Antonio Antón

Cambios de identidades laborales y de clase
Extracto del artículo publicado en la Revista Sociología del Trabajo nº 63 – verano de 2008, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid*

            Existe una disociación entre clase social objetiva y clase social subjetiva de la población ocupada en España y la afiliación a los sindicatos. Este hecho se analiza desde dos planos. Uno empírico, donde se establece en qué medida un amplio sector de clase baja o media-baja –por nivel de ingresos- no se identifica con esas clases sociales sino con la clase media-media. Este fenómeno se repite, con algunas particularidades, entre la afiliación sindical, donde la mayoría tampoco tiene sentido de pertenencia a las clases ‘trabajadoras’ o subordinadas. Estos hechos cuestionan la idea tradicional del sindicalismo como un movimiento exclusivo de ‘clase’ trabajadora, tanto en su composición objetiva como en la identificación de sus miembros, y denota la fragilidad de los vínculos con sus bases sociales.
            Un segundo plano es el teórico, para profundizar y clarificar esa realidad, ya que se requiere un replanteamiento de algunas de las ideas sobre la conformación de la identidad de clase social. Así, se expresan algunos aspectos generales del concepto de identidad y se analiza el papel de la identificación de clase trabajadora, aspecto clave para interpretar su papel en la sociedad. Se trata de precisar un enfoque que relaciona de forma más compleja las interacciones entre condiciones materiales, subjetividad, identificación y acción colectiva. Igualmente, se hace referencia a los problemas y características de la formación de la clase obrera como sujeto social, a su conciencia social, incorporando un enfoque histórico y criticando las ideas más deterministas.
El objetivo es doble: Explicar el hecho relevante de la ausencia de una conciencia social de clase trabajadora, y revisar y renovar los fundamentos teóricos para interpretar los procesos de las identificaciones colectivas. Por tanto, se comienza por la parte empírica.

1. La disociación entre clase social objetiva y subjetiva de la afiliación sindical y la población ocupada      

            El aspecto principal a explicar es la disociación entre clase social objetiva y clase social subjetiva. La primera se mide por nivel de ingresos. La segunda se valora por la autoidentificación derivada de las respuestas de los entrevistados. En particular, se produce una identificación con la clase media-media de una parte significativa de clase media-baja, por nivel de ingresos. Es decir, existe una ausencia de una conciencia de pertenencia a la clase ‘trabajadora’ entre un sector relevante con estatus económico medio-bajo. Esta característica afecta, con algunas pequeñas variantes, tanto al conjunto de la población ocupada y atendiendo a las variables de edad y género.
            También se señalan los datos de la afiliación a los sindicatos comparados con el conjunto de la población ocupada. Aparece la misma tendencia dominante de la disociación de ese sentido de pertenencia respecto de sus condiciones salariales y, por tanto, la escasa influencia de la cultura sindical o de ‘clase trabajadora’ entre sus bases sociales.

Tabla 1
Clase social objetiva (por nivel de ingresos) de la afiliación sindical y de la población ocupada total, juvenil y por sexo (%)


Clase social objetiva
(por nivel de ingresos)

Afiliación

Ocupados

Varones

Mujeres

Jóvenes

Baja (<600 euros)

6,70

13,73

6,67

24,85

18,87

Media-baja (601-1205)

51,67

56,33

56,30

56,37

65,14

Media-media (1206-1800)

32,21

22,96

28,09

14,89

14,39

Media-alta (1801-2705)

8,94

6,19

7,88

3,53

1,07

Alta (>2706)

0,48

0,79

1,06

0,36

0,53

Total porcentaje

100,00

100,00

100,00

100,00

100,00

Total (n):

627

4.167

2.549

1.618

938

Fuente: Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo-2004 (MTAS, 2005), y elaboración propia.

            La clase social objetiva, por el indicador de nivel de ingresos se expone en la tabla 1. La población ocupada y la afiliación sindical se distribuyen en cinco tramos de nivel de ingresos, que corresponde con cinco categorías sociales convencionales: Baja, Media-baja, Media-media, Media-alta y Alta. Entre la población ocupada la gran mayoría es, objetivamente, de clase media-baja (56,33%), que sumados a los de clase baja (13,73%) da un total del 70% de clase social baja o medio-baja. No obstante, dentro de la población ocupada existen diferencias sustanciales entre varones y mujeres, y de los jóvenes respecto del conjunto, derivados de la desigualdad de sus ingresos. En la afiliación sindical sigue siendo mayoritaria la composición de clase baja y medio-baja, que suman el 58%, aunque es menor que entre la población ocupada.

Tabla 2
Clase social subjetiva de la afiliación sindical y la población ocupada total, juvenil y por sexo (%)


Clase social subjetiva

Afiliación

Ocupados

Varones

Mujeres

Jóvenes

Baja (1 y 2)

1,27

1,11

1,02

1,28

1,21

Media-baja (3 y 4)

13,38

12,76

13,06

12,26

11,52

Media-media (5 y 6)

63,57

62,69

62,53

62,96

64,94

Media-alta (7 y 8)

20,25

22,26

22,17

22,40

21,12

Alta (9 y 10)

1,53

1,18

1,23

1,10

1,21

Total porcentaje

100,00

100,00

100,00

100,00

100,00

Total (n):

785

5.832

3.645

2.187

1.241

Fuente: Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo-2004 (MTAS, 2005), EPA 2004II y elaboración propia.

