Daniel Lizeaga
Ser o no ser Charlie
(19 de enero de 2015).

 

Han pasado varios días desde los atentados del 7 de enero en París,  contra la publicación humorística Charlie Hebdo y, en una vertiente antisemita, contra un supermercado judío.

Poco a poco van cobrando forma los problemas de fondo que siembran de incertidumbres el futuro.

Lo que han mostrado las manifestaciones francesas

Las manifestaciones de los días 10 y 11 en Francia pusieron de relieve la capacidad de reacción mostrada por varios millones de personas, conscientes de la necesidad de responder a la agresión sufrida y de solidarizarse con las víctimas. Era imprescindible que, frente al horror del ataque, hubiera una respuesta amplia y firme, y la ha habido. Pudimos comprobar que en Francia siguen vivos, con un respaldo social grande, valores como la libertad y la laicidad y la oposición al antisemitismo a los que las manifestaciones hicieron referencia continuamente.

Después del domingo 11, la sociedad francesa es más fuerte para enfrentarse a las duras pruebas que no dejarán de llegar.

Pero esos días pudimos comprobar, igualmente, la existencia de otra Francia, que no estuvo presente en las manifestaciones o lo estuvo poco. Acudieron pocos jóvenes, hijos o nietos de inmigrados musulmanes, de los centenares de barrios designados como sensibles, o sea, problemáticos. Esta parte de la juventud, como se ha venido señalando repetidamente, vive en guetos y, con frecuencia, padece una condición laboral muy frágil, lo que incluye altos índices de desempleo.

De estos jóvenes fueron pocos los que acudieron a una manifestación convocada por el mundo político oficial, al que hacen responsable, con razón, de su situación, y en cuya cabeza figuraba, entre otros, el primer ministro israelita Benjamin Netanyahu.

La consigna “Je suis Charlie”, por otro lado, con su fuerte carácter identitario, obviaba el hecho de que Charlie no es toda Francia; hay una Francia que no es Charlie. No valía para quienes no se sienten Charlie, aunque condenen los asesinatos de los periodistas de Charlie Hebdo. Ese eslogan implicaba la identificación con quienes, a ojos de estos jóvenes, habían ridiculizado a Mahoma.

Habrá que recordar mil veces que una caricatura no justifica que se asesine a su autor. Pero unir la denuncia de los crímenes con esta identificación fue un grave error: dejaba al margen a quienes, aun condenando los crímenes, se han sentido ofendidos por las caricaturas.

Hay, en fin, una parte de esta juventud que viene expresando su rechazo de la Francia oficial desde hace años a través de una especie de neo-islamismo radical, distante de la religiosidad de sus padres y abuelos.

La libertad de expresión y la responsabilidad política y moral

En estos días, como en 2006, con motivo de la publicación de unas caricaturas de Mahoma por un periódico danés, que dieron lugar a grandes manifestaciones de protesta en los países musulmanes, han chocado frontalmente dos criterios: uno, el de quienes sostienen que la libertad de expresión no debe tener límites y, más aún, que, para defenderla como es debido, hay que utilizarla sin freno. Si nos autocensuramos, según este punto de vista, es la libertad misma la que se marchita.

Frente a ese criterio, se alza el de quienes sostienen, en Francia o fuera de ella, que las grandes figuras religiosas no deben ser ridiculizadas.

En Francia, la blasfemia no es un delito (1), pero, curiosamente, sí lo es  negar el holocausto, lo que permite pensar que las ofensas a los judíos son más graves que las que apuntan contra los fieles del islam o del cristianismo.

En mi opinión, estamos ante la dificultad de elegir entre distintos valores en conflicto. 

Uno de ellos es la libertad para criticar las religiones e incluso para ridiculizar a sus dioses y símbolos. Esta libertad debe ser escrupulosamente defendida, lo mismo que han de ser defendidas las personas que hacen uso de ella. La ley ha de ocuparse de garantizar su ejercicio.

Pero, hay otro valor importante, cual es el de promover una convivencia aceptable entre los distintos sectores vinculados a tradiciones culturales o religiosas diferentes. El insulto no es la mejor vía para fomentar el diálogo y para lograr la necesaria cohesión nacional.

