Daniel Soutullo

Darwin y la eugenesia

(Página Abierta, 204, septiembre-octubre de 2009)

 

La vida y la obra de Charles Darwin están siendo rememoradas en este año en el que celebramos el 200 aniversario de su nacimiento y el 150 de la publicación de su libro El origen de especies. Es imposible exagerar la importancia de sus aportaciones a la ciencia de la biología (1), hasta el punto de que su teoría de la evolución supuso un punto de ruptura fundamental con las concepciones del mundo vivo existentes hasta ese momento. Por ello, Darwin constituye un verdadero héroe intelectual para todos aquellos, biólogos y no biólogos, que nos hemos formado en el marco de la moderna teoría de la evolución. 

Sin embargo, sacralizar a los personajes históricos, por importantes que sean, no deja de ser una deformación con consecuencias que pueden resultar negativas. Charles Darwin, como no podía ser de otro modo, era un hombre de su tiempo; un caballero victoriano de posición social elevada, con ideas conservadoras en no pocos temas. Por ejemplo, estaba convencido de la inferioridad de las mujeres, lo que no le impedía valorar enormemente la capacidad intelectual de algunas, como la de su propia hija Henrietta (Etty), que corregía los originales de su padre y que, al hacerlo, proporcionaba sugerencias y comentarios, tanto sobre el estilo como sobre los argumentos empleados, que habitualmente eran incorporadas por Darwin. En relación con la corrección de las galeradas de El origen del hombre, Darwin le escribió: «Tus correcciones y sugerencias son excelentes. He aceptado la mayor parte y estoy seguro de que se trata de unas mejoras muy grandes. Algunas de las transposiciones son de lo más preciso. Me has sido de una ayuda realmente buena, pero diantre, con cuánto esfuerzo te debes de haber empleado y de qué extensa manera dominas mi manuscrito. Estoy muy complacido con este capítulo que ahora me llega renovado. Tu afectuoso, admirado y obediente padre» (2). Poco después de la publicación del libro, le escribió nuevamente: «Varias reseñas hablan del estilo lúcido y vigoroso, etcétera. Ahora sé lo mucho que te debo a este respecto, lo cual incluye los arreglos, por no mencionar la ayuda, aún más importante, con los razonamientos» (3).

Otro tema que ilustra el conservadurismo social de Darwin era su abierta oposición a la contracepción, que se puso de manifiesto en su negativa a testificar en el juicio por obscenidad contra Charles Bradlaugh y Annie Besant, por la publicación de un panfleto en el que recomendaban diversos métodos anticonceptivos para combatir los peligros de la superpoblación. La respuesta de Darwin a la petición de Bradlaugh para que testificase a su favor fue la siguiente: «No he visto el libro en cuestión excepto en las reseñas del periódico. Supongo que se refiere a los medios para evitar la concepción. Si es así, me vería forzado a expresar frente al tribunal una opinión muy decidida y opuesta a usted y a la señora Besant. [...] Creo que cualquier práctica de ese tipo conduciría con el tiempo a unas mujeres insensatas y destruiría la castidad, de la cual depende el lazo familiar, y el debilitamiento de este lazo sería para la humanidad el más grande de todos los males posibles» (4). 

Janet Browne, en su maravillosa biografía de Darwin, lo retrata socialmente de una forma bien elocuente: 

«Su círculo personal pertenecía a ese estrato unido de la sociedad, la aristocracia intelectual de la época victoriana tardía, que simpatizaba con la idea de Mill de una “élite culta” y la “aristocracia del talento” de Carlyle. La mayoría de los miembros de esta aristocracia intelectual se asociaban a sí mismos a la emergente ideología de la meritocracia, el utilitarismo y el “carácter” personal, un sentido smilesiano del esfuerzo y la determinación personal en condiciones adversas, mientras que en gran parte disfrutaban de unas rentas y un estatus heredados por nacimiento. La posición de Darwin como gentleman era segura. De una forma abierta, valoraba con libertad las cualidades propias de un caballero en otros que podían no haber nacido en el seno de una familia favorecida como la suya, se consideraba un igualitario, aplaudía el mérito y la diligencia, promovía los deberes cívicos y el progreso, y apreciaba los atributos de la sociedad refinada. No sentía culpabilidad por ser un elitista, y aun así, la mayoría de las veces se las arreglaba para no ser un snob demasiado evidente. Hizo un hueco en su vida para la convicción de que el esfuerzo, las formas, el intelecto y el trabajo duro podían ser de gran importancia» (5). 

