Enric Juliana

El 9-N y el contexto político español

(Entrevista realizada por Manuel Llusia).

18 de noviembre de 2014.

(Página Abierta, 235, noviembre-diciembre de 2014).

 

Iniciamos la conversación preguntando por la convocatoria del 9-N original. Para qué y por qué tal y como se concibió, cuando todo el mundo sabía que no se podía celebrar, que no podía ser aceptado por el Gobierno del PP, ni seguramente por cualquier Gobierno de otro color político. Que era un imposible por su contenido –un referéndum de secesión, vestido de consulta– y por sus formas –fecha, organización y preguntas no pactadas–.  

– La convocatoria del 9 de noviembre es fruto de los resultados de las elecciones catalanas del 25 de noviembre del 2012. En ellas, como se recordará, Convergència perdió 12 diputados, Esquerra Republicana ganó 11 y entraron las CUP en el Parlamento. Es decir, se produjo un reajuste en el Parlamento de Cataluña con un cierto desplazamiento del eje hacia la izquierda en el que Convergència se mantuvo como partido gobernante pero con menos fuerza parlamentaria y, por lo tanto, más obligada a los pactos.

En realidad, lo que está ocurriendo en Cataluña son dos procesos en paralelo, simultáneos, como ha pasado otras veces en su historia. Cataluña tiene un sistema político propio, y en él hay una competición intensa, muy intensa, de acuerdo con su propio sistema de partidos. Y en estos momentos esa competición interna por intereses políticos es muy fuerte. Y hay, por otro lado, comunes denominadores que, básicamente, lo que ponen en discusión es el statu quo en relación con el Estado español. En consecuencia, estamos asistiendo continuamente a un cruce de estas dos líneas.

Convergència, de alguna manera, fue prisionera, pues, de su relativo fracaso electoral del 25 de noviembre, que le obligó a pactar con Esquerra Republicana. Podía haber hecho otros pactos, pero prefirió éste creyendo que así podría evitar una ruptura de su propio electorado. Fruto de este proceso fue fijar la fecha, pactar una pregunta y establecer unas fórmulas jurídicas en las que la consulta podía ser más o menos viable. Esto, como era de prever, derivó a una situación de bloqueo político, porque el Gobierno español no estaba dispuesto ni siquiera a negociar sobre esta cuestión. Los preparativos siguieron adelante, hasta llegar allí donde todo el mundo sabía que se iba a llegar, a la suspensión cautelar por parte del Tribunal Constitucional. Suspensión –atención, esto es importante subrayarlo– de tipo cautelar; es decir, sin que el Tribunal Constitucional, a fecha de hoy –estamos a mitad de noviembre–, se haya pronunciado sobre la sustancia del asunto.  

Pero ¿hay alguna duda sobre el resultado final? 

– No, pero aún no se ha pronunciado; esto es importante… Como decía, se produce la suspensión y a partir de aquí se abre una nueva fase en la que –ahora se ve en perspectiva– aparecen los planes de contingencia existentes frente a lo previsible: “si se produce esto, haremos esto otro”.  Ha podido dar la impresión de que se ha improvisado mucho, pero yo creo que se ha improvisado poco. 

De todas maneras, en la actuación de Mas, se puede apreciar siempre una forma de confrontación –con perdón de la palabra– “ventajista”: presentar un dilema del que, sea cual sea el resultado, siempre le ha de resultar positivo, siempre podrá usarlo en su favor. 

– Bueno, yo creo que hemos asistido, insisto, a un doble pulso. Un pulso interno entre CiU y Esquerra Republicana, que creo que lo ha ganado CiU, en el sentido de que Esquerra, a mi modo de ver, hizo un planteamiento un poco pueril: “estos no van a ser capaces de seguir adelante y les vamos a poner en un brete continuamente,  hasta llegar a un momento en que no puedan dar más pasos y, entonces, a partir de ahí…”.

CiU y Esquerra compiten… No es que su electorado sea el mismo, no lo es, pero sí que existe una franja del 50% de ambos partidos que es –podríamos decir– perfectamente intercambiable. Esto produce un tipo de competición muy compleja, muy densa, como de dos combatientes que se abrazan continuamente. Algo que no ocurre igual, normalmente, en la política española, donde los combates son a porrazos y desde la distancia. La pugna en Cataluña es complicada. Ahora los dos intentan apoderarse de una parte del campo del otro.

Para Esquerra Republicana lo importante era poner en evidencia ante un sector de electorado soberanista de Convergència que su partido no es el instrumento que está ya capacitado para llevar a cabo el programa soberanista. A su vez, Convergència, que es un partido de gobierno con mucha experiencia y con mucha astucia, ha buscado responder a esta situación. Y el resultado de todo ello es el 9 de noviembre bis, en el que se produce algo que se movía en un filo muy difícil entre la realidad y la parodia, para entendernos.

