Empar Pineda
Pidiendo el cielo
(Entrevista realizada por Carmen Briz Hernández).
(Página Abierta, 226, mayo-junio de 2013).

 

Empar Pineda Erdozia es una de las personas destacadas en una pelea incompleta y de un nombre que aún asusta: el feminismo. Una mujer que se emociona, y hace emocionarse a quienes la escuchan, con su discurso sobre la liberación de las mujeres. En el mes de marzo, la Fundación 1º de Mayo de CC OO le otorgó el Premio a los Valores en Igualdad 2013.

Suele decir que en el año 1944 no sólo ocurrieron cosas desagradabilísimas para el género humano –como la creación del Banco Mundial–, sino que también nació ella. Afirmar que su presencia en este mundo ha sido de interés para el género humano sería demasiado, pero sí lo ha sido para quienes luchan por unas sociedades donde nadie sufra discriminación por ningún motivo.

En ese año, pues, nace en Hernani (Gipuzkoa), donde crece acompañando a un peculiar abuelo que conoce todas las propiedades de las plantas y que realiza maravillosos ungüentos para curar. Allí despunta su madera de “liderazgo”, teniendo al resto de niñas a raya, como buena marimandona, ante quienes se presenta como “concejala”. Entre el negocio familiar crece y aprende, día a día, de cuanto le rodea. Aunque siempre usó faldas (es hija de su época), alguien le dice un día que tan sólo le falta el “pitilín” para ser un chico y, sin más, se dirige a una de las tiendas de Hernani, con sus ahorros en la mano, para comprarse uno. Faltaba aún tiempo para que, junto a otras mujeres, reflexionara sobre qué significa ser mujer u hombre, sobre qué importancia le da la sociedad a la pertenencia a uno u otro género.

Cuando termina el bachillerato superior, y como era habitual entonces, se desplaza a estudiar a Madrid: «No había universidad pública, era una de las políticas del franquismo, no crear ningún espacio que pudiera atraer y aglutinar la cultura vasca». Y así se planta en Madrid, en la vorágine de los años 60: «Me pillaron los tremendos años de la movida universitaria: las expulsiones de Aranguren, García Calvo y Tierno Galván. Y… me expulsaron, me prohibieron matricularme en Madrid y en Barcelona». En 1964 se celebra el referéndum de Fraga por los 25 años de paz, pura propaganda. Ese mismo año, “emigra” para acabar matriculándose finalmente –tras un breve paso por Salamanca– en la Universidad de Oviedo: «Estudiaba Filología Románica y me pasaba tardes enteras persiguiendo qué ocurría con una “a tónica del latín” en todas las lenguas románicas. Y me divertía un montón».

De vuelta en Madrid, da clases de Lengua y Literatura en una filial del Hogar del Empleado y continúa su militancia en organizaciones de izquierda. Tras su época universitaria en la JUVE, milita en Lenin (es verídico, existía una organización con este nombre): «Era tan sencillo crear una asociación. Éramos cuatro, cabíamos en un taxi, pero nuestra firme voluntad pasaba por organizarnos. Después vino la Federación de Comunistas, hasta que se unió al Movimiento Comunista, el MC».

Es en 1975 cuando, dice textualmente: «Caigo del lado del feminismo». Ese año fue declarado por Naciones Unidas como Año Internacional de la Mujer: «En Barcelona, al amparo del paraguas que representaba la Asociación de Amigos de la Unesco, pudimos reunirnos unas cuantas mujeres y empezar a organizar lo que fueron las I Jornades Catalanes de la Dona, en mayo de 1976».

Sobre los primeros pasos del feminismo en nuestro país, sobre mensajes transgresores y campañas atrevidas y también sobre un futuro en donde las jóvenes lideren y las mayores continúen aprendiendo versa esta entrevista realizada días antes de que la Fundación 1º de Mayo de CC OO le otorgue el III Premio a los Valores en Igualdad. Una mención que recibieron en años anteriores María Emilia Casas (2012) y Cristina Almeida y Carmen Sarmiento (2011).

¿Cómo te sitúas ante el feminismo?

– A pesar de militar en propuestas emancipatorias, tardé en darme cuenta de la situación de discriminación de las mujeres. No sé si fue por mi experiencia personal y el hecho de no haber tenido dificultades reales. Mi madre era una mujer de armas tomar, así que si ella podía, el resto también. No había sentido situaciones de menosprecio, de desigualdad por ser mujer.

