David Perejil
“Antes tenía una vida como la tuya en Siria
y ahora no tengo nada”.
La situación de los refugiados sirios en España

Kamal es Kamal, pero el resto de refugiados sirios que aparecen en estas líneas no lo son. Por miedo a lo que les pueda suceder a sus familiares o a ellos si pueden regresar a su país, han preferido salvaguardar sus nombres. Algo que les sucede incluso en conversaciones entre ellos.  Kamal dice que incluso algunos compatriotas suyos no quieren hablar con él, “incluso por facebook”, por miedo a que les pregunten en su país por qué tienen contacto con personas como él. Miedo, esa palabra omnipresente cuando se alude a la represión del régimen de los al-Assad y al conflicto en Siria, esa mezcla de alzamiento, revolución, brutal respuesta del gobierno, guerra civil, regional y confesional que en tres años ha destrozado el país y a sus habitantes. Miedo, esa vivencia reproducida entre los pocos refugiados acogidos en nuestro país. Pero a Kamal ya no le preocupa que se cite su nombre. No sólo por estar “fichado” por el régimen, ya que su historia apareció en vídeos en internet y en la prensa, sino porque su otro yo, otra persona con su mismo nombre, murió en un puesto de control de Zabadani asesinado con nueve disparos por la espalda. Pensaron que era él y mandaron a su padre a reconocer el cadáver.


Un refugiado sirio mira desde la valla del campo de refugiados de Yayladagi, en la provincia de Hatay cerca de la frontera turco-siria. Foto Flickr: Freedom House Licencia Creative Commons.

El anestesista que dejó sus estudios para trabajar en un hospital de campaña para atender a los heridos de los alzados es uno más de los escasos refugiados sirios acogidos en nuestro país. De los 185 que lo solicitaron entre noviembre de 2011 y octubre de 2013 según datos de Eurostat recogidos en un informe de Amnistía Internacional (1). Una persona entre las 711 que lo demandaron en el pasado 2013, según datos del Ministerio del Interior.  Una cara más de las 130 plazas que ha ofertado España en 2014 dentro de la propuesta de 12.000 de los tan sólo diez países de una Unión Europea que ya acoge a 55.000 sirios, con Suecia  (20.490 solicitudes) y Alemania (16.100) a la cabeza. Cifras que contrastan no sólo con los 505 millones de habitantes de la UE sino también con la catástrofe humanitaria en Siria en los tres últimos años. Según Jean Raphäel Poitou, responsable de Eurasia de Acción contra el Hambre, a finales de 2013 había 2,3 millones de refugiados sirios alojados en países como Líbano (800.000 personas que suponían el 20% de la población de ese pequeño país), Turquía (500.000), Jordania (500.000), Egipto (200.000) e Irak (170.000).

Eso por no hablar de las 4.250.000 personas desplazadas dentro de un país de 19 millones de habitantes. Poitou pone sobre la mesa otros datos abrumadores: los cerca de 125.000 muertos según las cifras del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, y los de 6,8 millones de personas vulnerables por problemas de alimentación, frío y enfermedades ya erradicadas pero de vuelta en el conflicto, como la polio. Números que resumió en una frase lapidaria en una conferencia sobre las consecuencias del conflicto en la Casa Árabe de Madrid (2): “es la mayor crisis humanitaria en los últimos 20 años, similar a la de Ruanda en el asunto de refugiados, y comparable a la Segunda Guerra Mundial en ocasiones, como el pasado verano cuando sucedieron los ataques con armas químicas y la amenaza de intervención militar internacional”. Un aspecto casi borrado en un conflicto en el que la población civil ha sido puesta en la diana, con especial crueldad por las fuerzas del régimen que ha sitiado hasta dejar sin alimentos zonas como el campo de Yarmouk, Al-Muaddamiya o Duma, bombardeando colas del pan, con barriles de explosivos y asesinando a través de paramilitares, conocidos por el nombre de shabiha (fantasmas). También, los grupos yihadistas, que en los últimos días libran combates con brigadas del Ejercito Sirio Libre y el Ejército del Islam,  han ejecutado a decenas de activistas y periodistas. 

