David Vásquez

La guerra de los mundos: la emisión radial de Orson Welles

(Pensamiento Crítico, N°3, 2003)

1.- Introducción
 
Este trabajo pretende explorar un conocido episodio en la historia de los medios de comunicación de masas: la transmisión radial de la adaptación de la novela de Herbert George Wells, La Guerra de los Mundos, a fines de octubre del año 1938, a cargo de Orson Welles y su Mercury Theatre. Este programa desató una serie de reacciones colectivas entre los auditores aquella noche, lo cual ha sido interpretado, en esa época y ahora, como una demostración de los alcances de los medios de comunicación de masas. En este trabajo pretendemos entregar algunos antecedentes que permitan enriquecer un poco esta lineal y vaga afirmación. Esto pasa por la revisión del contexto social en que se efectuó la transmisión, el contexto medial, como lo hemos denominado, y algunas reflexiones acerca de la especificidad del medio radial.
Ha resultado sorprendente la cantidad de información relativa a este episodio, sobre todo en Internet, en que hay sitios dedicados a reproducir la transmisión radial original, así como otros registran todas las oportunidades en que la adaptación ha sido transmitida nuevamente y también colecciones de fotos de la película hecha en 1975 acerca de este episodio. Es posible además, encontrar la novela original de H. G. Wells completa en pantalla y también resúmenes de prensa con los titulares de los diarios del día siguiente al programa.
Este año se cumplen 64 años de esta transmisión radial y como experiencia comunicacional sigue siendo un episodio clásico y fascinante.
 
2.- ¡Interrumpimos nuestro programa...! (1)
 
Por el año 1938, Orson Welles (2) se encontraba embarcado en varios proyectos artísticos, fundamentalmente en Broadway, con su compañía Mercury Theatre, fundada el año anterior y con la cual había montado algunos clásicos shakespereanos como Julio César. Sin embargo, Welles, además, ya llevaba algunos años trabajando en el medio radial, en programas como The March of Time, y trabajaba también en una adaptación en 7 capítulos de la obra de Víctor Hugo, Los Miserables. En este proyecto participaban varios de los actores que concurrieron en la fundación del Mercury, como Agnes Moorhead y Everett Sloane.
En julio de aquel año, Columbia Broadcasting System (CBS) le ofreció a Welles y su compañía la posibilidad de realizar un programa semanal de una hora con adaptaciones dramatizadas. El 11 de julio comenzó la temporada del Mercury Theatre on the Air, incursionando en ingeniosos trucos y efectos especiales de sonido junto a sugerentes partituras a cargo del experimentado compositor de música para películas, Bernard Herrmann. Las historias relatadas se prestaban perfectamente para el medio radial y así, domingo a domingo, Welles y cía. llegaban a los hogares americanos con clásicos de la literatura como Drácula, La isla del tesoro, Historia de dos ciudades y El conde de Montecristo.
Mientras se encontraban a punto de estrenar una nueva obra de teatro, La muerte de Danton, CBS renovó el contrató a Welles y su compañía por otros 26 programas radiales, lo cual significaba competir con el show radial más escuchado en ese momento, La Hora de Chase and Sanborn, conversación cómica del ventrílocuo Edgar Bergen y su muñeco Charlie McCarthy. Los nuevos programas de Welles contaban con los guiones de Howard Koch (quien posteriormente escribió el guión del film Casablanca), pero la puesta en escena, la dirección general y la última palabra antes de salir al aire estaban en manos de Welles. Aún así, ganarle auditores al programa de Bergen era muy difícil. La única forma de lograrlo era cuando el ventrílocuo presentaba cantantes invitados, los cuales ahuyentaban auditores durante algunos minutos, para luego regresar al show del muñeco.
La tarde del domingo 30 de octubre (el programa salía al aire a las 20 hrs.), Orson Welles y sus colegas llegaron a la radio con la adaptación de Koch de la novela de ciencia ficción La Guerra de los Mundos, escrita en 1898 por el inglés H. G. Wells, autor de otras clásicas novelas como El hombre invisible y La máquina del tiempo.
El truco ideado por Welles consistía en que el auditor que sintonizase su programa (probablemente fugado del show de Bergen) se encontrara con una transmisión en directo de música bailable, la cual, cada cierto tiempo, se interrumpiría para conectar con despachos noticiosos que daban cuenta de la caída de un gran objeto en llamas, posiblemente un aerolito, en las inmediaciones de Nueva Jersey y que resultaban ser la avanzada de una invasión marciana a la Tierra.
El guión fue varias veces revisado por los ejecutivos de la estación, cambiándole el nombre a lugares reales como el Hotel Biltmore que pasó a llamarse Hotel Park Plaza, todo con el objeto de reforzar la ficción del relato. Además, minutos antes de salir al aire, Orson decidió que la música estuviera sonando durante lapsos casi insoportables, de manera que cuando los auditores comenzaran a enganchar con uno de los “despachos”, éste quedara nuevamente interrumpido por la música.
Al comenzar la transmisión, el presentador advirtió claramente que se trataba de “Orson Welles y el Teatro Mercury en el Aire en… La guerra de los mundos, de H.G. Wells” para luego dar paso directamente a la música interpretada por la orquesta de Ramón Roquello desde los salones del ficticio Hotel Park Plaza. De pronto, un locutor salió al aire:
 
“Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de música de baile para ofrecerles un boletín oficial de la Agencia Intercontinental...”
 
De este tono eran los primeros despachos que alertaban a los auditores acerca de misteriosos explosiones observadas en la superficie de Marte. En uno de ellos, se logró conectar en directo con el supuesto periodista Carl Philips, desde el lugar de los hechos, la granja Grovers Mill en Nueva Jersey. El periodista corroboraba que no se trataba de meteoritos sino de un objeto de grandes dimensiones del cual surgía un nauseabundo ser espacial:
 
 “…es lo más horrible que he visto en mi vida... desde el agujero negro nos enfocan dos discos luminosos... tal vez sean un par de ojos, tal vez sea una cara, tal vez... Dios mío, algo sale deslizándose de entre las sombras igual que una serpiente. Hay otro, y otro y otro más. Tienen tal aspecto que yo diría que son tentáculos. Un momento... ahora veo el cuerpo entero de la criatura. Es grande como un oso y reluce como el charol. ¡Pero la cara!... es... señoras y señores, es indescriptible. Es tan repugnante que apenas si puedo seguir mirando. Tiene los ojos negros y brillantes como una serpiente. La boca tiene forma de V y de esta abertura sin labios que parece vibrar brota un líquido semejante a la saliva...”
 
De esta manera se sucedían los espacios musicales de la orquesta de Ramón Roquello y las informaciones. Orson Welles, por su parte, interpretaba a un científico, el profesor Pierson, el cual especulaba respecto a las armas que estos invasores utilizaban y que ya en los primeros minutos habían carbonizado a los curiosos y, entre ellos, al propio Carl Philips. Señalaba Pierson:
 
“Puedo aventurar una explicación provisional de ese ingenio destructor, al que, a falta de un término más preciso, llamaremos rayo térmico. Salta a la vista que estas criaturas poseen un conocimiento científico muy superior al nuestro.”
 
Enseguida, un locutor advirtió:
 
“Damas y caballeros, tengo que anunciarles una grave noticia. Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte...”
 
3.- Mientras tanto…
 
Durante el programa y en las horas siguientes, a lo largo de los Estados Unidos un generalizado estado de pánico se apoderó de parte de la audiencia, de acuerdo a lo reportado por la prensa, otras radioemisoras y las estaciones de policía y bomberos. Miles de personas se precipitaron a las oficinas de los periódicos a inquirir mayores detalles de la invasión marciana en Nueva York, a preguntar qué hacer, dónde esconderse o cómo ayudar.
El Nebraska State Journal comentó, al día siguiente, el caso de una mujer que entró corriendo a una iglesia de su ciudad, Indianapolis, gritando:
 
