Carlos S. Olmo Bau

Hibridaciones a ruedapié
(Página Abierta, 183, julio de 2007)

            El de hibridación es un concepto procedente del mundo de las ciencias naturales que, de un tiempo a esta parte, viene empleándose también en las investigaciones antropológicas, sociológicas, estéticas, filosóficas,… y en ese cajón de sastre que, en definitiva, son los denominados estudios culturales.
            No es, precisamente, un concepto unívoco. De hecho es posible encontrarlo referido a significados distintos y tiene una carga de equivocidad de la cual parece no querer desprenderse. Además su traslado desde la genética (aunque en español es también un término químico) no ha estado exento de polémica.
            Sin embargo el modo de pensar las identidades, la cultura, la diferencia, las desigualdades, los procesos descolonizadores, los flujos interétnicos, las dinámicas globalizadoras, los entrecruzamientos artísticos… se ha visto sacudido por la irrupción de ese término. Una irrupción que ha modificado algo más que las maneras con que hablamos de esas y otras cuestiones.
            ¿A qué hace referencia la palabreja de marras, en esos ámbitos? A los más variados procesos socioculturales en los que estructuras y prácticas que existían de forma separada con anterioridad se combinan o acoplan generando nuevas estructuras, nuevas prácticas, nuevos objetos o nuevos sujetos.
            Así planteado es un concepto que permite lecturas abiertas y plurales de mezclas y alianzas de todo tipo, más allá de la unión de pares (local/global, tradición/innovación, centro/periferia, rural/urbano, Norte/Sur…). Un concepto que obliga a repensar nociones vinculadas a otros procesos parejos (migratorios, de intercambio económico, comunicacionales, identitarios, de integración, de recuperación…) desde la conciencia de la ambivalencia e incluso contradicción que pueden conllevar, asumiendo que el conflicto es un agente que opera en unas dinámicas en las que hay lugar incluso para el desgarramiento.
            Se trata, pues, de procesos más de intersección y transacción que de ósmosis, en los que no todo se reduce a fusión y cohesión sino que, antes bien, confrontación y diálogo también juegan su papel.
            Puede plantearse que hibridación matiza, envuelve e incluso hace suyos otros conceptos como los de mestizaje, sincretismo, transculturalidad o creolización, entre otros.
            Por lo demás, en cuanto que noción relativa a una realidad procesal, constituyente, en movimiento (se habla de hibridación no de hibridez) no debe olvidarse que el término en cuestión se define y llena de sentido no sólo desde la teoría sino también, igual o más, desde la praxis.

Arte e hibridación

            Dentro de esas prácticas, las artísticas ilustran a la perfección la evolución de un concepto que hunde sus raíces en dinámicas y expresiones anteriores a la extensión del actual uso de dicho término.
            La creación musical, sin ir más lejos, es un terreno en el que la mezcla lleva tiempo asentada. Basta pensar en el Jazz, el Blues-Rock, el Flamenco-fusión, las diferentes expresiones de eso que viene en llamarse ‘música de raíz’, con la reelaboración del folclore tradicional  o la presencia de melodías y maneras étnicas en la música contemporánea como estandartes, la reinterpretación de la música clásica, la construcción de nuevos instrumentos e incluso de nuevos lenguajes…
            Al hilo cabe tomar también como referentes el “Arte Sonoro” o la incorporación de los “sonidos no musicales” a la escultura, primero, las instalaciones de todo tipo (no sólo en formato vídeo) después… en traslaciones diversas de la música, la palabra, el silencio, el ruido,… a las artes visuales. En ese sentido el término aquí manejado se emparenta con el de Intermedia, creado por el artista  “Fluxus” Dick Higgins para referirse a los nuevos emplazamientos y maneras de las actividades artísticas entre distintos medios.
            Como ejemplo, el anterior tiene además la virtud de recordar que en una arqueología de la hibridación artística cabe remontarse a las vanguardias de principios del siglo XX o analizar cómo el concepto ha penetrando en debates clásicos (la relación imagen-palabra, por ejemplo) para romper las coordenadas entre las que habitualmente se desarrollaban.
            El número de experiencias ilustradoras de la heterogeneidad de los procesos que encajan en un concepto  abierto que, como el de hibridación (y no es el único) asume y conlleva la trasgresión, disolución y confusión de las convencionales fronteras del arte es inmenso.
            Baste recordar, a modo de botón de muestra, que Antoni Muntadas, que el pasado año visitaba el Centro Párraga de Murcia dentro del ciclo-curso “Territorios Mutantes”, llamó Hibridos  al conjunto de proyectos expuestos ya en 1988 en el madrileño Centro de Arte Reina Sofía.

