Antón Costas Comesaña
Perspectivas de la política económica de la UE
De una conferencia pronunciada el pasado 15 de junio (*).
(Página Abierta, 221, julio/agosto de 2012).

Si hablamos de perspectivas de futuro, la primera pregunta que cabe plantearse es: ¿cómo está la economía europea y hacia dónde puede evolucionar?

Los economistas distinguimos entre dos situaciones malas de la economía, una es la  recesión y la otra, la depresión o deflación. Una recesión es una caída de la actividad económica, de la actividad de las empresas, del empleo también; una caída que puede ser muy rápida e intensa, pero que remonta también de un modo relativamente rápido. Se puede representar como una V.  Es, por ejemplo, lo que sucedió en nuestro país en 1992. La economía está funcionando bien, más o menos empleo hay, las rentas de las familias es baja pero…,  de pronto se rompe, se desploma de una manera espectacular y el paro llega en el año 93 al 25,4%. Sin embargo, en el 94 estábamos ya saliendo hacia arriba; es decir, un desplome rápido, que toca fondo y rebota. Eso es una recesión. Cuando hablamos de recesiones hablamos de este tipo de movimientos de la economía. Y de estas hay muchas.
Hay una segunda situación mala de mayor gravedad que la anterior: cuando la economía cae, toca fondo, vuelve a subir, pero antes de llegar arriba, por los motivos que sean, se vuelve a desplomar, haciendo una doble uve. Estas coyunturas ya son peligrosas, son como neumonías, porque la segunda recaída ya coge al cuerpo débil, sin defensas, sin capacidad para subir rápido.

Ahora estamos en una segunda recesión en tres años y se abre un escenario es aún más peligroso, que lo podemos imaginar como una L: la economía cae, como antes en la uve, toca fondo, pero, en vez de rebrotar, permanece en la parte baja de la ele, en el fondo, durante mucho tiempo, más allá de dieciocho meses. A eso llamamos depresión. Cuando una economía ha caído y no es capaz de volver relativamente rápido, estamos ante una depresión, y las depresiones son peligrosas y excepcionales. De hecho, no se han vivido desde los años treinta en nuestro entorno occidental. Sus efectos sociales son terribles: el desempleo es tremendo, la pobreza va aumentando, al igual que la exclusión. Y también lo son los efectos políticos, y en este aspecto conviene recordar lo que sucedió tras la depresión  de los años treinta.

Mi opinión es que estamos en un clima depresivo. No en una depresión total, pero sí en un clima de tipo depresivo. ¿Cómo se puede ver si hay clima depresivo o no? De dos maneras. Una es analizando la rentabilidad de los bonos de los Gobiernos.

En el momento en que usted ha comprado una letra del Tesoro – no es muy arriesgada y con la que obtendrá una rentabilidad un poco mayor que el depósito bancario– usted ya pertenece a eso que llamamos los mercados, se ha convertido en un prestamista de los Gobiernos: un agente del mercado puro, si tiene miedo a que al vencimiento de esa letra no le den los mil euros.

Pues bien, si en vez de mirar la rentabilidad que le da la letra del Tesoro, nos fijamos en cuál es la rentabilidad del bono español a diez años, estamos analizando un indicador muy importante para saber si una economía está en recesión o no, sobre todo si lo observan más allá de nuestro país, en otras economías más fuertes, como la de EEUU, Japón, Alemania…
En este momento, la rentabilidad del bono norteamericano es del 1,5 y la del bono alemán del 1,2. Lo que quiere decir que si alguien le está dejando dinero a los Gobiernos a diez años y solo le pide un 1,2%, eso es una señal muy clara de que las perspectivas a medio y largo plazo para la economía son malas, son depresivas, porque nadie está dispuesto a dejar a diez años dinero propio a 1,2, porque está perdiendo dinero. Si usted le deja a alguien dinero al 1,2 y la inflación es del 2%, usted, en realidad, le está pagando al que le presta para que le tenga el dinero.

Por lo tanto, ¿cuándo alguien está dispuesto a hacer eso? Cuando mira muy mal el futuro, cuando la economía está en un clima recesivo. Por lo tanto, la rentabilidad del bono a diez años, es una primera pista de si ahí hay tendencias depresivas en la economía. Y las hay claramente.