Un desastre para la población siria respecto a la que casi ninguno de los muchos países implicados en la guerra regional quiere aceptar sus consecuencias. Por un lado, los países vecinos, han mostrado su generosidad al abrir sus fronteras al 97% de los refugiados, pero incluso allí la situación no es fácil. Algunos sólo les otorgan el estatus de huéspedes o invitados, en ningún caso de refugiados, lo que limita sus derechos. Además, sufren escasez de recursos y las consecuencias directas del conflicto en sus nuevos “hogares”, en Líbano o Egipto. Por otro lado, el resto de países implicados directamente en el tablero de ajedrez de la cuestión siria, responsables de la guerra regional intermediada que también se libra, como la UE, Rusia o Irán han hecho muy poco, o nada, por ellos en términos humanitarios. 

Historias de persecución

Detrás de cada persona solicitante de refugio en nuestro país se cuenta el puzzle de historias que componen los sufrimientos de la población en un conflicto que consideran ignorado. Así lo contó Rana, que sumó sus palabras a las de Kamal y Mazen, en la charla “Siria: una población civil acosada y convertida en refugiados”, organizada por Amnistía Internacional en Madrid (3). “Sólo pido al mundo que sienta lo que nos sucede a todos nosotros. Nos levantamos pidiendo dignidad como vosotros. Le dije a mi hijo: si algún día no vuelvo a casa, has de saber que he muerto por tu futuro. No quiero que vivamos bajo la humillación de estos 40 años de miseria y pobreza bajo el régimen de los Assad”. Rana cuenta como en 2012 abrieron las “puertas” del campo de Yarmouk a personas que huían de Deraa y Homs. Ofrecieron comida, casas y escuelas. Ella participó en manifestaciones pacíficas en Damasco. Y desgrana las consecuencias. “Intentaron raptar a mi hija de 22 años cuando volvía de la Universidad. Casi pierdo a mi hijo pequeño por los disparos de un francotirador. Lo peor, más que los bombardeos que rompían los cristales de nuestras casas, era el miedo a los shabihas. Sabíamos que si entraban a nuestro barrio moriríamos degollados”. De pelo claro, mediana edad y con una chapa de la bandera de la revolución en el pecho, Rana se concentra en una hoja en la que tiene escrita su intervención en árabe. Todo el mundo escucha con un duro y estruendoso silencio. “La gente que no tiene hijos es muy afortunada. Es muy difícil explicar a tu hijo por que el presidente de tu propio país amenaza con matarte, tener que dormir con él porque tiene miedo a los bombardeos. Contarle que si vienen los shabiha, cierre sus ojos porque los ángeles le van a recibir en el cielo”. Rana enseña un dibujo hecho por su hijo en el que se ven soldados disparando a niños muertos. Se siente afortunada por contarlo desde Madrid porque todo continúa en Siria. “Cuando puedo hablar con mi madre de 80 años, que sigue en el país, a veces oigo bombardeos. Ella me miente y dice que es la televisión. Me dice que está bien, pero no la creo. Estoy segura que las dos lloramos cuando colgamos. Hoy mismo, he sabido que ha muerto un amigo de mi hija, torturado en la cárcel”.

Las vivencias de Mazen son distintas. Kurdo de la ciudad de Qamishli, estaba haciendo el servicio militar. “Cuando empezó la revolución estaba en el ejército. Fuimos al barrio de Talkalakh, en Homs, y mi jefe me dijo que nos enfrentaríamos a terroristas”. Destruyeron casas. Robaron las pertenencias de la gente. Sólo había, dice, mujeres, niños y ancianos. “Yo le decía a mi jefe. Mira estos son los únicos terroristas que veo”.  Cuenta como le amenazó. “Cállate. Si hay una guerra con Israel, tu serás un traidor”. Sobornó a su jefe para no ir más al frente. Con una carrera universitaria realizada en Damasco, este hombre de unos 30 años volvió a su ciudad donde salió en manifestaciones durante dos meses. Hasta que la presión y el riesgo le obligó a cruzar la frontera turca.