En el presente artículo pasaremos revista a las concepciones de Darwin en relación con la eugenesia, la doctrina fundada por su primo Francis Galton, que perseguía la mejora biológica de la especie humana. Aunque en la actualidad tendemos a asociarla más con la genética que con la evolución, en sus orígenes la eugenesia nació al calor del desarrollo de la teoría de la evolución y, aunque posteriormente derivó hacia una relación estrecha con la genética, mantuvo preocupaciones poblacionales y evolutivas hasta épocas muy recientes. Incluso después del desarrollo de la biología molecular, en la que la nueva eugenesia es reformulada en términos alejados del pensamiento evolucionista, la conexión entre las dos disciplinas no desapareció totalmente. 

Aunque aquí nos vamos a centrar en las opiniones de Darwin acerca de la eugenesia y en la influencia que ésta ejerció en su pensamiento, las influencias entre la teoría de la evolución de Darwin y la doctrina eugenésica de Galton circularon en ambos sentidos, incluso bastante más de Darwin hacia Galton que en sentido opuesto. Esto fue así debido al indiscutible papel jugado por la teoría darwiniana en diversos campos, tanto de la biología como de las ciencias sociales. En este sentido se suele pensar, con razón, que la teoría de la evolución supuso una verdadera revolución del pensamiento. 

En primer lugar, las viejas creencias sobre la naturaleza, basadas en el pensamiento teísta y deísta, fueron derribadas por la nueva concepción surgida de la teoría de la selección natural. La especie humana, en esta nueva visión del mundo natural, se convirtió en una especie animal más, estrechamente emparentada con el resto de los seres vivos. 

En segundo lugar, la revolución darwiniana tuvo también importantes repercusiones en las concepciones sobre la estructura de las propias sociedades humanas. En vida del propio Darwin, el darwinismo social, asociado con la figura de Herbert Spencer, intentó aplicar a la sociedad las ideas de la lucha por la existencia y de la supervivencia de los más aptos. La pretensión no era otra que interpretar la dinámica y la evolución de las sociedades industriales a la luz de las reglas que, según la teoría darwiniana, rigen la evolución de las especies. 

El tercer eslabón de esta cadena de influencias sociales de la evolución fue el intento, no ya de explicar las sociedades humanas a la luz de los mecanismos evolutivos, sino también de emular a la selección natural para impulsar y dirigir la propia evolución social. Para servir a este fin nació la eugenesia como disciplina teórica y práctica. Esta dimensión práctica hizo de la eugenesia un programa político para la acción social.

La eugenesia galtoniana

Aunque puede ser rastreada en Platón o Aristóteles, y en otros pensadores posteriores, es en el siglo XIX cuando la eugenesia  adquiere un cuerpo teórico y un nombre propio. 

Galton acuña el término en 1883 en su libro Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo, aunque su primera obra propiamente eugenésica (Talento y carácter hereditarios) data de 1865. Para Galton, «la eugenesia es la ciencia que trata de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza; también trata de aquellas que la pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad» (6).

Pueden presentarse, sucintamente, las características de la doctrina eugenésica de Galton haciendo referencia a tres facetas principales:

1) La pretensión de ser una ciencia: la ciencia de la mejora del linaje.

