Carlos Vaquero
Nelson Mandela. Violencia y no violencia en el
desmantelamiento del apartheid en Sudáfrica

(Página Abierta, 230, enero-febrero de 2014).

Nelson Mandela entra en contacto con el Congreso Nacional Africano (CNA) a comienzos de los años cuarenta, sobre todo a través de Walter Sisulu, una de las influencias clave en su vida y con el que compartió no sólo una larga amistad, sino 25 años de cárcel.

El CNA, que se funda en 1912 con el objetivo básico de que los africanos fueran ciudadanos de pleno derecho en Sudáfrica, va a estar muy influenciado por la tradición de desobediencia civil del Congreso Indio, organización fundada por Gandhi, y con el que el CNA va a establecer una alianza duradera desde 1947. Hay que tener en cuenta que Gandhi vivió en Sudáfrica entre mayo de 1893 y julio de 1914. Y fue allí donde desarrolló las ideas y las estrategias no violentas que luego aplicó en la India.

Hasta 1949, las acciones del CNA se restringieron a los límites de la legalidad; sin embargo, tras su conferencia anual celebrada en Bloemfontein se aprueba un programa de acción que constituyó, en palabras de Mandela, un cambio radical. En esta conferencia accede a la dirección  una nueva generación de militantes procedentes de la Liga Juvenil del CNA, de la que Mandela es uno de sus representantes, y que llama a impulsar de una manera más contundente la protesta no violenta.

Mandela justifica, en ese momento, su opción por la no violencia desde el punto de vista de la táctica y la eficacia, y no como un principio moral inviolable: «Yo consideraba la no violencia del modelo gandhiano no como un principio inviolable, sino como una táctica a ser empleada con arreglo a la exigencia de una situación concreta… Defendí la protesta no violenta en la medida en que fuera eficaz» (1).

La década de los cincuenta es clave para la historia de Sudáfrica y del CNA, pues es cuando se comienza a estructurar el sistema del apartheid. El CNA, dentro de ese espíritu  de mayor desafío, impulsa diversas formas de desobediencia civil y boicot para acabar con las leyes segregacionistas que no logran hacer retroceder al Gobierno, que reprime al movimiento con violencia. Este fracaso lleva a Mandela, ya en 1953, a poner en duda la eficacia de la no violencia para derribar a un  régimen de minoría blanca empeñado en conservar el poder a cualquier precio.

En los escritos de Mandela, no sólo de esos años sino también de los posteriores, la afirmación de que fue el enemigo el que tuvo la responsabilidad, o la culpa si se quiere, de que el CNA tuviera que adoptar la lucha armada está muy presente como justificación de la formación del MK, el brazo armado del CNA. No obstante, fue el CNA, o una parte de él, el que decidió iniciar la lucha armada, con todas las consecuencias y, por lo tanto, con toda la responsabilidad, porque consideraba que era la mejor forma de acabar con el apartheid.

Una nueva generación de jóvenes militantes la puso en marcha sin tener muy definida su estrategia, muy influenciados por el prestigio de la violencia armada y su papel en otros procesos de descolonización en África. Y aunque intentaron controlar, en un primer momento, algunos efectos negativos centrándose en el sabotaje y procurando evitar muertos, la previsible reacción de un régimen acostumbrado a la lucha por la supervivencia y la propia lógica del enfrentamiento militar les llevó mucho más lejos, en una dinámica de la que fue muy difícil dar marcha atrás y cuyas consecuencias negativas se fueron haciendo evidentes según se dilataba la victoria final.

En cuanto a los desafíos, hay que tener en cuenta que el CNA fracasa no exclusivamente por la acción del Gobierno, sino porque lanza sus acciones sin estar suficientemente preparado, sin contar con un apoyo mayoritario de la población, sobre todo en las áreas rurales. Tiene una estructura muy poco sólida y sin recursos organizativos para hacer frente a la represión del Gobierno. Aunque Mandela está a favor de utilizar la violencia política para derrocar al Gobierno a partir de 1953, cree que es prematuro defender su uso sin estar preparado, pues se da armas al enemigo para aplastar a la organización. Esta misma reflexión es posible hacerla con el desafío no violento, y esto es al fin y al cabo lo que sucede, que sin estar preparado se lanza un órdago al Gobierno y se piensa que éste va a rectificar su política. Un Gobierno, de mayoría bóer, fuertemente ideologizado y acostumbrado a resistir en contextos de lucha por la supervivencia.