Otro ejemplo, otro indicador, para ver si una economía está en situación depresiva es estudiar qué sucede con lo que llamamos técnicamente balance financiero de las familias y de las empresas: el resultado de confrontar los ingresos con los gastos en un año, por ejemplo. Si un individuo particular gasta menos de lo que ingresa, diremos que es una buena virtud. Pero si cogemos al conjunto de todas las familias españolas y vemos que están ingresando mucho más que lo que gastan, es decir, que están ahorrando mucho, hemos de pensar que esas familias están asustadas respecto del futuro.

Cuando las familias y las empresas de un país gastan menos de lo que ingresan, la situación económica es mala, porque significa que la demanda, el conjunto del consumo de las familias y la inversión de las empresas está muy deprimido. No hay confianza en el futuro, la gente no compra y las empresas no invierten. Pero como ese es el motor principal de la economía, si eso sucede, la economía comienza a estar al ralentí.

Si nos fijamos en el balance financiero de las familias y de las empresas, de Estados Unidos, de Japón, de Alemania, de Europa y de España, observaremos que el ahorro ha aumentado mucho. El de España, solo en  cuatro años, ha sido espectacular. Y cuando eso ocurre, es que hay miedo y la economía se hunde: situación depresiva.

En conclusión, la economía europea está en una situación de clima depresivo que probablemente va a continuar durante un tiempo no corto.
A finales de 2008 se predecía que íbamos a ver una recesión de la que enseguida se saldría y remontaría de nuevo la economía. Por mi parte vaticinaba otro escenario: que iba a ser más larga de lo que se pensaba. Porque en todos los momentos de la historia en los que se produjo una burbuja muy fuerte de crédito y pinchó, en desapalancarse, es decir, en desendeudarse, se ha tardado una media, cuando ha ido bien, de seis años, y cuando va mal, de nueve.

Durante ese periodo se ahorra más de lo que se gasta. Por lo tanto, la economía está baja. Eso ocurre siempre. Pero la cosa se agrava cuando en una situación donde el sector privado, familias y empresas, está al ralentí, ahorrando más para poder reducir su deuda y, de pronto, se obliga al sector público a desendeudarse también; cuando se obliga también al Estado a que reduzca la deuda, entonces lo que sucede es que son dos los motores de la economía que apenas funcionan ralentizan su marcha.

Es decir, el avión funcionaba bien hasta el 2008. De pronto, pincha la burbuja, nos asustamos, comenzamos a ahorrar más, a consumir menos y a invertir menos, y el motor privado del avión funciona al ralentí. Nos queda, sin embargo, el otro motor, el sector público”. Pero  llega el 2010 y se obliga al motor del sector público a que también se desendeude, es decir, que saque presión del motor.

Y en este momento ¿queda aún otro motor en ese avión para que no se desplome? Porque si no queda ninguno, tengo que pensar en una caída en picado. Pero una economía tiene tres motores: el sector privado –el más importante–, el sector público y el sector exterior.

El sector exterior es la diferencia entre lo que vendemos al exterior por lo que producimos, ya sean bienes o servicios –el turismo es un servicio, como lo es que una ingeniería española gane el concurso de la T-4 del aeropuerto de Londres de Heathrow–. La diferencia entre el dinero que nos llega por lo que vendemos fuera y el que nosotros gastamos por comprarles bienes y servicios a los de fuera, eso es el sector exterior.

Si el sector exterior tiene superávit, es decir, si vendemos mucho más de lo que compramos, esa diferencia la podemos utilizar para prestársela al sector privado, a las familias y empresas, o al sector público. Y la economía puede, más o menos, seguir en marchar. El problema, la gravedad, viene cuando ese tercer motor, por los motivos que sean, falla.

Hasta este momento, en el 2008 falló el motor privado, pero se mantuvo el sector público. Por lo tanto, a partir del 2009 comenzamos a ver cómo las economías comienzan un poquito a subir y la idea es que ya se sale –los “brotes verdes”–. Pero, de pronto, en mayo de 2010 se da la orden de que apagar también el motor del sector público. Y el avión, a partir de 2010, comienza a desplomarse. No obstante, con todo aún mantiene el vuelo. ¿Por qué motivo? Por el buen funcionamiento de las exportaciones españolas. Porque nuestro sector exterior funciona bien, aunque sea sorprendente. Hasta el  último trimestre de datos conocidos, se fue manteniendo.