            La clase social subjetiva, según la auto-identificación de las personas se describe en la tabla 2. Se realiza a partir de sus respuestas utilizando, igualmente, los mismos cinco tipos convencionales de clase social. El dato más significativo es el de la percepción mayoritaria –cercana a los dos tercios- de la pertenencia a la clase media-media. Al contrario, la identificación con la clase baja o medio baja no llega al 15%. Existen pequeñas diferencias entre la percepción de pertenencia de clase entre las personas afiliadas a los sindicatos y la media de las ocupadas. Dentro de las personas ocupadas no existen distancias relevantes por sexo y edad.
El aspecto más importante son las diferencias entre la clase social subjetiva y la clase social objetiva. Para visualizar el contraste se han agregado los datos en dos bloques: 1) clases sociales baja y media-baja, y 2) clases sociales media-media, media-alta y alta –tabla 3-.

Tabla 3
Comparación entre clase social objetiva y subjetiva de la afiliación sindical y la población ocupada (%)

 

Afiliación

sindical

Población

ocupada

Clase social

Objetiva

Subjetiva

Objetiva

Subjetiva

Baja y Media-baja

58,4

14,6

70,1

13,9

Media-media, Media-alta y Alta

41,6

85,4

29,9

86,1

Fuente: Tablas 1 y 2.

            En primer lugar, se analiza la ausencia de esa correspondencia en la afiliación sindical. En el segundo bloque, en el plano objetivo, se sitúan el 41,6%, pero en el plano subjetivo, el 85,4%. Así, la mayoría (58,4%) es, objetivamente, del primer bloque, aunque sólo una minoría (14,6%) se autoidentifica con las clases trabajadoras de menor estatus económico.
            Esta realidad supone un conflicto con el ideario de los grandes sindicatos, definido a través de su identificación con los intereses de las clases trabajadoras y con el supuesto de su vinculación a cierta conciencia de ‘clase’. Así, uno de los aspectos más relevantes de los cambios en la pertenencia social en los últimos años es ese desplazamiento o disociación de cerca de la mitad de la afiliación sindical, que teniendo una situación objetiva de clase trabajadora o baja y media-baja no se identifica con esas clases sociales y sí con la clase media-media o superior.
Ese cambio se asienta en diversas transformaciones -de estilos de vida, cultura y aspiraciones vitales-, aunque se mantengan otros factores objetivos –limitados ingresos, dependencia y subordinación en el trabajo- típicos de las clases trabajadoras. Significa el debilitamiento de la llamada cultura ‘obrera’, representada por la clase obrera industrial de la época fordista. Expresa las dificultades de las bases sociales del sindicalismo para una identificación de clase en el sentido tradicional, de sentirse de la clase ‘obrera’ y con ‘conciencia de clase’. Esa nueva percepción de la mayoría de la afiliación sindical de considerarse identificada con la clase media se asienta en algunos cambios productivos –sector servicios- y sociales –dinámicas socioculturales transversales-. Sin embargo, persisten otros rasgos objetivos comunes a las clases trabajadoras medio-bajas y bajas, que permanecen como mayoritarias.
            Junto con la existencia de esas dos minorías extremas que se definen de clase social baja –14,6%- y de clase social alta –20,2%- existe una doble dinámica que afecta a casi dos tercios –63,6%- de la afiliación a los sindicatos que se consideran de clase media-media. Una parte es, objetivamente, de clase media-media y su percepción coincide con su situación. Pero la mayoría de ese bloque –44%- está sometida a dos procesos paralelos: 1) unas condiciones materiales y laborales de clase trabajadora, y 2) una conciencia social de clase media-media. En ese segmento las referencias de la identificación de clase no se basan, fundamentalmente, en sus condiciones laborales, sino que median otros factores. Están asociados a las transformaciones generales que están generando las mutaciones de las identidades laborales de la clase obrera clásica de la época fordista. No obstante, tampoco se ha consolidado una clase media mayoritaria (media-media y media-alta), ni en el plano objetivo ni en el subjetivo.
            En ese bloque decisivo para la configuración del sindicalismo permanece la disociación y el conflicto entre las dos realidades: 1) condiciones sociolaborales y experiencias de clase trabajadora, y 2) componentes materiales y subjetividad de clase media. Así, en ese segmento de afiliación sindical, ante su realidad ambivalente pierde peso la identificación colectiva de clase obrera. Pero las identificaciones de clase social –trabajadora o media- de esas personas afiliadas son más débiles.Y la mayor individualización encaja mejor con la identificación con la clase media que expresa una relación colectiva menos densa. Aunque su comportamiento social y su vinculación con el sindicalismo también están condicionados por su percepción de los intereses socioeconómicos compartidos y por las experiencias comunes en el ámbito sociolaboral, en el que de forma persistente ese bloque permanece en un estatus de clase media-baja.
            En segundo lugar, esta tendencia todavía es más pronunciada en la población ocupada y, especialmente, entre los jóvenes ocupados. Así, entre la población ocupada pertenecen a esas dos clases sociales objetivas baja y medio-baja el 70%, y en el plano subjetivo desciende su porcentaje al 14%. Al contrario, menos de la cuarta parte –23%- de ocupados pertenece a la clase social objetiva media-media, pero subjetivamente se identifican con ella el 62,7%. Es decir, respecto de su situación objetiva de clase baja y medio-baja, se produce un desplazamiento de la conciencia hacia la auto-identificación de clase media-media. Esa tendencia de situarse subjetivamente en la clase media-media aunque objetivamente se encuentra en la clase baja o media-baja afecta al 56% de las personas ocupadas y al 44% de la afiliación sindical. Por sexo, esa tendencia es algo más pronunciada en mujeres ocupadas respecto a varones, y por edad, es más amplia en jóvenes en relación con adultos.
Por tanto, los cambios de la pérdida de la subjetividad de pertenencia a las clases trabajadoras, o baja y media-baja, todavía son más profundos en la población ocupada que en la afiliación sindical y expresan las dificultades para la identificación de las clases trabajadoras, particularmente juveniles, con los sindicatos. Así, los vínculos del sindicalismo con unas amplias bases sociales están mediados por su influencia sustantiva y concreta atendiendo a la defensa e intermediación de sus intereses pragmáticos e inmediatos y, al mismo tiempo, por el tipo de pertenencia colectiva que reflejan ambos polos: sindicatos y bases sociales. Este componente de débil identificación colectiva es uno de los factores explicativos de las dificultades de los vínculos entre sindicalismo y clases trabajadoras, particularmente, trabajadores y trabajadoras jóvenes. Las experiencias sociolaborales compartidas son menos densas y estables, y los componentes de identificación individual y colectiva están en transición y cambio.
            En definitiva, no se puede aventurar cómo y en qué medida se va a configurar esa identificación de clase, en cuanto grupo social diferenciado y con intereses comunes, qué relación y equilibrios se pueden establecer con otras identidades sociales –género, nacionales...-, y en los procesos de individualización dominantes. Lo que se precisa es constatar esas nuevas dinámicas que afectan a la ‘pertenencia’ con el mundo sindical y, al mismo tiempo, renovar los mecanismos de identificación del sindicalismo. Así, para interpretar estos cambios, es necesario realizar una valoración teórica del significado de las identidades laborales y de clase social, que se aborda seguidamente. 