Es preciso que cada cual asuma sus responsabilidades para mejorar la convivencia y para que las personas religiosas puedan sentirse parte, por entero, de la comunidad nacional. Dudo que la forma de hacerlo sea la de escandalizar a los creyentes musulmanes, intimidarles, hacerles tragar grandes dosis de caricaturas de Mahoma. Burlarse del islam es burlarse de sus seguidores. Servirse de los recursos más chocantes sirve para levantar barreras y para que se autoafirmen quienes adoptan puntos de vista antirreligiosos, pero no vale para entablar un intercambio de ideas racional. Es mejor debatir que insultar.

Si la personificación idónea de la República francesa es Charlie, quedarán fuera de ella buena parte de los musulmanes, y se reforzarán las tentaciones de buscar cobijo en un islamismo inmovilista, atrincherado, defensivo, cerrado sobre él mismo.

Si lo que se quiere es  hacer valer la libertad, la igualdad entre mujeres y hombres, la tolerancia y la laicidad, hay vías más apropiadas y con menos efectos negativos a través de los medios de comunicación y de la educación pública. Y también mediante unas políticas sociales que colmen las brechas de la desigualdad étnica actualmente existentes.

El yihadismo y el islam

Con el fin de que no se desarrollen los sentimientos de hostilidad hacia la población musulmana (2) se recalca que el islam es una religión de paz y que el yihadismo (3) no tiene nada que ver con el islam.

No sé qué grado de eficacia tendrá esa insistencia para alcanzar tal fin, pero lo cierto es que la palabra islam abarca significados diversos y en ellos la violencia no ocupa siempre el mismo el lugar.

A veces cuando se habla de la conformidad de una práctica con el islam se está haciendo referencia al Corán. Si seguimos este camino podemos comprobar que en él se hallan algunas justificaciones de la violencia. No todo en el Corán es paz y armonía.

Por islam se puede entender también aquello que tradicionalmente ha estado asociado  a sus distintas ramas, y aquí constatamos que no todas ellas han tenido la misma actitud hacia la violencia. Las ha habido menos belicosas, pero el islam no ha escapado a una historia de violencias múltiples. Otras religiones tampoco.

Si llamamos islam al conjunto del mundo islámico actual, vemos que, a falta de una autoridad común –el islam no es una Iglesia con una jerarquía unificada–, las interpretaciones son variadas. En rigor no hay un mundo islámico sino varios, a veces muy diferentes unos de otros, hasta el punto de generar, como ocurre hoy en día, algo parecido a guerras de religión, como las que enfrentan actualmente a chiíes y sunníes.

Si son o no más coherentes con los textos fundacionales las interpretaciones pacíficas que las violentas es un debate que atañe, antes que nada, a la propia población musulmana. Poca eficacia tendrán las intervenciones de personas ajenas al islam, tenidas a menudo por infieles.

Sea como fuere, lo que nos interesa saber es que el yihadismo representa uno de los problemas más graves que afronta la humanidad y que posee tres bazas que lo hacen especialmente peligroso.

Una es su sentido religioso trascendente, lo que le permite contar con ese tipo de combatientes que son los mártires, especialmente letales y difíciles de combatir.

Otra baza es que, más allá de los debates teológicos, los yihadistas, al hacer del islam una seña de identidad fundamental, son vistos por muchos musulmanes en todo el Planeta como parte de los suyos, incluso cuando su crueldad merezca sus reproches.

Una tercera baza reside en el carácter universal del yihadismo. No es una fuerza nacional sino eminentemente internacional. Quienes se suman a sus ideas y se entregan a su causa actúan en cualquier lugar, algo que también extrema las dificultades para combatirlo.

En favor de un islam francés

Con motivo de lo sucedido en Francia ha vuelto a primer plano la cuestión crucial de la incorporación de las poblaciones inmigradas a las sociedades europeas, cuestión especialmente relacionada con la población musulmana.

Hay quienes sostienen, como Olivier Roy, uno de los mejores conocedores del problema, que en Francia se ha avanzado mucho a este respecto. Pero estamos hablando de procesos lentos que se desarrollan a lo largo de varias generaciones.

