Antonio González Viéitez
Elecciones: Mercado y política
(La Provincia/Diario de Las Palmas, 3 de mayo de 2009)

 

El sistema electoral de Canarias es un problema evidente y recurrente en las islas. Y todos parecen tener interés en modificarlo, a excepción de quienes vienen gobernando Canarias desde hace más de quince años, para entendernos, las secuelas de las AIC que, con las circunscripciones insulares y las antidemocráticas barreras del 6% canario y 30% insular, se muestran imbatibles. Aunque así y todo haya diferencias internas entre herreños, palmeros y majoreros.

 

Por eso, la propuesta del portavoz parlamentario socialista, Santiago Pérez, de modificarlo, reduciendo las barreras a dimensiones ¿razonables? ha revuelto todas las aguas y ha colocado el problema en el candelero una vez más. Además el portavoz ha indicado que, de aceptarse su propuesta, estarían en condiciones de aparcar la exigencia de una circunscripción regional.

 

Aplaudo lo primero y deploro lo segundo.

 

Por las razones que intentaré explicar, el sistema electoral isleño no sólo es un asunto de adecuación de la representación política, con la formidable importancia estratégica que esto supone sino que, además, tiene una especial relevancia para la consolidación política de la sociedad canaria.

 

Veamos en primer término las características estructurales de la sociedad y de la economía isleña. Uno. Desde los primerísimos albores de nuestra historia y por razones conocidas, las Islas se especializaron en la producción de exportables para el intercambio internacional. Cierto es que no todas ellas participaron de forma ni siquiera parecida. Lo que, en cada etapa histórica, se debió a la accesibilidad de cada isla y a la dotación de los recursos naturales adecuados para cada tipo de especialización. En cualquier caso, la dimensión exterior era la dominante. Dos. Este hecho (no se trata de ninguna opinión) potenció de forma extraordinaria las relaciones, llamemos verticales, de cada isla con los mercados exteriores que compraban nuestros exportables y, a cambio, nos suministraban las mercancías y servicios necesarios para satisfacer nuestras necesidades. Tres. Consecuencia de lo anterior, las relaciones que podemos llamar horizontales, es decir, interinsulares, dejaron de ser estratégicas y pasaron a ser secundarias y, por tanto, prescindibles. Un ejemplo: si para el normal suministro de cereales a Gran Canaria éstos no se podían traer de Fuerteventura por cualquier razón, se organizaba el suministro desde cualquier otro origen y, dificultades aparte, la sociedad grancanaria podía seguir funcionando. Pero si lo que ocurría era que los ricos mercados europeos dejaban de comprar nuestro azúcar, entonces el problema era muy grave. Cuatro. Todo esto explica por qué la sociedad canaria está estructurada de una manera tan insular. Porque no sólo evidencia la rotundidad geográfica del hecho insular, sino que también (me atrevería a decir que casi en igual medida) refleja la hegemonía de las relaciones verticales y su vital dependencia de ellas. Su importancia ahonda la insularidad aislada de cada una de las islas dentro del Archipiélago. Cinco. Con enormes diferencias entre las Islas, que en cualquier caso han ido disminuyendo a lo largo del tiempo (se producía azúcar en cuatro islas, plátanos en cinco, pero la especialización turística, con las matizaciones que se quiera, ya llegó a todas las islas), la especialización era en los mismos exportables. Las islas producían los mismos bienes. Seis. Por tanto, las Islas compiten entre sí cara a los mercados exteriores. A este respecto conviene recordar que, hasta el REF de 1972, los aranceles fiscales establecidos por cada uno de los cabildos insulares gravaban la entrada y salida de mercancías entre todas y cada una de las Islas, reflejando bien la endeblez de las relaciones horizontales, al tiempo que la inexistencia de un mercado canario único. Siete. Esta rivalidad-competencia interinsular se ve acrecentada por la configuración social y geográfica del Archipiélago, que es bipolar (a diferencia, por ejemplo, de Baleares y Madeira y a semejanza de Azores).Con dos fortísimos polos de peso equivalente, Tenerife y Gran Canaria, económicamente enfrentados y enfrentadores.

 

A grandes trazos,  ésa es nuestra estructura socioeconómica. Y por eso los insularismos tienen tantísima capacidad de atracción, subyugación y manipulación.

 

Esa dinámica es bien perceptible en lo ocurrido, a lo largo del último cuarto de siglo, en Lanzarote y Fuerteventura, cuando entraron como una exhalación en la especialización turística. Tan volcadas a recibir turistas, necesitaron accesibilidad directa y, como es lógico, obtuvieron sus aeropuertos de poderoso tráfico internacional. Acaban de conseguir sus Cámaras de Comercio Insulares y obtendrán sus Autoridades Portuarias Insulares. Es decir, su progresiva especialización y crecimiento les demanda dotarse de infraestructuras verticales para poder estar en pie de igualdad con las islas más desarrolladas.

