Antonio Duplá
Víctimas del terrorismo de ETA 
(Página Abierta, 166-167, enero-febrero de 2006)

Antonio Duplá, que ejerció también de presentador, comenzó la sesión sobre víctimas del terrorismo
en las recientes VI Jornadas de Pensamiento Crítico . En su introducción, advirtió de que hablaba en nombre propio, con reflexiones, eso sí, de su experiencia en EMK y Zutik, dedicando parte de su intervención a poner ejemplos sobre cómo se había abordado esta cuestión desde esos colectivos. Aquí, de esta intervención, entresacamos aquello que consideramos más relevante como ejemplo de autocrítica válido –creemos– para muchos de quienes venimos formando parte hace tiempo de la izquierda más allá de Euskadi. En este texto que publicamos hemos mantenido el estilo coloquial de su intervención.
Vamos a hablar, en particular, de las víctimas del terrorismo de ETA. No porque pensemos que son las únicas o que no hay otras (muertos por la violencia policial o parapolicial, torturados, etc.), sino por una opción deliberada.
Esta vez queremos centrarnos en estas víctimas, de las que no solemos hablar, pues de las otras nos hemos ocupado muchas veces en nuestro discurso y nuestra propaganda, incluso han determinado nuestras posiciones políticas.
Hoy, sin embargo, queríamos hablar de esta otra dimensión de la situación vasca.

Primero del por qué de este acto.
Creo que tiene una dimensión de homenaje y reconocimiento. A menudo, cuando se habla de las tareas pendientes en relación con las víctimas, se habla de la memoria, la justicia y el reconocimiento. La justicia no está en nuestra mano; sí lo está, a nuestro nivel, el reconocimiento. En ese sentido, este acto tiene ya una explicación y una justificación suficientes.
Es también otro paso más de una reflexión colectiva sobre esta cuestión, quizá muy tardía y que va demasiado lenta.
Hemos visto víctimas en todas partes, en Centroamérica, en Palestina, en Sudáfrica, también en Euskadi, pero, en general, con una mirada unilateral y reduccionista, viendo sólo las de un lado.
En realidad, hasta hace muy poco tiempo, se sentía una relativa incomodidad y desazón ante temas como éste, o al hablar de la violencia, de los derechos humanos, o al reconocer el valor de la democracia, incluso el de esta en la que vivimos, a pesar de su evidente baja calidad. A partir de un izquierdismo mal asumido, parecía que se sentía cierto miedo a dejar de ser radicales o revolucionarios por abordar ciertos temas.
Además, esta cuestión, la de las víctimas, está, lógicamente, relacionada con nuestro balance y valoración sobre ETA y la violencia. 
De hecho, el título de la mesa redonda, “Víctimas del terrorismo”, pensando en Euskadi, ya nos sitúa en un espacio determinado, que en mi opinión es el correcto. Me refiero al valor de las palabras, al hecho de hablar sin ambages, por ejemplo, de terrorismo y asesinatos. El 11 de marzo de 2004 ha mostrado que el problema no es cuantitativo; si los responsables de la masacre de Madrid son terroristas, también lo son los etarras. El problema no es que unos maten a muchos y otros a menos en cada ocasión. La cuestión es que unos y otros asesinan, que aplican la pena de muerte y cometen crímenes igualmente rechazables.

En segundo lugar, esta falta de consideración de las víctimas del terrorismo, en particular de ETA, se puede poner en relación con problemas más generales de nuestra tradición político-ideológica (me refiero al marxismo y al materialismo, y a ciertas inercias de la extrema izquierda) que habría que revisar o seguir revisando:
- el debate sobre la relación entre medios y fines;
- la aceptación más o menos acrítica de la violencia como mecanismo político, y de sus costes;
- en el fondo, la noción de la “guerra justa”; con ella se asumía así que la guerra revolucionaria, en sus distintas expresiones (la de ETA sería una), debía ser siempre justa;
- el recelo a una comprensión plena, radical, de los derechos humanos, frente a una visión política, instrumentalizadora de los mismos: a menudo se reivindican los derechos humanos fundamentalmente de los míos, de los de mi bando, frente a los derechos humanos de todas las personas;
- la distinción, en clave política, entre unas víctimas y otras  (“la dialéctica del amo y el esclavo”);
- la impermeabilidad de los campos del nosotros y de los otros, el sectarismo;
- la ausencia de sentimientos, la incapacidad de la compasión (padecer con), frente a la preeminencia de los criterios del análisis político (por ejemplo, el argumento tan oído de que las víctimas de ETA están manipuladas por el PP); en el fondo hay una incapacidad de compartir el dolor (“se impone un corazón de hielo”).

