Antonio Duplá

Homenaje institucional a las víctimas del
terrorismo: entre un acto de contrición cívica
y la polémica partidista

(Hika, 187zka. 2007ko apirila)

               
El domingo 22 de abril tendrá lugar (mejor, habrá tenido lugar, cuando esta revista esté en la calle) en el palacio Euskalduna de Bilbao un homenaje institucional a las víctimas del terrorismo. Está organizado por la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo, organismo a cuyo frente está Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jáuregi, asesinado por ETA en el 2000, y que está integrado en la consejería de Interior del Gobierno Vasco. El pasado 23 de marzo, los responsables de la iniciativa y actuales cabezas visibles de dicha Dirección, Maixabel Lasa y su asesor Txema Urquijo, presentaban el homenaje como «un acto de contrición». Se trataba, en su opinión, de un acto de justicia, reparación y reconocimiento, más en concreto, de «saldar de forma solemne la deuda moral acumulada con las víctimas del terrorismo y superar el pasado de olvido institucional y social hacia ellas durante muchos años»; también asumían una promesa de fidelidad a la generosidad de las víctimas, así como el compromiso de transmitir a las nuevas generaciones el conocimiento de su sacrificio.
                Sus promotores han subrayado la importancia de que la cita del Euskalduna no se limite a un frío acto institucional, para mayor gloria de los representantes políticos, sino que sea un acto humano, entrañable, con protagonismo de las propias víctimas y de cualquier ciudadano o ciudadana que quisiera acercarse y compartir con ellas ese momento de desagravio tan justo y obligado.
                Se proyectará un vídeo con testimonios de familiares de víctimas anteriores a 1995, esto es, en particular de los años más duros y de más olvido social, seguirá la intervención de una personalidad y también de un familiar de una víctima y la interpretación de una pieza musical compuesta ex profeso para la ocasión. Igualmente estará presente, como parece lógico, el lehendakari Ibarretxe, quien leerá un manifiesto que se pretende consensuado por todos los partidos.
                Y aquí surge uno de los puntos polémicos. Pues, a pesar de que este homenaje en realidad emana de un acuerdo del Parlamento Vasco de junio de 2003, apoyado por PNV, PP, PSE, EA, EB, no ha podido escapar de la polémica política y partidista tan típica de nuestro país.
                Por una parte, algo tampoco demasiado sorprendente, el PP dijo desde un primer momento que no iba a asistir, que le parecía incongruente el acto con otras iniciativas del Gobierno Vasco en su opinión insultantes para con las víctimas, como las ayudas a las familias de los presos de ETA o la interlocución con Batasuna. El argumento no deja de tener cierto peso y apunta a incoherencias reales en el haber del tripartito en este tema, pero eso no quita que la iniciativa como tal del 22 no pueda ser apoyada. El PSE, después de meditarlo durante un tiempo, acaba finalmente de decidir su apoyo al acto, quizá también influido por el apoyo previo de UGT, y acudirá al Euskalduna, aunque descontentos con el proceso de preparación y el guión del programa. También estarán Gesto por la Paz, Lokarri y CC.OO. El tripartito, como es lógico, ha estado en todo momento a favor del mismo y EHAK, por su parte, considera que este tipo de actos son inconsistentes mientras no se aborde realmente la solución del contencioso, ahora proceso.
                Más grave, o significativo, si se prefiere, ha sido el rechazo de varios colectivos importantes de víctimas. De nuevo, el grado de la sorpresa ha variado: casi nula en el caso de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la AVT, tan partidista desde hace tiempo; mayor en el caso de COVITE, de gran representatividad en el País Vasco; notable también en lo que respecta a la Fundación Buesa, presidida por Natividad Rodríguez, viuda de Fernando Buesa, asesinado por ETA en el año 2000, o a personalidades destacadas, como es el ex-consejero del Gobierno vaso José Ramón Recalde.
