Beatriz López Barreiro
Crisis e inmigración: nuevos contextos, nuevos conflictos

RESUMEN

La comunicación que se presenta es fruto tanto de una observación permanente de los cambios que se están produciendo en el ámbito de la inmigración como de la experiencia de intervención que Acción en Red Madrid lleva a cabo a través de sus programas del Área de Inmigración y Relaciones Interculturales: el Programa de Formación Integral para Jóvenes y el grupo intercultural de mujeres Caminando Juntas Hacia la Igualdad.

La situación de crisis económica y laboral actual podría estar generando nuevas situaciones de conflicto en relación con la población inmigrada. La más llamativa sería su progresiva invisibilidad, la ausencia de discurso en torno a ella tanto en los medios de comunicación como en materia de políticas públicas. Su marginación económica y su desaparición social podrían llevarle a buscar la inclusión en los ámbitos religiosos y etno-culturales, lo que unido al sentimiento de competencia por los puestos de trabajo por parte de la población autóctona, contribuiría a alimentar una peor consideración de la misma.

Otros problemas derivados de este contexto de crisis son los de las jóvenes obligadas a retornar a sus países, solas o con sus familias, debido a las nulas oportunidades económicas y laborales en España. Para estas chicas, habituadas a convivir con valores democráticos e igualitarios, el retorno agudiza el conflicto intergeneracional ya que implica perder  oportunidades educativas y vitales e incluso derechos fundamentales, especialmente en materia de género.

Los conflictos de género se dan también entre mujeres que, o bien se niegan a emprender el camino de vuelta junto con su familia, o lo hacen obligadas por la presión social y familiar, porque el aumento de su autoestima adquirido en el proceso migratorio les ha proporcionado una libertad y una autonomía que antes no tenían y que temen perder una vez regresen a su país.

PALABRAS CLAVE:
inmigración, crisis, género, integración, conflicto.

Hay un acuerdo relativamente amplio sobre el hecho de que el proceso de integración de la población inmigrada y autóctona en nuestro país ha sido, en líneas generales y salvo contadas excepciones, un fenómeno carente de conflictos sociales. Esto no significa que la integración se haya dado de la mejor de las maneras posibles o que no quede aún mucho por hacer, pero sí es justo resaltar que, en contra de lo que muchos pensaban o temían, no han saltado las alarmas ni los problemas que en otros países europeos se han dado.

Pero cuando parece que en dicho proceso de integración se están consiguiendo ciertos avances, llega la crisis y con ella nuevos problemas, nuevas dinámicas y nuevas ocasiones para posibles situaciones conflictivas; algunas ya se están dando y otras podrían desatarse a medio o largo plazo.

Estos nuevos conflictos podrían clasificarse en dos grandes bloques: los que surgen internamente, en el ámbito de las familias inmigradas, a causa de la aparición de nuevas situaciones y necesidades, y los que podrían darse en el futuro en materia de integración y convivencia, y que surgirían en razón de la actual y progresiva invisibilización de este sector de la población.

Uno de los problemas más llamativos que se está detectando con esta crisis es la ausencia de un discurso sobre la inmigración, tanto en los medios de comunicación como desde las instituciones públicas. Parece que cuando la crisis afecta de manera tan extensa y profunda a la población autóctona, no cabe acordarse de la inmigrada. Es su desaparición de la preocupación social, de las reivindicaciones, de las movilizaciones y de la exigencia de medidas  políticas lo que puede dar lugar a que se desaten futuros conflictos, especialmente de la mano de los hijos e hijas de esa primera generación de inmigrantes que, a pesar del gran sacrificio de sus padres, se van a encontrar con todavía menos oportunidades que las que han tenido ellos. Esto va a resultar difícilmente aceptable por aquellos padres que no hayan podido cumplir con las expectativas que les empujaron a venir, pero más aún por los jóvenes que se encuentran con sus posibilidades educativas y laborales tan mermadas que su inserción social puede fracasar. Hay un riesgo latente de que su exclusión laboral y social les lleve a ser segregados como posibles competidores en la escasez, o que traten de defenderse del rechazo refugiándose en la autosegregación.