2. Identidades laborales e identidad de clase

            Se han explicado los datos que expresan una mayoritaria autoidentificación de la población ocupada y la afiliación a los sindicatos con las clases medias-medias o superiores, aún perteneciendo mayoritariamente –por su nivel de ingresos- a las clases bajas o medio-bajas. Para una adecuada interpretación de esa realidad se precisa una clarificación de algunos conceptos básicos necesarios. Así, esta sección es de carácter teórico y analiza las identidades laborales y la identidad de clase. Estos componentes subjetivos han configurado las bases del sentido de pertenencia a un grupo o bloque social, la clase obrera. Su expresión organizada ha sido el movimiento ‘obrero’, es decir, el conjunto del mundo asociativo o el tejido social donde se encuadraban las clases trabajadoras y, particularmente, el movimiento sindical.
            Se empieza por la clarificación el concepto de identidad. Se parte de la idea de que la identidad social es construcción social, que articula lo psicológico y lo social. Se conforma mediante la interacción social de todos los individuos, ya que todos están implicados y son partícipes. La identidad surge gracias a las relaciones sociales, teniendo el lenguaje un papel primordial en la configuración del yo. Además, tienen una influencia decisiva las relaciones económicas y de poder. La identidad es el resultado de una ‘identificación’ contingente e histórica. Es un proceso doble de diferenciación y generalización. La primera tiende a definir la diferencia, la singularidad. La segunda busca definir el nexo común. Por tanto, identidad es ‘pertenencia’ común que puede llegar a ser más ‘fuerte’ o más ‘débil’, o bien con un componente más central y otros más secundarios, o con una combinación y equilibrio de varios elementos identitarios. La identificación es un proceso, con diversas etapas intermedias y mediaciones, que culmina en la conformación de una identidad. Existen dos formas de identificación: las atribuidas por los otros –comunitarias- y las reivindicadas por uno mismo –societarias-. La crisis de las identidades –del vínculo social- sería el paso de las primeras a las segundas.  Por otra parte, conviene distinguir estos conceptos de identidad o identificación del de ‘subjetividad’ que hace referencia al conjunto de ideas o sentimientos del sujeto, aunque no tengan un papel identificador o de conformación de la personalidad.
            La palabra identidad colectiva se puede referir a elementos de identificación fuerte como ¿qué o quiénes somos? O bien, a qué mentalidad tenemos: ¿qué ideas, objetivos, sentidos o representaciones tenemos de nuestra vida y de la sociedad? La discusión sobre la identidad colectiva ha adquirido un nuevo vigor por la convergencia de tres dinámicas, que necesariamente se deben tener en cuenta. La primera, por la crisis de las grandes identidades de clase o de las ideologías cerradas. La segunda, por el desarrollo de diversas identidades colectivas parciales -culturales, de género, locales, ecologistas, etc.- que además son transversales y afectan a las demás clases. La tercera, por la fuerte tendencia de individualización que vacía los contenidos y relaciones de una identidad colectiva, pone el acento en la identidad individual –más discontinua y parcelada-, aunque enfrentada a ella se dan reacciones de signo contrario, de tipo comunitarista.
            La teoría de la identidad social es relevante para el problema de definir límites entre grupos, pues esa delimitación se lleva al plano de la subjetividad humana. En la definición de grupo deben estar presentes tres elementos: la existencia de una categoría aceptada interna y externamente al grupo, la identificación con ella por todos los miembros del grupo y la comparación social entre los grupos. Las controversias y escuelas son muy diversas para valorar la identidad.
            Aquí, sólo se señalan los aspectos más significativos relacionados con el enfoque de esta investigación, centrada en las identidades sociolaborales. Se puede abordar desde dos planos. Uno, es que en la teoría sociológica han perdido importancia los análisis en términos de clase social. Por ello existe una menor visualización teórica del peso del estatus socioeconómico y las desigualdades sociales en la conformación de las identidades. Otro, es que entre la población trabajadora ha perdido fuerza la identidad de clase como identidad fuerte. Éste es un elemento clave para analizar el débil sentido de pertenencia a la clase obrera o a un campo social definido que tienen las nuevas clases trabajadoras, y valorar las dificultades para su identificación y participación en un movimiento social como el sindicalismo. Es un factor fundamental para interpretar la lógica de pertenencia de la acción sindical, los vínculos entre sindicatos y sus bases sociales.
