Carlos Elordi
La derecha puede darse un batacazo y
Podemos es crucial para ello

(eldiario.es, 29 de septiembre de 2014).

Más allá de la satisfacción que un batacazo de Rajoy y de los suyos producirá en quienes no son de derechas, no está claro si eso va a tener consecuencias beneficiosas para el país.

Desde ahora y hasta noviembre del 2015, la prioridad absoluta para todos los partidos y formaciones políticas son y serán las elecciones. Las autonómicas y municipales, pero, sobretodo, las generales. Estando la crisis catalana en vísperas de estallar, la economía empeorando a marchas forzadas y la situación social peor que nunca, que lo sustancial de la energía política
se vaya a dedicar a conseguir votos o a no perderlos parece un despropósito.

Pero es lo que hay y, además, no es despreciable. Porque lo de votar es de lo poco bueno que le queda a nuestra democracia. Y porque cualquier cambio del rumbo político, factor imprescindible para hacer frente a los citados problemas, requiere que se modifique la actual relación de fuerzas. Lo que queda por saber es si es posible que eso ocurra. O dicho de otro modo, si es razonable
pensar que la derecha puede dejar de dominar el panorama.

A la luz de las dinámicas en curso, esa eventualidad no puede descartarse. No es fácil que se produzca: deberían conjugarse varios procesos cuya suerte, hoy por hoy, es incierta, y, además, el resultado final puede ser de difícil gestión.

Pero el que hoy pueda plantearse esa hipótesis es un gran avance: hace sólo seis meses, hablar de ello habría sido un sinsentido.

Tres son los elementos en los que se sustenta. La espectacular irrupción de Podemos en la escena política es el primero de ellos. El segundo es la caída de las posibilidades electorales del PP, avanzada por los resultados de las europeas, confirmada por los sondeos posteriores y agravada por la cada vez más desastrosa gestión del Gobierno. La retirada de la ley del aborto, sea cual sea el futuro que le espera al asunto, puede haber abierto un nuevo flanco en el partido de Mariano Rajoy. Porque la posibilidad de una fuga de votos por su derecha –más hacia la abstención que hacia una nueva formación de ultraderecha, muy difícil de gestar- es hoy más real que nunca.

Y esta corriente sólo podría revertirse si desaparece el actual radicalismo antigubernamental de la Conferencia Episcopal. Y para eso, o bien el Vaticano toma cartas en el asunto, o bien el Gobierno ofrece a los obispos reconstruir su ley del aborto por otras vías, lo cual podría producir en el sector menos clerical del electorado 'pepero' las mismas reacciones de rechazo que han llevado a cargarse el proyecto de Gallardón.

El tercer factor novedoso –quienes gustan del adjetivo podrían decir que "histórico"- nace de la crisis catalana. Aunque de aquí a que se celebren las generales en este terreno puede pasar de todo, hoy por hoy, pase lo que pase, ya se vislumbra que CiU no le dará al PP los votos que podrían hacerle falta para que su Gobierno sea aprobado por las Cortes si no obtiene la mayoría absoluta. Y cabe pensar que el PNV no le sacaría las castañas del fuego. Entre otras razones, porque eso podría dejar el gobierno vasco en manos de Bildu.

La conjunción de estos tres elementos daría como resultado el de una derecha que aún siendo el primer partido sería incapaz de formar gobierno. O bien constituiría uno que estaría amenazado de derribo desde el primer día. Porque la mayoría del parlamento estaría en manos de la izquierda. Sin duda fragmentada, pero cabe suponer que todas sus partes coincidirían al menos en que ninguna de ellas iba a aportar sus escaños para que el PP siguiera gobernando tranquilamente.

Es cierto que la posibilidad contraria existe. Es decir, que no puede descartarse a priori que el PSOE se avenga a formar una "gran coalición". Hay dirigentes socialistas que están por ello.

Pero la posibilidad de que un experimento como ese le lleve a su partido terminar como el Pasok griego, es decir, prácticamente borrado del mapa, lleva a otros muchos a rechazarla de plano.

El devenir del panorama político y económico en el próximo año puede influir en todos y cada uno de los elementos hasta aquí citados. La crisis catalana puede actuar en dos sentidos opuestos: puede agravar la sensación de desgobierno y de incapacidad de Rajoy, con las consecuencias electorales que ello tendría, o, por el contrario, puede generar en la ciudadanía la sensación de una emergencia nacional que reforzaría el papel del gobierno central y haría
olvidar algunas de sus limitaciones. También por eso el PSOE debería tantearse la ropa antes de sumarse a un frente anti-catalán.

La situación económica presenta menos incógnitas: todo indica que no va a mejorar –y es espantosa- y que la recuperación que el Gobierno viene vendiendo desde hace un año se va a quedar en agua de borrajas. Hasta el ministro De Guindos lo ha reconocido aunque a los pocos días le hayan obligado a desdecirse y a apuntarse a las nuevas mentiras sobre las perspectivas de crecimiento que ha fabricado su colega Montoro para vender el presupuesto de 2015. Que es una vez más restrictivo en todo y para todos, menos para los amigos del Ejecutivo, que seguirán recibiendo sus subvenciones. Pero por mucho que engañe, parece claro que la economía no va dar votos al PP. Puede que le quite aún más.

Antes de las generales, vienen las municipales y autonómicas. Si se cumplen las tendencias que apuntan los sondeos, sus resultados y, en concreto, la previsible pérdida de votos y posiciones del PP, pueden ser un adelanto de lo que ocurriría en las generales.

Aunque en política lo más seguro puede dejar de serlo de un día para otro, todo indica que pintan bastos para el PP. Lo malo es que, más allá de la satisfacción que un batacazo de Rajoy y de los suyos producirá en quienes no son de derechas, no está claro si eso va a tener consecuencias beneficiosas para el país. Porque no se ve por ningún lado que sea posible un entendimiento entre las demás fuerzas.

Pero también eso puede cambiar si los acontecimientos se producen en el sentido hasta aquí indicado: si se dan las condiciones favorables, un acuerdo puede nacer sobre la marcha. En cualquier caso, un fuerte deterioro del PP, que podría terminar siendo una derrota, se producirá necesariamente a costa de un éxito de alguno de sus rivales. El PSOE, hoy por hoy, no parece llamado a protagonizarlo. Podemos, sí. Porque la voluntad de cambio que late en amplios sectores de la sociedad tiene en esta fuerza a su principal referente. Y si la cosa no se les tuerce a Pablo Iglesias y a los suyos y Podemos obtiene más de 3 millones de votos en las generales, tal y como algunos pronostican, las nuevas Cortes van a traer muchos cambios. Y aunque puede que no sean todos buenos, esa perspectiva es, por lo menos, una esperanza.