La dificultad mayor fue por el lesbianismo, porque ni se hablaba de ello. Esa palabra no existía. No había casi libros que hicieran referencia a la existencia de la diversidad sexual. En la maravillosa librería Fuentetaja, en la trastienda de los libros prohibidos, estaba El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, probablemente al censor no le gustó lo de “sexo”. La frontera estaba bien puesta. La censura era tremenda. Tampoco tenía mucha conciencia, en esos años, de mi lesbianismo, pensaba que simplemente tenía amigas mucho más íntimas que otras. Entonces era creyente (vengo del movimiento scout francés, mucho más progresista que el español) y tampoco me planteaba ningún problema.

El caso es que mi vida es un antes y un después tras el descubrimiento del feminismo, clarísimamente. De repente, empecé a ver el mundo desde una óptica muy distinta. Pero no lo hice sola; lo hicimos en bloque las mujeres del Movimiento Comunista de Cataluña (MCC), lo descubrimos juntas y decidimos contagiar a las mujeres del MC del resto del Estado. También nos pringamos en crear la Coordinadora Feminista de Barcelona. Mi tarea fue sobre todo ocuparme de llegar a las periodistas, porque éramos muy conscientes de que había que ganárselas para que nuestra voz llegara lejos. En las jornadas de Barcelona, 1.000 mujeres reunidas en la Universidad Autónoma, pidiendo el cielo, no pasaron desapercibidas.

– Vives también intensamente el desarrollo del movimiento feminista en Madrid. ¿Cómo son aquellos años?

– El movimiento feminista en Madrid en aquellos años no tenía nada que ver con el de Barcelona. Había un sectarismo brutal entre los grupos, era una cosa tremenda. No existía coordinación sino una plataforma de organizaciones feministas, reuniones puntuales para tratar de llegar a algún acuerdo, pero había muy poca comunicación y comprensión. En 1980, cuando organizamos el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM), hubo quien se opuso a nuestra presencia en el local de la calle Barquillo, 44 porque la “opción sexual” no podía ser motivo de autoorganización. ¡Pásmate! Tuvimos que recurrir a la autoridad, en ese momento UCD, para conseguir en ese local, de su propiedad, un espacio donde reunirnos.

Participé también en la creación de la Comisión Pro Derecho al Aborto. El inicio fue algo insólito: estábamos reunidas las lesbianas en el local del FLHOC (Frente de Liberación Homosexual de Castilla, ahí es nada el nombre) y nos llegó la noticia de que la Guardia Civil había irrumpido en el centro de planificación Los Naranjos de Sevilla y había hecho detenciones entre el personal sanitario, además de meter las narices en las historias clínicas de las mujeres que habían pasado por el centro. Total, que dejamos la reunión, hicimos una pancarta que decía Libertad Centro Los Naranjos Sevilla e hicimos un salto (*) en la Gran Vía. Llamamos inmediatamente a El País y al día siguiente salió publicado. Eran otros tiempos. Ahora ya puedes hacer el pino-puente, que no tiene salida en los medios. Decidimos crear la Comisión Pro Derecho al Aborto. Entonces, todo lo que tuviera que ver con el aborto estaba tan penalizado…

– ¿Cómo recuerdas la experiencia de la campaña del Yo también he abortado?

– Tuvimos la suerte de que en Barcelona se creara la Comissió pel Dret a l’Avortament y los grupos feministas más combativos, activos y movilizadores iniciaron en todo el Estado una labor sistemática de lucha por el derecho al aborto. Al poco tiempo, once mujeres de Basauri (Bizkaia) se sometían a un juicio por haber abortado años atrás en unas circunstancias terribles. La Asamblea de Mujeres de Bizkaia trabajó duro e iniciamos una campaña en donde derrochamos una creatividad impresionante. Miles de mujeres firmaron los manifiestos Yo también he abortado y Yo también he colaborado en la realización de un aborto. Podíamos habernos quedado con exigir la amnistía para ellas (hacía falta no tener entrañas para oponerse; la periodista Rosa Montero hizo un maravilloso reportaje para El País, donde entrevistaba a las 11 mujeres y contaba su situación personal), pero no, nosotras exigíamos más: el derecho al aborto libre y gratuito, sin cortapisas por la edad, ni origen nacional…

Entonces era de locas pensar en que una imprenta te hiciera sellos que dijeran: Amnistía 11 mujeres de Bilbao, así que los hicimos manualmente, a partir de las gomas Milán (alargadas, cuadradas y gorditas), y todas las madrugadas nos acercábamos a los quioscos y, antes de que abrieran, estampábamos el mensaje en todos los periódicos. Para mucha gente era un auténtico escándalo encontrarse con ese mensaje.

