Antoni Puigverd
Catalunya por dentro: En Girona creen
que se renueva el ágora

(La Vanguardia, 20 de septiembre de 2012).

Girona tiene fama de ciudad catalanista, pero está poblada por gente industriosa y pragmática. ¿Cómo observan la mutación del catalanismo en independentismo? En lugar de salir a la calle para pulsar la opinión espontánea en cafés y mercados, he solicitado a 25 amigos respuesta por escrito a un cuestionario que les envié el lunes por la noche. Un cirujano chileno, un catedrático británico, diversos profesores de la UdG y bastantes profesores de instituto, antiguos cargos socialistas y convergentes, un sindicalista, un jurista, diversos miembros de la administración, una psicóloga, un arquitecto, un policía, un abogado, un editor, un librero. Casi todos tienen presencia pública en la ciudad: por sus artículos, carisma profesional o compromiso cívico. Algunos no han nacido en Catalunya, pero casi todos usan habitualmente el catalán. No son representativos de la variedad social gerundense, pero sí de su vitalidad civil.

Creía que muchos de ellos no tendrían tiempo de contestarme (un solo día les di de plazo: ¡la premura periodística!), pero casi todos lo han hecho. Con una profundidad, extensión y lucidez impresionantes; que más de uno ha acompañado de un formidable relato personal. El conjunto alcanza los 70 folios. Lo que da la medida del interés que el momento político despierta en Girona y, también, del compromiso de mis interlocutores, a los que agradezco en el alma el tiempo precioso que me han dedicado.

La mayoría de ellos creen que se ha producido un cambio de paradigma en Catalunya; y que en Girona tal cambio es vivido con esperanza y entusiasmo. También con incertidumbre e inquietud. No creen, en general, que se esté avanzando hacia la independencia, pero sí hacia la claridad: constatan que las soluciones ambiguas han quedado superadas, que el independentismo ha dejado de ser tabú para convertirse en opción, que el proceso estatutario y la crisis económica han dejado al descubierto humillaciones y gravísimas disfunciones de la democracia española con respecto a la sociedad catalana.

Sostiene Josep, abogado, que la ola de cambio ha pasado por encima de las herrumbrosas formas de la política tradicional. Joan, científico de la UdG, lo reafirma: la manifestación de Barcelona expresa el desengaño con la política tradicional y el impacto de la crisis económica, pero destila un gran deseo de cambio: una gran esperanza colectiva. Paco, ex decano, enfatiza el clima de libertad de este momento histórico, que ya no está sometido a la contención y a los obstáculos que conoció la transición. Más que hacia la independencia, creen que estamos avanzando hacia una renovación del ágora catalana.

Carlos, cirujano chileno, es el que con más énfasis critica la visión chata del catalanismo banal (las críticas al acento de Montilla, por ejemplo) y, sin embargo, observa complacido, una gran corriente de cambio catalán que pasa por encima de los errores de la vieja política. Pero avisa, citando a Jefferson: "Aquellos que sólo tienen interés no tienen patria".

No son pocos los que me hablan del cansancio emocional que el eterno pleito identitario produce en Catalunya y en España. "Los catalanes queremos dejar de ser un problema para España" -sostiene Xavier, profesor y articulista-. "La molestia debe dar paso a la libertad de marchar". Muchos apelan a la práctica imposibilidad del diálogo, otros se refieren a la metáfora de la mujer que empieza a verbalizar la posibilidad de separarse, lo que reactiva la fijación posesiva del macho y dispara su capacidad de atemorizar. Pero el mero hecho de verbalizar, libera a la maltratada. En este sentido, M.A., psicóloga, habla de "catarsis colectiva". La tradición familiar influye en la opinión: María Paz, profesora que siente por igual sus raíces catalanas y españolas, considera que estamos ante una cortina de humo de Mas para desviar la atención de los recortes. Pero Henry, emérito de Southampton y ampurdanés por matrimonio, valora el momento como la posible culminación del sueño de muchas generaciones. Carles me habla de las dispares visiones en su familia: independentista el hijo; unionista el yerno. El cambio generacional ha influido en la normalización del independentismo, aunque Guillem cree que la gente mayor ha perdido el miedo a colgar la estelada. Josep Maria, arquitecto, sostiene que la tercera generación siempre desaprende la experiencia de la primera. La derrota, el hundimiento, las revueltas anarquistas son cosas de otro tiempo, creen los jóvenes, pues se creen inmunes a los males del pasado. También se ha consolidado -continúa- una tercera generación de castellanohablantes que, contradiciendo a sus abuelos que no hablaban catalán pero lo amaban, son indiferentes u hostiles a la cultura autóctona. "La quema de banderas catalanas en una manifestación de entusiasmo por la roja no es baladí".

Sin embargo, el fantasma del choque interno no preocupa en demasía a mis interlocutores. Creen que la sociedad gerundense, como la catalana, es madura y democrática. Lluís, profesor y articulista, insiste en deconstruir la falacia de que el independentismo divide: "Se omite el miedo coactivo que sustenta al unionismo, pero se tacha de coactiva la simple carta de naturalidad del independentismo, que es escrupulosamente democrático. El miedo al miedo es a lo único que hay que temer. Las reglas democráticas se encargarán de neutralizar los choques y conflictos espontáneos o inducidos".

Imposible reflejar todas las reflexiones que mis amigos de Girona me escriben. Sólo me queda espacio para resumir la metáfora con que el matemático Carles sintetiza sus dudas económicas. La realidad económica catalana -sostiene- se parece a un enfermo grave ante tres equipos médicos divergentes. Unos le aconsejan que se opere. Vaya riesgo: son cirujanos inexpertos que se enfrentan por primera vez a una operación de este tipo. Otros sugieren esperar y ver cómo evoluciona. Vaya riesgo, pues la cosa es muy grave. Los terceros le instan a despreocuparse: al parecer, unas investigaciones garantizarán pronto un nuevo y genial medicamento. Vaya riesgo: le conminan a tener fe en algo que nunca nadie ha visto.