Herencia de refugiados

Kamal, Rana y Mazen viven en uno de los dos centros de acogida de refugiados de la dirección general de Migraciones situados en la Comunidad de Madrid, el ubicado en Alcobendas. Hay otro dentro de la ciudad, en el barrio de Vallecas, que puede acoger hasta 96 residentes, muchos de ellos también sirios de varias procedencias. Entre ellos, hay varios palestinos que han salido de Siria, descendientes de aquellos que tuvieron que huir de las guerras con Israel. Iyad, de apenas 22 años y estudiante de sociología, es uno de ellos. Explica cómo el conflicto ha dividido a los palestinos que viven en Siria entre facciones a favor del régimen y personas a favor del cambio. Muchos no querían posicionarse porque sabían que sufrirían las consecuencias. “Los palestinos siempre pagamos el pato”, me dice apesadumbrado. “Al principio, hubo manifestaciones pacíficas, luego bombardeos y ahora nadie respeta a nadie. Los civiles pagan los ataques”. Iyad huyó por su participación en las manifestaciones en demanda de cambios del régimen. “Además, distribuía comida de manera muy secreta para que no me pillaran porque si lo hacían, sabía que moriría”. No le gustan los grupos, dice. “Eran peligrosos”. Sólo trabajaba con una persona, un profesor de la Universidad que le pasaba paquetes con lentejas, arroz y atún para que lo distribuyera entre las familias que habían llegado de Al Qusayr y Homs. Hasta que las presiones a otros miembros de su familia, le impulsaron a escapar del país. Iyad, como mucho de los habitantes de la zona, suele tener un fino humor irónico, capaz de aguantar hasta los sucesos más dramáticos. Sin embargo, durante la conversación, los acontecimientos muestran todo su peso. “Estoy destrozado por dentro. Viví la guerra durante dos años”. No quiere ver la televisión ni conectarse a internet, “porque me estresa mucho leer noticias de arrestos o muertes”. Ni tampoco hablar de Siria con otros compatriotas del centro. “Todo el mundo piensa que tiene razón y nadie tiene razón. Se enfrentan, incluso de manera agresiva”. Es consciente de todo lo que ha desaparecido estos días. “Antes yo tenía una vida como la tuya en Siria y la he perdido. Tenía una casa, amigos, estudios y un trabajo. Ahora tengo que intentar no perder el tiempo para volver a tener una vida”.

Como dice Iyad, las opiniones en torno al conflicto se reproducen también en los refugiados del centro en el que se encuentra un joven palestino antiguo dirigente de las juventudes de un partido político, que abandonó para “pelear por la revolución”. Y otros, como el caso de un padre de familia, Nasser, que cree que, antes de las manifestaciones de 2011, no había problemas en un país en el que vivía, muy agradecido, como refugiado. “Yo no tengo país. Lo ha ocupado Israel. Mi familia era de Safad y tuvo que huir. Antes la gente vivía tranquilamente pero cuando empezaron las manifestaciones se dividieron entre los que querían y los que no querían al presidente, que eran pocos. Ahora el problema es la gente que ha venido de otros países, como Arabia Saudí, o los de Al Qaeda”. Nasser, que regentaba un gimnasio en Yarmouk, vive en el centro con su mujer y sus dos hijos adolescentes.

También ha “heredado” su condición de refugiados una familia de armenios que vivían en Alepo hasta hace un año. Sus abuelos tuvieron que huir del genocidio armenio en Turquía hace casi un siglo y ahora, ellos, se han convertido en “refugiados”. Algo que no hubieran imaginado hace unos años. Entonces, Ashot, de 50 años, visitaba varias ciudades de Europa, incluida Valencia, para comprar mercancía para su taller. “Entonces la gente no sabía ni donde estaba Siria y ahora mira”, dice su mujer, Susanna. Ambos recalcan que hasta hace tres años no había problemas en la capital del norte del país. Lo explican en términos de convivencia de confesiones religiosas. “Antes los cristianos no teníamos problemas con nuestro vecinos. Los que están en el país ahora han venido desde Turquía y Catar. Son otro tipo de musulmanes”. Y de una manera que evidenciaba una convivencia como comunidad aparte. “Hasta hace tres años no había problemas con al-Assad”,  explica Ashot. “Los armenios no nos metíamos en política, teníamos nuestras iglesias, libertad para hablar nuestro idioma y nuestras escuelas”. Pero en una de las ciudades más castigadas por los combates, y dividida en barrios en poder del régimen y las oposiciones, todo cambió. “Huimos primero a casa de un familiar porque el ejército ocupó nuestra casa. Luego cogimos uno de los últimos aviones que salió del aeropuerto de Alepo porque había muchos bombardeos y muertos en la calle, y nuestros hijos no podían ir a la escuela”.

