultando el no mercantil; tiende a reducir la demanda de empleo al fomentar la riqueza improductiva; subordina las condiciones laborales y de empleo a las necesidades de ajuste económico, utilizando el paro como instrumento de presión social, y reduce el salario indirecto y los derechos colectivos sustentados por el gasto público y social.

Condiciones para una propuesta de cambio

Para promover una dinámica propositiva existen varias condiciones, según se expone en esta obra. Primero, entender el funcionamiento del mundo creado por la interacción de neoliberalismo, financiarización y globalización, así como su base de poder (económico, militar, ideológico, comunicacional). Un poder que se ve favorecido por la “ausencia de alternativas tanto reformistas (indiferenciación en lo sustancial de la línea socialdemócrata de Schroeder a Blair y Zapatero) como portadoras de rupturas sistémicas” (p. 39). Estamos asistiendo a una ofensiva conservadora de amplio espectro. El poder económico y financiero se siente seguro y pretende romper los límites regulados por el Estado de bienestar (o el modelo social europeo) y expandir su hegemonía.

Segundo, evaluar los posibles escenarios: 1) Culminación de la ofensiva en curso, con la profundización de la crisis de valores, pérdida de legitimidad política, rupturas múltiples de la cohesión social afectando al orden social. 2) Agudización de las contradicciones internas entre fracciones del capital vinculadas a la economía real y el poder financiero y/o de los conflictos entre las distintas potencias en el ámbito mundial (EEUU-China) o el europeo (desarticulación de la UE y del norte respecto del sur). 3) Agotamiento y crisis del capitalismo (menor crecimiento, demanda insuficiente, tasa de ganancia insatisfactoria, incapacidad regulatoria) junto con “posibles respuestas del reformismo radical y complejo  o de exploración de alternativas sistémicas” (p. 39). 4) La acumulación de las contradicciones sociales típicas del capitalismo y la agudización de las tensiones derivadas de los problemas ecológicos y de la reproducción de los ciclos vitales.

Tercero, desarrollar la capacidad de intervención en este mundo complejo e incierto. Para ello, se necesitan instrumentos adecuados a cada ámbito territorial, generar una base social de soporte e impulso del cambio y asumir sus costes. En primer lugar, la sociedad (la acción pública, el Estado) debe tener la posición dominante en su articulación con la economía. En segundo lugar, los ritmos y circunstancias en cada ámbito (local, estatal, europeo o mundial) son diferentes aunque interdependientes, y en algunas zonas o temáticas se pueden conseguir avances y en otras no. En tercer lugar, las dinámicas sociales descansan en fuerzas sociales y en articulaciones que se concretan en relaciones de poder. Es necesaria una base social que sirva de apoyo, generar un impulso con su activación, fraguar una voluntad política capaz de desarrollarse a lo largo del tiempo. Así “nada podrá hacerse sin resistencias y lucha de los sectores populares en el interior de los países, en áreas amplias capaces de crear identidad y a escala mundial” (p. 40). No obstante, hay que ser consciente de los costes que puede conllevar un cambio profundo. El que se necesita en estos momentos es “previsible que sea alto por la hondura, intensidad y complejidad del dominio de la visión neoliberal en los procesos reales y en el imaginario colectivo y por el que puede derivarse de la necesidad de explorar otras dinámicas reproductivas” (p. 40). Aunque ese coste puede cambiar en términos relativos al contraponerse al que traiga consigo el escenario finalmente dominante, que puede llegar a ser especialmente destructivo de la economía, la sociedad y la naturaleza. 

La financiarización es una versión extrema de la propuesta neoliberal, con un refuerzo del poder económico frente a la sociedad, con desarticulación de la convivencia y debilitamiento del sistema democrático. Así, “o hay alternativa o corremos el riesgo de adentrarnos en una ruta que conduce a la catástrofe…  Sin embargo, no es fácil establecer otro campo y otras reglas. Y es poco verosímil que llegue a ser posible sin un cambio cualitativo de la izquierda del que apenas se vislumbran indicios… (Tenemos) un tiempo cada vez más corto, antes de que se desencadenen procesos descontrolados, que corren el riesgo de ser también incontrolables” (pp. 41-42).