2) Se apoya, para ello, en varias disciplinas científicas de su época, en particular, en las teorías premendelianas de la herencia (entre ellas la ley de la regresión a la media, formulada por el propio Galton), que él interpretaba desde un hereditarismo muy estricto, y la teoría de la evolución darwiniana, en el sentido de que era necesario favorecer la acción de la selección natural sobre las poblaciones humanas, sobre todo porque, según su punto de vista, el efecto de la selección se encontraba muy debilitado a causa de los efectos de la urbanización. En este sentido escribirá en 1873: «Llegará a ser reconocida como tarea fundamental el anticiparse al lento y firme proceso de la selección natural, esforzándose por eliminar las constituciones débiles y los instintos innobles y despreciables, y por conservar aquellos que son fuertes, nobles y sociales» (7). 

La influencia que la teoría de la evolución darwiniana, y más en concreto, la publicación de El origen de las especies, ejerció sobre Galton fue realzada por él mismo: «La publicación en 1859 del Origen de las especies de Charles Darwin marcó un período de mi propio desarrollo mental, tal como lo hizo en el pensamiento humano en general. [...] Tuve poca dificultad en relación con el Origen de las especies, ya que devoré su contenido y lo asimilé tan rápidamente como lo devoré, un hecho que quizás debe atribuirse a una unión hereditaria de la mente que ambos, su ilustre autor y yo, hemos heredado de nuestro abuelo común, Dr. Erasmus Darwin» (8).

Para Galton, la traslación de la idea de selección natural desde el mundo de las especies animales a las sociedades humanas era mucho más que una simple analogía. En su creencia, respondían exactamente al mismo mecanismo, concebido como una lucha despiadada y sin cuartel en la que los más débiles sucumbían inexorablemente frente a los más fuertes y aptos: «En cuanto a la fuerza, agilidad y otras cualidades físicas, la ley de selección natural de Darwin actúa con una severidad desapasionada y despiadada. El débil muere en la batalla por la vida, los individuos más fuertes y capaces son los únicos a los que se permite sobrevivir y legar su vigor constitucional a las generaciones futuras. ¿Hay alguna regla correspondiente con el carácter moral? Yo creo que la hay y ya he aludido a ella cuando hablaba de los indios americanos» (9). 

3) Un marcado carácter ideológico, que se manifestaba especialmente en los prejuicios y juicios de valor sobre los grupos, en los que el racismo, el clasismo, el elitismo y el sexismo eran manifiestos y explícitos. Es de notar que aunque el racismo estaba indudablemente presente en Galton, no jugó un papel destacado en su teorización de la eugenesia. No así las diferencias de clases y su distinta tasa reproductiva, que fueron elementos muy importantes de la eugenesia galtoniana.

La eugenesia como doctrina, aunque tenía un cierto cuerpo teórico, se caracterizaba sobre todo por sus objetivos prácticos. Uno de ellos, que ya ha sido apuntado en el apartado anterior, era impulsar la acción de la selección natural para conseguir, mediante la selección eugenésica, lo que Galton llamaba el «perfeccionamiento de la raza». Dirá a este respecto: «La eugenesia coopera con los trabajos de la naturaleza asegurando que la humanidad estará representada por sus razas más aptas. Lo que la naturaleza hace ciega, lenta y burdamente, el hombre debe hacerlo previsora, rápida y suavemente» (10).

En otras formulaciones, Galton dibuja una especie de programa de acción política, con el que pretendía poner las bases para resolver algunos problemas que consideraba acuciantes y que debilitaban la sociedad inglesa internamente y limitaban, o incluso ponían en peligro, el dominio del Imperio Británico en el plano internacional. Los objetivos que se planteaba a este respecto eran los siguientes:

En el plano interno, Galton creía firmemente que la población inglesa, sobre todo la urbana, estaba sufriendo una suerte de degeneración debido, sobre todo, a los efectos de la civilización moderna (crecimiento de la masa de obreros industriales en las ciudades inglesas, en condiciones de vida paupérrimas). Debido a que, en opinión de Galton, esta degeneración tenía una causa biológica y no social y que, por ello, se transmitía hereditariamente, la eugenesia debía aportar la solución al problema haciendo que fueran las mejores estirpes las que más se reprodujesen y limitando la procreación de las capas más bajas de la población (las de peor calidad, portadoras de esa supuesta degeneración racial). 