            Ese concepto de identidad laboral hay que abordarlo con una perspectiva histórica de sus cambios. Aquí, se parte de la hipótesis de que se ha producido una crisis de las diversas identidades colectivas ‘laborales’ tradicionales. Esas identidades con precedentes a lo largo de todo el siglo XIX, se conformaron con la segunda revolución industrial –finales del siglo XIX y principios del siglo XX-, con la generalización de los grandes centros industriales y el fordismo. Tras la segunda guerra mundial y en el marco keynesiano de las sociedades europeas -1945/1975-, con pleno empleo, expansión del Estado de Bienestar y la participación sindical en la regulación de las condiciones laborales, se consolidan esas identidades laborales de las clases trabajadoras europeas. Son las tres décadas de progreso y mejora de las condiciones sociolaborales y de empleo y de gran capacidad de encuadramiento y de regulación colectiva del sindicalismo.
            No obstante, en España, el fuerte crecimiento y la expansión económica dura la mitad -1960/1975- y en el periodo franquista. La ‘configuración social’ de la clase obrera ‘fordista’, relativamente joven y más reducida a los grandes núcleos industriales y urbanos, se produce desde finales de los sesenta y en los años setenta, a caballo de la transición política, la consolidación de los sindicatos democráticos y los comienzos de la crisis económica. En ese contexto se producen los análisis pioneros de la conciencia de clase.
            Las identidades laborales se pueden dividir en tres tipos. Primero, la identidad del empleo, basada en la comunidad profesional, de oficio y la transferencia intergeneracional de conocimientos y experiencias. Supone una vinculación prolongada, desde la formación académica y profesional básica hasta un oficio o carrera profesional, un centro de trabajo y una experiencia compartida y común con un mismo colectivo de trabajadores. Sin embargo, las transformaciones productivas son amplias y evidentes, junto con los cambios en los oficios y carreras profesionales, y existe una numerosa literatura sociológica.
            El segundo tipo es la identidad del trabajo, con la dignificación del hecho de ser trabajador y la vinculación con la cultura obrera diferenciada de la de otras clases sociales. Suponía el orgullo de la pertenencia a ese estatus, a las relaciones en los mismos barrios y a las mismas formas de vida y de cultura. Estaba asociado a unas condiciones de vida y de consumo comunes, y diferenciadas de las de otras clases sociales. La ciudadanía laboral estaba ligada a la ciudadanía social. Los cambios de esta segunda identidad y los factores que la producen son más complejos.
            El tercer tipo de identidad laboral es el de la pertenencia a una clase social con la participación en la ‘lucha de clases’, en el conflicto social. Esta identidad laboral es la llamada identidad de clase. Supone la participación en una colectividad con intereses y objetivos comunes, con un proyecto social diferenciado y, específicamente, la pertenencia al sindicalismo de ‘clase’ y al universo de la izquierda, de la que la mayoría del movimiento obrero se ha considerado parte. En relación con esta identidad, el aspecto principal es el cambio en las relaciones de poder en el trabajo, la disminución de los conflictos laborales y el declive de la ‘lucha de clases’.
            Al mismo tiempo, se ha producido la diversificación de los problemas, movilizaciones, formas expresivas y cauces organizativos y de representación. Y junto con ello la ascensión del tema de ‘identidades’, desvinculadas de las identidades laborales y de clase.
            Los cambios productivos, sociales y laborales iniciados desde mitad de los años setenta y acelerados en los años ochenta y noventa han modificado el marco socioeconómico en que estaban insertadas esas identidades laborales. Existe una relativa ruptura entre las generaciones más adultas y las nuevas generaciones. En las primeras, representativas de las clases trabajadoras adultas, estables y, parte de ellas, sindicalizadas, los cambios de identidades laborales suponen un debilitamiento de esos tres tipos, una dilución de su componente comunitario y se desarrolla una actitud defensiva y de resistencia de su estatus anterior. En las segundas, las nuevas generaciones, ya están socializadas, mayoritariamente, en otro marco de relaciones laborales y de empleo, dominado por el empleo ‘flexible’ y la precariedad, y no han vivido esas experiencias prolongadas. Todavía no se puede hablar de nuevas y distintas identidades laborales, sino de ‘experiencias’ sociolaborales y elementos de identificación colectiva más débiles. Al mismo tiempo, se produce una mayor individualización, con mayor peso de las ‘identidades personales’ con respecto a las colectivas. Todo ello configura la influencia y la transición desde las anteriores identidades laborales hacia la conformación de otros equilibrios entre nuevas identificaciones colectivas –transversales y débiles- y personales.