La formación del Umkhonto we Sizwe (MK-la Lanza de la Nación)

En 1960 la policía sudafricana reprime violentamente una manifestación en el suburbio negro de Shaperville causando 69 muertos. El Gobierno declara, además, ilegal al CNA. En este contexto Mandela cree que ha llegado ya la hora de reconsiderar las tácticas del CNA y cerrar el capítulo de la política no violenta. Para él ya ha dejado de ser eficaz. Plantea la discusión dentro del CNA, aunque la oposición es importante, sobre todo en un primer momento, entre los cuadros del Partido Comunista Sudafricano que tienen una influencia significativa en el CNA. Posteriormente el PCSA cambia de postura y decide crear una organización militar separada y diferenciada del CNA, con las siguientes características:

· La lucha armada no sería el eje central del movimiento. La política del CNA seguiría siendo la no violencia.

· Las acciones armadas se centrarían en el sabotaje, en objetivos que fueran menos peligrosos para las personas pero más dañinos para el Estado.

Con este acuerdo se intenta controlar los efectos negativos que la violencia pudiera tener para la convivencia en una nueva Sudáfrica. Aquí surge la cuestión de hasta dónde es posible controlar, en palabras de Mandela, «un camino de violencia organizada cuyos resultados nadie podía prever». Y más, cuando se empieza a jugar en el terreno en que el oponente está mejor preparado.

Incluso, en su autobiografía hay algunos indicios que hacen sospechar que los límites marcados eran tácticos, y que sobrepasarlos no era una decisión del MK, sino que estaba en manos del oponente, pues era su tipo de respuesta al desafío el que delimitaba el terreno del enfrentamiento. Mandela escribe: «La lucha armada no sería el eje central del movimiento, al menos en un principio». «Si el sabotaje no daba los resultados, estábamos dispuestos a pasar a la siguiente fase: la guerra de guerrillas y el terrorismo».

Mandela –fundador y comandante en jefe del MK– es detenido cuando las acciones armadas no han hecho más que empezar. Y, por lo tanto, se desvincula “a la fuerza” del grupo armado, pero nunca reniega de él ni de la lucha armada, de la que siguió responsabilizando al Gobierno del apartheid. En su autobiografía no hay una reflexión crítica sobre lo que verdaderamente supuso este grupo armado, sobre su eficacia real para conseguir los objetivos proclamados en su fundación tras 34 años de funcionamiento.

El MK cumplió una función simbólica de cara a la población negra. Fue una señal de que se estaba combatiendo activamente al enemigo y una forma de canalización de la ira y de los deseos de venganza de una parte de la población. Y también contribuyó a aumentar los miedos entre la población blanca.

Sin embargo, el Gobierno nunca se vio amenazado por la actuación del MK. Su existencia reforzó la represión contra la población y produjo el reforzamiento de las fuerzas de seguridad y de defensa nacional, y una parte importante de sus cuadros fueron masacrados inútilmente.

Esto último nos lo relata Mandela en su autobiografía  cuando afirma que el «anuncio del nacimiento del Umkhonto espoleó una brutal e inexorable contraofensiva por parte del Gobierno, a una escala que jamás habíamos visto antes. Ellos nos demostraron que nada podría detenerlos en su intención de aniquilar lo que consideraban la mayor amenaza para su propia supervivencia». Además, tras su detención y la de toda la dirección del MK en la granja de Rivonia afirma: «Buena parte del aparato clandestino del movimiento había sido destruido… virtualmente todos los dirigentes del CNA estaban en la cárcel o en el exilio. El Estado era cada vez más fuerte y la policía más poderosa».

En la isla de Robben

Nelson Mandela estuvo 27 años encarcelado, en su mayor parte en la prisión de máxima seguridad ubicada en la isla sudafricana de Robben. Esta cárcel era un microcosmos de la sociedad sudafricana y la más brutal y represiva de todo su sistema penitenciario. Es en la lucha contra esas condiciones de vida como se van perfilando las ideas, forjando el carácter y aclarando alguno de los objetivos que luego fueron determinantes para llevar adelante las negociaciones que facilitaron el fin del apartheid.