En el terreno internacional, Galton estaba preocupado por las dificultades bélicas que estaba experimentando el Imperio Británico en aquella época, particularmente en la guerra de Crimea (1854-1855) y, posteriormente, en la guerra de los Boers (1899-1902). Para Galton, estas dificultades para imponer su dominio en el plano militar tenían su origen en una creciente debilidad innata de las tropas británicas, a causa de la pérdida de calidad biológica antes aludida. La eugenesia, una vez más, era la receta indicada para, en sus palabras, «cumplir con nuestras vastas oportunidades imperiales» (11). 

Los métodos propugnados para llevar a la práctica la eugenesia fueron clasificados, ya en tiempos de Galton, en dos categorías: eugenesia positiva y negativa. La primera estaba destinada a fomentar la procreación de los mejor dotados (las clases altas e ilustradas de la sociedad), mientras que la segunda estaba encaminada a impedir o reducir la procreación de los “grupos inferiores” (clases bajas, marginados, delincuentes o deficientes mentales), incluyendo el internamiento de estos últimos. Galton hizo hincapié sobre todo en la eugenesia positiva, es decir, estimular la procreación de las élites de la sociedad. La eugenesia negativa, aunque no la descartó, incluso mediante medidas coercitivas, jugó un papel subordinado en el conjunto de su obra. 

Galton no llegó a presenciar ninguna aplicación práctica de su doctrina eugenésica, ni en Gran Bretaña ni en ningún otro país. Sin embargo, sus ideas tuvieron repercusiones profundas tanto en sus contemporáneos británicos como en científicos, legisladores y gobernantes posteriores de diversos países de Europa y América. Es una historia bien conocida que, durante la primera mitad del siglo XX, fueron promulgadas leyes eugenésicas en Estados Unidos y en varios países europeos, que llevaron a la esterilización forzosa de miles de personas.

Las posiciones de Darwin frente a la eugenesia

A diferencia de Galton, Darwin siempre mantuvo una actitud de prudencia a la hora de extender las consecuencias de la teoría evolutiva a los asuntos humanos. No fue hasta 1871, en su obra El origen del hombre y la selección en relación al sexo, cuando aborda directamente la cuestión de las razas humanas y su valoración de las teorías eugénicas de Galton. La actitud de Darwin con respecto a estas últimas fue de aceptación, aunque expresó algunas reservas en algunos puntos concretos y mantuvo, en general, una actitud de mayor prudencia y moderación.

Los principales puntos de coincidencia entre Galton y Darwin a propósito de las ideas eugenistas de Galton, en particular las recogidas en el libro de éste Hereditary Genius (1869), son las siguientes:

1) Darwin acepta que las facultades mentales y morales son hereditarias: «Respecto a las facultades morales e intelectuales del hombre [...] nos inclinamos a creer [que tienen] grandes tendencias a ser hereditarias» (12).

2) Valora, al igual que Galton, que la tasa reproductiva de los peores elementos es muy superior a la de los miembros selectos de la sociedad, lo cual tiene consecuencias sociales muy negativas: «Los holgazanes, los degradados y con frecuencia viciosos tienden a multiplicarse en una proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos. [...] Si los distintos obstáculos que hemos señalado [...] no impiden que los holgazanes, los viciosos y otros miembros inferiores de la sociedad aumenten en mayor proporción que los hombres de clase superior, la nación atrasará en vez de adelantar, como es fácil probarlo, por abundar los ejemplos en la historia del mundo» (13). 

3) Considera que la eliminación de los portadores de tendencias morales perversas es un signo de civilización.