            Los jóvenes establecen nuevas relaciones sociales más variadas e informales que, de forma más fragmentada, van configurando nuevos vínculos interpersonales, más autónomos. Sin embargo, en su relación con los otros, el asunto de la mediación –institucional, de representación, de poder- se convierte en central y crítico. Esas mediaciones serán claves en la conformación de la ‘pertenencia’, en la identificación social de las nuevas generaciones trabajadoras. Esa nueva identificación colectiva en el trabajo sería una innovación, una creación ‘institucional’ que implica un proceso de elaboración, de negociación de reglas y normas, de referencias comunes. Sería una dinámica conflictiva, aunque también incluye cooperación y compromisos, avances y retrocesos. Y también se empieza a conformar una identidad individualista o en ‘red’, aunque poco segura e incierta; una identidad de crisis más que una identidad en crisis.
En definitiva, se ha producido una crisis de las diversas identidades colectivas ‘laborales’. Las identidades laborales ‘fordistas’ se consolidaron y estaban basadas en tres tipos de identidades forjadas a través de una experiencia compartida, una cultura y una dinámica ascendente de toda la generación trabajadora de la época keynesiana –1945/75-. La identidad del empleo, basada en la comunidad profesional, de oficio y la transferencia intergeneracional de saberes. La identidad del trabajo, con la dignificación del hecho de ser trabajador y la vinculación con la cultura obrera diferenciada de la de otras clases sociales. La identidad de clase, de la participación en la lucha de clases o en el conflicto social, la pertenencia a una colectividad con intereses y objetivos comunes, con un proyecto social diferenciado.
            Sin embargo, en España, la constitución de esas identidades laborales ha sido más breve –años sesenta y setenta-, más limitada –grandes núcleos urbanos e industriales-, y frágil –en otras condiciones sociopolíticas, sin sindicatos democráticos legales y sin su capacidad asociativa, cultural y de encuadramiento-. Todo ello permitió configurar las identidades laborales de los núcleos sindicalizados y del propio sindicalismo en España justo cuando empezó a notarse la crisis socioeconómica a finales de los setenta y durante los ochenta. El protagonismo de esas bases sociales centrales y del conjunto del sindicalismo permitió mantener una fuerte capacidad representativa y expresiva.
            No obstante, la fragilidad de esa identificación de la mayoría de las clases trabajadoras con el sindicalismo en España limitó los niveles de pertenencia y su capacidad de influencia efectiva, justo cuando se iniciaba una etapa laboral más desfavorable. La profundidad de la crisis de empleo y el bloqueo de la ocupación juvenil en los años ochenta y primeros noventa y la reestructuración y flexibilidad de las actividades productivas y de los oficios y carreras profesionales supuso una mayor ruptura con esas identidades laborales clásicas de las nuevas generaciones incorporadas al mercado laboral desde mitad de los noventa. La mayoría de trabajadores y trabajadoras jóvenes se concentraba en nuevos centros productivos o sin conexión con los grandes centros industriales o de servicios tradicionales, donde pervivían los núcleos más sindicalizados. Las fuertes transformaciones productivas, del modelo de empleo y los cambios culturales y sociopolíticos han vaciado todavía más esas identidades laborales tradicionales, más comunitarias, entre la gente joven. Y sobre ellas se asentaban, mayoritariamente, las bases sociales centrales del sindicalismo y la acción sindical. Así, existe una doble dinámica: crisis de las identidades laborales tradicionales, y emergencia de nuevas relaciones y experiencias laborales de la juventud trabajadora.
            El significado de la identidad de clase y la conciencia de clase es complejo. La identificación con una clase o bloque social ha sido uno de los elementos sustantivos de las clases trabajadoras y del movimiento sindical europeo a lo largo del siglo XX. Aquí se parte de la hipótesis de que las identidades laborales tradicionales se han transformado y debilitado, debido a los profundos cambios productivos, del mercado de trabajo, sociopolíticos y de las mentalidades durante las últimas décadas. Estos cambios son más pronunciados entre la juventud trabajadora, afectan a su sentido de pertenencia social y son factores explicativos de sus frágiles vínculos con los sindicatos.
Por tanto, se explica la identificación de clase del sindicalismo. En el análisis sociológico de los nuevos y viejos movimientos sociales se utilizan tres conceptos –sujeto, clase social y movimiento-, que tienen un gran significado teórico, histórico y simbólico. En la tradición marxista la idea de sujeto social hacía referencia a la constitución de una clase social –la clase obrera- portadora de una ‘misión histórica’, de un proyecto transformador, que estaba encarnado por el movimiento obrero -la izquierda política y social y el movimiento sindical-. Esa clase en sí –objetiva-, se convertía en clase para sí –subjetiva- a través de su consciencia de clase, y actuaba como sujeto social. Todo ello, expresado en los términos hegelianos del primer Marx y de algunas corrientes marxistas, puede tener un enfoque más esencialista.
