Cristina Vázquez
Entrevista con Carles Dolç. “En Valencia se ha
invertido en modernidades poco afortunadas”

(El País, 4 de octubre de 2015).

 


Fotografía: Mónica Torres

El Ayuntamiento de Valencia ha nombrado al arquitecto Carles Dolç (1949) hijo predilecto de la ciudad. No se siente cómodo con los honores pero ha recibido felicitaciones de tanta gente y tan diversa que está contento con la distinción. El Consistorio destaca su contribución a que el antiguo cauce del Túria se convirtiera en un río verde y que el cemento no avanzara en El Saler. “Lo entiendo como el reconocimiento a una generación que hace 40 años comenzó a trabajar por esta ciudad, empezamos con la defensa del Saler, seguimos con la del cauce del Túria y luego vinieron otras batallas como la de la huerta o la de Salvem El Botànic”, esgrime Dolç. Esos son algunos de sus méritos.

Pregunta. Se le asocia a la corriente de la arquitectura humanista. ¿Qué es un arquitecto humanista?

Respuesta. Parte de un criterio de servir a lo público y a las personas, y ese criterio que debe orientar el trabajo de todos los profesionales, significa trabajar sobre aspectos materiales de la vida de la gente. La participación del usuario en la arquitectura y en el urbanismo es una condición ineludible y una de las características de esa teórica arquitectura humanista. Hay una larga tradición.

P. ¿Ha habido espacio para la arquitectura humanista entre tanto edificio espectacular?

R. Son muy silenciosos pero hay otras personas de mi generación, Rafael Rivera, por ejemplo, que la han practicado. También me he encontrado con una generación joven muy buena, donde hay muchas mujeres, que tiene esa preocupación. Es una generación que está padeciendo mucho porque no tiene faena pero trabaja en temas de participación urbana como un criterio fundamental. Es una labor callada, no tiene una gran visibilidad y tampoco es nueva.

P. ¿Valencia ha superado la etapa de los arquitectos estrella?

R. No creo que hayamos salido vacunados de esa tendencia. Hay tanta tradición de arquitectos humanistas como de arquitectos estrella. Hay gente que ha sabido venderse a lo largo de la historia y algunos continúan haciéndolo, pero es verdad que la crisis ha provocado una reflexión dentro de la profesión de rehabilitar más, de crecer hacia el interior, de practicar una arquitectura sostenible. Esa reorientación se ha dado no solo entre muchos arquitectos normales sino también en grandes estudios. Norman Foster o Renzo Piano han reorientado un poco por ahí sus trabajos.

P. ¿Qué otro arquitecto le inspira?

R. Mi preferido es Alvar Aalto. Él hacía una arquitectura humanística, con criterios medioambientales; ahora hay muchos más. Aalto se salió un poco de la corriente dominante, que representaba el estilo internacional de Le Corbusier, e hizo de algún modo la guerra por su cuenta. No se hizo famoso entonces pero luego le hemos comprendido y para mí ha sido siempre una referencia. Piano tiene muchas cosas en ese sentido.

P. ¿Cómo ve Valencia el ciudadano Dolç?

R. Como ciudadano creo que una de las cuestiones pendientes es la movilidad. Valencia tiene unos criterios de movilidad completamente desfasados, alejados de la sostenibilidad. Llevamos décadas dándole prioridad al coche y eso tiene consecuencias negativas sobre el bienestar de la gente. Hay que hacer una reconversión profunda porque no hay prácticamente nada hecho. Si nos comparamos con centenares de ciudades europeas, incluso algunas españolas, Valencia está a la cola. La gente a veces me pregunta ¿hay que peatonalizar la ciudad? No estoy diciendo eso, habrá que peatonalizar algunas cosas, pero lo que desde luego sí hay que cambiar son los criterios con los que nos movemos. Y eso significa utilizar el transporte público, utilizar medios sanos como la bicicleta o caminar, y olvidarnos del coche para trayectos cortos e internos. En la ciudad, el coche es cada vez más incómodo para el conductor, no solo por el trayecto sino también a la hora de aparcar. La ciudad tiene unas dimensiones limitadas y no está pensada para la cantidad de coches que hay en la vía pública.

P. ¿Y el urbanista Dolç?

R. Necesitamos un urbanismo pensado desde el punto de vista metropolitano. Venimos hablando décadas de la comarca de l’Horta y podemos seguir llamándola así pero esto es una metrópoli, una metrópoli singular. Y su singularidad radica en sus atractivos medioambientales. Somos una ciudad marítima, con un parque natural a las puertas de casa, que es la Albufera, tenemos un jardín que hoy articula la ciudad, que es el jardín del Turia, y un medio que nos une a otros municipios que es la huerta.

P. ¿Qué es lo que más le duele de Valencia?

R. Me duele que en vez de pensar desde aquí se haya copiado mucho de otras ciudades y de otros urbanismos. A veces me preguntan ¿cuál es tu modelo de ciudad? No tengo un modelo de ciudad universal ni siquiera europeo, no existe. Cada ciudad tiene sus singularidades, hay que partir de ellas y hay que cultivarlas, recrearlas y favorecerlas. Y ni desde el punto de vista medioambiental ni desde el arquitectónico se ha hecho, en todo caso a medias. La huerta es la singularidad de la metrópoli valenciana y se ha ignorado. Luego tenemos unas tramas urbanísticas de un gran valor y de una gran personalidad y singularidad y hemos ido a por ellas. Ahí está El Cabanyal. Lo estudias, lo comparas con otros ejemplos urbanísticos, y concluyes que es una cosa a potenciar y mantener.