4) Coincide también con Galton en que la no eliminación de los individuos débiles, enfermos o tarados tiene consecuencias negativas y conduce a la degeneración de la especie humana: «Los miembros débiles de las naciones civilizadas van propagando su naturaleza, con grave detrimento de la especie humana, como fácilmente comprenderán los que se dedican a la cría de animales domésticos [...]. A excepción hecha del hombre, ninguno es tan ignorante que permita sacar crías a sus peores animales» (14). 

Sin embargo, pese a estas coincidencias en aspectos fundamentales de la eugenesia, Darwin mantiene algunas posturas divergentes con las propuestas eugenésicas formuladas por Galton. Es de notar, en este sentido, la sutil distinción que realiza entre los individuos a los que se hace referencia en los dos puntos anteriores, los portadores de tendencias morales perversas (punto 3), por un lado, y los débiles, enfermos y tarados (punto 4), por otro. Aunque comparte con Galton una valoración negativa, desde el punto de vista eugénico, de ambas categorías de personas, el tratamiento que propone para unas y otras es distinto. 

En lo tocante a las cualidades morales, acepta como positiva y necesaria la eliminación de los portadores de las tendencias consideradas perversas, mientras que, en contraposición con esto, considera que la protección de los individuos débiles o enfermos es algo que distingue a los salvajes de los seres civilizados. Así, en relación con la primera categoría de individuos, dirá: «Con respecto a las cualidades morales, aun los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando alguna de las disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos, si no, cómo la transmisión libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide, o ejecutándolos o reduciéndolos a cárcel por mucho tiempo» (15). Mientras que para la segunda puntualizará: «A impedir en lo posible la eliminación, se encaminan todos los esfuerzos de las naciones civilizadas; a esto tienden la construcción de asilos para los imbéciles, heridos y enfermos, las leyes sobre la mendicidad y los desvelos y trabajos que nuestros facultativos afrontan por prolongar la vida de cada uno hasta en el último momento» (16).

En consecuencia con esto último, se distancia de las propuestas más duras de la eugenesia, en especial de aquellas más inclinadas hacia la represión, y las considera muy perjudiciales para la humanidad: «Despreciar intencionadamente a los débiles y desamparados, acaso pudiera resultar un bien contingente, pero los daños que resultarían son más ciertos y muy considerables. Debemos, pues, sobrellevar sin duda alguna los males que a la sociedad resulten de que los débiles vivan y propaguen su raza» (17).

Aunque ve con simpatía las propuestas eugenésicas de Galton, Darwin las considera, en general, utópicas y poco realizables: «Ambos sexos deberían abstenerse del matrimonio si fuesen en grado marcado inferiores en cuerpo y alma; pero tales esperanzas son una utopía, y no se realizarán nunca, ni siquiera parcialmente, hasta que las leyes de la herencia no sean completamente conocidas» (18).

Quizás la discrepancia más fundamental entre el pensamiento de Darwin y la eugenesia galtoniana, y que condicionaba su no excesiva fe en las capacidades de la eugenesia para perfeccionar a la humanidad, fuera que Darwin consideraba que la selección natural no era la causa principal del desarrollo de las facultades morales. Esta valoración parece contradictoria no sólo con el pensamiento de Galton, sino con las propias valoraciones de Darwin sobre el carácter de las facultades morales que, como hemos apuntado, aceptaba que eran hereditarias. Pese a ello, explícitamente reconoce que no son los mecanismos biológicos, basados en la selección natural, los más importantes a la hora de perfeccionar las facultades morales e intelectuales de la humanidad: «A pesar de lo importante que ha sido y aún es la lucha por la existencia, hay, sin embargo, en cuanto se refiere a la parte más elevada de la naturaleza humana otros agentes aún más importantes [...]. Las facultades morales se perfeccionan mucho más, bien directa o indirectamente, mediante los efectos del hábito, de las facultades razonadoras, la instrucción, la religión, etc., que mediante la selección natural» (19).