Regulación colectiva frente a la prepotencia de la nueva casta financiera

El texto destaca la importancia de la regulación, no solo a través de normas o de capacidad de intervención del Estado como se define normalmente. Con una perspectiva más amplia, la regulación incluye “todos los mecanismos de control social, incluyendo los procesos no deliberados y no estatales”. Se ha impuesto la ‘desregulación’: la regulación del Estado (y el derecho del trabajo y la ciudadanía social) y la organización colectiva de los trabajadores ceden el protagonismo a las prerrogativas empresariales. Es decir, se impone una nueva capacidad decisoria de las instituciones privadas, en particular, del empresariado y del poder financiero. Se potencian nuevos ‘actores reguladores’ (agencias estatales o consultoras privadas) con nuevos recursos, legitimación y prácticas de gestión, que divulgan sus ideas y valores. Existen nuevas necesidades regulatorias en distintos ámbitos de la realidad internacional, empezando por los aspectos laborales básicos de las propias multinacionales. Las regulaciones no desaparecen sino que se hacen más complicadas, con un sistema más complejo de gobernanza internacional.

No obstante, ha ascendido a la cúspide social una nueva casta gestora que, más allá de la imagen embellecida de la innovación creativa en las formas gerenciales, se puede definir desde el “maquiavelismo financiero”, particularmente la combinación entre financieros especuladores y delincuentes con traje y corbata. Su tarea es la socialización de pérdidas y la privatización de beneficios, con una “rebelión de las élites” mundiales, con su cosmopolitismo y desapego a sus propios Estados-nación que les convierte en despiadados impulsores de la globalización económica, insensibles ante los problemas que esta conllevaba.

Mientras tanto, en el otro extremo de la pirámide se generaliza la incertidumbre social, el paro y la precariedad laboral, que alcanza a segmentos cualificados y produce dinámicas generalizadas de descenso social y de estatus, también entre las clases medias.

Con la crisis económica se promueve un cambio de modelo productivo orientado ahora a la intensificación del trabajo y la extracción de plusvalor absoluto. Desde mediados de los años setenta, la recuperación de la inversión se ha mantenido sobre una caída permanente del peso de la masa salarial, con el predominio de un conjunto de políticas orientadas a redirigir la distribución de la riqueza hacia el excedente empresarial. La individualización de las relaciones salariales opera como dispositivo disciplinario para asegurar la eficacia del trabajo. La actual crisis es aprovechada por las élites económicas y políticas para acelerar esa dinámica y ampliar las garantías y condiciones para la rentabilidad del capital privado. El efecto estructural será una reducción ininterrumpida del coste laboral unitario medio en las economías desarrolladas, con transformaciones organizativas en las empresas. En ese sentido, “el crecimiento del capitalismo obedece siempre a una lógica de polarización, pues dicha dinámica hegemónica funciona construyendo y haciendo rentable la desigualdad y las diferencias, su lógica consiste en esquilmar los recursos humanos y naturales llevando al límite la resistencia que los contiene” (p. 192). Las diferencias en la remuneración del trabajo son las más determinantes de la acumulación y circulación del capital. Es el actual dinamismo y crecimiento del mercado el que vive del desajuste social permanente y estructural. La unidad del mercado mundial y la fragmentación de los trabajadores (que no del trabajo) son la clave y la característica común, es decir, “unidad real del proceso de trabajo pero fragmentación de las condiciones en que se realiza” (p. 195). Por un lado, unificación y extensión del mercado mundial; por otro lado, la reducción del coste global de la fuerza de trabajo y la competitividad y segmentación entre los trabajadores.

La crisis actual del capitalismo es un “síntoma de la reorganización del poder económico entre clases sociales a escala mundial que está teniendo lugar como resultado de la reorganización productiva global” (p. 198). La dinámica de internacionalización de los movimientos de capital debe ser interpretado como un “proceso político, una cesión de soberanía estatal impuesto por las grandes corporaciones que podrán utilizar nuevas formas de presión para reorganizar los procesos de trabajo” (p. 198). Y la decisión política fundamental de los gobiernos –por estrecho que sea su margen- sería la orientación de la inserción de su economía en ese marco mundial. Esto tiene especial importancia para los países periféricos del sur de Europa, por su endeudamiento financiero y el aumento de la demanda, con mayor debilidad de su poder estatal favorecida por los agentes financieros.
Sin embargo, esta degradación de las condiciones laborales y de empleo y los derechos sociales y servicios públicos ha comenzado a desencadenar una nueva ola de protestas sociales, particularmente en los países europeos periféricos.