Ruedapiés

            En el mismo Centro Párraga tuvieron lugar, entre el 22 y 27 de enero de este año, los pre-estrenos y estrenos de “Hibridación”, un espectáculo de danza integrada  a cargo de la compañía Ruedapiés. Una obra que, con algunas variaciones derivadas del espacio físico, ha sido también representada en el certamen de danza contemporánea Mu-danzas 07, de Cartagena y de nuevo, más recientemente, en Valencia.
            El de danza integrada es un concepto directamente emparentado con otros quizá más extendidos, como el de danza en la diversidad o el de danzas inclusivas. Como éstos, alimenta un cambio de paradigma, no solamente estético, en ésta y otras artes. La aceptación de todos los cuerpos, de todas las mentes y las diferencias consecuentes, no sólo como parte más o menos llamativa del espectáculo, sino como elemento fundamental y característico de los más diversos procesos formativos y creativos.
            Todas son danzas en las que tienen cabida personas que han sido normalmente excluidas de sus circuitos y prácticas, tanto en el momento de su aprendizaje como en el de su ejecución pública.
            Tomando a las personas con discapacidad como ejemplo paradigmático, el segundo de los conceptos citados –danza en la diversidad- haría referencia a iniciativas dirigidas a, o protagonizadas por ellas; mientras que el primero –danza integrada– se aplicaría a colectivos en los que personas con y sin discapacidad, y con diferentes discapacidades, trabajan conjuntamente y aprenden colectivamente.
            En esta última dinámica se inscribe el quehacer de la compañía Ruedapiés. Una dinámica en la que se entrelazan renovación estética, terapia e integración social en el desarrollo de proyectos que se desenvuelven en diferentes ámbitos –educativo, divulgativo y creativo- tomando cuerpo en forma de talleres, seminarios, conferencias, jornadas, improvisaciones, juegos coreográficos, vídeos, performances y espectáculos en calles o salas.
            Como compañía, de hecho, surge de un taller de Danza Integrada impartido por quien es hoy su directora, Marisa Brugarolas. Un taller que se constituye como un espacio de aprendizaje e incluso innovación de movimientos y de técnicas; pero también como un ámbito de conocimiento y reconocimiento del propio cuerpo, de otros cuerpos, de prejuicios, de ideas preconcebidas, de nuevas ideas, de aperturas,… y que es también tanto un lugar/momento para la reflexión individual y colectiva como una esfera permeable para la expresión. Expresión in situ, primero; en vídeo (“Un día cualquiera”), después; en salas y calles, más tarde.
            “Rodando por la calle” es, precisamente, el título del anterior espectáculo de esta compañía. Tiene también al festival Mu-Danzas –su quinta edición, marzo y abril de 2006- y al Centro Párraga – II Jornadas Universitarias de Danza Contemporánea, mayo de ese mismo año- como referencias geográficas y temporales. La breve presentación en los folletos de ambos eventos es todo un manifiesto: “Unos venimos sobre pies, otros sobre ruedas; unos con paso firme, otros tambaleándonos. Aquí nos encontramos, entrelazados por el movimiento de nuestros cuerpos, en el vaivén de lo diferente, en la mezcla de lo singular”.
            Esta celebración de la diferencia y de la aceptación (del otro, de sí), en la línea de aquella vieja idea repetida en pintadas sobre viejos muros –igualdad para vivir, diversidad para convivir- tiene continuidad en el espectáculo que anima estas líneas.
            Esta “hibridación” a cargo de Ruedapies se define como un proyecto de amplio espectro que tiene en la representaciones citadas sus primeras entregas pero que, por una parte, se ramifica en otras expresiones (exposiciones fotográficas, seminarios, edición de DVD, página web…), y por otra se adapta, en un constante estrenarse, a cuantos espacios visita o a cuantas circunstancias lo rodean, transformándose en cada (re)presentación.
            Ruptura de la jerarquía expresiva, permeabilización de fronteras con otras artes (teatro, poesía,…) y apuesta por la autoría colectiva caracterizan también una obra que se despliega desde la latencia, la oscuridad y el deslumbramiento iniciales hasta la piel, la caricia, el movimiento pluri-rítmico, en un sucederse de micropaisajes en el que música y voz en off dialogan sobre el silencio, el viaje, la penumbra, el cuerpo…
            El espectáculo, ya desde el tríptico editado para su primer estreno, reivindica para sí un carácter rizomático. No es casual este uso de un término que remite al “antifundacionalismo” de Deleuze y Guattari: el proyecto de Ruedapiés, tanto en su vertiente artística como cognoscitiva, se elabora simultáneamente desde todos sus puntos y cualquiera de sus elementos puede incidir sobre otros y sobre el resultado final.
            Ese rizoma alcanza su máxima extensión a través de la implicación de los y las asistentes en el desarrollo del espectáculo. Al hibridar con el público, invitándolo a moverse por la sala, adivinando a veces recorridos de pies, ruedas, sillas, luces, telas,… se traslada a dicho público, aunque sea por un instante, los aspectos básicos de esa comunidad de aprendizaje y expresión, haciéndolo partícipe de una exploración conjunta de las muchas posibilidades de moverse y comunicarse que los diversos cuerpos tienen.
            Desde esa complejidad se desarrolla una danza que hunde sus raíces en la necesidad de decir y que se expresa a través de movimientos catalizadores de sentimientos, emociones, afectos y pasiones. Una danza que se ve a sí misma, también, como una herramienta de reflexión y debate, como un lugar de encuentro, como un arte para la comunidad y para la conciencia, como una dis-utopía en la que el espectador es actor y ciudadano, como un espectáculo que nos enfrenta a nosotros mismos, como un hábitat de resistencias, como un espejo de una sociedad a la que cuestiona, a la par que refleja, intentando transformar realidades desde un esfuerzo cargado de una enorme intensidad poética y que empieza con un pequeño gran  logro: modificar la manera en que miramos a la propia danza.