Una suma de conflictos que empeora y empeora

En 2011, varios grupos de manifestantes recogieron el ánimo de las manifestaciones de las revueltas árabes para exigir mejoras, reformas y dignidad. Desde Deraa la mecha se encendió poco a poco con manifestaciones pacíficas que fueron duramente reprimidas. Sólo en unos cuantos meses, se contaron cerca de 6.000 muertos. En aquellos días, primaban los esfuerzos de grupos y jóvenes con demandas revolucionarias de cambio y que resaltaban la unidad del pueblo sirio por encima de las confesiones y divisiones étnicas. El conflicto ha pasado por varias etapas: la militarización de la revuelta, la toma de ciudades y terreno por parte de las brigadas las diferentes oposiciones, el conflicto como un tablero de ajedrez de todos los conflictos de Oriente Medio y la llegada de yihadistas para imponer su proyecto fanático. En los últimos meses el odio generado por tantos meses de duros enfrentamientos armados ha acabado salpicando a la convivencia entre confesiones religiosas, una profecía autocumplida de un régimen que al principio de la crisis buscó apoyos para sobrevivir a toda costa. También, la caída en el pozo de los demonios que cada sociedad y país poseen.

Eso es lo que expresan otros refugiados que viven en el centro. George, católico de Damasco y antiguo comercial de electrodomésticos, está muy preocupado por los secuestros de religiosos cristianos en Maalula. “¿Por qué tengo que morir por ser católico?”, pregunta. Está angustiado por la llegada de militantes de Al Qaeda al país y por algunas manifestaciones en Hama en las que se ha cantado “cristianos a Beirut y shiies al ataud”.  Además, la situación ha empeorado, expresa. “Al principio había tres bandos: el gobierno, el ejército sirio libre y la gente en medio. Ahora sólo hay dos”.  Recuerda como antes de 2011, “el gobierno dejaba hacer de todo y había muchas oportunidades económicas”, aunque también dice que “no se podía hablar de política ni de religión”. De hecho, estuvo preso 70 días. Fue a comprar verdura cerca de una mezquita desde la que salían manifestaciones y la policía le detuvo hasta que les convenció de que “era cristiano y no tenía nada que ver con las protestas”.  George cree que el gobierno “no era bueno”, reconoce. “Pero eso también sucede en otros países y la vida continúa. Era mejor que esta guerra y matar a la gente”. Concluye sus palabras volviendo a expresar el miedo a la persecución religiosa. Explica una historia que se remonta a cientos de años atrás y se debería tener en cuenta, incluso, para aceptar refugiados. “España es un país católico; los refugiados de los rebeldes que se vayan a Arabia Saudí”.

Otra de las familias alojadas en el centro, también cree que los problemas confesionales son muy graves. “Antes nadie preguntaba qué religión practicabas, si eras shií o sunní. Ahora sí”, explica Sireen. Durante la entrevista están ella, su marido y sus dos hijas, la más pequeña con apenas unos meses y ya nacida en el centro. Ella lleva la voz cantante. Era profesora de economía en la Universidad de Damasco y su marido, ingeniero, tenía una tienda de nuevas tecnologías. Dice que ahora en Siria hay “una masacre de todos contra todos” y, como ejemplo cita que ella está perseguida por el régimen y su marido, por “los dos lados”. De posición adinerada, cuenta que tenían dos coches y una casa en un barrio acomodado de Damasco. Recuerda que fue apresada por la policía porque creían que arengaba a sus estudiantes a salir en las manifestaciones exigiendo cambios que “no eran asunto suyo”. Sin embargo su opinión sobre el régimen ha cambiado: “Antes, en el pasado -recalca-, Bashar era bueno. Ahora no lo es. Antes de la revolución no había problemas; ahora sí los hay. Los dos lados son malos ahora. La gente normal está en medio”. Sireen habla en perfecto inglés mientras sujeta a su bebé en una conversación interrumpida por varias personas que quieren ver a su hija. Su marido se encarga de cuidar de la mayor que aguanta parte de la conversación hasta que empieza a jugar. Quieren volver a Siria, expresan con tranquila rotundidad. “Aquí no hay trabajo, no hay futuro para nuestras hijas. Por eso tenemos que volver. Sé que es algo difícil. Igual tenemos que vivir bajo un puente como mi hermana, pero lo haremos por ellas”.