Sin embargo, esta supuesta contradicción es más aparente que real si nos detenemos a considerar la cuestión de la herencia de los caracteres adquiridos, normalmente asociada con la teoría evolucionista de Lamarck, pero que, como veremos seguidamente, Darwin también admitía, y que constituyó el principal motivo de fricción científica que se produjo entre Darwin y Galton a lo largo de sus respectivas carreras. 

En aquella época aún estaba de moda la herencia de las mezclas, que consideraba que los caracteres de la descendencia provenían de una mezcla de fluidos maternos y paternos y, en consecuencia, tendían a manifestarse con una expresión intermedia con respecto a los caracteres de los progenitores. Tal interpretación de la herencia, si fuese cierta, resultaba fatal para la teoría de la selección natural, ya que, de ser así, la variación desaparecería en poco tiempo de las poblaciones, pues éstas tenderían a homogeneizarse, como consecuencia de la acción continuada de la mezcla hereditaria. Darwin era consciente del peligro que esto significaba para su teoría y, convencido como estaba de que la variación era omnipresente en las poblaciones naturales y no mostraba signos de desaparecer, pensó, con razón, que la herencia de las mezclas era incorrecta y que había que buscar otra teoría de la herencia más acorde con los hechos observados. Necesitaba, pues, una teoría de la herencia que explicase el origen de la variación hereditaria, que constituye la materia prima sobre la que actúa la selección natural. Él no llegó a tener conocimiento de los trabajos de Mendel y no podemos saber cómo hubiese reaccionado de haberlos conocido (20). Así pues, elaboró una teoría propia de la herencia que denominó hipótesis provisional de la pangénesis, y que presentó en su obra de 1868, La variación de los animales y las plantas bajo domesticación.

Según esta teoría, las distintas partes del cuerpo desprenden gémulas que se transmiten por vía sanguínea para constituir las células sexuales. Es fácil ver que la pangénesis, de ser cierta, aportaba un mecanismo coherente y razonable para la herencia de los caracteres adquiridos.

La herencia de los caracteres adquiridos

Suele creerse que la herencia de los caracteres adquiridos, característica del lamarckismo, es contraria al pensamiento de Darwin, que se basaba en la selección natural. Tal punto de vista es cierto para la teoría sintética de la evolución, es decir, para el darwinismo que se configuró a mediados del siglo XX, fruto de la síntesis entre el darwinismo clásico y la genética moderna (mendeliana, poblacional y molecular). Para la teoría sintética, el origen de toda variación hereditaria reside en las mutaciones que se producen en el ADN, cuando éste se replica, y es sobre los individuos portadores de estas mutaciones sobre los que actúa la selección natural.

Sin embargo, pese al poco aprecio que sentía por las ideas de Lamarck y a no formar parte integrante del núcleo de su teoría de la evolución por selección natural, Darwin no se oponía a la herencia de los caracteres adquiridos. Por el contrario, a medida que fue recibiendo críticas a la teoría de la selección natural, por no aportar una explicación convincente sobre el origen de la variación hereditaria, se fue inclinando cada vez más hacia una aceptación mayor del papel de la herencia de los caracteres adquiridos, como un mecanismo auxiliar que podía proporcionar una fuente de variación hereditaria. Esta aceptación es muy clara en su obra sobre el origen del hombre, de 1871, en la que abundan afirmaciones explícitas sobre este particular.

Conviene que ilustremos con las propias palabras de Darwin su punto de vista sobre esta cuestión. Así, por ejemplo, sobre el carácter hereditario de los caracteres adquiridos por el uso y desuso de los órganos dirá: «La inferioridad de los europeos comparados con los salvajes, en lo que se refiere a la perfección de la vista y de los otros sentidos, es sin duda alguna efecto de la falta de uso, acumulada y transmitida durante un gran número de generaciones» (21); la misma afirmación realiza para referirse a los órganos vocales humanos que «se han adaptado a la expresión del lenguaje articulado por efecto hereditario del uso» (22); o también, cuando se refiere a los «hábitos seguidos durante muchas generaciones [que] tienden probablemente a convertirse en hereditarios» (23). Incluso, contra toda evidencia y pese a lo observador y meticuloso que era Darwin, llegará a hacer extensible la acción de este mecanismo a las mutilaciones: «Tenemos evidencia de que las mutilaciones producen algunas veces efectos hereditarios» (24).

