Chema Castiello

El eco de unos pasos.
Exposición de Alberto García-Alix

“La fotografía es un poderoso médium.
Nos lleva al otro lado de la vida.
Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras,
siendo sólo presencia, también vivimos.
Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados.
Por fin domesticados… Congelados”(*).


            De donde no se vuelve es el título de la exposición que hasta el 16 de febrero muestra la obra del fotógrafo Alberto García-Alix en el Museo Reina Sofía de Madrid. La exposición, con 200 fotografías y un vídeo, recorre toda su obra, desde sus primeros trabajos en los años 70 hasta la actualidad.

Un periplo vital

            Originario de León (1956), vive desde los 10 años en Madrid. Hijo de un médico entregado a su profesión, dejó la facultad de Derecho para hacerse fotógrafo ante la incredulidad de un padre que le preguntó si iba a dedicarse a bodas y bautizos.

            Publica en 1976 sus primeras fotografías en la revista barcelonesa Star. Al año siguiente funda junto a Ceesepe la Cascorro Factory. En 1978 publica el álbum Vicios Modernos, donde sus fotografías se acompañan de textos y dibujos realizados por Ceesepe. Considerado el fotógrafo de la movida madrileña, denominación que rechaza, viaja a Tánger, Ibiza, Venecia, Nueva York, Bali, Cuba y México, recopilando imágenes a modo de diario. En 1996 recibe el premio Passport en reconocimiento al conjunto de su obra. Y en 1999 el Premio Nacional de Fotografía.

            Hace cinco años se traslada a París, enfermo, donde inicia una reflexión sobre su propia vida. Tras su regreso a Madrid, los últimos dos años ha vivido de un lado para otro cosechando un éxito merecido. China supuso un paso más en el camino de reconstrucción iniciado en París; invitado el pasado diciembre por un museo de arte contemporáneo, narra aquella experiencia como un antes y un después en su vida artística: "Llegué en invierno y la primera impresión al pisar Pekín son los de cables que mutilan el cielo y las ramas sin hojas de los árboles. Bajo esas líneas vuelvo a mi pasado. Fue muy curioso porque ahí me senté a escribir por las noches. Esos árboles y esas redes, como si te cruzaras con una tela de araña, fueron el punto de partida".

Una obra personal

            La obra fotográfica de Alberto García-Alix, realizada siempre en blanco y negro, es una fiel muestra de aquella reflexión de John Berger sobre el carácter traumático del arte fotográfico, muy superior al que posee el simple recuerdo: confirma, proféticamente, la posterior discontinuidad creada por la ausencia o la muerte.

            Así, sus fotos trasmiten su visión particular de la vida, que en ocasiones, es franca expresión de la derrota o de la intensidad de quienes viven al límite, a veces sin saberlo. Poseen la rara habilidad de concentrar en una imagen toda una historia, mostrándonos unos simples zapatos a los que no tiene empacho en denominar autorretrato, mujeres de gesto y pose desafiantes, colegas que alimentaron los demonios en sus venas, tatuajes, cueros, motos, perros  y objetos que tienen mucho que ver con una existencia alimentada de encuentros casuales a que invita una existencia apurada intensamente: “La magia de la vida es el encuentro, y el retrato, en definitiva, no es otra cosa que un encuentro". Y, despedida, cabe añadir a la luz de lo expuesto.

            Su obra es expresión de una singularidad, que a fuerza de reiterada, se convierte en algo familiar para el espectador, pese a estar poblado de miserias –como las habitaciones retratadas-, los seres únicos y extravagantes captados en un instante de su deambular por el mundo, o los perdedores, amigos de la juventud, náufragos en la sociedad del éxito, “que ya no supieron que hacer para llamar la atención de la vida”. Esta predilección por el lado malo de la vida es explicada así por el fotógrafo: “La mayoría de gente que retrato no son triunfadores, son un fracaso en la vida, pero hay que tener estilo para hundirse”. Y quienes se hunden es una juventud ingenua, irreverente, inquieta, creativa… que quería pasárselo bien y quedó atrapada en una mística destructiva.
 
            Con fama de retratista concienzudo y torturador, afirma que mientras hace fotos él posee los planos de una arquitectura que es el cuerpo humano. Tal vez por eso, o porque la derrota es dura de llevar, las persones retratadas por García-Alix nunca sonríen.  

            La exposición es un viaje entre el ayer y el hoy, un ajuste de cuentas con el propio pasado que brota en cada una de las imágenes seleccionadas. Se nos  ofrece una panorámica presidida por el eco de unos pasos: los de García-Alix y quienes con él recorrieron una parte del camino. No en vano, el crítico de arte Calvo Serraller lo define como poeta callejero. Un título que permite también dar cuenta de su última tendencia donde ventanas, fachadas, postes de luz, cables… comienzan a poblar un universo en el que no parece haber cabida ya para el ser humano.

            La exposición tiene como eje narrativo un texto escrito por el propio Alberto García-Alix. Se trata de un largo poema en prosa que es, además, el guión de un vídeo -producido con ocasión de la muestra- en el que el artista emprende un viaje interior para desvelar su percepción de la fotografía. La banda sonora incluye la música del tanguero argentino Daniel Melingo, una canción de los Tiger Lilies, un trío que canta a la gente que García-Alix suele retratar, y un tema de un músico chino con el que entabló conversación en un bar.

El audiovisual y la escritura parecen nuevos caminos de expresión de este artista singular.

http://especiales.hoy.es/alberto-garcia-alix/

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(*) Los entrecomillados proceden de textos de García-Alix.