En particular, los sindicatos, para enfrentarse a esta realidad socioeconómica, deben poner en pie “un nuevo tipo de organización participativa… un nuevo sindicalismo de proximidad” (p. 366) y exigir la regulación de la economía y la mejora de la distribución de la renta y de los bienes y servicios, particularmente para los colectivos más perjudicados del planeta y de cada país.

Rigor analítico y perspectiva transformadora

El diagnóstico global parte del carácter regresivo y destructivo de la financiarización de la economía, respecto de las condiciones laborales y de empleo y los derechos sociales con un proceso de desmantelamiento del Estado de bienestar y desregulación de la economía. Por un lado, conlleva una disminución de las funciones y garantías de bienestar proporcionadas por el sistema económico, un agotamiento de la economía real y productiva, así como la imposición de un nuevo poder financiero con una nueva casta de élites económicas y políticas. Por otro lado, a pesar del inmenso poder que respalda esa estrategia neoliberal extrema, se está produciendo en amplias capas de la ciudadanía un amplio descontento social frente a la política de austeridad y recortes sociolaborales y una menor legitimidad social para sus gestores, y se abre un camino de resistencias colectivas y protestas sociales que pugnan por un cambio de orientación y una democratización del sistema político.

Es difícil la combinación entre tres elementos: 1) la interpretación científica de la realidad; 2) la evaluación de las tendencias sociales, los sujetos colectivos y los escenarios sociopolíticos probables, y 3) las propuestas normativas de cambio social. Estas últimas están condicionadas por los dos puntos anteriores y, al mismo tiempo, por una concepción ética de la justicia social y la democracia. Dicho de otro modo, la ciencia social debe ser rigurosa y objetiva y, al mismo tiempo, combinada con un juicio ético igualitario y solidario. El conjunto del texto se centra, fundamentalmente, en el primero, aportando un gran valor al conocimiento crítico de una realidad clave de la sociedad actual. Además, expone algunos aspectos de los otros dos elementos, cuyo análisis sistemático desborda su objeto principal.

En definitiva, la crisis socioeconómica actual, el papel del poder financiero y las políticas de austeridad dominantes presentan unas particularidades que es preciso analizar con rigor. Existen diferencias significativas con la crisis socioeconómica y política de los años treinta y la de la fase prolongada desde finales de los años setenta, así como de sus consecuencias y su contexto. Es imprescindible un análisis empírico científico y superar esquemas interpretativos rígidos del pasado. Es preciso dar un impulso a la renovación de la teoría social, a la pugna en el plano ideológico y cultural frente a las interpretaciones convencionales interesadas en la justificación de la actual política económica regresiva y antisocial. Esta investigación es un buen indicio del rigor analítico y, al mismo tiempo, posee una perspectiva transformadora.

Alcance destructivo de la financiarización y escenarios probables

Cabe una reflexión adicional sobre el alcance socialmente destructivo de esta dinámica y cómo frenarla. El libro explica adecuadamente la tendencia dominante –financiarización- y sus consecuencias sociales –mayor subordinación del trabajo, paro masivo, recortes sociales… Estamos en un proceso socioeconómico y político regresivo. Existe una gran ofensiva del poder económico y financiero, así como de las élites gestoras e institucionales a su servicio. Su objetivo es la reafirmación de su poder hegemónico y el intento de neutralización de los factores que lo cuestionan y, todavía más, de los componentes que pugnan por su cambio. Dicho de otra forma, la orientación regresiva de la fuerza principal que impulsa la preponderancia del poder financiero está bien definida. ¿Cuáles son los límites o las dificultades para su completo desarrollo? ¿Qué dimensión tienen los factores económicos y sociopolíticos que pueden hacer de contrapeso y condicionar el proceso?.

