Antonio
Duplá
Historiadores sin fronteras ( Hika , 153-154 zka. 2004ko martxoa-apirila)
Médicos sin Fronteras, Ingenieros sin Fronteras, Bomberos sin
Fronteras, Payasos sin Fronteras,... y muchos más. ¿Por
qué no Historiadores sin Fronteras? ¿Quizá porque
no resulta tan fácil canalizar nuestra posible actividad solidaria
hacia la resolución de determinadas necesidades concretas y prácticas
de una comunidad dada?; ¿o porque la historia no cuenta entre
las necesidades básicas que son atendidas por las personas solidarias
de profesiones como las citadas, que dedican generosamente tiempo y esfuerzos
a aliviar carencias estructurales en zonas sin recursos suficientes?
Todo esto es cierto y de ahí que, salvo error, no haya surgido
una ONG específica de historiadores e historiadoras para intervenir
en términos similares a las anteriores organizaciones.
No voy a cometer la frivolidad
de hablar de la centralidad de la historia ante situaciones en las
que la prioridad absoluta es la de salvaguardar derechos humanos mínimos, en muchos casos, el hecho mismo de poder
comer y beber agua potable todos los días. No obstante, aceptado
este extremo, no resulta ocioso reconocer después el papel central
de la historia, del relato histórico, para la conformación,
primero, y el mantenimiento, después, de cualquier comunidad humana.
Este aspecto, evidente en los primeros análisis históricos
como tales, de la mano de autores griegos del siglo V a.C, como Heródoto
y Tucídides, plantea también desde el primer momento, un
problema de calado. Pues si la historia puede ser una herramienta para
mejor conocerse a sí misma una comunidad dada y, a partir de ahí,
seguir construyéndose en una dirección u otra según
sus intereses y prioridades, también tiene otra función.
Esa otra función, es la de actuar de mecanismo legitimador de
la realidad, articulador de consensos que justifican un status quo con
el argumento de autoridad del pasado, de la presunta antigüedad
de instituciones, reglas y cargos. Como es bastante cierto, aunque no
de forma absoluta, que la historia la han solido escribir hasta hace
muy poco tan sólo los vencedores, el resultado es la utilización
de la historia al servicio de intereses espurios y conservadores, sean
de derechas o de izquierdas. La historia, centrada en pasado, cobra así una
enorme actualidad. No sorprenden por ello los intensos debates provocados
por los últimos gobiernos del PP y sus intentos de legislar sobre
contenidos y textos de las asignaturas de Historia en la enseñanza.
Tampoco sorprenden, por otra parte, las frecuentes referencias a la historia,
incluso a la nebulosa prehistoria, en distintos escritos del mundo nacionalista
vasco, que pretende legitimar sus reivindicaciones políticas con
la pátina de la antigüedad, cuanto más mejor, por
dudosa e interpretable que ésta sea.
Dicho todo esto, queda claro
el interés de la historia, para
cualquier comunidad. Es evidente la necesidad de un acercamiento crítico
al conocimiento histórico, para así cumplir de forma rigurosa
esa posibilidad que nos ofrece de conocernos mejor a nosotros mismos,
individual y colectivamente. Al mismo tiempo, esa necesaria historia
crítica puede ser un antídoto frente a tergiversaciones,
mitos, engaños y medias verdades. La historia puede ser un elemento
importante para medir la salud política y mental de nuestras sociedades.
Volvemos con ello, salvadas todas las distancias, al principio.
Si entendiéramos Historiadores sin Fronteras como un colectivo
que concibe la historia como un instrumento fundamental de análisis
y conocimiento crítico de la realidad y que, mediante la práctica
historiográfica y la reflexión teórica, asume la
necesidad de un discurso histórico renovador; si lo entendemos
como una red de personas que se relacionan y debaten por encima de fronteras
políticas, ideológicas y culturales y que no conciben la
práctica histórica desligada de un compromiso sociopolítico,
en particular frente a un mundo crecientemente desigual y discriminatorio;
que entienden la historia como una disciplina y una práctica que
no se agota en la Academia, sino que, sin renunciar al rigor y la calidad,
puede y debe trascender las instituciones académicas e imbricarse
en la sociedad, quizá algo de esto ya exista. Algo de eso, precisamente,
puede ser, es Historia a Debate.
Historia a Debate es una red
historiográfica que agrupa a más
de dos mil historiadores de alrededor de cincuenta países que
se relacionan y debaten de forma regular en un soporte fundamentalmente
electrónico (www.h-debate.com; h-debate@cesga.es; www.cbarros.com.).
La red tiene su base en la Universidad de Santiago de Compostela, de
la que es profesor su coordinador y principal animador, Carlos Barros.
El punto de partida se puede situar en 1993, con motivo de la celebración
del I Congreso Internacional Historia a Debate, cuyos tres volúmenes
de Actas (Santiago de Compostela, 1995) constituyen un material imprescindible
como estado de la cuestión de la historia en la segunda mitad
del siglo XX. El II Congreso Internacional, celebrado en 1999 supuso
la confirmación de la madurez de la iniciativa y, de nuevo, sus
Actas (Santiago de Compostela, 2000) aportan una radiografía de
las tendencias historiográficas finiseculares.
Fruto de reflexiones, contactos
y debates durante una serie de años,
en septiembre de 2001 sale a la luz el Manifiesto Historia a Debate,
expresión del núcleo de ideas y perspectivas historiográficas
que cohesionan el proyecto. En este documento se recoge una concepción
de la historia como ciencia social y humanista, basada en un concepto
amplio de fuente histórica y en un trabajo interdisciplinar; que
supere el neopositivismo y la fragmentación de la historia posmoderna
y que, al tiempo que reconoce sus limitaciones, recoja la herencia positiva
de escuelas y tendencias críticas anteriores (Annales, marxismo,
etc.); que reclama la autonomía y el compromiso del historiador;
que reivindica la función ética y cívica de la historia
en el marco de una Nueva Ilustración.
En ese contexto historiográfico e intelectual se plantea la búsqueda
de paradigmas historiográficos renovados, no a la manera de un
nuevo Grial para la comunidad de historiadores, sino como un proyecto
abierto en busca de nuevos parámetros historiográficos
críticos. Algo absolutamente imprescindible en este mundo globalizado,
de pensamiento único y liderazgo mundial reaccionario, si recordamos
las posibilidades subversivas de una historia crítica y radical.
Por otra parte, esta red ofrece
ya una muestra de las nuevas posibilidades horizontales y transversales
de Internet. Sin que ello sustituya a las ideas, queda patente el interés del soporte electrónico,
desde el punto de vista del debate y la comunicación. Es necesario
profundizar en esa vía. Hoy está ya en marcha el III Congreso
Internacional Historia a Debate, que tendrá lugar en la capital
jacobea el próximo mes de julio y llevará hacia el finis
terrae a historiadores e historiadoras de todo el mundo. Su programa
recoge temas y debates de enorme importancia y actualidad en el ámbito
de la ciencia histórica.
¡Larga vida a Historia
a Debate! |
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