Abdala acude después de comer y fumar un cigarrillo. Estaba fuera del país, trabajando como cámara en un canal de un país del Golfo. Se ofreció a trabajar como freelance en Alepo para aprovechar que allí tenía un pequeño estudio con varias cámaras. Estuvo tres meses en su ciudad natal. Hasta que le apresó la policía. Le dijeron que estaba prohibido informar sin permiso del gobierno. “Cómo nos iban a dar permiso; al-Assad sólo los da a sus aliados: Irán, Rusia o Líbano”. Su redactor tuvo suerte ya que pudo escapar al no tener que aguantar el peso del equipo de televisión. A él le arrebataron su pasaporte y le encarcelaron durante un mes. Abdala fue sentenciado a 15 años de cárcel. Durante un traslado a otra prisión, sobornó a la policía e inició un largo recorrido, sin documentación oficial, entre diferentes países hasta llegar a España.

Las demandas de los refugiados en España

Todas las conversaciones empiezan o acaban con sus demandas y necesidades una vez llegados a nuestro país. Por un lado, son peticiones relacionadas con las dificultades para elegir país en el que asentarse. Dublín, Dublín, Dublín. Lo repiten para referirse a un convenio europeo (4) que les obliga a asentarse en el país que les dio visado o el primero al que llegaron en Europa, lo que, a veces, separa familias. Es el caso de Iyad, Ashot y Susanna, con familias en Suecia. También, expresan los problemas relacionados con las barreras para entrar desde Ceuta y Melilla a la península. Y las dificultades burocráticas para pasar de solicitantes a refugiados, de la famosa “tarjeta roja” que les acredita en el trámite de conseguir su documentación a la definitiva residencia. Por otro, son peticiones para su integración tras pasar por todos esos trámites: la ausencia de posibilidades de encontrar empleo en medio de la crisis les sitúa en una posición de gran vulnerabilidad si no cuentan con familiares o amigos que les ayuden. Todos agradecen mucho la acogida y calidez de la gente en nuestro país, y de manera especial el apoyo de los trabajadores de los centros, pero desean recuperar “su vida”, trabajar y valerse por si mismos para poder abandonar la “vida tutelada” y poder recuperar una propia.

En todo caso, saben que son “afortunados”. Kamal reconoce que “aunque tenemos los problemas de integración en una sociedad distinta y especialmente financieros, sobre todo para las familias con hijos, no hay comparación entre nuestros problemas aquí y los de la gente que, por ejemplo, vive en el campo de al-Zaatari en Jordania”. Una terrible constatación se adivina al oír cómo fueron sus trayectos entre Siria y España. Solo los que tienen contactos para obtener visados europeos o dinero para pagar a mafias de “pasadores de fronteras” pueden salir. El resto de la población perseguida, o bien  escapa a los países fronterizos, o bien debe aguantar dentro del país. “Es un viaje muy largo”, dice Mazen para relatar  un periplo que le llevó, primero a Turquía, luego a Egipto, para continuar de vuelta a Turquía y, para evitar visados, en avión a Ecuador, luego Brasil, Argentina, de vuelta a Brasil por problemas con su pasaporte y, otra vez, a Ecuador hasta que un avión en dirección a Alemania, con escala en Madrid, le indujo a pedir asilo en nuestro país. El coste del viaje, además de muchos meses y penalidades, ascendió a unos 10.000 €.  La familia de Sireen dedicó todos sus ahorros, unos 30.000 dólares, a escapar a Líbano y “comprar” documentación y visados para intentar ir a Suecia, vía España. En avión desde el aeropuerto de Beirut vinieron varios de ellos. Una vía “fácil” hace un año debido a su cercanía con Damasco, aunque tuvieron que sortear los controles de Hizbullah que convertían el aeropuerto en terreno del mismo conflicto que en su país.