Podemos descartar la materialización inmediata de la visión catastrofista absoluta (habitual también en la interpretación de la crisis de los años treinta): caos social, destrucción del planeta, guerra total. No obstante, siguiendo el principio de precaución, hay que afrontar y prevenir los indicios que conducen a precipicios irreversibles. Existen desafíos relevantes para la capacidad de gestión de las actuales élites poderosas, es decir, para superar su impotencia o sus errores en el control de procesos que desencadenen consecuencias negativas irreparables, aunque no lleguen o se detengan al borde del abismo. Sin embargo, el paralelismo de algunos aspectos con los de la crisis citada de los años treinta puede oscurecer las diferencias significativas de los actuales (des)equilibrios en cuatro campos fundamentales.

Primero, en el plano económico-social, directamente relacionado con este estudio, se puede decir que los efectos destructivos no han tocado suelo; todavía pueden agravarse más: destrucción de aparato económico real, productivo y de empleo, la desigualdad social, la segmentación y la descohesión de las sociedades, la exacerbación de las diferencias mundiales y europeas (norte-periferia), el desmantelamiento continuo de los Estados de bienestar europeo, con reestructuración regresiva de los sistemas de protección social colectiva y los servicios públicos. Pero, también respecto de la reproducción del propio sistema económico capitalista, el interrogante es qué dimensión y duración puede tener el agotamiento o el estancamiento económico, la incapacidad para generar suficiente tasa de ganancia para el capital privado, la riqueza y los beneficios empresariales (sin fuerte innovación tecnológica), además de no satisfacer las demandas sociales de bienestar y progreso. Es decir, antes de plantearse un giro global ¿hasta dónde puede llegar el sufrimiento popular, la incertidumbre social, la desvertebración de las sociedades, los conflictos interétnicos y de convivencia? Existen algunos elementos comunes a la otra experiencia histórica de la gran depresión: paro masivo, descenso social de capas trabajadoras y medias con fuerte segmentación, bloqueo y frustración de expectativas juveniles... Y otros elementos distintos. Ahora las redes de protección al desempleo, servicios públicos, seguridad social y familiar todavía ofrecen algunas garantías, aunque está por ver el alcance de su reducción o agotamiento. Por otro lado, las sociedades europeas tienen una composición étnica más fragmentada, existen dificultades para la integración social y se pueden exacerbar dinámicas xenófobas, racistas o fundamentalistas, con riesgos para la convivencia intercultural.

Segundo, en el campo institucional y político se está produciendo una involución democrática de los sistemas políticos, un distanciamiento de las élites políticas respecto de la ciudadanía, por lo que sufren una significativa deslegitimación social. Existen tendencias autoritarias y tecnocráticas que promueven el vaciamiento sustantivo de las democracias liberales, pero, de momento, sin llegar a procesos totalitarios de supresión de las libertades individuales y públicas o la suspensión del estado de derecho. No obstante, el grueso de la ciudadanía europea y, más particularmente, española mantiene una cultura democrática y unos valores básicos de justicia social, que constituyen frenos a esa involución.

Tercero, en el ámbito geoestratégico es más lejana la hipótesis de una guerra abierta inter-imperialista: el desafío chino todavía se sitúa, fundamentalmente, en el plano económico, al menos hasta dentro de dos o tres décadas; sigue teniendo una capacidad político-militar muy inferior frente a la hegemonía de EEUU (y económica frente a EEUU y la UE, que, conviene recordar, tomada en su conjunto todavía es la mayor potencia económica y comercial del mundo). Puede haber guerras ‘regionales’, forcejeos y tanteos de reequilibrios estratégicos, pero a corto y medio plazo es difícil que se produzca la tercera guerra mundial súper-destructiva, con el riesgo de confrontación total o de carácter nuclear, por la pugna de la hegemonía mundial.

Cuarto, en el plano ecologista, sin embargo, es más cercano y grave el riesgo medioambiental, el desencadenamiento de procesos incontrolables de cambio, agotamiento o destrucción de equilibrios de la naturaleza y los sistemas y ciclos vitales. El desarrollo económico y social, equilibrado y sostenible, es un auténtico reto para las élites gestoras (y la población) a nivel mundial.

¿Es inevitable un fuerte retroceso y subordinación del sur europeo?