¿Cuál es el riesgo en este momento? Que nuestros compradores están entrando en recesión: Francia está entrando en recesión, Inglaterra ya lo está, Holanda ya lo está, Alemania prácticamente está al borde. Si ellos entran en recesión, van a dejar de comprarnos y ahí nos fallará entonces el tercer motor.

Segunda cuestión: ¿A qué ha sido debido que a partir de mediados de 2010, esa uve que ya comenzaba a subir de pronto deje de subir, se desplome y entramos en la doble uve? ¿Cuál ha sido la causa de esta segunda recesión?

La causa de la primera recesión fue la crisis financiera. Esta segunda recesión, la que estamos viviendo ahora, tiene como razón de ser única y exclusivamente la mala cabeza de los Gobiernos. Esta coyuntura ya no se le puede atribuir mucho a la economía, sino que se trata de una decisión consciente que hemos llamado “política de austeridad”, política de austeridad compulsiva, es decir, conseguir que el déficit público pase a cero de “hoy para mañana”. Esa austeridad compulsiva nos ha metido en un lío de mil demonios, con unos costes sociales tremendos y con unos costes políticos cada vez más evidentes.

Podemos no tener nada contra la austeridad, como virtud individual, como virtud familiar. Pero la austeridad como política económica es un peligro tremendo. En macroeconomía lo tenemos claro. Aprovecharé una cita de San Agustín para ilustrar mi punto de vista. En vez de un libro de macroeconomía, escogeré Las confesiones, donde se dice: “Señor, señor, concédeme la castidad, pero no ahora mismo”. Si llegó a santo es que debía tener razón. Yo, desde el punto de vista de la macroeconomía, no de mi actitud personal respecto al ahorro, lo que digo es: “Señor, señor, concédenos la contención del déficit público, la castidad del déficit público, pero no ahora mismo porque es la ruina”.

Bueno, hoy no tengo que pararme mucho más en esto. Los datos ya están ahí, de todos los países. Hasta de Inglaterra, que ha tenido la posibilidad de devaluar la moneda y, por lo tanto, hacerle trampa a los demás. “Me devalúo, y así lo que yo produzco y vendo, lo puedo vender más barato”. Pues ni haciendo eso, el Reino Unido ha conseguido escapar de la recesión.

La causa de esta recesión es básicamente la política de austeridad compulsiva, de hoy para mañana, que se ha casi impuesto desde fuera, pero que ha sido aceptada de buen gusto –y hemos de preguntarnos por qué– por nuestras élites políticas y también por las élites empresariales. Y nuestras élites han caído en una especie de “síndrome de Berlín”, al estilo del “síndrome de Estocolmo”, comprendiendo y defendiendo aquello que se les ha impuesto de una manera irracional.

Los economistas sabemos, tenemos muy buena documentación que nos dice que las políticas de austeridad, por sí solas, nunca han conseguido sacar a una economía de una recesión, y menos de una depresión. Y, sin embargo, insisten en lo contrario nuestras autoridades, comenzando por Alemania, por los países germánicos y alguno más… Ahí están los holandeses, que son mucho más radicales en esto, los austriacos y los finlandeses. Y como les va bien que Merkel sea la voz cantante, ellos no salen, salvo cuando la canciller parece ceder un poco; entonces, inmediatamente, salen los holandeses, finlandeses y austriacos a pegar duro con ese principio de austeridad.

Pero además de que las políticas de austeridad, por sí solas no sacan jamás a una economía de la recesión, tal y como señalan incluso desde el Fondo Monetario Internacional en sus últimos estudios, pueden tener unos efectos sociales –estos ya los estamos viendo– y políticos espantosos.

Recordemos lo sucedido en los años treinta. En el año 1929 se produjo el estallido de una burbuja financiera espectacular, similar a la nuestra, y lo destrozó todo. Pero, más o menos, en un año se volvió a salir.  Después, en el año 31 y en el 32,  el canciller alemán de la República de Weimar, Heinrich Brüning, y el presidente de los EE UU, Herbert Hoover, sostuvieron a marchamartillo que la política adecuada para sacar a la economía de aquella depresión era la austeridad, la austeridad y la austeridad. Brüning tuvo que dimitir en julio del año 32 con un paro en Alemania cercano al 20%. Se convocaron elecciones generales. Y esas elecciones las ganó, democráticamente, un personaje que después iba a ser, desgraciadamente, muy conocido: se llamaba Adolf Hitler. La República de Weimar se vino abajo. Y ascendió el populismo, el fascismo y el nazismo.