P. Tiene su estudio en Ciutat Vella. ¿Se ha hecho suficiente trabajo en el centro histórico?

P. Tiene su estudio en Ciutat Vella. ¿Se ha hecho suficiente trabajo en el centro histórico?

R. Se empezó una cosa positiva en 1992 con el Plan Riva, se avanzó bastante pero luego se ha dejado todo pendiente y se ha invertido en otras cosas, en modernidades, y lo digo entre comillas, poco afortunadas en general. Aunque hay excepciones.

P. Deme un ejemplo

R. El IVAM. Es una modernidad afortunada como arquitectura. Las cosas primeras que hizo Santiago Calatrava las defiendo. El puente 9 de Octubre, incluso el otro, el de la peineta. Luego empezaron los excesos y no hemos sabido pararle los pies a un señor que ha ido repitiendo su estilo en diferentes ciudades del planeta. No sé..., son ejemplos. Tenemos una ciudad potencialmente buena pero necesita una reordenación urbanística y medioambiental. Hay que recoger y reflotar esas singularidades y eso nos hará una ciudad atractiva para los que vienen de fuera, porque el turismo es una realidad. A base de copiar a otras ciudades no vamos a tener atractivo.

P. Le han apodado con cariño el arquitecto guerrillero por su defensa de espacios amenazados por el ladrillo o el asfalto. Toda la vida en la trinchera...

R. Están esas dos batallas iniciales, la del Saler y la del cauce del Túria, que iban muy unidas. La primera fue la del Saler, que dió lugar a un movimiento vecinal y ciudadano muy fuerte. Ese movimiento, que visto con perspectiva fue ejemplar, consiguió una victoria importante, sin la cual el parque natural de l'Albufera no existiría hoy. Nos hubiéramos merendado la Devesa, que es básica y nos podría haber pasado como en el mar Menor. Allí lo hicieron muy mal.

Y por otro lado está el cauce, donde se proyectó convertirlo en una gran autopista de margen a margen. Lo evitamos gracias también al movimiento ciudadano, que fue quien opuso resistencia. Si aquellos planes se hubieran llevado a la práctica, la ciudad actual sería irreconocible para nosotros. El Saler urbanizado o el río lleno de carreteras. Estos dos casos se estudian en algunas universidades como ejemplo de movimiento ciudadano. Éstos deben ser una constante en la vida de las ciudades porque los políticos toman decisiones y, a veces, se equivocan o simplemente trabajan para una minoría, no para el conjunto de la sociedad. Valencia tiene una muy buena tradición de movimientos ciudadanos.

P. Participó también en Salvem El Botànic, otro movimiento que evitó una mole de hotel junto al jardín botánico de Valencia.

R. Había una gran unanimidad de clases sociales de que en Jesuitas no se podía edificar y además no había gente afectadas como en El Cabanyal, donde la batalla ha sido más dura. Pese a todo, con el Botànic han sido 20 años, demasiados.

P. Ese activismo suyo le ha perjudicado en su trabajo particular.

R. Posiblemente he tenido menos encargos, pero no me importa. He vivido de mi profesión, lo sigo haciendo y estoy contento de lo que he hecho.

P. Está encima de la mesa la revisión del PGOU de Valencia. ¿Qué opinión le daría a los políticos?

R. La expansión urbanística no es necesaria, existe bastante suelo vacante, miles de viviendas vacías y mucho trabajo pendiente en la rehabilitación, tanto en los centros históricos como en las viviendas construidas a partir de los años 50 y 60, que son los barrios de la periferia. Lo que pasa es que la construcción de nueva planta ha sido hasta ahora muy agradecida y no se han reciclado con la rehabilitación. En Italia, Alemania y otros en muchos países europeos se trabaja en rehabilitación. Lo de aquí es una excepción.

P. ¿Por dónde empezaría a rehabilitar?

R. Hay dos o tres puntos en los que me encantaría meter mano. El primero es El Cabanyal. Y luego en dos enclaves más: Natzaret, que es un barrio machacado por la expansión del puerto y que tiene muchas cosas pendientes, entre ellas, recuperar su playa. Y luego están barrios de la periferia norte como Orriols. Es una zona de una densidad abusiva y de malas viviendas. Hay mucha faena por hacer.

P. ¿Milita en alguna otra causa?

R. He seguido siempre vinculado al movimiento de defensa de la huerta aunque no formo parte del núcleo dirigente. Les asesoro y les ayudo. La huerta es un activo medioambiental y productivo que estamos obligados a conservar, como mínimo, en sus actuales límites. La óptica para afrontar su protección debe ser metropolitana, por eso espero que los nuevos gobernantes saquen del cajón el Plan de Acción Territorial, arreglen los déficit que tiene, y escuchen a la gente. Otra de las cosas que me duele de estos últimos años es que se ha escuchado a unos y nada a otros. Es un consejo para todos los gobernantes: hay que escuchar a todos, sean del signo que sean, hablar y debatir con ellos en beneficio de la ciudad.