Antonio Duplá

Violencia, izquierda, ética
Noviembre de 2004

El acto organizado por Batasuna el pasado domingo 14 en Anoeta se ha convertido en un referente político notable. Ciertamente había mucha expectación ante lo que se presentaba como una oferta nueva y trascendental para la solución del conflicto vasco. Es indudable que hay ciertas novedades, como mínimo en el tono y la insistencia en algunos conceptos. Las llamadas al diálogo, a la centralidad de la mesa de negociaciones, a la necesidad de acuerdos con los adversarios e, incluso, con los enemigos. Particularmente significativo es el papel que se le asigna a ETA, limitado a negociar con los gobiernos implicados el problema de las consecuencias del conflicto, léase, de manera prioritaria, el tema de los presos. Significativa también la referencia a las víctimas multilaterales.
No obstante, también surge cierta decepción. En primer lugar, por la ausencia de referencias explícitas a ETA. También, por la falta de autocrítica. Al parecer, todo el mundo se ha equivocado o ha fracasado en sus proyectos, menos la izquierda abertzale. Además, queda la duda sobre la intencionalidad y el alcance de esta perspectiva. ¿Es esto una reacción ante el peligro de no poder participar en las próximas elecciones autonómicas de mayo? ¿Es un intento de la izquierda abertzale de no perder más presencia política y de sacar la cabeza como sea? ¿Es un mensaje, no demasiado explícito, hacia ETA, como primer paso hacia una nueva tregua? Preguntas por ahora sin respuesta clara.
En este contexto cobra particular interés la carta de Pakito, Makario y otros dirigentes y militantes de ETA que se conocía hace algunos días, aunque se remontaba al pasado mes de agosto. Las circunstancias e intereses de su publicación no importan aquí y lo interesante es su contenido. El análisis que se hacía de la situación de ETA era muy crudo. Pese a que alguna gente a mi alrededor comenta que esas opiniones eran conocidas desde hacía tiempo, yo reconozco que no había oído antes nada parecido, en esos términos tan tajantes y firmado por personajes tan significativos en la organización. En realidad, la carta venía a reconocer la derrota pura y dura de la estrategia militar. Se destacaban las limitaciones operativas de la organización, se admitía el alcance de la represión del enemigo y, vistas las circunstancias, se propugnaba una línea política y de masas.
La carta me parece un documento muy importante y muy ilustrativo de una forma de pensar de una determinada izquierda en este país. Lo más destacable, en una valoración sobre la violencia y la lucha armada, es la ausencia absoluta de cualquier consideración ética o moral. El razonamiento es estrictamente político, de eficacia y rentabilidad políticas. En ese sentido el planteamiento es diáfano. Pero, a la vista de lo sucedido en Euskadi en las últimas décadas, es también un tanto inhumano.
Tampoco es una sorpresa absoluta. Refleja una forma de pensar de una izquierda, de importante arraigo en la sociedad vasca, que sigue abordando la política en términos de 3guerra justa2. Guerra que justifica la eliminación física del contrario que piensa de forma diferente. Se trata de una guerra, además, que ni siquiera reconoce los mínimos de la convención de Ginebra.  Se admiten el secuestro, la tortura, el juicio sumario, la pena de muerte. Los Derechos Humanos existen, pero sólo se exigen para los míos, no para los otros, no para las víctimas de la organización militar de vanguardia. Los valores, implícitos o explícitos, que conlleva aceptar un liderazgo tal son conocidos: militarismo, autoritarismo, ausencia de democracia, nula capacidad crítica, la violencia como baremo de justeza política, sectarismo extremo.
Una determinada tradición marxista y de izquierda radical, en la que hemos bebido muchos y durante demasiado tiempo  quizá, ha alimentado esa minusvaloración de las formas democráticas y esa suspicacia hacia una asunción integral de los derechos humanos. Parecía que acercarse a esos temas podía suponer el aburguesamiento y ablandamiento de nuestros principios. Pero ya es tiempo de cuestionar esa tradición y afrontar la necesidad de una nueva izquierda radical, profundamente progresista, que aspire a una nueva identidad ética y política, a una relación más estrecha y fructífera entre ambos campos. En ese sentido, el momento actual es trascendental, porque es posible que estemos asistiendo ya al final de un ciclo marcado por ETA. Resulta urgente, por tanto, esa reflexión nueva sobre la violencia, sobre el alcance de los derechos humanos, sobre las potencialidades de una lucha radical no violenta, sobre un antimilitarismo integral. Y esa reflexión exige también un balance de las últimas décadas, una mirada valiente y autocrítica sobre el daño y el dolor causados, un cuestionamiento de los métodos utilizados. Hacen falta para ello inteligencia, generosidad y compasión, capacidad de padecer con los ³otros². Se hace necesario, en fin, replantear la dialéctica medios-fines, a menudo formulada de manera oportunista y engañosa, pues no hay fin, por hermoso y emancipatorio que sea, que justifique unos medios antidemocráticos y excluyentes. La reconversión de ETA y la izquierda abertzale es urgente y necesaria. Sin esa reflexión ética, puede ser una ocasión perdida en la conformación de esa nueva izquierda radical, plural, no violenta, que explore los nuevos caminos abiertos por luchas tan sugerentes como la de la insumisión y otras similares.