Tercer punto. Pero: ¿no conocen nuestras élites políticas, europeas, no conocen esta historia? Si la conocen, ¿por qué insisten tanto en esa política? No tengo respuesta. Tengo algunas hipótesis.

Hay una primera hipótesis: que realmente crean, honestamente, que la austeridad acaba llevando a la expansión. Pero me cuesta creer que les falte la información que señala lo contrario. Por lo tanto, voy a descartar este primer escenario.

Pero si descarto este primer escenario, ¿qué otra hipótesis me queda? Pues es una hipótesis que voy a denominar “contrabando de reformas”. Hay mucho contrabandista de reformas en este momento. ¿En qué sentido? Es posible que en el ámbito germánico y en las élites españolas se crean que la causa de todo lo que estamos viviendo fue el despilfarro de nuestros Gobiernos –en este caso del español–, y la poca disciplina de trabajo de los españoles. Esta es la visión tradicional de las causas.

Sin embargo, eso no se sostiene mirando los datos. En ello estamos de acuerdo los que algunos somos llamados socialdemócratas y también liberales como Martin Wolf, jefe de Economía del Financial Times. Y Martin Wolf afirma que la idea de que todo ha sido consecuencia del despilfarro de los Gobiernos hasta el año 2007 y del poco espíritu de trabajo de los mediterráneos no se sostiene. La causa realmente de lo que ha ocurrido es un fallo terrible del sistema financiero, con ese endeudamiento espectacular.

Partiendo de esa visión que proyecta el mundo germánico y que es asumida por nuestras élites, se puede entender por qué desde Alemania y desde otros ámbitos europeos se sigue imponiendo la austeridad cuando, sin embargo, se están viendo sus males. La razón puede expresarse de este modo: “A estos despilfarradores, que no tienen espíritu de trabajo, les conviene que se les lleve al límite, al límite de la depresión, del desempleo, al límite de…, porque solo cuando estén en el precipicio aceptarán todas las reformas que hay que hacer”. Contrabandistas de reformas.

Yo creo que esta es la hipótesis más razonable de por qué Alemania insiste en está haciendo al respecto. Y si quiero ser bondadoso, no tengo por qué verles mal, se asemeja a esas duras acciones de los educadores que creen que lo hacen por nuestro bien. Es una perversidad moral, sin duda. Y no es una variable que haya que descartar totalmente.

Y una tercera hipótesis, aún más delicada, es que quizá crean que la manera de arreglar los problemas del euro es forzando a que algunos países decidan marcharse, por su propia cuenta, de la unión monetaria, como puede ser el caso de Grecia, sin que se pueda acusar a los otros de haberles echado. Porque del euro no se puede sacar a nadie. Los estatutos de la unión monetaria no lo permiten, no hay posibilidad legal. Aunque, por supuesto sí la hay para salirse por decisión propia.

Ahora bien, jugar a la opción de forzar la salida de un miembro de la zona euro es un  grave riesgo para todo el conjunto: el euro es un dominó de 17 fichas.  Y esa situación ya la hemos visto en el pasado. Si se mueve una de ellas, veremos cómo van cayendo las otras. Ya nos asó en el año 92. Entonces ya existía un sistema monetario europeo, y una moneda, aunque no circulaba: una moneda de cuenta, que era el ecu. Y en el año 92 la especulación no fue contra la deuda, la especulación fue contra las monedas. Un personaje, entonces desconocido, George Soros, comenzó en el año 91 a especular contra la libra esterlina. Los otros países, como Alemania y Francia, no lo consideraron un problema propio. Y cayó todo el sistema monetario europeo en el 92.
Por lo tanto, jugar a la salida de un país, como creo que se puede estar jugando, es un riesgo elevado. Y, segundo, jugar a la cultura del sacrificio como mecanismo para forzar a aceptar reformas es también muy peligroso, a mi juicio.