A esta situación de posibles conflictos sociales podría contribuir también el empeoramiento de la percepción de la inmigración que ya se está dando en una parte de la población autóctona, producido en parte por un sentimiento de competencia ante las escasas ofertas laborales existentes en este momento. A pesar de que el argumento de sobreutilización y abuso de los sistemas de protección social entre la población inmigrada está totalmente injustificado, según algunas encuestas, el rechazo hacia a la inmigración crece en todos los países europeos (entre 2004 y 2008 los encuestados que sostenían que las políticas de inmigración españolas eran demasiado tolerantes aumentaron del 24 al 42 %) y el inmigrante es visto por una cada vez mayor parte de la población como un competidor en el acceso de prestaciones o servicios públicos.

Según recoge un informe elaborado por el colectivo IOÉ, esta situación de crisis ha supuesto un aumento de la polarización en las diferentes posiciones de la población con respecto a la inmigración. La cifra de reacios aumenta desde un 30% (2005) a un 37% (2010), el número de ambivalentes disminuye de un 46 a un 30%, aunque también hay que decir que aumenta la cifra de tolerantes de un 24 (caída brusca a favor de los ambivalentes en el año 2005) a un 33%. Es decir, actualmente la opinión pública española está dividida en tres grupos similares en tamaño pero con predominio de una visión negativa hacia la inmigración, dado que según  este estudio la ambivalencia se aproxima más al rechazo que a la tolerancia. “El crecimiento de la inmigración y el auge de discursos de sospecha y prevención de los primeros años del siglo y, a continuación, los efectos de la crisis económica, han apuntalado un incremento en las posiciones de resquemor, defensivas o de rechazo respecto a la población inmigrante en España” (1).

La realidad es que existe un incremento de la desigualdad social (recortes, privaciones en el Estado de bienestar) que puede llevar, si no está llevando ya, a una crisis de cohesión social. El riesgo de pobreza afecta ya a más de uno de cada cinco hogares; pero para las familias inmigradas la tasa supone el doble que para las familias autóctonas. Y la situación es aún más complicada para aquellos que llevan menos tiempo en el país y tienen menos redes familiares.  Está por ver cómo estos cambios pueden modificar los proyectos migratorios.

Se da una cierta situación de desamparo; el Estado de bienestar no hace frente a este contexto de vulnerabilidad social y la mayoría de los servicios sociales públicos que se han suprimido prestaban atención a personas inmigradas, según Cáritas. La supresión por parte del actual gobierno del 100% de los Fondos para la Integración de Inmigrantes y que se destinaban principalmente a Comunidades y ayuntamientos ha hecho que muchos de estos recursos desparezcan.

Familias

Pero esta situación de crisis no sólo afecta en el ámbito laboral sino que tiene consecuencias muy negativas en las relaciones familiares. Por un lado, entorpece el proceso de reagrupación de los hijos e hijas y se dan rupturas en los vínculos familiares (Cáritas, UNICEF): alguno de los cónyuges se va a buscar trabajo a otro país europeo, o al país de origen, o mandan a alguno de sus hijos con parientes para que la carga familiar sea menor. Aumentan también los conflictos generacionales, como veremos a continuación, y los problemas de hacinamiento y desahucios.

Jóvenes

La reagrupación de menores por parte de sus familias ha disminuido, la mayoría de los jóvenes reagrupados lleva aquí varios años y la evolución de las problemáticas sociales que les atañe venía siendo positiva hasta que llega la crisis y surgen nuevos problemas.

¿Qué sucede con aquellos jóvenes que, llevando ya tiempo aquí, se ven enfrentados a la decisión de sus familias de retornar debido a la crisis? Conocemos algunos casos de primera mano y la situación de estos chicos no es nada fácil. Por un lado, sienten el miedo al camino de vuelta, a volver a dar el paso en sentido inverso y dejar lo que ya conocen y aceptan como suyo, esta sociedad de la que forman parte; en muchos casos estos jóvenes llegaron a España a una edad muy temprana, llevan más años aquí que en su país de origen y apenas recuerdan nada de su infancia; sus vínculos más fuertes están ya en este país, con su familia y amigos, y no quieren dejarlos. En algunos casos, incluso, la lengua puede ser una dificultad. Otras veces el problema es más profundo. Ya no sólo se trata de dejar atrás lazos sociales o una oportunidad educativa más difícil de conseguir según en qué países, sino que el cambio consiste en pasar de una sociedad y una cultura democráticas y con unos valores asumidos, a otra en la que no están normalizados los mismos derechos en relación con la posición socio-económica o de género.