“Nueva York ha sido destruida. Es el fin del mundo. Vamos a morir. Lo acabo de oír en la radio.” (3)
 
Mientras, en Nueva York, miles de personas huían con sus pertenencias a la calle, dejando sus departamentos y tomando sus vehículos para escapar lo más lejos posible, causando enormes congestiones.
Por su parte, las estaciones de policía no dejaban de recibir llamados angustiosos de testigos de bombardeos e incendios en distintos puntos de la ciudad. Incluso, muchos llamados aseguraban haber “visto” a los marcianos merodeando por su vecindario.
Asimismo, en la costa oeste, en San Francisco, las operadoras de la estación de policía recibían desesperados llamados:
 
 “¡Dios mío!, dónde puedo presentarme como voluntario. ¡Hay que detener a estas horribles cosas! “
 
El New York Times, por su parte, tituló en primera página: “Pánico entre auditores que confundieron programa bélico de ficción con la realidad ”. Más adelante, relata la confusión que creó el programa entre miembros de las fuerzas de orden de distintas localidades quienes acudieron a sus cuarteles para alistarse y recibir órdenes. Y también el caso de un habitante de Pittsburg que al regresar a casa en medio de la transmisión radial encontró a su esposa con una botella de veneno en la mano y gritando “¡prefiero morir de esta forma que de esa!” (4)
Un aspecto importante de destacar en este episodio es que en cuatro oportunidades la transmisión fue interrumpida para anunciar que se trataba de una recreación ficticia.
Este hecho fue recalcado por las autoridades de la radioemisora quienes, sin embargo, señalaron al día siguiente que:
 
 “en orden a que esto no vuelva a suceder, el departamento de programación se abstendrá de utilizar técnicas de simulación de noticias en las obras dramatizadas para evitar alarma o confusión entre sus auditores.”
 
Por otra parte, expertos militares detectaron rápidamente la necesidad de regular y controlar, en caso de guerra, las emisiones radiales, debido al tipo de reacciones que advirtieron en la población y que calificaron de “emocionales” y similares a las que un conflicto bélico real ocasiona. Además insistieron en una cooperación más cercana entre el gobierno y las radioemisoras.
El mismo interés fiscalizador manifestó la Federal Communication Commission, la cual invitó a los presidentes de las tres mayores cadenas emisoras NBC, CBC y MBS a discutir acerca del uso del “flash” informativo en los programas radiales, su oportunidad y los malentendidos que pueden ocasionar.
 
 4.- El contexto histórico...¿explica todo?
 
Situándonos en la sociedad americana de esos años, podemos contextualizar un par de ejes claves:
4.1.- Crisis económica
Estados Unidos en los años 30 sufrió una de las crisis económicas más importantes del siglo, producto de la crisis financiera de fines de los años 20 (crack de Wall Street en octubre de 1929). El poder adquisitivo se vino abajo, las industrias quebraron, la agricultura tuvo pésimas producciones y la cesantía alcanzaba los 15 millones a mediados de la década, mientras, el demócrata Franklin D. Roosevelt, prometía un New Deal, de inspiración keynesiana, con programas de obras públicas de enorme envergadura para captar la mano de obra y reajustes de salarios que empresarios y republicanos rechazaban de plano.
Así, podría sugerirse que el “estado de ánimo” de la sociedad norteamericana estaría más proclive a reflejar una cierta inquietud, temor o incertidumbre ante una situación inédita y desconocida (5). La seguridad y solidez de la economía se habían fracturado profundamente así como la confianza en las instituciones y en el ethos americano, autoimagen que sólo se recobrará y fortalecerá después de la Segunda Guerra.
4.2. Sentimiento de amenaza bélica
Si bien la política exterior norteamericana en los años 30 se caracterizó por un acentuado aislacionismo respecto a los acontecimientos europeos -no así respecto de Latinoamérica-, las informaciones procedentes de Europa eran profundamente inquietantes y mantenían en un estado expectante a la opinión pública.
Desde mediados de la década, el régimen nazi de Alemania llevaba a cabo una política expansiva y armamentista que desequilibraba todo el mapa político estratégico europeo. A esto hay que añadir el fortalecimiento del eje Berlín-Roma con los fascistas de Benito Mussolini, el cual se hallaba en plena invasión de Etiopía.
Asimismo, a fines de la década,  dos regímenes pro-fascistas dominaban la península ibérica: Franco en España y Salazar en Portugal. Mientras, otro foco de tensión se desarrollaba en oriente con la invasión japonesa a China y la creciente sintonía del régimen nipón con Alemania. Además, aquel año 38 se inició con nuevas persecuciones nazis a los judíos (como la recordada “noche de los cristales”) y, en los meses siguientes, la política expansionista de Hitler se concretó con la invasión y anexión de Austria y Checoslovaquia.
En este contexto prebélico y de inseguridad internacional, puede suponerse en la opinión pública norteamericana una sensación de vulnerabilidad e inminencia del desastre.
 