Termino con un cuarto eje sobre la perspectiva abierta: ¿Hacia dónde debería caminar la eurozona y la Unión Europea? Podemos pensar tres escenarios.
Un primer escenario sería el de la aplicación de una política que combine austeridad, más reformas y más ayuda financiera a algunos países débiles para que atiendan algunos problemas específicos. Ese es en el que estamos ahora. La pregunta sería: ¿puede funcionar?; es decir, ¿puede sacar a nuestras economías del marasmo? Mi posición: muy probablemente no. ¿Posible? Posible, sí. También es posible que caiga el cielo.

Siendo así, entonces ¿qué estrategia u otro escenario cabe para el avance en la Unión Europea? La respuesta podría ser la de crear  realmente una unión política, a una especie de Estados Unidos de Europa, con una Hacienda europea, eso que llamamos una unión fiscal, con capacidad ya para avalar y proteger a países débiles (de la misma manera que el Gobierno federal de Estados Unidos tiene capacidad para poder avalar y proteger al Estado de California, que está en quiebra). Una unión con un Gobierno único, que tiene impuestos propios y que es capaz de poder intervenir en situaciones de agobio. Y por último, hacer que el Banco Central Europeo sea realmente un prestamista de última instancia.

Detengámonos en esto último. En algo que se descubrió en los años treinta.

En las economías modernas, la banca es fundamental. Si no hay banca, no hay progreso. Lo digo así tajantemente: puede no haber banqueros, pero banca tiene que haber. Porque la banca es ese puente entre el presente y el futuro; la banca es ese puente entre quienes, ya mayores, han ahorrado y sus hijos, jóvenes, que no tienen ningún ahorro, pero tienen ganas, voluntad, energía y quieren construir algo pero necesitan dinero. Se lo podrían dar directamente, pero normalmente esa es la función que hacen los bancos que acumulan el ahorro. Este puente entre el presente y el futuro es lo que hace la banca. Un país que no tiene banca es un país estancado.

Ahora bien, en realidad ¿cómo se financian los bancos? Los bancos se financian entre ellos. El gran volumen de crédito que hay cuando la economía va bien es lo que llamamos interbancario. El gran volumen diario de crédito no es el crédito que se nos da a nosotros, o el crédito que le dan los grandes inversores a los bancos, no; el gran volumen de crédito es lo que se prestan diariamente unos bancos entre otros.

Por eso, cuando un banco comienza a desconfiar de otro ¿qué hace? No le presta dinero. Pero imaginemos que de pronto todos se ponen a desconfiar de todos. El interbancario desaparece. Pero los bancos, entonces, no tienen dinero para poder seguir funcionando. Eso es lo que en los años treinta hundió la economía.

Y en los años treinta se aprendió que cuando todo dios desconfía de todo dios tiene que haber alguien que confíe en el futuro, y ese alguien es el Banco Central del país, que en ese momento, cuando los bancos desconfían entre ellos, aparece como el prestamista de último recurso, quien puede evitar el desplome económico. Pero al Banco Central Europeo no le hemos dado esa función. No puede, sus estatutos no lo permiten.

Por lo tanto, el escenario segundo sería: hagamos una unión política, una unión fiscal y, además, démosle al Banco Central Europeo esta capacidad para prestar indefinidamente hasta cuando sea necesario. ¿Podemos creer que esto funcionará?, ¿que es la solución a los problemas actuales?, ¿que esa unión política, esa unión fiscal y esa decisión al Banco Central Europeo podrá Europa conseguirla de hoy para dentro de tres meses?

Estados Unidos tardó exactamente cien años en hacer eso. Esa unión  comenzó a dar sus primeros pasos al final de la guerra de las colonias con Inglaterra, y se acabó de hacer cuando realmente apareció un Estado federal, una unión fiscal y la Reserva Federal de EE UU, que es el Banco Central, ya en la crisis de los años treinta, cien años después de la guerra de independencia. Ahora es posible que vayamos más rápido.

¿Cuál sería el tercer escenario? Un tercer escenario que imagino y que me parece posible y más probable es el siguiente. Se trata de elegir un objetivo un poco más bajo, pero que puede funcionar. Primero, crear una unión bancaria. Y en segundo lugar, hacer un esfuerzo de ajuste por ambas partes aunque no sea simétrico del todo.

