Asef Bayat
Lejos del extremismo, el islam busca
un nuevo camino político

www.lanacion.com.ar 13/03/2011
Traducción de Jaime Arrambide
Publicado originalmente en la revista online www.opendemocracy.net

            Durante años, las élites políticas de Occidente y sus aliados locales han acusado a los árabes de letargo y apatía política.

            El argumento de que a los árabes no les interesa demandarles libertades democráticas a sus gobiernos autoritarios siempre descansó en cimientos dudosos. Pero después de que, repitiendo el ejemplo de Túnez, millones de egipcios demostraran que el argumento era falso, los escépticos ajustaron su discurso: ahora temen que los levantamientos de Egipto se conviertan en una "revolución islamista" de las mismas características -demagogia, violencia, expansionismo y oposición a Occidente- que tuvo la de Irán en 1979.

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            Es cierto que hay algunas similitudes entre la actual rebelión de Egipto y la revolución iraní de 1979. Comparten la característica de ser de alcance nacional, protagonizadas por gente con formas de vida diferentes: religiosos, laicos, izquierdistas, hombres y mujeres, clases medias y obreras. El objetivo de ambos alzamientos era remover regímenes autocráticos apoyados por Occidente; buscaron implantar gobiernos democráticos que garantizaran la dignidad nacional e individual, la justicia social y las libertades políticas.

            Pero también tienen diferencias fundamentales. En términos ideológicos, la revolución iraní fue un movimiento nacionalista, tercermundista y antiimperialista, que tomó una posición radical respecto del continuo apoyo de Estados Unidos al sha (a quien Washington había reinstalado en 1953 con un golpe de Estado planeado por la CIA).

            Además, la revolución iraní -a diferencia del alzamiento egipcio de 2011- era conducida por una figura religiosa, el ayatollah Jomeini, que contaba con el apoyo de la compleja jerarquía clerical chiita y de las instituciones religiosas. La Revolución Islámica abrió luego paso a una nueva era del islamismo, que habría de dominar Medio Oriente y el mundo musulmán durante las dos décadas siguientes.

            Pero también en eso es diferente el actual alzamiento en Egipto. No es ni nacionalista, ni antiimperialista ni tercermundista. El ánimo mayormente pacífico, civilizado y entusiasta de los manifestantes (hasta que los matones leales a Mubarak desataron una ola de violencia el 2 de febrero) y sus demandas hacen pensar más en las revoluciones democráticas centroeuropeas de 1989. En Egipto no se registraron cánticos en contra de los occidentales o norteamericanos.

            Es más, es significativo que no haya una única organización, ideología o figura a la cabeza del movimiento. Esta monumental rebelión está más bien compuesta por organizaciones civiles y políticas con filiaciones religiosos, laicas y políticas diversas, y el "liderazgo" es colectivo. No estoy al tanto de que en las calles se canten eslóganes religiosos; por el contrario, al menos uno de los cánticos que entonaba la multitud en la plaza Tahrir apuntaba en otra dirección: "Nuestra revolución es civil; no es violenta, ni religiosa".

            Las organizaciones islámicas como la Hermandad Musulmana están presentes en el movimiento, aunque constituyen solo una pequeña fracción de su amplia base de apoyo. También en eso hay pocas similitudes entre el islam político de Egipto y los gobernantes islamistas de Irán.

            La Hermandad no lidera el levantamiento. Incluso no estaban seguros de participar de las manifestaciones durante los primeros días, por miedo a represalias. En términos estratégicos, se cuidaron de no confrontar con el Estado y no recurrieron a la violencia durante las tres décadas que duró la era Mubarak.

            Además, cuando decidieron finalmente participar del actual levantamiento, dejaron en claro que no tenían intención de participar en ningún gobierno post-Mubarak. A diferencia de los islamistas iraníes en 1979, la Hermandad no intentó apoderarse del movimiento popular ni darle un cariz religioso. En cambio, se unieron a una coalición de grupos opositores integrado por corrientes políticas de la más variada orientación: nacionalistas, secularistas, izquierdistas e independientes.

            El desinterés de la Hermandad por el poder en un posible gobierno parece genuino, considerando que en elecciones libres podría obtener un caudal sustancial de votos. En términos políticos, el grupo puede parecer similar a Hezbollah, del Líbano, aunque con menor apoyo. Pero, ideológicamente, es muy diferente a ese grupo, y por ese mismo motivo, de los islamistas de Irán.

            De hecho, la Hermandad atraviesa un proceso de transformación ideológica. Desde hace varios años, está sumido en un ríspido debate interno entre la vieja guardia y los líderes "jóvenes".

            Mientras que la vieja guardia sigue en su encrucijada ideológica -repitiendo el lema "El Islam es la solución"-, los cuadros más jóvenes ven en el partido de gobierno turco, el AKP, un modelo de gobierno islámico. Este vuelco hacia un concepto de democracia moderna significa un alejamiento radical de la adhesión al concepto de shura de los Qur'anic, en los 90, una noción vaga de gobierno autoritario, pero sujeta al principio de consulta popular.

            El giro de la política religiosa en Egipto va más allá de la Hermandad. El grupo islamista Al-Gama?a al-Islamiyya, que ejerció una violencia atroz contra funcionarios, coptos y turistas en los 80 y 90 para instalar en Egipto un estado islámico, sufrió un cambio significativo hacia fines de los 90: depuso las armas y el islamismo radical, y optó por trabajar como partido político para alentar el proselitismo pacífico y dentro del marco legal, aunque el gobierno se negó a autorizar al grupo.

            De hecho, hay señales de que toda la región está experimentando un cambio en su política religiosa. En Túnez, luego de la revuelta que derrocó al régimen de Ben Alí, el grupo islámico más importante es Al-Nahda, aunque no es un partido islamista, sino que más bien aspira a formar a musulmanes piadosos dentro de un encuadre democrático.

            El modelo de "gobernabilidad musulmana" que proyectan Al-Nahda en Túnez, los "jóvenes" de la Hermandad en Egipto, los reformistas de Irán y demás grupos es el del AKP, que gobierna Turquía desde 2002. En medio fuertes controversias, este partido islámico implementó importantes reformas que tuvieron un efecto democratizador generalizado. Recep Tayyip Erdogan, premier turco, es ahora uno de los líderes más populares del mayoritariamente musulmán Medio Oriente.

            No pretendo minimizar las limitaciones de estas organizaciones islámicas en términos de derechos individuales, pluralismo religioso y prácticas democráticas. Sin embargo, la crisis legítima que atraviesa el islamismo debido a su continua negligencia y violaciones a los derechos de sus pueblos es señal del surgimiento de una nueva era, caracterizada por la búsqueda de una forma de gobierno religioso diferente: que busque alentar la sensibilidad religiosa de la sociedad y, al mismo tiempo, se tome la democracia en serio.

Poder y religión

            Irán. Teocracia chiita. En 1979 se instaló el régimen de los ayatollahs, una teocracia en la que las principales decisiones son tomadas por clérigos.

            Arabia Saudita. Monarquía absolutista. La dinastía gobernante profesa una de las ramas más estrictas del islam. El Corán es la Constitución y la shariah la base del sistema legal.

            Turquía. República parlamentaria. El partido islámico AKP llegó al poder de esta república laica en 2003 y, desde entonces, conduce un gobierno moderado.

            Líbano. República parlamentaria. El reciente nombramiento de un primer ministro respaldado por el grupo radical islamista Hezbollah despertó temores.