El mon de demà, febrero de 2019.
La mayoría de encuestas muestran que los partidos y los políticos son las instituciones
del sistema que los ciudadanos valoramos peor, las que merecen menos confianza. Es
una dinámica que lleva tiempo instalada, si bien se ha profundizado a raíz de la crisis
económica y política. Aunque es probable que los errores cometidos no hayan ayudado
a mejorar la percepción, la tendencia es tan generalizada que es imposible vincularla a
decisiones locales y concretas.
Nos encontramos ante una crisis del rol de la representación ligada a cambios que son
estructurales. La atomización de las identidades, la caída de las afiliaciones o la
profesionalización de la política y las dinámicas de difusión de la toma de decisiones
han limitado no solo la capacidad de los partidos para desarrollar proyectos coherentes
que puedan representar intereses colectivos. También la de transformar proyectos en
políticas públicas. Así, se ha debilitado el vínculo de representación típico de la
democracia, y ha aumentado la desconfianza entre los ciudadanos y los organismos con
los que más se deberían identificar.