Un caso especial es el de las chicas de determinadas procedencias nacionales que se ven obligadas a regresar a unos países en los que, por el hecho de ser mujer, sus oportunidades laborales y vitales se verán muy mermadas, e incluso quizás se las obligue a casarse con quien no desean. Aunque en muchas de estas familias había un conflicto interno importante entre los padres, que siguen comportándose según las costumbres y valores de su país de origen y/o su religión, y las hijas, que se encuentran más cómodas con los valores propios de esta sociedad que reconocen como suya, este conflicto es más o menos asumible y manejable para ellas porque la presión social externa les es favorable. Ahora bien, saben si que si vuelven a su país de origen la situación se va a complicar mucho más. ¿Qué soluciones les quedan?

Algunas de las jóvenes que conocemos y con las que llevamos a cabo una actividad social no tienen alternativa y se resignan a marchar, aunque lo hacen con la firme voluntad de estudiar en la universidad y poder escapar lo antes posible de la autoridad paterna.

Por otro lado, cuando parece que hay cierta inserción y adaptación a un sistema educativo que hace unos años les era desconocido y el éxito escolar crece poco a poco, los problemas personales y familiares causados por la crisis económica suponen un batacazo en esta posible mejora académica. Algunos de estos chicos y chicas se encuentran con la obligación de tener que trabajar por las tardes en los negocios de sus padres que no siempre otorgan a las obligaciones académicas de sus hijos la importancia que debieran, a buscar algún empleo por horas o a quedarse en casa cuidando de sus hermanos pequeños mientras sus padres trabajan más de lo que ya lo hacían. En familias de varios hermanos, habitualmente son ellas las que se quedan en casa cuidando de los demás bajo un mandato paterno que refuerza la división sexual del trabajo en las jóvenes generaciones que ya no ven de igual manera estos roles, y que atribuye a estas chicas el papel de cuidadoras poniendo estas obligaciones familiares por encima de las académicas. Muchas de estas jóvenes, a pesar de no estar de acuerdo con esta división de tareas, acatan lo que sus padres ordenan por evitar más conflictos en la familia o porque no tienen otra alternativa.

Aunque estas circunstancias no suelen suponer el abandono escolar, sí dificultan mucho el éxito de su proyecto educativo ya que, en el mejor de los casos, los más perseverantes estudiarán por las noches, pero todos se encontrarán sin tiempo suficiente y sin la ayuda extraescolar que en los casos que conocemos y citamos recibían por las tardes.
¿Qué pasará a partir de ahora? ¿Estas nuevas situaciones supondrán una barrera en el proceso de integración y pertenencia social de estos chicos? Es muy pronto para evaluar las consecuencias futuras de esta situación, pero parece evidente que si continúa durante varios años en la misma línea, las oportunidades que estos jóvenes tendrían de educarse y acceder al mercado laboral en igualdad de condiciones que los jóvenes autóctonos podrían disminuir considerablemente y se verían obligados a ocupar los puestos de trabajo menos cualificados, quizás en peor situación que la de sus padres.

Mujeres

Estas situaciones intrafamiliares se complican especialmente en el caso de las mujeres. Muchas de las que han llegado a España en estos años proceden de países en los que la división de los roles de género está muy marcada. Dependiendo de su procedencia rural o urbana, de su grado de formación académica o de su grado de vinculación con determinadas creencias y tradiciones, las mujeres asumen con mayor o menor aceptación el papel subordinado que se les atribuye en la familia y en la sociedad a pesar de ser quienes sostienen las mayores cargas y responsabilidades. La emigración supone para muchas de ellas descubrir una sociedad más igualitaria para con ellas, con más libertad y menos control social. La paradoja es que, en algunos casos, y aquí hay que hacer un paréntesis, no es infrecuente oír críticas de madres que se quejan de lo “liberal”que es esta sociedad en referencia al peligro en materia de comportamientos y costumbres de muy diverso tipo que adquieren sus hijos e hijas.