Estos ejemplos ilustran bien las ideas (y los prejuicios) de Darwin en lo referente a la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos, bien por el uso o desuso de los órganos, bien por otros mecanismos. La importancia evolutiva que le otorga, hasta ponerla casi en el mismo plano que la propia selección natural, se aprecia en su afirmación de que «podemos considerarnos seguros de que los efectos hereditarios del uso o desuso repetidos obraron poderosamente en la misma dirección que la selección natural» (25). No es de extrañar que, en coherencia con estas valoraciones, exprese una especie de autocrítica por no haber tenido suficientemente en cuenta con anterioridad la herencia de los caracteres adquiridos y haberla relegado excesivamente frente al papel otorgado a la selección natural:

«Las modificaciones adquiridas en el pasado, y puestas en uso para algún objeto útil en las épocas pasadas, llegaron probablemente a convertirse en firmes y estables y a hacerse hereditarias [...]. Me veo obligado a admitir que en las primeras ediciones de mi obra Origen de las especies di tal vez demasiado espacio a la acción de la selección natural y a la persistencia del más apto. Por esta razón introduje algunas modificaciones en la quinta edición del Origen [...]. Permítaseme en disculpa decir que dos eran entonces los blancos de mis miras; primero, demostrar que las especies no habían sido creadas separadamente, y segundo, que la selección natural había sido el principal agente de los cambios que notamos en las diversas partes constitutivas de los seres, aunque favorecida muy mucho en sus fines por los efectos hereditarios del hábito, y algún tanto también por la acción directa de las condiciones circunyacentes» (26). 

Al contrario que Darwin, Galton era completamente opuesto a la herencia de los caracteres adquiridos. Para poner a prueba la veracidad de la pangénesis, con la que pese a ello simpatizaba, Galton llevó a cabo, en colaboración con Darwin, una serie de experimentos de transfusiones sanguíneas entre conejos con distintos colores de pelaje que después fueron apareados. De ser cierta la existencia de gémulas en la sangre, éstas afectarían a la herencia de los conejos con sangre transfundida, de tal forma que los descendientes heredarían un patrón de pelaje semejante no al pelaje de sus progenitores, sino al de los conejos donantes de la sangre transfundida. Los resultados fueron completamente contrarios a las expectativas de Darwin, mientras que confirmaron las ideas de Galton acerca de la inexistencia de la herencia de los caracteres adquiridos y, al mismo tiempo, de lo poco apropiada que resultaba la pangénesis como teoría hereditaria. La difusión por parte de Galton de los resultados, sin consultar previamente a Darwin, motivó el enfado de éste y la publicación de una réplica. Hoy sabemos que en este punto Galton tenía razón y Darwin no. 

Lo importante para comprender el punto de vista de Darwin en relación con el perfeccionamiento de las facultades morales es que si la herencia de los caracteres adquiridos fuese cierta, como él pensaba, la afirmación de que estas facultades son hereditarias resulta plenamente compatible con la idea de que su perfeccionamiento se consigue, sobre todo, por los efectos del hábito, la educación, la razón, etc., ya que los cambios provocados por estos mecanismos, cambios todos ellos adquiridos, podrían ser transmitidos después a la descendencia y hacerse hereditarios, contribuyendo de este modo a su evolución en la especie humana. 

No podemos atribuirle a Darwin la paternidad de desarrollos, que otros han llevado a cabo paralelos a su teoría de la evolución, que desde nuestro punto de vista actual resultan incómodos o incluso detestables por sus implicaciones sociales. Sin embargo, algunas de esas doctrinas, o parte de ellas, podrían haber sido aceptadas por Darwin, y de hecho, algunas contemporáneas suyas, como el núcleo principal de la eugenesia, lo fueron. 