5.- La experiencia radial como contexto medial
 
Un contexto adicional para entender lo que ocurrió aquella noche lo constituye el propio medio en cuestión, la radio.
Siguiendo a Gutiérrez Espada (6), una aproximación a la historia de la radio de ese período se enmarca dentro de tres procesos interrelacionados: tecnológico, social y lingüístico.
Dentro de los avances técnicos, producto de la investigación científica y de la industria electrónica cabe mencionar la frecuencia modulada, que presentaba menores interferencias con una mejor calidad de recepción, clave para la posterior instalación de la estereofonía; la renovación de los estudios de sonido, mejorando su acústica; la mesa de mezcla que permitió combinar simultáneamente sonidos, música y voz, permitiendo mejorar la calidad del montaje de los programas y, por último, en estos años se comienza a perfeccionar la técnica de almacenamiento de la información sonora mediante discos blandos.
Desde el punto de vista social, un hecho que influyó decisivamente durante aquellos años, como ya señalamos, fue la gran depresión económica que trajo como consecuencia un alto “consumo” de radio, como una forma de evadir, a través del entretenimiento, la perturbadora realidad. Algunas cifras respecto a la cantidad de receptores radiofónicos muestran que para 1938, había 1 aparato por cada hogar, sumando en total más de 30 millones a lo largo del país. (7)
Asimismo, el desorden en las concesiones radiales otorgadas en los años 20, había llevado a las autoridades a crear primero la Federal Radio Commission (1927) que luego fue sustituida por la Federal Communication Commission, en 1934.
Un proceso paralelo desarrollado en estos años fue la relación antagónica que mantuvieron la radio y la prensa escrita, fundamentalmente por cuestiones económicas que decían relación con el traspaso sistemático de anunciantes de la prensa escrita a la radio y la venta de servicios informativos por parte de las agencias United Press y Associated Press en forma preferencial a las radios, lo cual generó fuertes presiones de parte de los grandes diarios, al nivel que la CBS creó en 1933 su propia agencia, la Columbia News Service.
Ahora, como fenómeno lingüístico, Gutiérrez Espada sostiene que existe un lenguaje específico por cada medio y su naturaleza instrumental y a su vez, sublenguajes establecidos por la función que realice. El autor diferencia entre medios fotomecánicos (cine, fotografía) y medios electrónicos (radio y tv) y concluye que estos últimos son más apropiados para la función informativa instantánea, y entre ambos, la radio predomina pues no está anclada a la imagen.
Añade Gutiérrez:
 
 “…la radio se presentará, durante la década de los treinta, como un medio informativo de primera magnitud, gracias a esa posibilidad del directo (…) lo cual irá perfilando un estilo informativo específicamente radiofónico, pues las noticias no son a veces redactadas, sino relatadas.”
 