Una unión bancaria significa que se traslada a una autoridad europea la garantía de los depósitos que se encuentran en cualquier banco. Ese sería un primer paso: la existencia de un fondo de garantía de depósitos, no ya, por ejemplo, español, como ahora, sino de la UE. De esa forma se crearía una seguridad que calmaría el miedo ahora existente a la ruptura del euro.

Segundo paso importante: entonces la autoridad de control ya no puede ser nacional –por ejemplo, española–, el control pasaría a ser también europeo.

Y el tercero: que ese organismo llamado unión bancaria ha de tener el derecho y la obligación y de intervenir directamente, al margen de los Gobiernos, sobre cualquier caja o banco que considere que está actuando, ya sea de forma irresponsable, ya sea de forma deshonesta, directamente. Eso es lo que sucede en Estados Unidos. En Estados Unidos, un banco de California no es responsabilidad del Gobierno del Estado de California, es responsabilidad de la corporación financiera de Estados Unidos, que es la que hace esa función.

La otra parte de este escenario es el apoyo de Alemania. A nosotros nos toca hacer un ajuste, un esfuerzo importante; un ajuste tanto por el lado del gasto público, del déficit público, como frente al déficit comercial. Intentaremos ser más competitivos, vender más fuera y comprar menos, para que nuestro sector exterior sea mejor. Pero, Alemania no puede pretender tener el superávit comercial que tiene actualmente.

Estos son los escenarios. Queda por ver por dónde irán los acontecimientos cosas. Mi opinión optimista es que el miedo, en un sentido no dramático, salvará a la Unión Europea de esta crisis.

¿Qué es lo que puede llevar, a mi juicio, a que la zona germánica, finalmente, dé un paso, lento y dubitativo, eso siempre, pero al menos dé un paso? Si coge miedo. Si coge miedo con respecto a sus propios intereses. Y creo que comienza a tenerlo.
Segundo: si también coge miedo el Banco Central Europeo. Si desaparece el euro, el Banco Central Europeo desaparece, y con él quienes los dirigen. Creo que cuando el Banco Central Europeo comience a ver que la depresión no es solo una posibilidad, sino una probabilidad elevada, va a comenzar a moverse, rompiendo el reglamento, con políticas de préstamos ya como último recurso.

El miedo no es una mala motivación para nuestra conducta.

LA BALANZA COMERCIAL EN LA UE

Del coloquio de este acto extractamos algunas respuestas de Antón Costas ante preguntas relacionadas con la balanza comercial española, el rescate bancario y el incremento del flujo de crédito o el caso de Bankia.

Tenemos motivos para la autoestima. Si se analiza cómo ha evolucionado el saldo comercial de todos los países de la OCDE entre 2008 y 2011, se verá en la balanza de pagos por el lado de las exportaciones de bienes y servicios que el país que más ha aumentado sus exportaciones es España, en un 11,7% (aunque eso no quiere decir que seamos el país con mayor volumen en relación con el PIB). El segundo país es Alemania, con un 5,4%, la mitad. Y el tercero, la UE-15, con el 2,7%. En Inglaterra, que ha podido devaluar –y eso es un maná del cielo–, solo ha aumentado el 1%. Cuando un país como España está consiguiendo aumentar sus exportaciones en un 11,7, eso no puede ser casualidad, tiene que haber algo por detrás, algo bueno, algo serio, que no nos lo creemos.

El turismo es una industria importante en España. Pero no somos un país turístico a secas, como se suele decir. Desde 2006, año a año de forma continua, los ingresos de España por servicios no turísticos son mayores que por servicios turísticos. ¿Qué hay en esa exportación de servicios? Antes les daba un dato: el concurso internacional para construir el aeropuerto nuevo de Londres, la T-4 de Heathrow, lo ganó una empresa de ingeniería española por su calidad tecnológica.

¿Y qué exportamos? Prácticamente de todo, y con un dinamismo extraordinario. Lo que pasa es que tenemos una debilidad en la estructura del mundo empresarial.

Es muy frecuente decir, y lo decimos también nosotros los economistas muchas veces, que nuestra productividad es bajísima. Si comparamos la productividad media de todas las empresas españolas con la productividad media de todas las empresas alemanas, quedamos muy mal parados. Pero si hacemos el ejercicio de coger todas las empresas españolas y dividirlas en cuatro grupos: empresas grandes (más de 250 trabajadores), empresas medianas (de los 249 a 50 trabajadores), empresas pequeñas (de 49 a 10 trabajadores) y muy pequeñas (de 9 a 0 trabajadores), y hacemos lo mismo con las alemanas, y recalculamos las productividades comparando cada grupo, el resultado es el siguiente.