En el caso de Abdala, su viaje duró un año entero. Desde Turquía, empezó su trayecto en Egipto y recorrió todo el Magreb hasta llegar a Melilla donde pasó tres meses hasta poder acceder a la península. “Allí las condiciones son muy malas, no como en este centro. No había espacio, ni baños ni duchas. Eramos 1.000 personas y había sólo 30 habitaciones”. El caso de Manar Almustafá puso en primer plano la situación de los solicitantes de refugio en Ceuta y Melilla. Esta mujer, de 30 años y con quemaduras en el 90% de su cuerpo, que requerían atención médica urgente, estaba recluida en Melilla porque las solicitudes en las ciudades autónomas no permiten residir en España, al no estar reconocidas como fronteras Schengen. Tras ser denunciado el caso en varios medios de comunicación, ella y su familia lograron el traslado a Barcelona a finales del pasado diciembre. Situación similar a la que viven varias familias sirias en Ceuta. Y el resto de solicitantes de asilo e inmigrantes en ambas ciudades.

Lo que sí repiten todos es el agotamiento ante una burocracia de la que, en teoría, van a recibir su tarjeta de asilo en seis meses, plazo que se alarga más de un año, o más, en la mayoría de los casos. Una situación de espera “agónica” para poder empezar a buscar empleo o moverse a otros países. “Nadie me dice cuánto tardarán mis papeles y sin ellos no puedo trabajar. En Siria no hacen falta documentos para trabajar, pero aquí sin ellos es imposible”, relata Abdala de algo que, “vivimos todos por igual en el centro”. De hecho, concluye, “no sé porque nos acogen si luego no nos dan documentación para poder buscar trabajo. No lo entiendo”. Por su parte, Sireen afirma que España es un “país muy duro para trabajar”, constatando una dificultad que reconocen que afecta a muchos españoles.

Actuación y respuestas de las administraciones

El proceso de asilo empieza cuando se solicita en nuestro país, en los centros de internamiento para extranjeros (CIES) y, en algunos casos, en puestos fronterizos. Una vez presentada la solicitud, hay una fase para decidir su admisión (5) a trámite durante  la cual los solicitantes tienen derecho a permanecer en el país mientras se resuelve el caso que, según la normativa, es de seis meses, a la vez que se pueden beneficiar de servicios sociales, sanitarios y educativos. Durante este tiempo hay programas especiales de alojamiento, comida, clases de español, ayudas de manutención y emancipación (entre 100 y 300 euros mensuales), psicológica y jurídica. Estos servicios los prestan los CAR y organizaciones como Accem, Cear, Rescate y Cruz Roja. Si, al final del proceso, se consigue la concesión del asilo se tiene derecho a “no devolución”, a residir y trabajar en España, contar con un documento de identidad, acceder a ayudas públicas y, cuando se cumplan los plazos, solicitar la nacionalidad española si así desea. Entre 2008 y 2012, 16.250 personas han demandado esa protección en nuestro país, según los datos de Acnur (6). La tendencia fue decreciente en el último año analizado y situó a nuestro país en el décimocuarto lugar entre los países europeos, muy lejos de las 232.600 peticiones en Francia o las 201.350 de Alemania, e incluso de las 64.970 registradas en Grecia durante el mismo periodo.

La población siria es la última en pedir protección tras la llegada de iraquíes, colombianos y personas de varios países africanos, en función de los conflictos internacionales. Entre los trabajadores del CAR de Vallecas hay un debate sobre si son especiales. Algunas personas creen que sí, debido a la soledad que sienten, al vivir un conflicto sobre el que la comunidad internacional actúa poco. Sin embargo, otras creen que es una vivencia de casi todas las personas alojadas en el centro.

Por su parte, el gobierno amplió la cuota de acogida de refugiados sirios a finales de 2013, remarcando en palabras de José Manuel García-Margallo, Ministro de Asuntos Exteriores, la posición de España entre los principales donantes para refugiados en la zona con la aportación de 10 millones de euros. También destacó la posición “muy activa” del gobierno español en la solución del conflicto al acoger varias reuniones de opositores en Madrid y Córdoba. Hay que recordar que en abril del pasado año el ministro visitó el campo de al-Zaatari, en Jordania. Allí recogió las peticiones de ayuda de los refugiados dado que ningún país resolvía su situación y debido a su difícil situación. Entonces ya recordó el “esfuerzo enorme al destinar 3,5 millones de euros a los refugiados” y el intento de “búsqueda de más partidas” dentro del menguante presupuesto de cooperación al desarrollo de su ministerio. Además, comprometió la influencia del gobierno español ante la Unión Europea para promover que la comunidad internacional destinara más fondos a los países vecinos, como Jordania, que acogen a la mayoría de los refugiados.