De cara a las mujeres, las comisiones por el derecho al aborto creamos “permanencias”: un día a la semana, en un horario flexible y asequible, se ofrecía información a mujeres que querían abortar sobre clínicas en Holanda, Inglaterra… A la vuelta, nos contaban cómo les habían tratado. Así que, de paso, era una oportunidad para hablar de sexualidad, de anticonceptivos, de placer no centrado exclusivamente en el coito vaginal, etc.
Tratamos de que a las campañas por el derecho al aborto se sumara el mayor número de organizaciones posibles: asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos políticos… Se hicieron unas manifestaciones impresionantes. Las hemerotecas dan fe de ello.

– ¿Cómo se organizaba en ese momento el movimiento feminista?

– Los grupos de mujeres (de barrio, de fábricas, de estudiantes) se coordinaban entre sí en la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español (es que antes se estilaban los nombres pomposos, aunque nosotras le llamáramos la coordi). Era una organización unitaria, no se le ponía veto a nadie (aunque es cierto que sí hubo una corriente del feminismo que rechazaba la presencia en las organizaciones feministas de mujeres que pertenecieran a sindicatos o a partidos políticos). Por otra parte, eran organizaciones asamblearias –quizá suena hoy en día hasta pasado de moda, pero en su momento era absolutamente rompedor–, y se pronunciaban en contra de la jerarquización tanto en la sociedad como en las organizaciones (fueran del tipo que fueran). No había cargos ni juntas directivas, todas podíamos ser portavoces en función de nuestras posibilidades y ánimos para hacerlo. Se trataba de organizaciones de izquierdas, fuertemente ideologizadas, en donde no nos quedábamos a medias tintas sino que exigíamos y pedíamos todo. Como mi buen amigo Lluís Llach, sobre el poema de Kavafis en Itaca, dábamos mucha importancia al camino. Porque el camino quería decir que difundíamos la buena nueva feminista en charlas, movilizaciones… y generábamos conciencia.

– Hablar de feminismo en ese momento significaba hablar de la sexualidad de las mujeres, de libertad, de derechos, de un montón de cuestiones casi prohibidas…

– Las feministas organizadas nos crecíamos día a día, nos sentíamos capaces de enfrentarnos a quien hiciera falta. Creo que supimos combinar, a veces con dificultad, la labor de autoconciencia y la actividad. Hablábamos de cuestiones elementales, de nuestras vidas y sentimientos, y nos dábamos cuenta de que eran experiencias bastante comunes (otras no, puesto que había también sus diferencias en función del nivel cultural, el nivel económico, porque no hay que olvidar tampoco la existencia de las clases, eso no se le escapa a nadie). Conseguir que desapareciera el adulterio del Código Penal fue un triunfo tremendo. Nos paseábamos por Barcelona y por los pueblos de alrededor, ante la perplejidad de la gente, con unos carteles enormes que decían Jo també sóc adúltera (Yo también soy adultera). Se tardó más en conseguir que se despenalizasen los anticonceptivos. Estaba penado no sólo “venderlos”, sino “informar” sobre su existencia. Pero triunfamos igualmente e incluso se incluyeron en la sanidad pública, con la connivencia y solidaridad de ginecólogas y ginecólogos.

No parábamos de dar charlas aquí y allá sobre sexualidad, primero, sobre la diversidad sexual, después. Los planteamientos sobre la sexualidad eran rompedores en relación con lo que había sido la educación recibida en la época franquista. Simplemente hablar de que las mujeres teníamos derecho al placer sexual era una locura. La sexualidad de las mujeres estaba orientada a la procreación, a dar satisfacción al varón, como muy bien recordaba la Sección Femenina en sus manuales para los institutos.

– ¿Qué percepción tenía la sociedad del feminismo?

– Alguna gente nos veía como “las locas de la pradera” que planteaban cosas fuera de lugar, y había quien nos veía con mucha simpatía. Nos planteábamos cuestiones que nadie se atrevía a plantear y además lo hacíamos de forma radical, en el sentido de ir a la raíz de los problemas.

Recuerdo cuando hicimos “la primera besada” en la Puerta del Sol, que organizó el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid para llamar la atención sobre dos lesbianas detenidas por besarse cuando pasaban ante la antigua Dirección General de Seguridad, hoy sede de la Comunidad de Madrid. La Guardia Civil las retuvo durante toda una noche en un calabozo. Convocar a una concentración de mujeres “besándose en los morros” era toda una provocación. Acudió hasta la televisión rusa, que aún existía. Y tuvimos apoyo, las campañas por el derecho al aborto nos habían visibilizado ante la sociedad. Poco a poco íbamos ganando terreno social.

Por supuesto, había otros sectores que no nos reconocían. Es hoy, en 2013, y hay quienes tienen problemas con denominarse o definirse como “feminista”, aunque en la práctica, en su vida cotidiana, lo sean.

