Antonio Duplá
“El sesgo que le dan los lectores”
(Comentario del libro de Christopher B. Krebs, El libro más peligroso. La Germania de Tácito, del Imperio romano al Tercer Reich, Barcelona, Crítica, 2011 [2010, New York]).
(Galde, 1, 2013).

Si le preguntaran a alguien en estos tiempos cuál ha sido el libro más peligroso de la historia, probablemente respondería queMeinKampf de Hitler, o el Corán o, incluso, la Biblia, el Manifiesto Comunista, Necronomicón, etc., etc.Probablemente a nadie se le ocurriría citar la Germania de Tácito, una obra escrita por el historiador romano a fines del siglo I d.e. y que en poco más de treinta páginas hace una relación de los principales pueblos germanos y describe sus usos y costumbres. ¿Cómo es posible que ese breve tratado, que Tácito escribe en realidad para mostrar la decadencia de una Roma contemporánea, viciosa y corrupta, y cuyas virtudes perdidas ahora encarnaban los bárbaros, se convirtiera en el libro de cabecera de alguno de los más sanguinarios dirigentes nazis e inspiración para buena parte del imaginario del régimen? A reconstruir esa historia está dedicado el libro del profesor de Clásicas en Harvard Christopher Krebs, que nos ofrece un recorrido fascinante por varios siglos, desde el hallazgo del manuscrito en el monasterio alemán de Fulda hasta la apoteosis del entusiasmo de Himmler por la obra. El autor, traza un cuadro de enorme interés, al mismo tiempo profundamente inquietante, con las diversas lecturas que las elites hacen del librito taciteo para justificar y prestigiar sus discursos nacionalistas en pro de la nación alemana.

La Introducción (“Un pasado portentoso”) se abre con una cita del Diario de Himmler de 1924, escrita al parecer inmediatamente después de su lectura de la Germania, que le impacta profundamente: “Así volveremos a ser, o al menos algunos de nosotros”. ¿Qué ha leído el jerarca nazi que le ha podido causar tal impresión? Entre otras cosas, esta descripción de los antiguos germanos, que suponemos acariciaría los oídos del posterior jefe de las SS, como lo había hecho antes a otro destacado racista germanófilo, Houston Stewart Chamberlain:

“Me adhiero a la opinión de que los pueblos de Germania, al no estar degenerados por matrimonios con ningunas de las otras naciones, han logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. De aquí que su constitución física, en lo que es posible en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes...”  (Germania 4).

En un tono aventurero-detectivesco que, en ocasiones, puede recordar a El nombre de la rosa, Krebs da cuenta delas vicisitudes del manuscrito tras su descubrimiento, del lugar que ocupa en los enfrentamientos entre los príncipes alemanes y el Papado,  de cómo se convierte para los humanistas alemanes en la referencia central de un glorioso pasado o, después, en el siglo XVII, en vehículo de un patriotismo lingüístico frente a la hegemonía cultural francesa. A finales del siglo XVIII, Herder, el gran teórico de la nación y el espíritu nacional, refleja la creciente importancia del concepto Volk (pueblo) y lo völkischy, de nuevo, se apoya en Tácito para su lectura nostálgica de los valores perdidos. Más tarde, cuando pronuncia Fichte su Discurso a la nación alemana, en el contexto de la reciente derrota frente a Napoleón, encuentra inspiración para su reivindicación de la nación en los valores de los antiguos germanos y en el espíritu de libertad que a partir de ellos inspiraría (supuestamente) a Arimino, Lutero y otros. En la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX la gran novedad es el descubrimiento y apología de la raza. En base a un pasaje de la Germania, se idealizará absolutamente a los antiguos germanos y se insiste en su pureza racial, libre de toda degeneración. De ahí, paso a paso, a Gobineau, H. S. Chamberlain y el delirio nazi, con su más ardiente paladín, H. Himmler, para quien los antiguos germanos reflejados en Tácito se convertían en elemento central y en eje de un discurso conformador de la conciencia nacional, además de inspiradores para sus planes eugenésicosy de constitución de una raza nórdica.

El recorrido que nos propone Krebs resulta fascinante. Y no demasiado desconocido para quien pueda tener algún conocimiento de determinadas historiografías y tradiciones político-culturales de signo nacionalista, donde encontramos igualmente lecturas interesadas de las fuentes antiguas, idealizaciones y mitificaciones varias y preocupaciones por los orígenes, la antigüedad y la pureza de las poblaciones respectivas.

Las posibles voces críticas en esta historia, que también las hubo, fueron acalladas por la interpretación dominante en cada época. Pues como recuerda Krebs y así pone punto final a su libro: “En último término, no ha sido el historiador romano Tácito quien ha escrito un libro extremadamente peligroso: han sido sus lectores los que le han dado ese levantisco sesgo”.