Chema Espada
Las redes de hombres contra el sexismo,
ante la violencia contra las mujeres

(hika 171-172 zka. 2005ko azaroa abendua)

El brutal asesinato de Ana Orantes, en 1997, lanzó la violencia sexista al primer plano de las agendas políticas en España. Sin embargo, la relación del movimiento de hombres español con la violencia sexista ha sido incómoda y problemática. A finales de los 90, cuando el feminismo parece haber aceptado la necesidad de intervenir con hombres para producir cambios efectivos en la estructura de relaciones entre hombres y mujeres, algunos hombres se han sentido entonces justificados y alentados para liderar formas de acción pública que les han otorgado un controvertido protagonismo.
Las manifestaciones masculinas de rechazo a la violencia sexista no siempre han ido acompañadas de un análisis feminista, ni de un compromiso político real, ni de una alianza con las organizaciones de mujeres. Algunas organizaciones de hombres han encontrado en este rechazo a la violencia contra las mujeres un instrumento de legitimación y una vía para iniciar una mayor visibilidad social y han surgido con fuerza nuevos actores y formas de acción más allá de los tradicionales grupos de toma de conciencia. Nacen así, asociaciones legalizadas mixtas, programas de intervención con hombres desde Áreas de Igualdad de Administraciones locales; Redes Profeministas en Internet; Grupos de Hombres on-line; Campañas masculinas de apoyo a las reivindicaciones feministas.
Los interrogantes que surgen sobre qué lugar puedan ocupar los hombres antisexistas en la lucha contra la violencia y la discriminación de género son múltiples. Desde Heterodoxia, nos preocupan las posiciones defensivas que tienden a ver revanchismo en la discriminación positiva, pero sobre todo observamos con temor cómo la repulsa a la violencia machista puede estar sirviendo como parapeto de algunas iniciativas de hombres igualitarios que bajo la urgencia del “hay que hacer algo”, buscan monopolizar “nuevos campos de intervención social”, sin una reflexión colectiva, y sin un proyecto común en alianza con el feminismo.

La problemática relación del movimiento de hombres con la violencia sexista

Tradicionalmente, los hombres interesados en la justicia de género se han sentido incómodos cuando el feminismo hablaba de los hombres como un conjunto absolutamente homogéneo, y esencialmente violento y opresor. Nos decían que éramos privilegiados, pero no lo entendíamos, ya que precisamente estábamos comprendiendo los costes de adherirse a aquello de ser todo un hombre, y estábamos tomando conciencia de todas las dificultades emocionales y de relación que sufrimos por las expectativas y roles que habían y habíamos construido para nosotros.
Seidler1 señaló que, durante años, el análisis feminista radical insistió en que los hombres no podían cambiar y que cualquiera que sugiriera lo contrario no estaba tratando con la dureza y severidad que se debe a los hombres. Este análisis implicaba que todos los hombres eran potenciales violadores y jamás se debería confiar en ellos. Así, los hombres que se presentaban como diferentes, resultaban aun más sospechosos para el feminismo. Parece que no podíamos escapar de un esencialismo que paradójicamente era el que utilizamos en el pasado para legitimar la opresión de mujeres, gays, lesbianas, esclavos, y todo tipo de castas malditas.
Desgraciadamente muchos hombres, incluso afines al profeminismo, muestran escasa capacidad autocrítica y se sienten inmediata y personalmente atacados cuando se critica a los hombres. Es claro que cada uno tenemos un grado diferente de implicación en la perpetuación de la violencia y del heterosexismo, y este esencialismo con el que se ha entendido la relación entre los hombres y la violencia, puede y debe ser contestado.
Pero muchos hombres están cayendo en la tentación de defenderse culpando a las víctimas, subrayando los casos de violencia conyugal de mujeres contra hombres. Esto ha llevado a intrincados debates con hombres de Grupos de Hombres Separados y Divorciados, que nos han acusado de escorarnos al lado opuesto del machismo, al hembrismo-feminismo (las feminazis) y de vestir “al lobo con piel de cordero”2. Apoyan sus ataques en un peligroso discurso que pretende tratar como iguales a aquellas que se encuentran en una situación de subordinación. No vamos a negar que existen casos de mujeres que ejercen violencia psicológica y física contra hombres, pero no se puede hablar de una violencia sexista de mujeres contra hombres.
Necesitamos la alianza entre el feminismo y los grupos de hombres para señalar que la oposición entre los hombres y el feminismo es falsa, ya que somos hombres y mujeres, los/as que nos oponemos a la discriminación, y colaborando explicitamos que el movimiento de mujeres no busca ningún tipo de preeminencia sino una mayor justicia e igualdad.