Y agrega:
 
  “Pero quizá donde la radio americana se perfecciona más, junto con la información, es en el entretenimiento. Dentro de él, el programa dramatizado, principalmente el serial, hace ya su aparición…”
 
Otro aporte relevante y que enriquece la contextualización medial es el del canadiense Marshall McLuhan y su reflexión acerca de los medios de comunicación como extensiones de la sensorialidad y como mensajes en sí mismos, independiente de los contenidos. (8)
En sus observaciones acerca del fenómeno radial, McLuhan califica a la radio cómo un medio caliente y envolvente, gatillador de pulsiones colectivas alternativas a la cultura de la imprenta, a la cual considera como lineal, continua, repetitiva y estandarizadora.
Añade:
 
“La radio afecta a la gente de una forma muy íntima, de tú a tú, y ofrece todo un mundo de comunicación silenciosa entre el escritor-locutor y el oyente. Este es el aspecto inmediato de la radio. Una experiencia íntima. Las profundidades subliminales de la radio están cargadas de los ecos retumbantes de los cuernos tribales y de los antiguos tambores. Ello es inherente a la naturaleza misma de este medio, que tiene el poder de convertir la psique y la sociedad en una única cámara de resonancia. Con unas pocas excepciones, los escritores de guiones no suelen reparar en la dimensión retumbante. La famosa emisión de Orson Welles acerca de una invasión de marcianos fue una sencilla demostración del alcance totalmente inclusivo y envolvente de la imagen auditiva de la radio.”
 
Esta óptica permite comprende mejor el episodio de la “Guerra de los Mundos”, pues añade un aspecto nuevo: la experiencia radial como exposición a un estímulo tecnológico nuevo, pero que en el fondo no es sino la recreación de un arraigado latido colectivizante, un espacio auditivo vital, implicador e implosivo.
 
6.- A modo de conclusión

Una primera mirada teórica sobre este episodio nos remite al modelo de la aguja hipodérmica, predominante en aquellos años. Esta teoría surgió con posterioridad a la Primera Guerra, como un corpus explicativo de la relación entre los medios de comunicación y las audiencias, entendidas éstas como una masa receptora, incapaz de discriminar los mensajes e inerme psicológicamente ante los estímulos mediales. Esto de acuerdo a los estudios de carácter conductista vigentes en la época.
La sociología de principios de siglo estudiaba a la sociedad bajo el rótulo de sociedad de masas, producto de la industrialización, y caracterizada por la existencia en su interior de individuos fragmentados y carentes de interrelaciones.(9) En este contexto, los medios de comunicación establecían ese vínculo entre los hombres-masa sobre la base de la fórmula estímulo-respuesta.
Sin embargo este modelo unidireccional que no va más allá de preguntarse ¿qué le sucede al público con los mensajes emitidos por un emisor y con qué efectos? adolece de simplificación y reduccionismo. No es dinámico y no explora en el espacio entre emisor y receptor.
Lo acontecido esa noche de octubre de 1938 parecería desbordar al continente teórico “hipodérmico” y más bien enriquece las posibilidades teóricas sustentadas por el modelo de la influencia selectiva el cual:
 
“intenta dar una explicación de lo que les pasa a los individuos en un contexto temporal más o menos inmediato en el momento en que los medios de masas presentan tipos específicos de contenidos a públicos con características particulares.” (10)
 
Esta teoría pone más énfasis en los receptores como individuos sociales relacionados y dinámicos en la interacción y sujetos en un contexto histórico:
 
 “En vez de la simple situación Estímulo-Respuesta de la formulación de la bala mágica, sin ningún factor que operara entre los medios y el público, tenemos ahora distintas series de variables que intervienen para modificar la relación.” (11)
 