Ese sujeto colectivo tenía un primer componente de lucha económica o fines laborales. Un segundo componente es el carácter de clase o sociopolítico, primero revolucionario y luego de acción democrática y de exigencia de la ciudadanía laboral y social. Y un tercer elemento, sociocultural, como articulador de una cultura –obrera-, con un espacio asociativo, expresivo y simbólico propio. Esos tres aspectos están asociados a las tres identidades sindicales fundamentales: hacia el mercado laboral o reivindicativo, hacia la clase y hacia la sociedad o sociopolítico. No obstante, en las últimas décadas, en Europa, ese sujeto, el movimiento obrero, se ha debilitado y decaído, en particular en el último elemento.
            Los dos componentes fundamentales de la acción sindical son la influencia y la pertenencia. Si la influencia tiene un papel más instrumental, la pertenencia tiene un papel de identificación, simbólico, expresivo, de cohesión en un proyecto común, aspectos a su vez centrales para la influencia y la misión del sindicalismo.
El discurso del ‘sindicalismo de clase’ y de la identidad de clase, tiene una función ‘integradora’ y de ‘unidad’ interna, aunque también oscurece la diversidad y pluralidad interna del movimiento sindical y los intereses específicos de los que ostentan el poder organizacional. Esa expresión es contradictoria y ambivalente. Sigue teniendo su sentido tradicional de aspirar a la representación y articulación del conjunto de las clases trabajadoras, corrigiendo deficiencias en la composición y arraigo de los sindicatos y en su función de defensa de los intereses del conjunto de la ‘clase obrera’. Sin embargo, también se ha utilizado por algunos de los representantes ‘obreros’ o expertos sindicales para defender sus propios intereses como capa social diferenciada. Por tanto, hay que diferenciar entre clase o base social y sus ‘representantes’, parte ‘organizada’ o aparatos, y evaluar las mediaciones y conflictos entre los dos niveles. Además, existen distintos niveles y gran diversidad de identificaciones –de género, edad, nacionales, etc.-, y su conexión con la identificación colectiva de ‘clase’ no siempre se ha conjugado bien. Esas connotaciones problemáticas junto con los amplios procesos de ‘individualización’ dificultan la ‘pertenencia’, especialmente de la juventud trabajadora, al sindicalismo de ‘clase’.
La identidad de clase sigue constituyendo uno de los modelos fundamentales de los sindicatos y el capital cultural y simbólico de esa representación de la ‘clase obrera’ ha sido muy importante en la tradición de la izquierda y del sindicalismo y para la ampliación de la ciudadanía económica y social. No obstante, la realidad asociativa de los sindicatos, sus relaciones internas y esa identidad se han vuelto más complejas. Dada la fragmentación y diversidad de la clase obrera y la transversalidad con otras clases y sectores sociales de muchos problemas, es difícil la unidad –organizativa, expresiva, simbólica- y una identificación común. En todo caso, este concepto refleja dos elementos de interés con respecto a los vínculos entre las nuevas clases trabajadoras y sindicalismo.
            Primero, es necesario para el movimiento sindical aumentar su representatividad y su papel real como articulador de la gran mayoría de la población trabajadora y de sus intereses, en particular, de las nuevas generaciones. En ese sentido, la expresión sindicalismo de ‘clase’ puede significar la voluntad positiva de articular y representar a las capas mayoritarias y más significativas de la población trabajadora. Así se reforzaría realmente esa identidad de clase.
            Segundo, en determinados momentos y contextos, sí se han producido expresiones colectivas de la gran mayoría de las clases trabajadoras y de la ciudadanía en torno a reivindicaciones compartidas, promovidas con fórmulas organizativas unitarias y complejas –como en el caso de las movilizaciones contra la guerra en Irak-. Algunas de esas iniciativas han tenido gran participación juvenil, y han fortalecido esa identidad de clase y la dimensión social de los sindicatos.
            En definitiva, la identificación de clase sigue siendo fundamental para el sindicalismo pero exige una profunda renovación crítica de su papel, su contenido y de los diferentes procesos de su configuración en sus bases sociales, particularmente, entre las nuevas generaciones. Aquí, se utiliza este concepto –identidad de clase- en un sentido menos ‘fuerte’ y asociado a otros dos conceptos complementarios más adecuados para interpretar los procesos de formación de las identidades laborales de los jóvenes: ‘experiencia sociolaboral’ y ‘pertenencia a un campo social’.  Veamos estos aspectos conectados con la conformación de la conciencia social.