Los resultados electorales en Italia cuestionan la política de austeridad y a su principal clase política gestora. Al fracaso absoluto del candidato “comunitario” Monti se añade, respecto del año 2008, la pérdida por el partido de Berlusconi de seis  millones de votos (aunque algunas encuestas preveían un bajón superior). Mientras tanto, el Partido Democrático de Bersani (que también ha colaborado con algunos recortes promovidos por Monti) también ha descendido en 4,5 millones de votos y no ha sido capaz de representar y articular el conjunto del descontento social. El ascenso claro ha sido para el Movimiento 5 Estrellas, liderado por Grillo, que ha recogido 8,6 millones de votos, entre ellos el 40% del voto juvenil. No es un movimiento antipolítico, es una contestación a “esa” política de austeridad y “esa” clase política, al servicio de los intereses del sistema financiero centroeuropeo y amparado por el bloque de poder que representa Merkel y avalan las principales instituciones europeas. Y expresa la necesidad de “otra” orientación socioeconómica y “otra” gestión y representación política, más sociales y democráticas.

Así, es una dinámica que expresa, de forma distinta a la corriente social indignada española, similar orientación de fondo: rechazo a los recortes sociales, mayor democratización del sistema político y exigencia de un recambio de la clase política. Supone, con todas sus complejidades y ambivalencias, un clamor de gran parte de la sociedad italiana contra la subordinación de la anterior clase política a los intereses financieros e institucionales ajenos a los de la mayoría social. Junto con los nuevos equilibrios del centro-izquierda de Bersani, si se afirma en una orientación progresista frente a los ajustes económicos, puede señalar un cambio de rumbo en la gestión de la representación política.

Es un síntoma positivo. Frente al refuerzo (junto con la pasada victoria de Hollande) de las tendencias de cambio progresista en Europa, enseguida han salido diferentes autoridades alemanas y europeas a recordar el diseño dominante, particularmente para el sur europeo: política de austeridad, con las llamadas reformas estructurales regresivas y el chantaje de los mercados financieros. Frente al rechazo ciudadano y su expresión democrática se nos trata de imponer la idea de que es inevitable el retroceso social y político. La cuestión es que cada vez tiene menos legitimidad social. Veamos algunas condiciones de esta compleja pugna sociopolítica y democrática frente a los intentos de consolidar la subordinación de los países europeos periféricos.

Centrándonos en el sur europeo, el impacto de los dos primeros elementos (socioeconómico y político-institucional) configura un panorama duro y grave. La crisis económica y social es profunda, sus aparatos económicos son frágiles y dependientes y sus Estados de bienestar más débiles. Sus élites han fracasado en la modernización económica de sus respectivos países y ahora están más endeudados, subordinados y dependientes respecto del eje de poder centroeuropeo (alemán) y mundial.

Existen importantes diferencias entre, por un lado, Grecia y Portugal (e Irlanda) y, por otro lado, España e Italia; después viene Francia. La sensación ciudadana de ‘van a acabar con todo’ expresa la incertidumbre por el futuro del llamado modelo social europeo, al menos en esos países. Define el contenido regresivo profundo del proyecto neoliberal, aunque está por ver, dado los contrapesos existentes, el grado de cumplimiento de su programa máximo: destrucción del Estado de bienestar, la regulación y las garantías públicas y debilitamiento del sistema democrático o, en otro sentido, la vuelta a la implantación de la economía y el estado liberal del siglo XIX. El temor ciudadano más realista se asienta en la perspectiva inmediata de un paro masivo y prolongado, con poca protección al desempleo y menguadas expectativas de empleo decente, un pronunciado desequilibrio en las relaciones laborales, con fuerte poder y discrecionalidad empresarial, un recorte sustantivo en los servicios públicos (sanidad y educación públicas), con un desmantelamiento progresivo de un débil aunque significativo Estado de bienestar y de protección social. Se está produciendo una brecha profunda respecto de los países del norte cuyas clases populares, en términos comparativos, sobreviven menos mal a los efectos de la crisis y la política de austeridad. En ese sentido, la incógnita es hasta dónde el bloque de poder que ampara a Merkel puede imponer ese retroceso cualitativo en las condiciones sociolaborales y la dependencia económica y política del sur europeo y, paralelamente, consolidar su hegemonía respecto a las sociedades periféricas, incluyendo el estado francés, sin romper el entramado institucional europeo o recibir un fuerte rechazo popular.