Pero volviendo a las mujeres en tanto que mujeres y no solo como madres, lo cierto es que su vida en España les ha permitido conocer y disfrutar de valores de igualdad (en lo que a su trato como mujeres se refiere) y libertades que en sus países de origen no tenían. Ello ha hecho que la vida de un buen número de ellas haya cambiado sustancialmente y que su autoestima, su sentido de la libertad y, en consecuencia, su autonomía hayan aumentado considerablemente. En algunas ocasiones esta actitud ha supuesto la ruptura de parejas en las que el “esposo” no se ha adaptado igualmente a los nuevos usos y valores y la mujer ya no está dispuesta a someterse al control habitual, situación en la que la opinión social le es relativamente favorable, a diferencia de la de su país de origen. En otros casos la ruptura no se produce, pero no porque haya un cambio de mentalidad en el marido sino porque aun no aceptando ni compartiendo esos valores, éste se resigna porque no ve reforzadas por los demás sus propias ideas, al menos, fuera de su entorno más próximo.

Ahí tenemos un motivo de conflicto que no por producirse en el ámbito privado deja de tener una proyección social. Cabe recordar que todo proceso de transformación lleva aparejado el conflicto pero que no siempre el conflicto es negativo, sino simplemente inevitable. En este caso, podemos decir que la conflictividad de género, agudizada por la precariedad económica producto de la crisis, tiene una evidente carga negativa de sufrimiento y ruptura sobrevenidas a la ya experimentada por el hecho de emigrar, pero tiene una carga positiva que se traduce en un cambio de mentalidades, de actitudes y de comportamientos que, en el caso de las mujeres, pueden significar empoderamiento, independencia y desarrollo de sus capacidades.

¿Qué pasará con estas mujeres si se ven obligadas a regresar a su país de origen, en el que estos nuevos comportamientos y valores no están tan asumidos ni generalizados? Muchas de ellas no quieren regresar, se resisten a emprender el camino de vuelta y perder lo que han ganado para sí mismas en el duro proceso de la inmigración. Incluso aunque no regresen junto a un marido que ahora sí encontrará el apoyo social y cultural de los usos y costumbres de cada lugar, aunque regresen solas, el ambiente que las va a rodear, las podría empujar a retomar su papel de siempre en la familia y en la sociedad. Una situación en la que otro conflicto más estaría servido.

CONCLUSIONES

La principal idea a resaltar como conclusión de esta exposición es que las nuevas problemáticas que surgen en el ámbito de la inmigración a causa de la crisis económica, junto al hecho de que no se hable de ellas y que las políticas públicas no se preocupen por proteger a aquellos a los que más les afectan, podrían provocar en el futuro algunas situaciones de conflicto hasta hoy desconocidas.

Que ello no se trate, que no se hable de estas nuevas situaciones, no significa que no existan. Es imprescindible esforzarnos por hacerlas visibles y contribuir a paliar sus consecuencias. En primer lugar por el sufrimiento que provocan en no pocas personas pero también porque su generalización podría aumentar el riesgo de fragmentación social. Si las personas que sufren se sienten olvidadas y excluidas, podrían buscar su acomodo social y su sentido de pertenencia en un repliegue identitario nacional o religioso en el que se sientan protegidas y aceptadas, aún a costa de anteponer la diferencia por encima del sentimiento de ser parte de la sociedad, puesto que las ha invisibilizado y se ha desentendido de ellas.

No cabe sino prevenir, y hacerlo significa, entre otras cosas, no olvidar que un 12% de la población que vive en España es de origen extranjero e inmigrante, que por mucha crisis que haya la mayoría ya vive establemente aquí y se va a quedar, que son cientos de miles los y las jóvenes de origen extranjero que consideran que este es su país y que tienen el mismo derecho que todos los demás a que no se les eche y a exigirlo.

La visibilización de estos problemas -que no son solo económicos- nos permitirá ver también cuántos aspectos positivos ha significado el proceso migratorio para muchas personas, un proceso que no está concluido y que reclama la necesidad de no abandonar la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, y la exigencia de respeto a la diversidad en el marco de unos valores comunes.
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1 Colectivo IOÉ: Impactos de la crisis sobre la población inmigrante. Estudio promovido por la OIM .

Ponencia del Área de Inmigración y Relaciones Interculturales de Acción en Red-Madrid presentada por Beatriz López Barreiro en el Seminario Internacional Análisis, Prevención y Transformación de Conflictos en Contextos de Inmigración, Sección 3, “Conflicto y migración en contextos locales: estudios de caso y experiencias prácticas”, que tuvo lugar los días 11 y 12 de abril de 2013 en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, organizado por el Instituto Universitario de Investigación sobre Migraciones, Etnicidad y Desarrollo Social.