Del mismo modo, desde un punto de vista diametralmente opuesto, también se han hecho contribuciones evolucionistas a las ciencias sociales que podríamos etiquetar como de carácter social progresista o transformador. Tampoco en estos casos debemos involucrar a Darwin en ellas, salvo que él mismo se manifestase explícitamente al respecto. El incidente, citado al comienzo de este artículo, del juicio por obscenidad contra Charles Bradlaugh y Annie Besant es de lo más ilustrativo. Bradlaugh le solicitó a Darwin que testificase a su favor porque consideraba que las concepciones abiertamente malthusianas de aquél podrían servir de apoyo a las propuestas en favor de la contracepción contenidas en la publicación objeto de juicio; al fin y al cabo sus autores también se consideraban malthusianos y estaban preocupados por las consecuencias que podría tener la superpoblación. Sin embargo, Darwin no compartía en absoluto las recetas que ellos proponían sino que, en este tema, se situaba justamente en el extremo opuesto. 

Darwin merece ser valorado por lo que realmente hizo y dijo y no por la situación en la que, desde nuestra particular óptica ideológica, nos gustaría colocarlo. Sin duda, al hacerlo así aparecerá con claroscuros, pero también resultará ser un personaje mucho más humano e interesante. En cualquier caso, si somos ecuánimes en nuestro juicio, seguiremos teniendo la satisfacción de comprobar que su figura intelectual fue descollante en varios sentidos y nuestra admiración y afecto por él y por su obra siguen manteniendo todo su vigor.

 

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(1) Véase Daniel SOUTULLO, “Darwin”, PÁGINA ABIERTA, nº 202, mayo-junio de 2009, pp. 62-69.

(2) Citado por Janet BROWNE (2002), Charles Darwin. El poder del lugar. Una biografía, Valencia: Publicacions de la Universitat de Vàlencia, 2009, p. 449.

(3) Ibíd.

(4) Ibíd., p. 571.

(5) Ibíd., p. 362.

(6) Francis GALTON (1904), “Eugenesia: su definición, alcance y propósitos”, recopilado por Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ en Francis GALTON (1988), Herencia y eugenesia, Madrid: Alianza Editorial, S. A., p. 165.

(7) Citado por Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ (1985), Sir Francis Galton, padre de la eugenesia, Madrid: Centro de Estudios Históricos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, p. 130.

(8) Ibíd, p. 88.

(9) Ibíd, p. 92.

(10) Francis GALTON (1904), op. cit., p. 170.

(11) Ibíd., 167.

(12) Charles DARWIN (1871), El origen del hombre y la selección en relación al sexo, Madrid: EDAF, S. A., 1980, p. 129.

(13) Ibíd., pp. 139; 141.

(14) Ibíd., p. 135.

(15) Ibíd., p. 138.

(16) Ibíd., p. 135.

(17) Ibíd.

(18) Ibíd., p. 521.

(19) Ibíd., p. 522.

(20) En cualquier caso, Mendel también era perfectamente consciente de la importancia de sus propias investigaciones sobre la herencia para poder entender la evolución, como hizo explícito en las observaciones preliminares de su trabajo, al afirmar: «Es cierto que se requiere un poco de audacia para someterse a un trabajo tan vasto; sin embargo, parece ser el único camino seguro por el cual se podrá alcanzar, por fin, la solución de un problema cuya importancia para la evolución de las formas orgánicas no puede ser menospreciada», Gregor MENDEL (1866), Experimentos sobre híbridos en las plantas, Oviedo: KRK Ediciones, 2008, p. 24.

(21) Charles DARWIN (1871), op. cit, p. 41.

(22) Ibíd., p. 55.

(23) Ibíd., p. 132.

(24) Ibíd., p. 64.

(25) Ibíd., pp. 510-511.

(26) Ibíd., pp. 65-66.