El caso griego es un laboratorio de hasta dónde las élites europeas (y mundiales) pueden apretar el cinturón a la población, cuál es el nivel de su disponibilidad a la renuncia del cobro de parte de sus préstamos, la reducción de la deuda contraída o la flexibilización de los programas de austeridad (una vez traspasados las responsabilidades y los riesgos a los estados y salvados los intereses fundamentales de los acreedores financieros privados y sus sistemas bancarios). Es decir, dentro de un reparto desigual de los costes de la crisis y su salida, cuáles son los retrocesos impuestos a la mayoría de la sociedad y cuáles son capaces de aceptar los poderosos y los acreedores financieros para evitar unos efectos problemáticos para la estabilidad de los equilibrios básicos que garanticen su continuidad: retorno de capitales, hegemonía del poder y subordinación de las capas populares… O, superando el simple economicismo, qué componentes geoestratégicos –frente a los focos de inestabilidad del mediterráneo y oriente medio- y de legitimidad social, vertebración institucional y desprestigio o ruptura de la propia UE tiene la (casi) tragedia griega y su impacto y su generalización por el resto de países europeos periféricos.

Se está imponiendo un retroceso ‘cualitativo’ (deflación) de las condiciones laborales y sociales de las sociedades europeas del sur periférico, afectando a Francia, y una dependencia de sus aparatos económicos y productivos. Se agravan las consecuencias sociales y los problemas de cohesión social y deslegitimación de sus élites. Se puede plantear el interrogante: ¿es realista el diseño del poder dominante de prolongar esta situación y cumplir la amenaza de dar otro paso más pronunciado y duradero de sometimiento popular, con mayor reducción salarial y del gasto social, estancamiento económico, descontento ciudadano y desvertebración política?

Cómo hacer frente a la involución social y evitar el continuismo

El fracaso de la actual política de austeridad ya se va haciendo evidente, incluso para sectores de las élites poderosas. La apuesta institucional europea, que se vislumbra para después de las elecciones generales alemanas de otoño, es el continuismo de la política económica dominante, intentando contener los desequilibrios europeos, junto con una reorientación mínima –flexibilidad en la austeridad, estatalización de los riesgos de la deuda soberana, elementos de crecimiento-. Aunque conlleve una abundante ofensiva retórica, esa opción es insuficiente para abordar los graves problemas estructurales, al menos, para estos países. Puede dar algo de oxígeno a su situación socioeconómica y paliar alguna situación más grave. Pero es insuficiente para garantizar la estabilidad socioeconómica y los derechos de las clases trabajadoras centroeuropeas y, particularmente para los países periféricos, no aporta soluciones equilibradas y razonables a medio plazo, ni neutraliza la conciencia social de miedo, frustración e indignación.

La cuestión es si entre las élites europeas dominantes se pueden configurar algunos sectores representativos del poder, con suficiente lucidez y perspectiva de conjunto y a medio plazo, con una apuesta doble. Por un lado, mantener su hegemonía social y política y garantizar la reproducción del sistema económico. Por otro lado, integrar las sociedades centroeuropeas y satisfacer mínimamente las necesidades sociales del grueso de las sociedades periféricas y sus agentes sociopolíticos. No es una situación completamente inédita en la historia. Con las correspondientes distancias, es lo que inició Roosevelt y el keynesianismo intervencionista en los años treinta y, sobre todo, en la posguerra mundial, desde el propio campo del poder capitalista liberal. Sería una vuelta a revalorizar la ‘política’, la regulación pública de la economía y los mercados, y garantizar las condiciones sociolaborales y de empleo de las mayorías sociales. Se trata de si van a ser capaces las nuevas élites, con el apoyo de sus sociedades, de ponerle (algunos) cascabeles al gato del poder financiero. Sería un reformismo sustantivo desde el propio poder, superando al sector más reaccionario, improductivo y especulativo y las políticas más restrictivas, y cuyo objetivo es consolidar su propia hegemonía política y económica. Dicho de otro modo, la pregunta es si hay suficiente lucidez y liderazgo en renovadas élites actuales para que cambien algo (significativo para la sociedad) para no cambiar lo fundamental (su hegemonía). De momento no hay respuesta satisfactoria (más allá de los gestos e intentos parciales de Obama/Hollande). En todo caso, el primer paso estructural sería poner coto a la financiarización de la economía, el estímulo de políticas de crecimiento del empleo, la garantía de derechos sociolaborales y democráticos, así como el enfrentamiento con los grupos de poder agresivo y continuista (hoy representados, junto con los acreedores financieros mundiales, por el partido republicano estadounidense y por la alemana Merkel y el británico Cameron).

