Eduardo Aguado-López
¿Son los promotores del Acceso Abierto
los alejandrinos del Siglo XXI?

Sistema de Información Científica Redalyc, Universidad Autónoma del Estado de México, México - @EAguadoRedalyc
(Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano, 6, octubre de 2013, 2ª época, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales).

            Pensar a Alejandría como ícono cultural del mundo antiguo, ciudad opulenta, sede de la que se dice fue la primera gran biblioteca de la humanidad nos evoca una fuerza inspirada por una idea simple, pero poderosa: la posibilidad de aglutinar todo el saber de la humanidad en un mismo espacio, con el único objetivo de compartirlo. No quedan vestigios que permitan afirmar el alcance de la Biblioteca de Alejandría, sus contenidos y organización siguen siendo un misterio hasta hoy; sin embargo, de lo que no queda absolutamente ninguna duda es del inmenso poder que genera la promesa de un proyecto de tales magnitudes.

En nuestros días, compartir el conocimiento sigue siendo el gran reto y, también, el motor que impulsa al movimiento internacional que se gestó hace ya diez años, bajo la denominación de Acceso Abierto.

Quizá usted que ahora está leyendo esto, nunca haya escuchado hablar de ello o, probablemente –si tiene alguna cercanía con el ámbito académico–, se ha enterado que algunos países, regiones, instituciones e incluso asociaciones científicas se han sumado a este movimiento pero, en concreto ¿qué es lo que plantea y por qué se ha convertido en un tema central para los académicos de todas las disciplinas alrededor del mundo?, ¿qué es lo que implica que se instruyan mandatos de Acceso Abierto al interior de instituciones académicas e, incluso, que se discuta en la cámara de representantes de algunos países la pertinencia de legislarlo?

La idea que motiva el Acceso Abierto es, en esencia, la misma que inspiró a los alejandrinos del mundo antiguo: poner a disposición de quien así lo requiera todo el saber acumulado del mundo conocido; es sólo que ahora, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, el planteamiento toma otros matices, y se enfrenta nuevos derroteros.

El objetivo es simple: que cualquier persona en el mundo con una acceso a Internet –sea a partir de una conexión propia o rentada, la de una biblioteca o cualquier otra– sin importar su condición económica, social, cultural, ni su nivel de escolaridad, pueda tener acceso sin restricciones económicas, técnicas, ni legales a la información científica, académica y cultural generada con fondos públicos.

¿Cómo es posible que la humanidad haya tenido por tanto tiempo este ideal y no lo haya logrado concretar? En el caso de la ciencia, esto se debe a las estructuras de comunicación que han ido gestándose a lo largo de su historia.

Cuando de ciencia se trata, nadie dudaría en considerarla una labor que es preciso apoyar. Pero pocos conocen la contradicción que yace en el corazón mismo de sus estrategias de comunicación y que describió nítidamente Robert Darnton, director de la biblioteca de la Universidad de Harvard, cuando en 2008 expuso los motivos que llevaron a esa –una de las más importantes universidades del mundo– a optar por el Acceso Abierto:

Somos los académicos quienes aportamos los contenidos a las revistas científicas. Actuamos como críticos evaluando artículos, participamos en consejos editoriales, trabajamos como editores, y aún así las revistas nos obligan a re-comprar nuestro propio trabajo una vez publicado, y a precios desorbitados.

El Acceso Abierto ha sido una reacción de los académicos –y de la sociedad en su conjunto– ante el desproporcionado incremento en los precios de las revistas científicas, el desmesurado control de los derechos de autor sobre los trabajos publicados, así como a las excesivas imposiciones en políticas de acceso y distribución. El estudio The cost of journals concluye que, por ejemplo, el gasto por concepto de suscripción a revistas científicas en los Estados Unidos se incrementó en 273% entre 1986 y 2004.

Esta situación se torna mucho más preocupante cuando se trata de países que se enfrentan escenarios de baja inversión en materia de desarrollo científico y tecnológico, recursos escasos, presupuestos contraídos y una mermada base de recursos humanos dedicados a la investigación.

Es por esta razón que en la comunidad académica recibimos con gusto el reciente
Informe de la Consulta Latinoamericana y del Caribe sobre Acceso Abierto a Información e Investigación Científica emitido por UNESCO, donde se destaca la necesidad de desarrollar políticas y mandatos de Acceso Abierto en los países de la región, para que los resultados de la investigación desarrollada con fondos públicos se incorporen a repositorios digitales de Si cada uno de los países de América Latina y el Caribe desarrollara políticas en apoyo al Acceso Abierto, la región en su conjunto se sumaría a los organismos de naciones que ya lo están haciendo: 32 Estados miembros de la Unión Europea –Inglaterra, Francia y Alemania entre ellos, por sólo mencionar a los principales polos de desarrollo científico del mundo–, además de diversas instituciones académicas de Noruega, Islandia, India, Australia, Indonesia, Japón, Estados Unidos y Vietnam, por sólo citar los más destacados.

Como región es preciso tomar posición clara frente a algo que inició como un pequeño movimiento al interior de algunos grupos de científicos y que, poco a poco, ha tomado forma en iniciativas, mandatos y políticas.

Más aún porque, a decir verdad, el Acceso Abierto es la forma a partir de la cual hemos trabajado los académicos de América Latina y el Caribe, aún antes de haberse acuñado este neologismo. Los resultados han sido tan impresionantes que, el día de hoy, organismos internacionales como UNESCO reconocen a nuestra región como el espacio donde más ha florecido este movimiento aún cuando, paradójicamente, donde menos se ha avanzado en su legislación.

Y en el mundo ¿cuál es el estado que guarda el Acceso Abierto? Basta recurrir a la información recientemente proporcionada por uno de los laboratorios de cienciometría más prestigiados del mundo: ScienceMetrix donde se concluye que, para  abril del 2013, 50% de los artículos científicos publicados entre 2004 y 2011 a nivel mundial, están ya disponibles en Acceso Abierto.

Estos datos son una ocasión para celebrar, sobre todo porque hasta hace unos años la comunicación de la ciencia había estado ligada a las posibilidades de distribución que le permitía la industria editorial. Sin embargo, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, hoy podemos liberarnos de esas ataduras pues, como afirma el sociólogo Manuel Castells, Internet es mucho más que una tecnología, es un medio de comunicación, de interacción y de organización social.

Quizá, querido lector, si ha tenido usted el coraje de seguirme hasta aquí, podrá pensar que en diez años hemos logrado muy poco para allanar el camino que nos permita modificar las inercias gestadas en la comunicación de la ciencia, y favorecer con ello la transmisión del conocimiento. No obstante, quienes estamos comprometidos con esta labor, estamos convencidos que en tan sólo una década hemos dado pasos tan firmes como contundentes para hacer realidad una de las principales utopías de la humanidad y sentar las bases para construir la Biblioteca de Alejandría de la era moderna.

Octubre es el mes del Acceso Abierto, dicho de una manera más propia, durante la tercera semana de octubre –desde hace ya siete años– la comunidad académica internacional celebra la semana del Acceso Abierto, en esta ocasión bajo el lema: Redefiniendo el Impacto. Invitamos a todos los interesados a sumarse a este esfuerzo, porque los académicos no podemos hacerlo solos, necesitamos del empeño y del empuje de la sociedad en su conjunto.