Hay, en tercer lugar, muchos temas pendientes en nuestra reflexión:
¿Hay víctimas y víctimas o sólo víctimas? ¿Se debe distinguir entre víctimas del terrorismo de ETA y otras víctimas, y no mezclar problemáticas muy distintas y dolorosas, no mezclar en última instancia víctimas y victimarios?; o, por otra parte, ¿se puede hablar en general de víctimas de la violencia, del “conflicto” según determinada interpretación? (1).
¿Cuál debe ser el papel político de las víctimas? Incluso, algo previo, ¿deben tener o no un determinado papel político? En este campo habría que distinguir quizá entre la dimensión política partidaria y otra más cívico-social.
¿Cuál debe ser nuestro papel ante las víctimas?, ¿qué podemos hacer?
¿Qué ética construimos, y cuál debe ser la relación entre ética y política?
Todos estos aspectos, algunos más difíciles de resolver que otros, nos llevan necesariamente, al menos en Euskadi de forma perentoria,  al replanteamiento de otros temas más generales. Son todas ellas  cuestiones –apunto algunas– que las víctimas nos recuerdan y sobre las que nos apremian:
Una revisión de nuestras concepciones sobre la violencia; también de nuestras ideas sobre las formas de lucha y el radicalismo; un balance de nuestra propia historia y de la excesiva dependencia de la izquierda abertzale, durante demasiado tiempo y sin la suficiente distancia crítica; un cuestionamiento de la legitimidad de determinados planteamientos sobre Euskal Herria: no es aceptable una Euskal Herria en la que supuestamente no cabían todas esas personas asesinadas. Una revisión que nos empuja a considerar la transversalidad de temas como el dolor y el sufrimiento.
En un artículo reciente en la revista Hika (2), Guillermo Múgica apuntaba varios aspectos en los que las víctimas pueden desempeñar un papel de primer orden. Nos piden, por ejemplo, que no haya más sufrimiento o nos remiten, ineludiblemente, a la justicia. Un aspecto concreto de los que comentaba me parece de particular interés:  las víctimas ponen ante nosotros una cara de la realidad, con demasiada frecuencia escondida o ignorada; por tanto, dice Múgica, las víctimas asumen una dimensión epistemológica, nos recuerdan nuestro deber –cito sus propias palabras– de  “ser honestos con lo real”.
En este sentido, otro de los temas que debemos abordar es el de la revisión, la reconstrucción de la historia reciente de Euskadi.
En especial, urge una reconsideración del papel de ETA en las últimas décadas, contra la imagen de una supuesta vanguardia armada de un movimiento de liberación y emancipación nacional de un pueblo secularmente oprimido, que lucha contra un Estado español opresor, en una historia sin solución de continuidad desde hace siglos. Reconsideración que cuestione la imagen de los etarras como militantes sufridos y desinteresados y héroes, como expresión última de los luchadores por la libertad.
Debemos rechazar ese cuadro y empezar a formular uno más acorde con la realidad, una historia más integradora, más inclusiva, menos deudora de los clichés político-ideológico-historiográficos del mal llamado “contencioso vasco”; una historia menos “de parte”, en última instancia, una historia que haga justicia a las víctimas.