La cárcel, como toda situación extrema, puso a prueba el carácter de los prisioneros. «Descubrí que es posible soportar lo indecible si uno mantiene la fortaleza de espíritu. Aunque el cuerpo esté siendo puesto a prueba. Las convicciones profundas constituyen el secreto de la supervivencia frente a la privación». «La cárcel y las autoridades conspiran para robar la dignidad del hombre. Eso, por sí solo, garantizaba mi supervivencia. Todo hombre o institución que intente arrebatarme mi dignidad sufrirá una derrota, porque no estoy dispuesto a perderla a ningún precio ni bajo ninguna clase de presión».

En un contexto en el que el tiempo se mueve con mucha lentitud, es necesario aprender la virtud de la paciencia y también el autocontrol. Esto último le fue de gran ayuda, sobre todo después de su liberación, cuando su liderazgo fue puesto a prueba en situaciones críticas que estuvieron a punto de provocar un enfrentamiento civil.

El desarrollo de la solidaridad y de la ayuda mutua entre los prisioneros era básico para la resistencia: «Nos apoyábamos los unos en los otros, nos dábamos fuerza mutuamente». Y todo enfocado al objetivo de alcanzar mejoras constantes en sus condiciones de vida: «Nos enfrentábamos a la injusticia allá donde la encontrábamos, sin importarnos sus proporciones, y esto nos ayudaba a preservar nuestra humanidad».

La creación de una vida paralela, así como el fortalecimiento de redes organizativas, era esencial para continuar la lucha, y esto en la convicción de que «el orden en la prisión se preservaba gracias a nosotros, no a los funcionarios». La idea de fondo era tratar a los carceleros como estos trataban a los prisioneros: «Educar a todo el mundo, incluso a nuestros detractores era parte de la filosofía del CNA. Creíamos que todos los hombres, incluyendo a los funcionarios de prisiones, eran capaces de cambiar, y hacíamos lo que podíamos para garantizar su simpatía».

Aunque esa lucha fue lenta y costosa, lograron ganar «una serie de pequeñas batallas que contribuyeron a cambiar la atmósfera de la isla. Los responsables de la cárcel no eran capaces de hacer funcionar las cosas en la isla sin nuestra ayuda… Daba la sensación de que eran los internos y no las autoridades quienes gobernaban la prisión».

En la cárcel Mandela lee algunos clásicos griegos, que le parecen estimulantes pues extrae enseñanzas, tanto para su vida como para la lucha contra el apartheid. Uno de estos es la Antígona de Sófocles. De él aprende alguna cuestiones que van a estar muy presentes en su actuar, sobre todo cuando una vez liberado se convierta en el primer presidente negro de Sudáfrica. Una primera es sobre el poder y sobre cómo la legitimidad obtenida por la participación decisiva en la liberación de un Estado se puede trocar en tiranía. Una segunda es sobre cómo la cólera, la venganza y la crueldad en nombre de la razón y de la justicia pueden arrastrar la mente de los justos al camino de la injusticia, a un nuevo «círculo de desgracias».

Por último, destaca el valor de la prudencia y la compasión. La tragedia de Sófocles acaba con el alegato de Hemón a su padre, Creonte, el rey de Tebas. Para él, la razón es el mayor de los bienes que existen; sin embargo, ésta no puede ser despiadada. La inflexibilidad de su padre, su cólera, le causa ceguera: «No mantengas en ti mismo solo un punto de vista: el de lo que tú dices y nada más es lo que está bien». Así, «nada tiene de vergonzoso que un hombre, aunque sea sabio, aprenda mucho y no se obstine en demasía… cuantos árboles ceden, conservan sus ramas, mientras que lo que ofrecen resistencia son destrozados desde las raíces». Es preferible, continúa Hemón, que el hombre esté lleno de sabiduría, «pero si no lo está –pues no suele inclinarse la balanza de ese lado– es bueno que  aprenda de los que hablan con moderación».

Para Mandela, Creonte combate a sus enemigos sin piedad, «pero un líder debe matizar la justicia con el perdón». Este va a ser, en definitiva, el mensaje que va a lanzar a la población negra: intentemos el camino de la reconciliación; si yo he sido capaz de perdonar, tras sufrir 27 años de prisión, todos podemos hacerlo. Y esto con un objetivo político claro: es el mejor camino para construir una nación en la que todos puedan convivir en paz.