                A la vista de todas estas declaraciones y consideraciones, la sensación dominante, al menos en mi caso, era la de cierto desconcierto. Desconcierto ante la aparente improvisación en la organización del acto, cuando resulta que va a haber ausencias de tanto calado, en particular en el campo de las víctimas. ¿Han pecado de precipitación sus organizadores, al no asegurar antes la presencia de esos colectivos y consensuar previamente, de forma acabada, el desarrollo del homenaje? ¿Tienen razón quienes afirman de forma crítica, que las fechas, poco antes de una importante cita en las urnas, y el protagonismo excesivo del lehendakari no dejan de tener cierto componente electoralista? ¿En ese sentido, habrá habido presiones directamente del Ejecutivo vasco para la realización del acto, precisamente ahora? Pero, a su vez, caben otras preguntas: ¿Las insuficiencias, o errores, del Gobierno Vasco en su tratamiento de las víctimas de ETA le invalida por completo para abordar cualquier iniciativa en este terreno, hasta pagar no se sabe muy bien qué deuda? ¿No hay también, entre quienes finalmente no estén en el Euskalduna, criterios partidistas o políticos que han podido influir en su decisión? ¿No serán los propios partidos del Gobierno vasco los que no se sienten demasiado cómodos con iniciativas de este tipo?
                La cuestión es, ciertamente, delicada y en el fondo del problema no deja de estar la propia existencia de un organismo como la Dirección de Atención a las Víctimas, integrada en el organigrama del Gobierno Vasco y, por consiguiente, siempre en un terreno difícil entre la representación institucional y la necesaria autonomía por encima de los partidos de un ente de esas características.
                Quizá pueda pecar de ingenuo, pero en un asunto como éste, prefiero confiar en la buena voluntad e integridad, que me parecen a salvo de cualquier duda, de Maixabel Lasa, Txema Urquijo y su equipo. Esto es, puedo entender ciertos recelos, inevitables en la contienda política, pero admitir al mismo tiempo ciertas explicaciones. Parece evidente que el lehendakari debe intervenir en un acto de este tipo, en su calidad de máximo representante institucional de Euskadi, acéptese pues, pero que intervenga sin acaparar protagonismo ni lanzar un mensaje partidista. Podemos reconocer también, como insisten en una muy reciente entrevista los promotores del acto, que es precisamente ahora, e independientemente de la mayor o menor proximidad de una cita electoral, cuando el Gobierno vasco y la propia Dirección de Atención a las Víctimas han conseguido el suficiente grado de relación con el mundo de las víctimas como para plantearse organizar un homenaje impensable en años anteriores (pese a la importante y casi unánime declaración parlamentaria citada). Por su parte, los partidos políticos podían recoger la experiencia de esa todavía pequeña lista de homenajes municipales que se han realizado, con un importante grado de consenso entre las distintas fuerzas políticas, y trasladarlo a este otro nivel más general. Así, este homenaje podrá institucionalizarse y, como afirman sus promotores, establecerse como una cita anual fundamental en el verdadero proceso de normalización de este país, esto es, el proceso de deslegitimación política y social de la violencia y de reconocimiento de las víctimas.
                Prefiero ver la botella medio llena y reconocer los pasos dados por el Gobierno vasco en los últimos tiempos, como esa petición pública de perdón por parte del lehendakari que Maixabel Lasa transmitió a las víctimas en el aniversario del atentado de Hipercor en Barcelona. Eso sí, queda media botella vacía y hay mucho trabajo por hacer.
                Me parece obligado un último comentario y es relativo a la actitud de EHAK (como fuerza parlamentaria) y a la izquierda abertzale oficial sobre esta cuestión. Hoy, la actitud ante las víctimas del terrorismo señala una de las líneas de demarcación política; no es la única, pues hay otras, como son izquierda-derecha, nacionalismo-no nacionalismo, independentismo-federalismo, etc.; habrá incluso quien opine que ni siquiera es de las más importantes. No estoy de acuerdo, me parece una cuestión fundamental. Además, si bien es cierto que ninguna de esas líneas es absolutamente nítida y tajante y que muchos matices son posibles, en este tema de las víctimas hay un punto de no retorno y es la reconsideración crítica de la violencia y la reflexión ética y política sobre el pasado y sobre una de sus consecuencias más trágicas, como son las propias víctimas. En estas circunstancias, quien no sea capaz de lanzar esa mirada crítica sobre los resultados de la actividad terrorista, quien siga de una u otra manera justificando la violencia, si sitúa en un terreno particular, fuera del escenario estrictamente político (se autoexcluye de la política, se ha dicho), y sigue teniendo una asignatura pendiente importante.
                Un acto como el del día 22, con sus presentes y sus ausentes, vuelve a mostrar la ubicación política y cívica de unos y de otros, sus prioridades y sus limitaciones.