A la luz de los acontecimientos más recientes, hoy, 18 de noviembre, parece que ha ganado la realidad, porque el Estado ha decidido poner una querella. Lo que quiere decir que el Gobierno, que hubiese podido afrontar esta cuestión señalando que se trata de un simulacro y que los simulacros no les preocupan excesivamente, que los impulsores de él son libres de simular lo que quieran, como este happening, en cambio se lo ha tomado muy en serio. Y al tomárselo muy en serio, al extremo, incluso, de presentar una querella contra el presidente de la Generalitat, se ha dado carta de naturaleza al 9-N bis; y de alguna manera, como en un combate de lucha libre o de boxeo, el árbitro ha levantado la mano de Mas. 

Hablando de los datos ofrecidos sobre esa consulta especial del 9-N, ¿aclaran algo el panorama? ¿Qué valoración haces de ellos? 

– Yo creo que la participación es alta, teniendo en cuenta las circunstancias. Particularmente, por más de dos millones de personas votando no apostaba. Es como si 2,3 millones de personas se hayan registrado en una manifestación política. No es poco, sabiendo que el acto era, digamos, puramente formal. Ni siquiera formal, era una simulación. Una simulación que tenía un valor simbólico y que adquiría valor político en la medida que hubiese una fuerte concurrencia, que fuese mucha gente a votar. Y ha habido 2,3 millones de personas que han estado dispuestas a participar en este tipo de movilización política. No es poco, insisto. Para hacernos una idea, en las últimas elecciones al Parlament, las de noviembre de 2012, fueron a votar 3,6 millones de personas. Esta vez han ido 2,3 millones. Ciertamente, hay una distancia de 1,3 millones de diferencia, pero no es poco, no lo es en esas circunstancias.

Ahora, desglosando ya los resultados de los que han votado rotundamente a favor de la independencia, tenemos 1,8 millones. Es una cifra importante… 

¿Es un techo o es un suelo? 

– Esto me lo vengo preguntando desde hace días, si es un techo o es un suelo. Yo creo que no hay una respuesta clara, porque, claro, si es un suelo es un suelo fuerte; y si es el techo, no es un techo bajo. Ahora bien, en cualquier caso, insuficiente. Si tomamos los datos al pie de la letra, lo que parece evidente es que el independentismo, pese a tener musculatura, no tiene seguramente en estos momentos en Cataluña la masa crítica suficiente como para plantear, en términos reales, una propuesta victoriosa; es decir, que en un referéndum de autodeterminación realmente formulado como tal, probablemente no vencería. De todas formas no es una débil musculatura.

Pero hay un dato adicional interesante del resultado: quienes ayudan a que la participación supere los dos millones, que se podría decir que era el listón del éxito,  son aquellos que no son favorables a la independencia, pero que han querido votar en señal de que aceptan o están de acuerdo en que se vote. Y probablemente lo están por distintas razones, pero una de ellas es como señal de protesta política. Y eso se puede cifrar en unas 400.000 personas. No es poco. Es decir, los “tibios” han ayudado a ganar la prueba del 9 de noviembre. Este es un dato que me parece relevante.

Incluso te diría más. En mi opinión, entre los que han votado también hay algunos que participan de la posición esta, pero la han llevado un poco más allá… 

Eso, precisamente, te iba a preguntar ahora. ¿Realmente el voto es inequívoco? 

– No, el voto en los referendos no es inequívoco jamás, es un voto binario... Yo estuve en Edimburgo, en el referéndum de Escocia, y lo que se vio claro, sobre todo en el último tramo de la campaña del referéndum escocés, es que paulatinamente se iban sumando al votos de protesta social… 

… Cuando habían estado en el otro lado. 

– Sí, votos procedentes del Partido Laborista, sobre todo de jóvenes. Las personas mayores fueron más conservadoras, más de “cuidado con lo que hacemos”. Pero, en cambio, un público, una parte de la población escocesa de extracción obrera se sumaba a esa posición. Por ejemplo, el ganó en Glasgow, que es la capital industrial, histórica. O sea, el en Escocia se convirtió en un acto de protesta social. Entonces, yo creo que en Cataluña está pasando lo mismo. Hay un independentismo tradicional que podríamos decir que ha existido casi siempre, o al menos en los últimos años, que yo creo que no va más allá de un 20%, aproximadamente, al que se le ha sumado otro tipo de personas de diversa procedencia, y que se han sumado a esa idea por otros motivos. Evidentemente, esas personas seguirán en esa área en función de lo que pase en los próximos tiempos; es decir, si surgen otras propuestas interesantes, quizá cambien de posición. Depende de lo que ocurra. Estamos en una situación muy abierta. 

Dentro de la valoración global del “sucedáneo” de consulta, ya antes algo comentado por tu parte, ¿consideras que se puede decir que Mas ha ganado la batalla –por personalizar– a Rajoy y a Junqueras? 

– Bueno, sí…, ha recuperado la iniciativa política. En política se sabe que en un momento se gana, y al minuto siguiente ya puedes haber perdido. Es decir, yo preferiría decir que Mas ha recuperado la iniciativa política, que en política es una manera de ganar. Hay otras maneras, pero esta es una. 