La cárcel vuelve más realista a Mandela. Richard Stengel, el escritor que editó, revisó y redactó su autobiografía, y que le conoce profundamente, considera que Mandela era «un pragmático idealista, incluso un altruista, pero al final, lo que quiere son resultados» (2). Más que por una ideología, Mandela se mueve por convicciones profundas basadas en la intolerancia a la injusticia, en la igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, clase o sexo, y en respeto hacia los otros. Convicciones que no sólo aplica a su actividad política, sino también a su comportamiento personal en todos los ámbitos. Su fuerza y atractivo están en que la gente, incluso sus más ardientes oponentes, perciben en él la integridad, el respeto, la empatía, la generosidad, la cortesía. Y su pragmatismo tiene un objetivo político claro: construir una nación donde todos pudieran convivir de acuerdo a esos ideales de justicia, igualdad y respeto.

Hablando con el enemigo: el derrumbre del apartheid

En los años ochenta crece la oposición interna y externa al apartheid. Al mismo tiempo se producen tres sucesos clave que influyen significativamente en que una parte de las élites del régimen se planteen una negociación con el CNA.

Primero fue el fracaso de la “estrategia total” que impulsaba el Gobierno sudafricano en los países de su entorno. Desde 1974, tras la Revolución de los claveles en Portugal y la independencia posterior de Angola y Mozambique, el Gobierno sudafricano se lanza a una campaña de desestabilización de los Gobiernos de estos países. La intervención militar en una buena parte de los países de África del Sur tuvo unos costes económicos, humanos y psicológicos crecientes.

El segundo estuvo relacionado con la llegada de Gorbachov al poder en la URSS, que dejó sin justificación la estrategia sudafricana que ligaba sus actuaciones a la Guerra Fría y a la contención del comunismo en África. Tras la caída, en 1989, del Muro de Berlín toda la estrategia se vino abajo, incluida las tibiezas de algunos países occidentales, sobre todo los Gobiernos conservadores de EE UU y Gran Bretaña, en su compromiso contra el apartheid, al ligar al CNA/MK a un bando de la Guerra Fría.

El tercer factor fue la situación económica, que se fue haciendo insostenible. A esto contribuyó la ingobernabilidad progresiva del país, la gran cantidad de recursos para sus fuerzas policiales y para las acciones militares en el exterior y las sanciones internacionales impuestas por las Naciones Unidas. 

En 1982 Mandela es trasladado, conjuntamente con otros miembros del CNA, desde la isla de Robben a la prisión de alta seguridad de Pollsmoor, a pocos kilómetros del sudeste de Ciudad de El Cabo. Con el aislamiento de este grupo de líderes históricos, el Gobierno pretende ir tanteando las posibilidades de algún tipo de acuerdo, según fueran desarrollándose los acontecimientos.

En 1985 el Gobierno decide separar a Mandela del resto de dirigentes con los que compartía celda. Mandela ya es consciente de que ha llegado el momento para el que había estado preparándose desde la cárcel, la negociación con el Gobierno: «Si no empezábamos a dialogar pronto, ambos bandos nos veríamos sumidos en una oscura noche de opresión, violencia y guerra… Ya había muerto mucha gente en ambos bandos… La razón estaba de nuestro lado, aunque aún no la fuerza. Para mí estaba claro que una victoria militar era un sueño distante, si no imposible. Sencillamente no tenía sentido que ambos bandos perdieran miles, incluso millones de vidas en un conflicto innecesario».

Entonces, Mandela toma una decisión importante y arriesgada: iniciar conversaciones en secreto, sin dar cuenta de ello a sus antiguos compañeros de celda ni a la dirección del CNA, ya que «condenarían mi propuesta y aquello abortaría la iniciativa antes de que pudiera ver la luz». Tiene claro que era necesario que alguien «de nuestro bando diera el primer paso». Los temas que se convierten en centrales en las negociaciones van a ser básicamente tres: la violencia; el tipo de sociedad postapartheid;  el respeto de las minorías y la seguridad de los blancos.

La negociación da un giro importante cuando, en agosto de 1989, el presidente sudafricano P. W. Botha dimite y es sustituido por F. W. de Klerk. En febrero de 1990 se empieza a desmantelar el apartheid y el  11 de ese mes Mandela, tras 10.000 días encarcelado, es liberado.