También es verdad que hemos de hacernos entender. Recuerdo que en una ocasión hicimos pintadas “contra la norma” y el vecindario no entendía qué teníamos en contra de Norma Duval. Evidentemente, nuestras pintadas iban “contra la norma heterosexual”, pero eso sólo lo entendíamos las activistas, no el común de los mortales.

– Mañana es 8 de Marzo, imagina la manifestación…

– Estoy convencida de que va a ser buena en cuanto a participación. Espero que se animen un gran número de mujeres y de hombres también. Parece que en Madrid ya se está abriendo un poco el espacio a la participación masculina.

En ocasiones habría que hacer un esfuerzo para elaborar mensajes comprensibles, tanto para quienes participan en la manifestación como para quienes la siguen desde las aceras. Tenemos que hacernos comprender.

El problema no es, no obstante, la manifestación, sino ¿quién se quiere organizar en el día a día, semana a semana, para llevar esas consignas reivindicativas adelante y convertirlas en derechos?

Creo –y ahí tenemos un papel importante las mujeres mayores– que no hemos sabido darle la antorcha a las jóvenes. Parece como si las mayores se sintieran desplazadas y aparecen, a veces, por desgracia, como las que tienen la “patente del feminismo”. Esto es absurdo porque ha habido unos cambios tremendos en muchos aspectos de la vida: en las leyes, en la práctica, en la conciencia y en las vidas de las personas. Por eso, tal vez, algunas jóvenes no se sientan herederas del feminismo con el que empezamos. Es normal que “vayan a su aire”. Así que tenemos que tirar la coraza y aprender a acercarnos a las jóvenes a pecho descubierto para aprender de ellas y, en todo caso, pues, a lo mejor, para enseñarles algo. Sin esa actitud ni se construye feminismo ni ninguna organización.

– Has sido delegada sindical de CC OO desde tu puesto de trabajo en la Clínica Isadora. ¿Cómo fue la experiencia?

– Sí, hasta que me jubilé. Todavía cuando voy a la clínica me piden asesoramiento. La verdad es que aprendí mucho en las reuniones de delegados y delegadas en la sede de CC OO en Madrid, aprendí de su experiencia. Conocía las grandes líneas del trabajo sindical, pero no el día a día. Así que me enfrenté a convenios colectivos y a animar a la plantilla a ir a la huelga. Y, a veces, hasta lo conseguí.

Empar Pineda ya está jubilada. Dice que al principio no le gustó demasiado, no fue su decisión, pero ahora le ve sus ventajas: tiempo para quienes quiere; tiempo para seguir concediendo entrevistas como esta y contar las experiencias del movimiento de mujeres que no llegó al poder y de los inicios de las organizaciones de lesbianas; tiempo para trabajar como voluntaria en Hetaira repartiendo condones en la zona centro de Madrid y charlando con las prostitutas: «Con algunas te lo pasas bomba, pero en general están mal y con la ordenanza municipal que se está preparando no quiero ni pensarlo»; tiempo para Talasa Ediciones y la colección que dirige, Hablan las Mujeres; tiempo para recibir premios, menciones y reconocimientos públicos.

Porque insiste en explicar que no sabe bien qué es lo que desearía, pero conoce a la perfección qué es lo que no desea: «Sé qué es lo que no quiero y que deseo que desaparezca. No quiero que exista esa explotación tan brutal que hay de las trabajadoras en relación con los varones (es más, no quiero que haya un trabajo asalariado, que la gente tenga que vender sus habilidades, pero mientras tanto al menos que exista más igualdad); no quiero que nadie sufra por tener una opción sexual distinta a la establecida; no quiero que en las escuelas se estén enseñando los mandatos de la jerarquía de la Iglesia católica; no quiero que ninguna mujer sea maltratada por la persona a la que ama; no quiero que quede en el ordenamiento jurídico ningún rastro de desigualdad, no solo hacia las mujeres, sino a todo el conjunto del género humano; no quiero que existan fronteras cerradas que impiden que la gente se traslade y viaje; no quiero que quienes ejercen el trabajo sexual se vean privados de derechos; no quiero políticas destructoras contra el medio ambiente o que los animales carezcan de derechos y protección». Así que seguirá luchando y, por qué no, pidiendo el cielo para sí, pidiendo el cielo para toda la sociedad.

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Carmen Briz es periodista y forma parte del equipo de la Secretaría Confederal e Igualdad de la Mujer de Comisiones Obreras.

(*) Acción rápida, sin previo aviso, que consigue llamar la atención cortando el tráfico y paralizando la ciudad.