Enric Juliana
La sociedad española y la nostalgia del franquismo
(Página Abierta, 231, marzo-abril de 2014).

 

En la conferencia pronunciada por Enric Juliana en las X Jornadas de Pensamiento Crítico, celebradas en diciembre pasado, uno de los temas abordados fue el del nivel de implantación social de la extrema derecha en España y sus diferencias con otros países europeos.

En un momento dado, cuando empezó la crisis en Europa, comenzaron a ponerse en marcha en distintos países ciertas corrientes de nostalgia respecto a los dictadores antiguos, dictadores de la parte oeste pero también del este. Voy a poner algunos ejemplos.

En Portugal, hace dos años, en un programa de televisión que consistía en elegir quién había sido el portugués más importante de la historia, Salazar estuvo a punto de ganar. En Italia, la corriente neofascista no es una novedad de ahora, ya viene de los años setenta, incluso se puede decir que, constantemente, se ha reivindicado la parte buena del fascismo. Incluso Berlusconi lo llegó a formular así en la última campaña electoral. En Hungría, hace cinco o seis años, las librerías estaban llenas de libros sobre Janos Kadar, que fue el hombre fuerte de este país durante la época del socialismo real, porque, de alguna manera, fue un periodo en el que las cosas eran previsibles para la población: te levantabas por la mañana, tenías trabajo, sabías que los hijos iban a la escuela y lo que iba a pasar dentro de tres meses, más o menos.

En cambio, en España esto no ha sucedido. Es decir, la nostalgia del general Franco se manifiesta poco. ¿Por qué? Porque el cambio en España –pese a las limitaciones que muchas veces nosotros le atribuimos, y que sin duda existen– tuvo cierta profundidad sociológica. Y después, porque quizá aquel individuo estuvo demasiado tiempo en el poder: si hubiese desaparecido diez años antes quizá habría dado margen para una cierta nostalgia.

Y en consecuencia, la articulación de una extrema derecha en España ha tenido grandes dificultades electorales. Lo cual no quiere decir que haya desaparecido.
En relación con ello, se advierte que en España se dan dos características. Por un lado, que no hay nostalgia del franquismo, o si la hay, es de poca intensidad. Y por otro, la adhesión a Europa sigue siendo fuerte, intensa, ya sea por una inercia política, sentimental o histórica. El discurso euroescéptico –que, no obstante, también acabará llamando a nuestra puerta si las cosas no mejoran– no encuentra eco. Porque la historia del país es la que es y los mundos no se desvanecen en dos años, por mal que vayan las cosas.

En cuanto a las corrientes franquistas, se puede decir que determinados fermentos hoy están repartidos. El PP, de alguna manera, administra una parte de ellos, otros quizá ya no los puede administrar.

Pero, como decía, la propia evolución política del país dificulta en estos momentos, y en mayor grado que en otros países europeos, la aparición de fuerzas de carácter explícitamente antieuropeístas o explícitamente de extrema derecha basada en la nostalgia del pasado, aunque aparezca con nuevos planteamientos.

Insisto en que no veo en estos momentos que, ante el ciclo electoral que ahora empieza, se vaya a producir en España la irrupción de partidos marcadamente xenófobos o marcadamente de extrema derecha; más bien asistimos a unas discusiones que tienen un carácter más transversal. Hay componentes de ello, pero junto con otros asuntos. La cuestión de la cohesión interna es, evidentemente, un tema de agenda muy importante. Y sobre todo –ahí están los datos– la profunda decepción que en estos momentos muchísima gente siente respecto al funcionamiento de las instituciones, de la política, de los partidos políticos. Este es uno de los puntos nucleares del debate. Y creo que nadie hoy puede pronosticar exactamente cuáles serán sus derivaciones.

Los países que han vivido experiencias de dictaduras en Europa –y que a lo largo de su historia han superado estas situaciones– han reaccionado de una manera muy distinta. El caso de Alemania es un caso muy extremo, extremadamente dramático, porque Alemania no solo vive el final de la dictadura, sino que pierde la guerra, una guerra que había llevado hasta casi sus últimas consecuencias y que ha movilizado muchísimas energías. Y, por lo tanto, Alemania se somete a un nuevo orden que le viene dictado por los vencedores de la guerra. Se adapta a él. Y el país se parte en dos. Y la manera como la sociedad alemana digiere todo lo que ha ocurrido ha sido –lo vemos ahora– sobre la base de la reconstrucción económica.

Pues bien, en Alemania hay cosas que son del todo inconcebibles, cosas que ocurren en países del sur de Europa. Allí, la nostalgia del hitlerismo no se toma a broma, resulta inaceptable. Aunque sabemos también que hay corrientes políticas de extrema derecha. Están ahí porque forman parte, o han formado parte, de la historia.

A Mussolini en Italia lo ejecutaron, lo colgaron por los pies, pero al cabo de unos años, en los sesenta, y pese a que la reconstrucción del partido fascista está expresamente prohibida por la Constitución, así como el saludo fascista, apareció el Movimiento Social Italiano, que era claramente fascista. Aunque la Constitución dice que no se puede reconstruir el partido fascista, que no puede haber un partido en Italia que lleve ese nombre y que hable explícitamente del programa fascista, cuando surgió el Movimiento Social Italiano todo el mundo sabía lo que significaba y expresaba: que de aquel pasado no todo era malo. Y eso tiene unas resonancias, a lo largo de la historia de ese país, reales. Por una razón: porque antes de que el fascismo entrara en la guerra el nivel de adhesión social hacia él era de un 80% en Italia. El fascismo italiano tuvo una verdadera dimensión nacional, popular en su momento. Luego, tras entrar en la aventura belicista, con las correspondientes exaltaciones de los primeros momentos, cuando las cosas se empezaron a complicar, los vientos giraron.

Como conclusión, se puede señalar que la base social del fascismo italiano fue muchísimo más activa, muchísimo más dinámica que la que tuvo el franquismo en España.

Quizá peco de optimista, pero yo soy de la opinión de que no todo en estos años, desde la muerte de Franco hasta aquí, se ha hecho mal en todos los órdenes; creo que no. Y por lo tanto, pienso que la sociedad española ha hecho un acopio de capital cívico bastante importante, en su conjunto. Incluso diría que algunos otros países de nuestro entorno tampoco están como para darnos muchas lecciones en este campo. Es decir, la sociedad española, la gente de España, es, en general, buena gente.

Ante un asunto como el de la inmigración podemos observar que no hay grandes rebotes en los barrios. Y eso es porque la gente convive con situaciones muy complicadas y en una situación económica realmente dura… No es fácil. Pero el primer pronto de la gente no es liarse con el de abajo porque es de Marruecos. Aunque, evidentemente, seguro que hay roces, hay tensiones… No, no estoy describiendo paisajes idílicos que seguramente no existen, estoy describiendo la existencia de una cierta alma popular, en la que la educación en estos últimos tres o cuatro decenios ha tenido un papel muy importante. Con las nuevas generaciones españolas, aunque haya jóvenes en el metro levantando el brazo y cantando qué sé yo, hay muchas cosas que han mejorado. Por lo tanto, yo creo que existe una cierta capacidad de resistencia cívica del país.