Tras su liberación, una de las preocupaciones más importantes y el miedo principal, tanto de las autoridades como de la población blanca, era el posible rencor, unido a los deseos de venganza y desquite, que pudiera albergar Mandela en relación con ellos, tras su largo periodo de permanencia en la cárcel. De hecho, fue una de las preguntas que le realizaron en la primera rueda de prensa al día siguiente de su liberación. En su autobiografía escribe lo siguiente: «Sabía que todo el mundo esperaba que albergara resentimiento hacia ellos, pero no era así. Durante mi estancia en la cárcel mi ira hacia los blancos había disminuido; por el contrario, había aumentado mi odio hacia el sistema. Quería que toda Sudáfrica viera que amaba a mis enemigos, aunque aborrecía el sistema que nos había enfrentado». Además, en esa misma rueda de prensa, señala cuáles iban a ser las líneas maestras que guiarían todos sus pasos:

1. Para cualquier avance hacia la construcción de una nueva Sudáfrica era esencial buscar un terreno intermedio entre los miedos de los blancos y las expectativas de los negros.

2. Esto implicaba dar seguridad a la población blanca, considerarlos parte básica de la nación, compatriotas y, por lo tanto, convencerlos de que la nueva Sudáfrica sería un lugar mejor para todos.

Para entender en profundidad las afirmaciones anteriores hay que tener en cuenta que Sudáfrica era una sociedad muy dividida y polarizada tras décadas de violencia, donde el odio y el miedo permeaban a amplias capas de la población. Y donde el control de los mecanismos de venganza y de la posible violencia que pudiera conllevar eran fundamentales para construir una sociedad en la que todos, independientemente del color de su piel, pudieran convivir.

Mandela, con las declaraciones anteriores, intenta desactivar los miedos de la población blanca a «que los echen al mar» e integrar en una Sudáfrica común a toda la población. Esta idea de integración, incluso de los oponentes más acérrimos, fue uno de los objetivos centrales de su actuación, y su gran éxito, durante sus años como presidente del Gobierno de Sudáfrica.

Las negociaciones posteriores a su liberación no fueron fáciles, tuvieron que hacer frente a muchas dificultades y, sobre todo, a un aumento importante de la violencia: «De todas las cuestiones que obstaculizaban el proceso de paz, ninguna era más devastadora y frustrante que la escalada de violencia que se estaba produciendo en el país. Todos habíamos tenido la esperanza de que al ponerse en marcha las negociaciones remitiría la violencia, pero de hecho ocurrió todo lo contrario. La policía y las fuerzas de seguridad casi no practicaban detenciones. Los habitantes de los townships les acusaban de alentar y encubrir la violencia. Para mí empezaba a estar cada vez más claro que existía connivencia por parte de las fuerzas de seguridad».

Ante el aumento de la violencia, el CNA intensifica las movilizaciones de masas, las campañas de desafío, con las que intentan posibilitar el necesario desahogo de la ira y de la frustración de una parte importante de la población negra. Mandela y el CNA eligen el terreno de juego en el que van a responder, incluso ante provocaciones importantes como el asesinato de uno de los cuadros más destacados del CNA y último comandante en jefe del MK, Chris Hani.

John Carlin, en su libro La sonrisa de Mandela, sostiene que su «hercúlea misión fue desactivar la corriente negra de odio y frustración que clamaba venganza y encauzarla hacia el remanso de la reconciliación y la paz… No se trataba de poner la otra mejilla porque así lo ordenaban los cielos. El pensamiento de Mandela estaba gobernado por una fría lógica política: si al final se imponían la represalia, el resultado no podía ser otro que una guerra civil en la que toda la población se vería obligada a tomar partido por un bando u otro. La guerra es el mayor enemigo de la democracia. La guerra era el terreno donde el CNA en particular y los negros en general resultaban más débiles. La fuerza del CNA descansaba en el número de sus seguidores y en su talento, especialmente de Mandela, a la hora de negociar».

Aquí se produce el punto de inflexión de las negociaciones y el acuerdo definitivo que culminó con la convocatoria de elecciones para finales de 1993. Con los resultados de esas elecciones se formó un Gobierno transitorio de unidad nacional, con una duración de cinco años, y en el que estuvieron representados de una manera  proporcional todos los partidos que obtuvieron más de un cinco por ciento de los votos.
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(1) Las afirmaciones de Mandela que aparecen entrecomilladas a lo largo del artículo pertenecen a su autobiografía: El largo camino hacia la libertad, Madrid, Aguilar, 2010.
(2) Richard Stengel, El legado de Mandela, Madrid, Planeta, 2010, pág. 99.