La violencia es un problema de otros hombres

Durante los años 80, el feminismo hizo hincapié en la violación como expresión de la dominación masculina; así surgieron en EE.UU. y Australia grupos de hombres contra las agresiones sexuales (Men Against Sexual Assault). En España, sin embargo, la generalidad de los hombres aceptó que las agresiones sexuales eran consecuencia de la inseguridad ciudadana y se evitó cuestionar nuestra responsabilidad personal desplazando el mal hacia un nuevo monstruo, el violador en serie. Se resguardó así, en el imaginario masculino, la institución patriarcal familiar, silenciando la propia implicación e invisibilizando que la mayor parte de las agresiones sexuales ocurren en el ámbito familiar, de amistad o del trabajo, y que los agresores en la mayor parte de los casos conocen a las víctimas.
A finales de los 90, un macabro giro ha hecho imposible a los hombres mirar para otro lado. Se trata de la actual ola de asesinatos de parejas o exparejas. Sugiero que debemos entenderla en el marco de la acción del heterosexismo dominante, que está declinando en una situación en la que las mujeres han dejado de interiorizar y de someterse a su tradicional dependencia y subordinación dentro de la pareja y la familia. Ningún sistema de dominación es capaz de mantenerse mediante la coerción; sólo cuando el heterosexismo como ideología se convierte en parte del pensamiento cotidiano (suelo mental, actitud natural o conocimiento de sentido común sobre como son y deben ser las cosas), crea cohesión y cooperación allí donde, en su ausencia, existiría conflicto. Por esto, cuando el ejercicio de la dominación masculina necesita de la coerción, y el recurso a la amenaza ya no es efectivo, el asesinato se convierte en el último legítimo instrumento para re-equilibrar la justicia en el universo simbólico del tirano.
Es llamativo qué en España, la violencia sexista haya sido escasamente abordada a partir de los grupos de toma de conciencia, lo que parece señalar que el profeminismo español ha tendido a pensar que es un problema de otros hombres. Sin embargo, en Latinoamérica, han tenido un gran predicamento los Grupos de Hombres contra la Violencia con un formato muy cercano a los grupos de autoapoyo y terapia, y con un aspecto más público mediante talleres y capacitaciones. En Nicaragua existen grupos desde comienzos de los 903, que se han formalizado y ampliado convirtiéndose en mixtos a partir de 2000. En México, CORIAC ha desarrollado una larga trayectoria en campañas y capacitación sobre violencia.
La existencia de grupos de toma de conciencia no es un garante de la bondad y coherencia de sus miembros, de su compromiso con el feminismo, ni de que su acción siempre redunde en un proceso que multiplique el compromiso más allá de los cambios personales que se producen en el proceso grupal. Los grupos de hombres han servido para encontrarse a sí mismos a muchos hombres que no encajaban con el modelo tradicional de masculinidad. Pero una vez que el dolor ha sido manifestado, y se ha mejorado la autoestima -afirmándose en una masculinidad no autoritaria-, muchos de estos hombres han tendido a abandonar un compromiso activo. Esto puede parecer insuficiente y esa es la razón de que algunos activistas hayan dado pasos hacia una acción más pública, pero no podemos despreciar este trabajo más terapéutico.
Esta tensión entre un supuesto igualitarismo de carácter más político y el trabajo más vivencial, es una falsa dicotomía que muestra la incapacidad para comprender la discriminación no como una mera cuestión redistributiva de los privilegios y riquezas sino como una dimensión que se construye en las relaciones interpersonales a todos los niveles y que requiere un trabajo específico de exploración, auto-conocimiento y auto-apoyo en el cambio.
Cada vez más voces están apoyando las actividades de toma de conciencia personal/grupal como herramienta de transformación social. Y esto cobra aun más sentido, cuando observamos atónitos como algunos hombres han tomado como coartada la repulsa de la violencia sexista, para adquirir un importante protagonismo público, buscando acaparar nuevos campos de intervención social, sin comprender el alcance de la masculinidad en nuestras actitudes, hábitos y formas de ser y sentir, y la importancia del trabajo personal/grupal.

¿Y qué papel podemos ocupar en las políticas contra la violencia sexista?