Estas variables dicen relación con la atención selectiva, la percepción, la memoria y la acción.
Los supuestos básicos de las teorías de la influencia selectiva serían, de acuerdo a De Fleur y Ball-Rokeach:
a.- Las variaciones en las estructuras cognitivas de los individuos son el resultado de las experiencias asimiladas en el entorno social y cultural.
b.- Las categorías sociales en las sociedades complejas producen distintas subculturas a medida que sus miembros crean y comparten creencias, actitudes y modelos de acción que satisfacen sus necesidades y contribuyen a resolver sus problemas específicos.
c.- La gente de las sociedades urbano-industriales conserva lazos sociales significativos con la familia, los vecinos, las asociaciones de trabajadores, etc.
d.- Las diferencias individuales en las estructuras cognitivas, en las subculturas de cada categoría social y en las relaciones sociales entre los miembros de las audiencias, hacen que éstos tengan distintos modelos de atención, percepción, memoria y acción, de acuerdo con las formas específicas del contenido de los medios.
En este sentido, Hadley Cantrel, quien investigó las repercusiones de este episodio radial y que concluyó que por lo menos 6 millones de personas escucharon el programa, de las cuales 1 millón al menos reaccionó con inquietud, averiguó a través de entrevistas que muchas de las personas, que ni siquiera trataron de verificar la emisión, tenían actitudes mentales preexistentes por las que el estímulo les resultaba tan comprensible que inmediatamente lo aceptaban como cierto:
 
“Personas muy religiosas que creían en el gobierno de Dios sobre los destinos del hombre estaban provistas ya de una pauta particular de juicio que hacía de una invasión a nuestro planeta y una destrucción de sus habitantes un mero caso de fuerza mayor. Muy en particular si el marco religioso de referencia era de la variedad escatológica que confiere al individuo actitudes o creencias definidas referentes al fin del mundo.” (12)
 
También se encontró Cantrel con personas tan influenciadas por la latente amenaza de guerra que creían en un ataque inminente de una potencia extranjera y en la probabilidad de una invasión al territorio, ya fuesen los japoneses, los nazis o los marcianos:
 
“Ciertas personas habían elaborado nociones tan fantásticas sobre las posibilidades de la ciencia que fácilmente pudieron creer que los poderes de extraños supercientíficos se estaban abatiendo sobre ellas, acaso tan sólo con fines experimentales. Cualquiera que sea la causa que originara pautas de juicio que facilitasen una rápida aceptación del suceso, persiste el hecho de que muchas personas poseían ya un contexto en el cual situaron inmediatamente el estímulo.”
 
Si a esta ecuación agregamos el aporte de McLuhan respecto a la temperatura de la radio, la tensión telúrica de su evocación tribal y sus efectos más allá de los contenidos, pienso que podemos acercarnos un poco más a la comprensión de los mecanismos que desataron el pánico colectivo esa noche de domingo 30 de octubre de 1938.
Un último aspecto a considerar es la temprana comprensión del propio Orson Welles acerca del fenómeno radial, así como el estratégico montaje de la transmisión (música-despachos-silencio-música-despachos, etc).
En palabras de Welles:
 
“…Solo podemos suponer que la especial naturaleza de la radio, la cual es frecuentemente escuchada en forma fragmentada, o desconectada de la totalidad, ha ocasionado este malentendido.”
 



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(1) Leaming, Barbara. Orson Welles. Tusquets editores, 1986, cap. 17, p. 169 y ss.
(2) Actor, director, escritor, realizador cinematográfico. 1915-1985.
(3)Internet:http://cse.unl.edu/gberigan/war-o…
ds/radio/newspaper/oct31/FCC.html
http://  www. Homevisioncinema.com/catalog/theatre/indepth/radio.html
(4) The New York Times, Monday, october 31, 1938, pp. 1 y 4.
(5) Sintomáticamente, de estos años son películas como King Kong, Drácula y Frankenstein.
(6) Gutiérrez Espada, Luis. Historia de los Medios Audiovisuales, Ediciones Pirámide, Madrid, 1982, vol. 3 , pp. 47 y ss.
(7) De Fleur y Bal-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Piados, 1993, p. 148.
(8) McLuhan, Marshall. Comprender los Medios de Comunicación, Paidós, 1996, pp. 305 y ss.
(9) De Fleur y Ball-Rokeach. Op. cit. cap. 6: La sociedad de masas y la teoría de la bala mágica, pp. 193 y ss.
(10) Ibid. p. 263.
(11) Ibid. p. 257.
(12) Citado en: Otero, Edison y López, Ricardo. Manual de Introducción a la Teoría de la Comunicación Social, CPU, 1994, p. 19.