Y las peticiones de las ONGs

Por su parte, las ONGs también expresan peticiones no sólo para las necesidades de los refugiados sirios, sino para todo el sistema de acogida y llegada a las fronteras de nuestro país. Amer Hijazi, presidente de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio (AAPS), critica dos aspectos: el escaso número de acogidos en nuestro país “que tiene que mejorar porque está quedando peor que otros países europeos que alojan más refugiados”, y las condiciones que se dan cuando acaba la protección en los centros. “Es una situación muy mala para la gente. Cuando pasa un año de estancia se les quitan todas las ayudas y algunas personas, como una familia que vive en León, se ven obligadas a dormir en la calle. Nosotros tenemos una asociación muy pequeña y no podemos gestionar casos así. Además, hemos solicitado reuniones con las ONGs que llevan los temas de refugiados para ver qué podemos hacer y ninguna nos ha abierto las puertas”. Amer me atiende por teléfono desde la sede de la asociación, en realidad su empresa, en la que siempre se agolpan bolsas y cajas con la ropa que recoge la AAPS para enviar a los desplazados del interior del país. “La gente de la calle nos ha ayudado mucho con ropa de invierno y mantas. También la sanidad madrileña que nos ha donado material médico que introduciremos dentro de Siria en cuanto podamos”.

María Jesús Vega, responsable de relaciones externas y comunicación de Acnur ha acudido al CAR de Vallecas para dar una charla sobre lo que significa ser refugiado en el mundo actual. Hablará junto con el periodista Paco Lobatón en la asociación de vecinos Al Alba, situada a escasos metros del centro. Antes de la actividad, come con el equipo del centro y de la asociación. ¿Cómo es la acción de los países que acogen a la población siria? Ella contrapone “los países limítrofes a Siria que han dejado sus fronteras abiertas con los pocos que llegan a las fronteras blindadas de Europa en la peor crisis humanitaria del mundo en veinte años”. Líbano, Jordania, Turquía, Egipto e Irak “necesitan ayuda en educación, sanidad y servicios sociales; si no su situación puede ser insostenible y estallar un conflicto que afecte a la paz regional, e incluso mundial”. María Jesús expone los problemas de llegada a Europa “la gente se pone en manos de traficantes para poder llegar con lo que eso supone, por ejemplo que sólo puedan enviar a una persona por familia, gastar los ahorros de su vida y cruzar países que no son seguros. Algunos incluso son devueltos”. Todo ello, para una situación que, recuerda, es forzada. “Los refugiados no eligen irse. Han sufrido persecuciones y traumas. Su vida corre peligro. No pueden retornar.” Ante esta situación, ¿qué debe hacer España? “Nuestro país no ha cambiado su política de visados en tránsito ni ha aumentado las solicitudes. Se pueden permitir acoger más personas como están haciendo Suecia o Alemania. El hecho de que se haya elevado de 30 a 130 personas para este 2014, que desde luego es una cifra muy escasa, indica que se puede hacer más. También pedimos que haya políticas de reunificación familiar y que se cumplan los compromisos de contribuciones monetarias para atender a los refugiados. Los países no han llegado ni al 50% de lo que prometieron”.