O bien, otra hipótesis es si la prepotencia del conjunto de los poderosos y la visión cortoplacista y financiera de sus intereses particulares, les impide valorar las graves consecuencias sociales de la prolongación de la crisis y su gestión antisocial, confiando en la utilización de sus últimos recursos para neutralizar su desestabilización a medio plazo: disciplinamiento económico-laboral por los mercados, segregación social y autoritarismo político. Los fenómenos contradictorios de empobrecimiento, inseguridad, frustración e indignación se ampliarían, en una combinación difícil de predecir.

Pero no hay que excluir la posibilidad y la conveniencia de que se produzca una activación de las fuerzas progresistas que, con un proyecto diferenciado y autónomo, puedan condicionar el proceso hacia una transformación profunda del sistema económico y político. En ese sentido, la dimensión de las protestas sociales y el peso, las características y la configuración de los equilibrios entre las distintas tendencias de las izquierdas presentan particularidades en los distintos países, empezando por Grecia y Portugal y pasando por España e Italia hasta llegar a Francia o Alemania.

Se puede contemplar la hipótesis de la aplicación de otra política económica menos agresiva (para el sur) y una dinámica de vertebración social, institucional y política que evite el panorama catastrófico del ‘caos social’. Es decir, la prioridad por la maximización inmediata de los beneficios privados, perseguida por el poder financiero y las élites institucionales dominantes, con la correspondiente involución para las mayorías sociales, podría no llegar hasta la destrucción total de las bases sociales del trabajo, el desmantelamiento absoluto de las garantías del Estado social y de derecho europeo o la liquidación de las fuerzas sindicales y de izquierda.

Por tanto, se puede impedir ese plan extremo, cuestionar la completa hegemonía del poder económico y financiero y las fuerzas conservadoras y condicionar un nuevo reequilibrio (inestable) en la gestión de la crisis, evitando el fatalismo o la resignación ante lo peor y la simple adaptación individual o grupal competitiva, con los recursos desiguales de cada cual. El desafío no es menor, particularmente para la ciudadanía, las izquierdas, los movimientos sociales y las élites progresistas de los países periféricos, que afrontan el riesgo de un retroceso material sustantivo, la pérdida de una década y una generación, la subordinación política, la degradación social y la crisis moral y cívica.

Pero, todavía no existen suficientes fuerzas progresistas y condiciones socioeconómicas que impidan totalmente esa involución social, económica y democrática y aseguren un estatus menos destructivo y desventajoso para la mayoría de la sociedad. Para que esa opción menos mala de contención regresiva sea tomada en consideración por los poderosos y sea asumible por una parte significativa del poder liberal, parece que la realidad todavía debe mostrar más las consecuencias destructivas de la financiarización y la política de austeridad, en los distintos planos económico, social, político e institucional europeo. Y, por otra parte, que el descontento popular y la deslegitimación social de la clase política y gestora se transformen en una mayor presión ciudadana progresista, el fortalecimiento del sindicalismo y los movimientos sociales progresistas, la renovación de las izquierdas, así como la conformación de un bloque sociopolítico alternativo que impugne esa dinámica y apueste por una gestión y una salida de la crisis más justa y solidaria y la regeneración del sistema político. Sería el único remedio para vencer la completa hegemonía del poder financiero y sus gestores, del ‘aquí mando yo’, sin controles de la política y con completa subordinación de la mayoría ciudadana. En ese sentido, el factor sociopolítico de una corriente social indignada y una ciudadanía activa, con un proyecto autónomo del poder, es fundamental para empujar en una dinámica de cambio social profundo hacia una Europa (y un mundo) más equitativa, solidaria e integrada. Se trata de atreverse a defender un horizonte progresista, aunque en el proceso se conformen distintas etapas y transiciones.
Madrid, 1 de abril de 2013



(1) Luis Enrique Alonso, Carlos J. Fernández Rodríguez (eds.), La financiarización de las relaciones salariales: una perspectiva internacional, FUHEM / La Catarata, Madrid, 2012, 376 páginas, ISBN: 978-84-8319-775-2.

Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.