Comparando unas con otras veremos algo espectacular –está publicado en el número de este mes de junio del informe mensual de La Caixa–: que la productividad de las empresas grandes españolas es mayor que la de las empresas grandes alemanas –son datos europeos, no fabricados en La Moncloa–. Y la productividad de las empresas medias españolas es igual a la productividad de las empresas medias alemanas –un poquito por debajo, para ser honestos–.

Sin embargo, el problema aparece al comparar las empresas muy pequeñas, en las que existe en conjunto una productividad muy baja. Y en España, el 93,5% de las empresas son muy pequeñas.

La lectura que esto tiene es que si en nuestro país fuésemos capaces de aumentar el tamaño medio de las empresas se produciría, seguramente, el aumento de productividad y, por lo tanto, de capacidad de vender, de competir, de crear empleo. Todas las virtudes que se consideren más importantes de un país, en términos de empresa y empleo, se correlacionan estadísticamente con el tamaño de las empresas.

Segundo: ¿por qué Alemania tiene en este momento un superávit comercial? Su superávit es de aproximadamente 900.000 millones de euros, que es justo el déficit que tenemos el resto de países de la Unión Europea que compramos a Alemania. Y esto no ocurre porque los alemanes sean más dinámicos y competitivos que los demás, como se suele decir. Es otro el motivo.

Desde los años noventa, cuando se lleva a cabo la reunificación alemana, que supuso un coste económico tremendo para financiar la integración de la Alemania del Este, se decide una bajada de los salarios y una reducción del gasto, incrementándose mucho el ahorro.

Y a la vez, el Banco Central Europeo, también en esos años, comenzó a diseñar y promover una política de dinero barato, capital que fue volcándose hacia todos los países del Sur. Era el momento del crecimiento de estos países, entre ellos España, que adquirían una capacidad de compra que tenía como de sus mercados los bienes producidos en Alemania. De este modo, Alemania comenzó a tener un superávit comercial importante en esos años.

Conviene, pues, remarcar que mientras que en el mundo haya desequilibrios comerciales fuertes, la economía mundial, o la europea, será inestable. Y mientras que el desequilibrio comercial entre China y Estados Unidos sea el que es, tendremos una economía mundial muy inestable y sujeta a proteccionismo y guerras. De igual modo, mientras exista en Europa el desequilibrio comercial entre Alemania y el resto de la Unión Europea, tendremos una economía inestable y sujeta a muchos problemas, porque la madre de los desequilibrios financieros es el comercio.

Las dos guerras mundiales tuvieron en su base el desequilibrio comercial. Al final de la primera, las élites no entendieron nada sobre este aspecto de lo acaecido y creyeron que se podía volver al mundo anterior. Poco tiempo después vino de nuevo la catástrofe. En la segunda, en plena guerra, los líderes políticos de aquel momento sí entendieron que a su término había que construir un mundo diferente al anterior.

Ese mundo tuvo dos pilares: uno, el acuerdo de Bretton Woods, una población de Estados Unidos donde negociaron ingleses, franceses, rusos y estadounidenses. En ese acuerdo se explicitaba que no se iban a admitir ni grandes desequilibrios comerciales, déficits, ni se iban a permitir grandes superávits. Y en aquel momento también fue creado  un mecanismo, el Fondo Monetario Internacional, para ayudar a cumplir ese acuerdo.

EL RESCATE BANCARIO Y EL CASO DE BANKIA

Depende de cómo se haga el rescate. Recordemos, por ejemplo, cómo se llevó a cabo en Suecia en 1992. El Gobierno sueco nacionalizó toda la banca temporalmente. Pero lo hizo de la manera que yo siempre he defendido para España. Antes de meter dinero exigió que a las acciones del banco se les diera un valor cero. Es como decir a  aquellos accionistas que no habían sabido cumplir con su obligación, que era controlar la marcha del banco, que debían de perder lo que habían puesto. No hacerlo supondría incentivar las malas prácticas bancarias. Esto afectó a las grandes familias suecas, propietarias en aquel momento de los bancos.