3. Conciencia social y campos sociales

            El análisis de la clase obrera no se debe quedar en las transformaciones de sus condiciones objetivas, sino incluir su acción colectiva, su experiencia práctica y su conciencia social. El análisis de sus condiciones materiales de existencia es fundamental pero, para un enfoque determinista, acción colectiva y pensamiento venían determinados por aquellas y no se les prestaba demasiada atención. Esas condiciones subjetivas no son un mero reflejo de las condiciones objetivas. Ambas interactúan, existen muchas mediaciones y una gran diversidad.
            Por tanto, para analizar la ‘formación’ de la clase obrera, la identidad laboral de los nuevos trabajadores, habrá que incorporar los dos planos de la realidad –condiciones materiales junto con acción colectiva y conciencia social- y su interrelación en un proceso histórico concreto. En consecuencia, para hablar de clase trabajadora, no sólo hay que apoyarse en la existencia de población asalariada sino que, propiamente, habrá que hablar de su existencia cuando haya una identificación colectiva
            Se pueden sacar dos conclusiones. La primera es que en ocasiones se producen expresiones de dos campos o polos sociales, del que se derivan unas experiencias colectivas de identificación. La segunda es que se han producido algunas grandes movilizaciones con participación conjunta de movimiento sindical y gran parte de jóvenes –estudiantes y trabajadores-, que han generado una conciencia de ‘pertenencia’ al mismo campo, aunque puntual y poco densa.
            En consecuencia, el concepto de ‘experiencia sociolaboral’ facilita una mejor comprensión de unas prácticas sociales y unos procesos de toma de conciencia que están conformándose y en transición, sin que todavía lleguen a constituir una identidad acabada y estable. Al mismo tiempo, el concepto de campo social, como participación más o menos puntual en conflictos colectivos, a veces con fuertes componentes expresivos de pertenencia a un bloque, red o movimiento social, es más adecuado para analizar la realidad social actual. En este momento existe gran variedad temática, relaciones transversales y diversos niveles de implicación de las clases trabajadoras y, particularmente, de la gente joven. Esa experiencia de participación es más diversificada e inestable y los vínculos establecidos encajan mal en el concepto tradicional de ‘lucha de clases’ o ‘conciencia de clase’.
            Por otra parte, existen claros límites e incógnitas en la actual configuración de la conciencia social. Según diferentes encuestas de opinión del CIS (2005) los problemas socioeconómicos -el trabajo, el paro, la precariedad, la protección social- son considerados importantes para sus vidas y, a veces, son considerados los más graves por parte de las personas. Pero las bases sociales del sindicalismo se movilizan poco, la gente joven no actúa colectivamente en estos campos y esos problemas parecen constitutivos de la realidad ordinaria.El interrogante es por qué los problemas socioeconómicos, laborales y del déficit del gasto social aparecen ‘naturalizados’. Por una parte, en la sociedad hay conciencia de su existencia pero, por otra, hay cierta delegación en las respuestas. Sólo en algunas ocasiones -cuando hay expectativas de incidencia global como en las huelgas generales o a escala muy concreta- esa conciencia social de las clases trabajadoras se expresa a través de una actitud participativa y una acción colectiva transformadora.
            Para analizar estas dinámicas hay que referirse al problema de la mediación entre condiciones materiales de existencia, conciencia subjetiva y acción colectiva. Esas esferas están condicionadas por la segmentación y la estratificación social y por las instituciones, la experiencia y la memoria históricas. Además, existen diversas complejidades en la interacción de los tres planos. El tema de la mediación es básico. La gravedad percibida de la precariedad a veces se afronta con la adaptación y la respuesta individualizada. Las instituciones mediadoras participan en la construcción de las expectativas. Ahí se encuentra el papel del entramado asociativo e institucional, la cultura, el ‘poder contractual’ concreto, las posibilidades de condicionar o conseguir las reivindicaciones planteadas por parte de los sindicatos o la izquierda social.
Por otro lado, está la conformación de las identidades personales y colectivas, el sentido de la acción colectiva y su eficacia –o la falta de ella- en la sociedad. En el ámbito socioeconómico y laboral, ello ha favorecido una conciencia subjetiva, en particular en jóvenes socializados en los últimos años, de impotencia colectiva y de ‘activación individual’.
            No se puede aventurar la consolidación de una tendencia positiva. En el ámbito global socioeconómico existen graves problemas -paro, precariedad-, pero hay grandes dificultades para generar nuevas fuerzas y energías sociales –fragmentación social, institucionalización del movimiento sindical y debilidad de los movimientos sociales- y permanece una subjetividad frágil -débil conciencia social y poca acción y agrupación colectivas-. Más bien el pronóstico es de una gran dificultad para consolidar una amplia corriente social, crítica y solidaria a la que se puedan vincular amplios sectores de la juventud trabajadora o integrar a los nuevos sectores de inmigrantes. No obstante, sigue siendo pertinente el interrogante de adónde va la izquierda.
La identidad de clase y la identidad social del sindicalismo están íntimamente asociadas. Se ha apuntado una interpretación histórica y concreta de su dimensión social y de cómo se transforman y reconstruyen los procesos de identificación de las clases trabajadores, que será necesario desarrollar.
            En definitiva, el análisis del problema inicial de la disociación entre clase social objetiva y subjetiva, ha exigido una revisión crítica del concepto teórico de identidad colectiva y de clase estableciendo unas nuevas bases interpretativas que faciliten su conexión con los problemas del comportamiento y vinculación de las clases trabajadoras con el movimiento sindical. Se llega así a la última sección donde se resumen las principales conclusiones.