Así y todo, hoy se discute en qué medida está obteniendo buenos frutos la labor realizada por la escuela pública, uno de los principales instrumentos de integración. Y, a la vez, se debate sobre las situaciones de relativa exclusión que afectan a la juventud de los barrios periféricos.

La plena incorporación de esa juventud a la sociedad francesa depende en parte de las políticas sociales, educativas y territoriales.

Depende también de aspectos relevantes de la política francesa,. Se ve perjudicada, por ejemplo, por su actitud benevolente hacia el Estado de Israel (4), sus agresiones contra la población palestina y el régimen de apartheid que ha instaurado.

Pero, lamentablemente, hay hechos que condicionan los resultados en materia de integración y que escapan a las posibles iniciativas francesas. Entre ellos hay que mencionar la situación en Siria, Irak, Afganistán, Irán… También los cambios en las sociedades árabes y musulmanas. Lo que ocurre en Francia guarda relación con lo que sucede en Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Oriente Medio… La evolución de esas sociedades está influyendo en las mentalidades de la población musulmana o de origen musulmán en Francia. Las primaveras árabes habrían podido tener un impacto positivo, pero su naufragio lo ha anulado. Es asimismo sobresaliente el influjo de los países del Golfo, que financian mezquitas y corrientes fundamentalistas en toda Europa. En sentido contrario, también cuenta el peso que puedan llegar a tener los aires renovadores del islam, los que defienden que las mujeres deben ser iguales en derechos a los hombres; los que preconizan una actitud tolerante hacia quienes tienen ideas diferentes; los que se oponen a una política dictada por las autoridades religiosas.

El objetivo óptimo es un islam francés plenamente incorporado a la sociedad francesa. Que llegue a existir depende de factores externos independientes de las medidas políticas que se puedan tomar en Francia. Pero depende también de que Francia supere la etnización de la desigualdad y acierte a encarnar una sociedad pluralista, acorde con la diversidad que la constituye.

 

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(1) Permanece en pie la excepción de Alsacia y Mosela, donde sigue vigente un artículo contra la blasfemia heredado del Código Penal alemán de 1871, si bien nunca ha sido aplicado para condenar a nadie. En España, desde 1988 la blasfemia no es considerada delito, aunque sí lo es el escarnio de los “dogmas, creencias, ritos o ceremonias” de “una confesión religiosa” (Artículo 525 del Código Penal).
(2) Sin hablar ya de los ataques contra locales musulmanes destinados al culto En los cinco dias posteriores a los atentados se han contabilizado un intento de incendiar una mezquita en Poitiers, el lanzamiento de dos granadas contra otra mezquita en Mans, el incendio de una sala de oraciones musulmana en Aix-les-Bains, una explosión en la mezquita de Villefranche-sur-Saône; se ha disparado contra las mezquitas de Port-la-Nouvelle, Saint-Juéry, Vendôme, Soissons; han aparecido pintadas racistas, a veces con cruces gamadas,  en lugares de culto musulmanes en Bayonne, Bethune, Liévin, Rennes, Louviers, Bischwiller…
(3) La palabra yihadismo ha venido a sustituir a la expresión terrorismo islámico o islamista. Yihadismo pretende evitar las connotaciones peyorativas que tiene esta última expresión para el conjunto del islam. No obstante, esta palabra tampoco es del todo satisfactoria. El vocablo yihad, en efecto, es altamente polisémico. Designa una obligación para los creyentes del islam. En castellano suele traducirse como esfuerzo. La voz yihad se ha empleado también en los hadices y en la jurisprudencia islámica en un sentido militar. Una de sus acepciones es la de guerra santa, aunque la utilización en este sentido, hoy muy extendida, viene siendo discutida.
(4)En Francia se da la paradógica combinación, por un lado, de una opinión pública en la que el antisemitismo sigue teniendo una presencia bien visible y, por otro lado, de unas mayorías parlamentarias y unos Gobiernos sumamente condicionados por la presión de la comunidad judía, estrechamente unida al Estado de Israel y siempre presta a condenar como antisemitas a quienes crítican  las políticas israelíes.