Miguel Ángel Ramos, coordinador del equipo de Oriente Medio de Amnistía Internacional España, y Verónica Barroso, integrante del equipo de refugiados de AI Madrid, exponen las demandas que su organización plasmó en una campaña que envió 32.000 firmas al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy: acabar con las masacres de civiles, aumentar plazas de refugiados, eliminar visados de tránsito en Europa y apoyar económicamente a los países vecinos de Siria. Verónica detalla, además, las peticiones realizadas a la Unión Europea después de la muerte en alta mar de más de 400 personas, entre ellas sirios y palestinos del país, en Lampedusa el pasado octubre: “derogar la legislación penal en Italia que culpabiliza a las personas que ayudan en los rescates, adoptar medidas de rescate en casos así, garantizar rutas seguras para los que huyen como refugiados y programas de reasentamiento”.  Para María Gascón, responsable del área de integración de Acción en Red Madrid, la tragedia de Lampedusa (7) fue “insoportable por el número de personas muertas en un sólo día” pero es algo que sucede cada día y ha convertido el “Mediterráneo en un gran cementerio”. Cree que habría que avanzar en medidas para evitar desastres así. Duda de las planteadas inmediantemente después del naufragio ya que “pasan más bien por impedir que lleguen más barcos a la costa italiana, o incluso impedir que zarpen con la ayuda de los países implicados” del sur del mediterráneo. Gascón demanda una solución europea a los desastres causados en las fronteras del sur y trabajar a corto y largo plazo, primando “los aspectos humanitarios, garantizar la no devolución de refugiados y ampliar la acogida”, a la vez que se actúa sobre “la desigualdad en el comercio internacional, se para el comercio de armas y se potencia la cooperación internacional para el desarrollo”. 

Además, la integrante de Acción en Red Madrid está muy preocupada porque durante los días en los que Lampedusa estuvo en primer plano se oscureció el significado de lo que es ser un refugiado. Algo que los trabajadores del CAR de Vallecas intentan subsanar en la charla organizada por la asociación de vecinos vallecana Al Alba. Durante hora y media, unas 100 personas, la mayoría de edades superiores a 50 años, conoció de primera mano lo que supone solicitar esa protección especial fuera de tu país. Y que mejor manera que “ponerse en la piel del otro” con una historia cercana. Paco Lobatón explicó la persecución que le llevó a Suiza debido a las torturas, “mucho más pequeñas que las hechas a otros compañeros de mi generación”, de Billy el Niño, policía encausado por primera vez en una causa instruida en Argentina por la jueza María Servini. Encarcelado por su pertenencia a organizaciones estudiantiles durante la última época del franquismo, huyó para evitar una condena de cinco años. “No sabéis lo que significa la “amputación” de estar lejos de los tuyos. Nadie merece que le corten sus raíces por defender unas ideas diferentes dentro de su sociedad”, cuenta,  emocionado, antes de recibir un aplauso y dar paso a los refugiados del centro. Nasser y una mujer de Macedonia dan las gracias por haberse sentido comprendidos por otras personas. Esos vecinos,  después, acabarán la charla con una improvisada asamblea, en típico estilo vallecano, criticando las últimas propuestas de leyes del gobierno sobre seguridad ciudadana. “Algo que se no puede hacer en muchos países del mundo y por lo que muchas personas se convierten en refugiados”, recuerda María Jesús Vega, de Acnur.

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ENLACES

1. http://www.es.amnesty.org/noticias/noticias/articulo/la-vergonzosa-situacion-de-las-personas-refugiadas-sirias-al-descubierto/?sword_list[]=refugiados&sword_list[]=sirios&no_cache=1
2.http://www.es.amnesty.org/ca/grupos-locales/comunidad-madrid/paginas/agenda/evento/articulo/siria-una-poblacion-civil-acosada-y-convertida-en-refugiados/
3. http://www.casaarabe.es/noticias-arabes/show/crisis-humanitaria-y-sociedad-civil-en-siria
4. http://www.acnur.org/secciones/index.php?viewCat=1158
5. Plazos de admisión a trámite: en frontera, 72 horas; en Cies, 4 días; en territorio (España), 1 mes. Después de la admisión es cuando se le documenta con la “tarjeta roja” y pueden acceder a los centros. Normalmente durante el proceso de admisión los solicitantes de territorio están en situación de acogida con ONGs. Para poder trabajar no es necesario tener la residencia en España, a los seis meses de tener la tarjeta roja de aceptación de la solicitud de asilo se les permite trabajar. Para más detalles jurídicos, se puede consultar la última ley vigente, Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria.
http://noticias.juridicas.com/base_datos/Admin/l12-2009.t2.html#a21
6. http://www.acnur.es/PDF/informe_tendenciasasilo-2012_20130321095437.pdf
7. http://www.pensamientocritico.org/margas1213.htm