Una segunda medida fue la de aplicarles una buena quita a los acreedores del banco. Como ustedes saben, en el pasivo del banco figuran el capital del banco, los depósitos de los particulares,  los créditos y los bonos. Pues bien, a estos acreedores se les hizo una quita similar a la que realizan las empresas (**). Cuando una empresa va mal, ésta llama a su proveedores y acreedores y les dice: no puedo pagaros lo que os debo, si me rebajáis la deuda os la pago en equis años. Esto es bastante habitual que ocurra en las empresas, sin embargo se ha considerado un procedimiento tabú en el caso de los bancos. Ahora, de nuevo, ha caído el tabú. En Grecia, a los acreedores privados se les ha fijado una quita del 50%.

Y, por último, Suecia les impuso una tercera condición a los bancos. Una vez que el Gobierno metió el dinero, les obligó a aumentar su crédito al sector privado en los años que siguieron a la intervención. El Gobierno se comprometió a “limpiar el riñón” al banco, asumiendo la pérdida que suponía la disminución del precio de los activos, y haciéndose cargo de esta pérdida mediante la creación de un “banco malo”. Pero como contrapartida de esta “limpieza” les impuso la condición de que aumentaran el crédito que se les había concedido.

A mí, como ciudadano, no me importa que se impongan  condiciones a los bancos. No me humilla, por ejemplo, que un control de las cajas y los bancos españoles pase en parte al FMI o a la UE. Lo prefiero, porque yo no confío en las “amistades peligrosas” que se han establecido en España entre políticos y banqueros. 

En el 2009 había dos estrategias para las cajas y la banca española, y les aseguro que sabíamos todos cómo estaban, más o menos. Unos se callaban por intereses y otros nos callábamos o no insistíamos más porque te tomaban como un agorero, un pesimista, un mal patriota. Como digo, había dos formas de actuar (entonces lo recogí en un artículo en El País, titulado, ya verán por qué, “Sin boda no hay dote”).

Una era la intervención del Banco de España –en virtud de sus competencias– de Cajas como la CAM o Caja Castilla y León, despidiendo a sus dirigentes, sin esas indemnizaciones ni pensiones abusivas, reduciendo el valor de los acciones y estableciendo una quita a los acreedores, y saneando ese banco o esa caja.

La otra opción era promover las fusiones e inyectar dinero público una vez producidas, que es lo que se hizo. Pero esos “matrimonios” se hicieron entre dos o más entidades infectadas o entre una sana y otra infectada. Lo que ha dado lugar a que esas nuevas entidades estén también contagiadas. ¿Y por qué se llevó a cabo esa estrategia durante tres años? Sencillamente, por contubernio, por esas amistades peligrosas que había entre políticos y banqueros, que explotaron por fin en el caso de Bankia, a mi juicio.

Si hablamos del desastre de Bankia y su relación con la burbuja inmobiliaria conviene precisar lo siguiente. No se debe solo a la caída de los precios de los pisos. Es en parte eso, pero es más importante la caída a valor cero de los terrenos, que son dos cosas diferentes. Lo que había en el activo de la CAM o del Banco de Valencia es mucho crédito al promotor para la compra de terrenos. Y eso es de una insensatez espectacular. Estamos hablando de 180.000 millones de euros. 

Y después hay otras cosas más. La negligencia, el exceso de confianza, todo eso, llega un momento en el que hasta se puede  comprender. Pero lo más escandaloso, con todo, son las pensiones y las indemnizaciones que los dirigentes de cajas y bancos de los que ahora hablamos para el rescate se habían asignado.
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(*) En el local de Acción en Red-Madrid.
(**) Respetando lo que correspondería a aquellos “acreedores” por la garantía de sus depósitos, como se establece, por ejemplo, en el caso español por cada cuenta.

 

Antón Costas Comesaña es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona y colaborador habitual de El País y en El Periódico de Catalunya. Ha publicado numerosos ensayos, entre los que se encuentran La crisis de 2008. De la Economía a la Política y más allá (coord., Colección de Estudios Socioeconómicos Mediterráneo Económico, 18, 2010. Disponible en: http//mediterraneoeconomico.com) y La torre de la arrogancia. Políticas y mercados después de la tormenta (coautor Xosé Luis Arias, editorial Ariel, 2011).