4. Conclusión: Una nueva interpretación de la identidad de clase social

            En la primera parte, empírica, se ha expuesto un hecho. La afiliación sindical aun perteneciendo mayoritariamente a las clases sociales objetivas baja y media-baja -58,4%-, se auto-identifican con ellas sólo una minoría -14,6%-, y al revés, los individuos de clase social objetiva media-media o superior son una minoría amplia de afiliados a los sindicatos –41,6%-, y se auto-identifican de esas clases subjetivas una gran mayoría -85,4%-. Entre la población ocupada, con algunas diferencias por edad y por sexo, se acentúa esa disociación, ya que su composición de clase social objetiva baja y media-baja es superior -70,1%- a la afiliación sindical, identificándose con esas clases también una minoría -13,9%-, porcentaje similar al de la afiliación.
            Es evidente la conclusión de la falta de correspondencia entre la situación objetiva de la mayoría de las clases trabajadoras, con un estatus económico de clase baja o media-baja, y la situación subjetiva, con una gran mayoría que se autoidentifica con la clase media-media o superior. Ello se refuerza entre gente joven y mujeres. Esa tendencia también se produce entre la afiliación a los sindicatos. Todo ello denota la fragilidad de los vínculos de los sindicatos con sus bases sociales.
            Para profundizar en ello, en la segunda parte de carácter teórico, se han tratado los cambios en las identidades laborales y cómo enfocar el problema de la ‘pertenencia’ social y los procesos de identificación colectiva. Su análisis es clave para explicar la vinculación de sindicalismo con las clases trabajadoras, especialmente los sectores precarios y jóvenes. Así, se ha clarificado en qué sentido hay un cambio de las identidades laborales tradicionales –comunitarias y societarias-. Igualmente, existen nuevas relaciones sociolaborales, que afectan más a los jóvenes, y que están formando nuevas experiencias compartidas. Al mismo tiempo, se está produciendo un amplio proceso de individualización que pone el acento en la ‘identidad personal’. Se trata de tener un marco interpretativo de esos nuevos procesos de identificación, de analizar las dificultades de conexión con los valores simbólicos e identitarios del sindicalismo y explicar sus necesarios reajustes.
            Así, se ha definido la complejidad de la identidad de clase. Se ha realizado una valoración crítica de algunos enfoques deterministas y esquemáticos acerca de la conformación de la clase obrera como sujeto social, y la generación de una conciencia de clase en las clases trabajadoras. Esos componentes de pertenencia se han debilitado en la cultura y la legitimación de los grandes sindicatos, y ha aumentado la relevancia de su papel instrumental y de influencia. En la práctica conservan elementos simbólicos tradicionales junto con motivaciones y funciones pragmáticas.
            Igualmente, existe un enfoque individualista, de no considerar las nuevas experiencias sociolaborales de los jóvenes trabajadores, la conformación de sus nuevas relaciones sociales en el marco laboral. Este enfoque tiende a infravalorar las fuentes de malestar social en las capas jóvenes derivadas de su precariedad y sus trayectorias laborales inciertas y a considerar una ruptura definitiva y total entre sindicatos y jóvenes trabajadores ‘individualizados’. Así, los problemas socioeconómicos y laborales se privatizarían y la identificación y la ciudadanía se construirían sólo con los componentes sociales, culturales y políticos de otras esferas de la vida, o directamente del consumo. La ciudadanía laboral y social se diluiría y sólo quedaría la ‘activación individual’ y la ciudadanía ‘cívica’.
            La identidad de ‘clase’ del sindicalismo es fundamental, en el sentido de representar y defender los intereses del conjunto de las clases trabajadoras y de superar la segmentación laboral y de la acción sindical. Sin embargo, se han explicado algunos aspectos problemáticos y la necesidad de su clarificación y renovación. La conclusión es que para analizar las nuevas dinámicas y relaciones de los sindicatos con sus bases sociales, particularmente las nuevas, se debe replantear su significado tradicional, en dos planos: Primero, que esa expresión –sindicalismo de clase- refleja realidades contradictorias, ha sido utilizada para defender intereses muy diversos, y no refleja toda la diversidad de las nuevas condiciones y experiencias de los nuevos sectores emergentes. Segundo, que existe una relativa ruptura generacional con esas tradiciones obreras y, al mismo tiempo, unas incipientes –desde el punto de vista histórico- experiencias sociolaborales de las generaciones jóvenes y nuevos vínculos y relaciones sociales en un contexto de una mayor individualización.
            Ello supone analizar otra combinación entre esos componentes de pertenencia al sindicalismo o a las clases trabajadoras y los elementos de identidad y autoafirmación personal de las clases trabajadoras, tanto en el plano instrumental como en el expresivo. Y con una mayor interrelación entre el ámbito sociolaboral y el resto de ámbitos y experiencias. Así, toda esa complejidad no encaja bien en la interpretación esquemática de la identidad de clase de la población trabajadora.
            Queda abierto el problema de la conformación en las bases sociales del sindicalismo de una identificación o pertenencia colectiva distinta a la vieja conciencia e identificación de clase obrera, y diferente a la típica subjetividad de clase media y al proceso de amplia individualización. Aquí, se resalta que la conexión del sindicalismo con las nuevas realidades –jóvenes, mujeres, inmigrantes- supone la necesidad de la renovación de componentes culturales y simbólicos que rellenen ese vacío, junto con la transformación de la identidad de clase de los sindicatos y sus bases sociales centrales.
            En definitiva, existen nuevas dinámicas sociales, con cambios profundos en la esfera subjetiva y en las identificaciones colectivas, que requieren unos nuevos conceptos teóricos. Una adecuada interpretación de los cambios producidos en las identidades laborales y la conciencia de clase social, tal como se ha avanzado en este texto, permitirá encarar mejor los procesos de acción colectiva y de renovación del sindicalismo, cuestiones pendientes para otras investigaciones.

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(*)Se han excluido las notas, citas y bibliografía. Una versión inicial fue presentada como Comunicación en el IX Congreso Español de Sociología, Barcelona 2007.