 

Resumiendo, ese proceso de especialización en exportables iguales favorece y facilita todo tipo de insularismos. Porque si consigo ser destino de una línea aérea (o de cruceros, o de intercambio de contenedores, o lo que sea) o ser sede de un centro de reparación de aviones (o sede de cualquier cosa), estaré en mejores condiciones y me beneficiaré más que si se localizan en la isla de enfrente.

 

Competimos. Económicamente no estamos integrados y socialmente tampoco. Las organizaciones patronales representativas tienen ámbito provincial (¡qué cruz, la provincial!), aunque estamos viendo cómo las patronales de Lanzarote y Fuerteventura luchan por independizarse, mientras en las tres islas más occidentales el ritmo es distinto. De otra parte, las espectaculares y recientes fortunas canarias, surgidas al rebufo del boom promotor-inmobiliario-constructor tienen raíz y estructura insular, y cuando salen fuera de su isla, normalmente se marchan al caribe o a Marruecos. En otro nivel, resulta lógico que todavía no existe un verdadero periódico de ámbito canario. Y todo esto facilita la desconfianza de los canarios entre nosotros mismos. Recuerden el “¿qué quedrán?” Y las auténticas enfermedades y fobias “anti-el-otro”.

 

Y llegamos al ámbito de la Política y del sistema electoral. Y con la consagración de las circunscripciones insulares cerramos el círculo vicioso de nuestra incapacidad nacional. Porque, si elegimos a representantes de sólo una Isla, eso fomenta el insularismo y ayuda a reproducirlo y a perpetuarlo. Porque cada diputado sólo tiene que responder a su parroquia, que le va a exigir que defienda “lo suyo” y, si es necesario, que ataque al otro. Así, la Política no actúa a favor de la construcción nacional de Canarias, sino que refuerza lo insular, organizado y definido previamente por los mercados y la economía.

 

A mi juicio, eso es una absoluta aberración. Fundamentalmente por tres series de razones. La primera tiene que ver con la evidencia de que, además de siete Islas, somos un Archipiélago. Y que quienes aspiramos a defender la identidad nacional canaria sabemos que ésa es una tarea de educación política (más allá de la competencia de los mercados) y de sentimiento identitario. Y sabemos que hay que combatir los insularismos en que cristalizan nuestras relaciones verticales, porque esos insularismos son la derrota del nacionalismo canario. La segunda insiste en la obviedad de que los insularismos, inexorablemente, generan dependencia exterior. Porque, al desmantelar la unidad de Canarias, los continuos conflictos que seguirán surgiendo por la propia realidad competitiva, tendrían que resolverse por una instancia no canaria. Superior y externa. Que, aún hoy, aparece cuando, por razones de conflicto, se puentea al Gobierno de Canarias y se acude a Madrid o a Bruselas para poder lograr un objetivo que no se había conseguido. Aclarando que no me estoy refiriendo a las instancias judiciales. La tercera tiene que ver con lo que en las Ciencias Sociales se conoce como el “dilema del prisionero”. En síntesis, cuando varios (dos en el ejemplo más sencillo) están involucrados en un mismo problema y tienen que resolverlo, la estrategia de intentar hacerlo a favor de uno y engañando al otro, inmediatamente trae consigo que la otra parte adopte el mismo comportamiento. Con lo que el resultado neto (para las dos partes) siempre es mucho más perjudicial que cualquier posibilidad de solución conjunta.

 

Todo lo anterior no es otra cosa que un intento de argumentación para defender la tesis de que el sistema electoral canario debe tener una circunscripción única canaria muy potente, por ejemplo, cincuenta sobre sesenta diputados y que, como elemento complementario, se elijan dos diputados por cada una de las cinco islas periféricas, haciendo un total de sesenta.

 

Y se defiende ese sistema electoral en el convencimiento que sólo desde la Política (eso sí con mayúscula) podemos construir una Canarias unida y rica en su diversidad; con sus Cabildos como Gobiernos insulares. En donde haya un proyecto que atienda a todos por igual, con una dimensión importante de solidaridad hacia los más necesitados y donde la Política rompa la dictadura e los mercados y de la geografía. Con absoluta transparencia y abordando las cuestiones, con criterios preestablecidos, antes de que se conviertan en enconados problemas de difícil solución. Y con equilibrios inteligentes y eficientes, donde se olvide el criterio ramplón de “café con leche para todos”.

 

Y donde, siguiendo las directrices de las Naciones Unidas, pensemos globalmente y actuemos localmente. Para hacer frente también a nuestras responsabilidades atlánticas y, especialmente, africanas. Recordando una vez más que el pueblo canario es el más desarrollado del Continente más arrollado del planeta.

 

 

 

 

 

 

.