Porque el problema de las mujeres es –a grandes rasgos- los hombres, y no un tipo especial de hombres. Se ha hecho cada vez más evidente que la prevención de la violencia debe incluir necesariamente intervenciones con hombres; en las que el profeminismo puede aportar su experiencia, aunque sea humilde.
El movimiento de hombres ha tenido una especial relación en España e Ibero América con el movimiento pacifista y antimilitarista. Gracias al enriquecimiento mutuo, se ha producido una importante reflexión sobre la implicación de los hombres con la violencia a todos los niveles4. Los grupos de hombres han generado además un conocimiento muy útil sobre los mecanismos de sanción y castigo que ejercemos no sólo contra las mujeres, sino contra aquellos hombres que rompen las reglas, no cumplen, no se identifican, vulneran o transgreden los mandatos y normas de la masculinidad dominante. Hemos sufrido y analizado la violencia hetero-sexista, que comprende la violencia homófoba (con penas de cárcel y la ejecución de homosexuales en múltiples países), el mobbing, las novatadas en la mili y las quintas, o el acoso escolar contra chicos, entre otras.
Sin embargo, falta experiencia y debate sobre cómo integrar a los hombres en la implementación de políticas de lucha contra la violencia sexista. Surgen aquí dos polémicas interrelacionadas: 1) la integración de hombres en unidades de la Mujer; y 2) la creación de Unidades o Servicios específicos del Hombre.
No se trata tanto de profesionales varones que actúan como aliados imprescindibles para acciones formativas, de orientación, de prevención o de sensibilización en entornos fuertemente patriarcales, como la integración de hombres en los niveles de la planificación estratégica de unidades de la mujer lo que genera controversia. Están apareciendo a partir de las Áreas de la Mujer o de Igualdad de distintas instituciones y administraciones, nuevos programas enfocadas a la intervención con hombres, promovidos por feministas, como medio para ampliar la posibilidades de acción, captando nuevos recursos y generando sinergias de mayor implicación masculina en la transformación de las estructuras heterosexistas.
Algunas ven en estos desarrollos dos graves peligros. Dadas las malas experiencias en el pasado con los hombres que parecieron simpatizar con el feminismo, tanto desde la academia –postestructuralistas-, como desde los movimientos de hombres -mitopoéticos y espiritualistas-, se teme la posible cooptación masculina de los escasos recursos generados para luchar contra la discriminación de género, y se teme que estos hombres traicionen el feminismo y alcancen un protagonismo que acabe silenciando de nuevo la voz de las mujeres. En el Forum Mundial de las Mujeres (Barcelona, 2004), se señalaba que: “Los hombres son parte del problema y de la solución, sin ellos no hay cambio posible, pero a veces implicarlos tiene el peligro de reforzar su poder, puesto que muchos hombres se interesan por las cuestiones de género desde posturas antifeministas.”5
La respuesta a estas amenazas sigue pendiente. Los temores de cooptación también preocupan a muchos activistas profeminismo, ya que encontramos en los nuevos desarrollos del movimiento de hombres una parca comprensión del feminismo y de los grupos de toma de conciencia como herramientas políticas de transformación social.
Esta tendencia es observable en el deseo de algunos por equipararse al feminismo como movimiento. En el 2002, algunos hombres (igualitarios) han pretendido fundar un movimiento como reverso espejo del feminismo, llamado masculinismo (desconocemos si fue traducción del inglés meninism). Parece que cada vez que uno de nosotros nace a la luz, el movimiento de hombres comienza y que nunca antes nadie pensó en cuan necesario era darnos un nombre, que en este caso, como si fuéramos el reverso olvidado de la discriminación de género, era el de masculinistas, ya que no nos dejaban llamarnos feministas.
Se pueden apuntar razones varias para explicar esta “reinvención de la sopa de ajo”: el aislamiento de los grupos y activistas o la falta de coordinación propiciada por la falta de memoria histórica y por la poca humildad de los activistas. Ya Lozoya, Leal, Bonino y Szil anotaban que: “Un número significativo de las experiencias que conocemos iniciaron su andadura sin saber que habían hecho otros hombres [...]. Son frecuentes las iniciativas que han reinventado la necesidad de organizar a los hombres tras el objetivo de la igualdad”6.
Finalmente, se abandonó el nombre de masculinismo en favor de Hombres por la Igualdad. En el proceso se rechazó adoptar profeminismo y antisexismo, términos ya consagrados internacionalmente, porque se entendía que la referencia al feminismo provocaría rechazo en los varones. Aunque en su denominación los igualitarios intentan evitar la referencia al feminismo, en último término, sus políticas y declaraciones han terminado por acoger los principios del profeminismo (pro-hombre, positivos sobre el cambio de los hombres, pro-feminismo, en alianza y apoyo del feminismo, pro-homosexual, contra el heterosexismo y favorables a la libertad sexual) y muestran pocas diferencias en discurso frente a los grupos explícitamente profeminismo, pero su estrategia y acción a veces se diferencia por su especial interés por la intervención pública y por querer distinguirse como referentes únicos y públicos del movimiento de hombres español.



NOTA.

Chema Espada Calpe es miembro de Heterodoxia, Red Profeminista de Hombres
(1) Seidler, Victor J. (1991) The Achilles Heel Reader, London, Routledge.
(2) Entrevista a José Mª Espada Calpe en Radio Nacional de España, 30/05/2005. Realizador: José Mª Jiménez.
(3) Entrevista a Javier Muñoz López http://www.euram.com.ni/pverdes/Entrevista/javier_munoz_137.htm.
(4) Sirva como ejemplo este texto de Vicent Fisas http://www.blues.uab.es/incom/2004/cas/fisascas7.html y http://www.heterodoxia.net/article.pl?sid=03/12/28/185236&mode=thread.
(5) Documentos: http://www.barcelona2004.org/esp/banco_del_conocimiento/documentos/ficha.cfm?IdDoc=1799.
(6) José Ángel Lozoya, Luis Bonino, Dani Leal y Peter Szil Cronología Inconclusa del Movimiento de Hombres en el Estado Español, 2003 http://www.hombresigualdad.com/cronologia_inconclusa.htm