Todo esto tiene que ver, en cuarto lugar, con la perspectiva de una futura reconstrucción pacífica, cívica, de la sociedad vasca, y también de la española en este tema.
Ese horizonte necesario, obligado, pero indudablemente duro, exigirá una sensibilidad especial por parte de todo el mundo, para acompañar y arropar a las víctimas, en el trance de ir construyendo esa difícil convivencia (no me atrevo a usar el término reconciliación, más complejo y lejano todavía).
En relación con esa deseada y deseable reconstrucción, entran en juego elementos tan claves como la memoria, el perdón o el olvido. Pero, antes que todo eso, una exigencia previa es el conocimiento: se necesita conocer para poder perdonar, si así lo decidieran las víctimas, y luego olvidar.
Y ahí, en nuestro caso hay todo un trabajo por hacer, pues me parece que conocemos muy poco el mundo de las víctimas de ETA, su sufrimiento, su soledad, su culpabilización por determinados sectores de la sociedad vasca.
Por tanto, un primer objetivo debe ser acercarnos a las víctimas, conocerlas, conocer su drama, su historia, intentar aportar algo que ayude a sobrellevar lo irreparable de la pérdida sufrida o el sufrimiento ante la amputación de la normalidad cotidiana, por ejemplo, en el caso de las personas amenazadas.
En el terreno más estrictamente político, Batzarre, por ejemplo, pide una Comisión de la Verdad que ayude a esclarecer toda la realidad todavía encubierta en este terreno y que contribuya a una clarificación pública y a una depuración de responsabilidades. Pienso que hay que apoyar esa propuesta.
Pero hay otro terreno en el que colectivos como los nuestros pueden ser activos. Me refiero a que podemos aportar espacios de reflexión, de encuentro, de coincidencia, donde abordar, en una clima de libertad y sin ninguna cortapisa política, todos los problemas relativos a las víctimas.

Una última cuestión. En un artículo reciente (3), a propósito de la película La vida secreta de las palabras, John Berger hablaba del dolor y de cómo los ricos habían renunciado a afrontar ese tema, buscando toda suerte de escapatorias que sus recursos les facilitaban. Leyendo el artículo, me vino a la memoria la sociedad vasca, una sociedad en términos generales rica, opulenta me atrevería a decir, y que en relación con el tema que nos ocupa también procura huir y mirar hacia otro lado.
Considero que la sociedad vasca está enferma (en el sentido del término, que tomo del María Moliner, de alteración, que perturba el funcionamiento normal del organismo), está moralmente enferma, en relación con el fenómeno terrorista. Es una sociedad en la que, si la violencia no te ha alcanzado de forma más o menos directa, se puede vivir tan bien que pareciera que esa violencia no existe.
Y sin embargo, el número de víctimas, de personas amenazadas, de personas extorsionadas que pagan o han pagado el mal llamado “impuesto revolucionario”, es tan alto, que parece mentira que pueda ser así. Es una de las perversiones de la situación actual.
Pienso que debemos ser un foco activo en contra de esa situación, en ese proceso de restablecimiento de la conciencia moral de la sociedad.
En ese terreno, al mismo tiempo que condenamos el terrorismo de Estado, que exigimos una humanización de la política penitenciaria y que mostramos una intransigencia absoluta frente a la tortura, debemos recordar permanentemente a las víctimas.
Ésa puede ser nuestra aportación en el terreno de la reparación, de la rehabilitación, de la conmemoración de las víctimas.
Y estoy convencido de que este llamamiento tiene una tremenda actualidad, en particular en estos últimos tiempos en los que parece que el ciclo de ETA toca a su fin y cuando se suceden todo tipo de especulaciones y declaraciones al respecto.
Ahora más que nunca no podemos olvidar lo que ETA ha significado en estas décadas. No podemos pasar sin más página, porque ellos hayan llegado a la conclusión de la ineficacia de su acción. No podemos rendirnos ante la presunta épica y el heroísmo de sus militantes. No podemos pasar por alto el sufrimiento que ha provocado, y además en nombre de la izquierda, la liberación y la emancipación.
Hoy por hoy, el discurso de la izquierda abertzale sobre este punto es de una tremenda unilateralidad e irresponsabilidad, pues ante afirmaciones como las que he planteado en mi intervención, responden que eso es poner obstáculos a la paz, que supuestamente está cercana, porque ETA así lo quiere. Es posible que los dirigentes de la izquierda abertzale no puedan decir otra cosa, pero siendo como somos más libres, podemos hablar y actuar de manera distinta, podemos y debemos ser más valientes que todo eso.
Es lo mínimo que podemos hacer por las víctimas. Es tal vez parte de nuestra responsabilidad histórica, individual y colectiva, y no quiero ser pretencioso, sino simplemente consciente de una tarea posible e ineludible aquí y ahora.

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(1) La reciente polémica a propósito de la ponencia sobre víctimas en el Parlamento vasco ilustra la actualidad de este punto en Euskadi.
(2) “El lugar de las víctimas”, Hika, nº 165, abril de 2005.
(3) “Cuatro apuntes sobre La vida secreta de las palabras” (El País, 25/11/05, página 48).