Antonio Duplá
Guerras justas e injustas.
Michael Walzer, 2001, Guerras justas e injustas.
Un razonamiento moral con ejemplos históricos
,
Barcelona, Paidós.

(Hika, 156 zka. 2004ko ekaina)

La brutalidad de las imágenes sobre las torturas cometidas por soldados de las fuerzas de ocupación en Irak nos han golpeado estas últimas semanas. Si integramos este elemento particular en el panorama cruel de la postguerra destaca más todavía el sinsentido de esta presunta guerra justa, como afirman sus adalides. Si recordamos el oportunismo y la falacia de los argumentos utilizados para justificarla, el despropósito es absoluto. Puede resultar interesante, por ello, acercarse a uno de los intentos más acabados de estudiar y reflexionar sobre la guerra justa, elaborado por alguien sinceramente preocupado por la dimensión moral de la guerra.
El autor, Michael Walzer, es profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (EEUU) y codirector de la revista Dissent. Autor de numerosos trabajos sobre filosofía política y moral y hoy toda una autoridad académica e intelectual, es una de las figuras señeras de la generación progresista estadounidense que cristaliza a partir de los movimientos contestatarios de los años sesenta y setenta. El libro que comento, Guerras justas e injustas, fue publicado precisamente en 1977, al calor de la intervención norteamericana en Vietnam y del movimiento antibelicista del que Walzer formaba parte, y reeditado en 1992 y 2000. En la introducción a la traducción castellana (“La actualidad de una reflexión clásica sobre guerra y justicia”), R. Grasa lo presenta como “el texto clásico del tratamiento moderno sobre el tema”.
Se trata de un tema de indudable actualidad, cuya historia nos puede llevar hasta la antigua Roma en época de Cicerón (s. I a.e.) o, incluso, más atrás, hasta Aristóteles (s. IV a.e.). Si el filósofo griego consideraba justa la guerra contra el bárbaro, el político y orador romano teorizaba en el contexto de una Roma como potencia hegemónica en el Mediterráneo. El concepto, desde un primer momento, se asociaba a hegemonía, conquista, empresa civilizatoria e imperialismo. El recorrido político e intelectual de la guerra justa a partir de Aristóteles y Cicerón pasa por Agustín de Hipona y cuenta con nombres ilustres como Francisco de Vitoria Hugo Grocio y Francisco Suárez. Uno de los último hitos lo constituye la reflexión de Michael Walzer, sintetizada en su Guerras justas e injustas.
Estamos ante un clásico del análisis y estudio sobre la guerra (polemología), que pretende integrar su idea de la guerra justa en la teoría moral y política, en particular en lo que denomina la moralidad tenue, esto es, un código moral mínimo universalmente compartido. El núcleo duro de la teoría, como apunta R. Grasa en su estudio introductorio, es que en ocasiones la guerra puede justificarse moralmente. A través de la amplia relación de ejemplos históricos que ilustran cada uno de sus apartados, Walzer analiza el ius ad bellum según sus reglas tradicionales: causa justa, correcta intención, declaración pública de la guerra por una autoridad legítima, ser el último recurso, probabilidades de éxito y proporcionalidad. Sobre estas premisas, por ejemplo, el autor considera justa la intervención aliada en la II Guerra Mundial e injusta la intervención estadounidense en Vietnam. Walzer estudia todas las convenciones, aspectos morales y dilemas que surgen en torno a los conflictos bélicos, en los prolegómenos, en su desarrollo y en su resolución, apoyándose en una amplísima panoplia de ejemplos históricos, que le llevan del imperio ateniense del s. V a.e. a la guerra de Vietnam. Ya sólo este itinerario histórico comentado, que se remite en u otro caso a Clausewitz, Stuart Mill, Marx, Hitler, Churchill, Mao o Sartre merece una lectura.
Pero esta reflexión teórica cobraba nuevo sentido pocos meses después del 11 S, cuando en febrero de 2002 aparecía un manifiesto firmado por una serie de intelectuales estadounidenses, entre otros el propio Walzer, F. Fukuyama y S. Huntington, que venía a justificar en términos de guerra justa la posible respuesta del Gobierno de Bush al ataque terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono. R. Sánchez Ferlosio, en su La hija de la guerra y la madre de la patria (Barcelona, 2002) y J. Alvarez Dorronsoro (Página Abierta, abril 2002) han criticado razonada y tajantemente el tal manifiesto y desvelado la razón y sentido último de su difusión.
De hecho, la reflexión sobre la guerra justa se plantea ahora, no ya sólo en aquellos conflictos abiertamente calificados de guerras, como el de Irak, sino en tantos otros casos de intervenciones humanitarias, donde se discute el uso legítimo de la fuerza en las relaciones internacionales. En su “Prefacio” a la tercera edición, Walzer subraya la importancia creciente de ese fenómeno, que reconoce está insuficientemente tratado en su libro y se pregunta cuánto sufrimiento somos capaces de contemplar antes de intervenir. La pregunta no es mera retórica, sino que encierra numerosas cuestiones e intereses, a la vista de los debates sobre la intervención internacional en los Balcanes o sobre la desidia de esa misma comunidad internacional en Ruanda, ante un genocidio igualmente innegable. En ese sentido Walzer insiste en la defensa de esas intervenciones, pero reconociendo los numerosos problemas que suscitan en relación con la soberanía estatal y con el estatuto, las atribuciones y el alcance de los intervinientes. Incluso va más allá y señala que en no pocas ocasiones el peligro radica en la indiferencia moral, y no tanto en la codicia económica o las ansias de poder.
Desde un punto de vista general, Walzer es consciente de que el horizonte último es la paz y, así, dice que para lograr la transformación de la guerra en paz, hay que insistir en las reglas de la guerra y en su cumplimiento: La limitación de la guerra es el comienzo de la paz. Pero no pocos de los ejemplos aducidos, la experiencia de unos conflictos en el siglo XX en los que cada vez era más difícil separar las víctimas civiles, en aumento constante, de las militares, y abusos recientes como el caso de Guántanamo o las torturas citadas al comienzo, muestran que la guerra es un mecanismo que se resiste en la práctica a ser regulado. Es una pena que Walzer no entre directamente al debate con los movimientos pacifistas y antimilitaristas, pues sólo lo hace de forma tangencial y para una situación muy concreta, la de la resistencia no-violenta ante la ocupación extranjera de un país. Pero las posibles objeciones a sus tesis son claras, tanto en el terreno político-institucional internacional, cuanto en el terreno más ideológico o filosófico. ¿Realmente puede acabar de regularse la guerra en un mundo dominado militarmente por una sola superpotencia, en el que las Naciones Unidas mantienen un mecanismo de toma de decisiones claramente discriminatorio y en el que no existen instancias jurídicas internacionales universalmente aceptadas y ejecutivas? Caben dudas razonables. Por otra parte, ¿no habrá llegado el momento de replantear toda la tradición occidental sobre la violencia y la guerra, que ha supuesto tradicionalmente la aceptación de esta última como mecanismo de relación entre los pueblos y los Estados? Sin menospreciar el esfuerzo intelectual de Walzer, quizá sea hora de pensar la cuestión en otros términos, rechazando la guerra y el militarismo y patriotismo que suelen acompañarla y buscando otro terreno para abordar la resolución de conflictos. El bagaje y la casuística que aporta Walzer pueden ser útiles para este replanteamiento y hay que leerlo, pero los presupuestos básicos y la mirada han de ser diferentes.