Volviendo sobre la querella, ¿crees que tiene vuelos de futuro en los tribunales? 

– Eso no se sabe nunca. A mí me da la impresión de que el Gobierno de España el 9 de noviembre se asusta. Primero le causa mucha impresión un hecho cierto, como es la repercusión internacional; tuvo mucha repercusión en los medios internacionales. Probablemente por dos razones. Una, porque el referéndum de Escocia estaba reciente y, por lo tanto, de alguna manera, una cosa llama sobre la otra. Dos, porque para la prensa extranjera este es un argumento nuevo, un tema nuevo; en el resto de Europa un asunto así no se había planteado en esos términos. Pero la realidad es que por la noche, antes del cierre de la jornada, los principales medios de comunicación, en sus ediciones digitales, le daban un fuerte relieve al asunto de Barcelona. Y esto al Gobierno le preocupa, entre otras razones porque en estos momentos la reputación de España en el exterior es algo que ha adquirido una importancia adicional dada la situación económica y financiera del país. Le preocupa esto y le preocupa el hecho de que Mas, una vez que ve que puede capitalizar la jornada, comparece de una forma muy explícita, no se queda en su despacho.

Y entonces, desde la derecha del PP empiezan a surgir inmediatamente voces de indignación: “El Estado está ausente de Cataluña”. “Hemos sido derrotados por estos señores que han pasado las líneas de la Constitución y no han sido penalizados por ello”. Este es el discurso. Ante ello, en los días siguientes, el Gobierno intenta reaccionar de una forma un tanto atropellada, a mi modo de ver. Y la prueba es que con la gestión de la querella ha acabado produciendo una crisis en el interior de la Fiscalía que puede incluso tener más trascendencia… 

Otro problema más para la política del Gobierno del PP... 

– A mi modo de ver, a lo largo del mes de octubre –básicamente para poner un marco temporal claro– se produce un empeoramiento objetivo de la situación política en España y sobre todo de la del Gobierno, por circunstancias que la mayoría de ellas no tienen que ver directamente con lo de Cataluña. Cataluña es un factor más. Arrecian los escándalos de corrupción, que coinciden con el infausto suceso del ébola, que se ha superado bien, pero que tuvo en aquel momento una fortísima repercusión popular. El hecho es que la sociedad española, entre finales de septiembre y a lo largo del mes de octubre y parte de noviembre, se halla sometida a un estrés de noticias muy negativas para la credibilidad del sistema político.

Era algo que ya venía de antes, no es nuevo. Pero en todo proceso político hay un momento en que se produce el salto de calidad, hay un momento en que la gota desborda el vaso. Y creo que eso se ha producido en octubre. Y, además, en ese mes es en el que sale una primera radiografía electoral referida al momento; una radiografía electoral que provoca una auténtica sorpresa e incluso conmoción política, porque indica la posibilidad de la ruptura del actual sistema de partidos y la irrupción de una nueva fuerza política que hasta hace medio año era prácticamente desconocida. Es decir, se pone en evidencia que el sistema político e institucional español, como consecuencia de la crisis, aunque no exclusivamente, se halla en una situación de desgaste y de estrés muy grande.

En este contexto, creo que el Gobierno, y sobre todo el presidente del Gobierno, se ve en la necesidad de intentar atajar una acusación que hoy está cuajando en varios sectores de la sociedad, la de que es un dirigente político demasiado pasivo, que aguarda siempre que los problemas se resuelvan un poco por sí solos, de no ser un presidente muy proactivo. Y esto –atención a otro dato adicional– sucede en un momento en el que hay nuevos actores políticos en la escena: el nuevo secretario general del PSOE, el nuevo secretario general de Podemos, el que será nuevo líder de Izquierda Unida. ¿Y qué tienen en común? Primero, son más jóvenes y, segundo, son personas que en esta coyuntura parecen casi hiperactivos, se mueven y están lanzando propuestas e ideas constantemente; a veces ideas que pueden parecer contradictorias pero ahí están en la opinión pública… Y por lo tanto, se provoca un contraste que a Rajoy en estos momentos pienso que le empieza a preocupar: él puede acabar siendo el único líder político analógico en la escena de la política española.

Si esto fuese acompañado por una recuperación robusta de la economía, probablemente no sería problema y podría tejer un discurso previsible: “Miren ustedes, nosotros seremos un poco antiguos, quizá le pareceremos un poco antipáticos, podríamos vestir más moderno, pero sepa que nosotros somos los que, de alguna manera, hemos conseguido salir del bache. Por lo tanto, nosotros somos los especialistas en economía que usted necesita, porque sin nosotros es el caos”. Pero esta coyuntura no se está dando en estos momentos. No sé si dará dentro de unos meses.

Los pronósticos económicos no son del todo buenos, sin desmentir que España esté mejorando, que hay señales de mejora de tipo macroeconómico. Pero a lo largo del verano las cosas se han complicado en Europa, por distintos factores. Y la economía española, por mucho que hayamos devaluado los costes, que lo hemos hecho, no vive al margen de la economía europea. Por lo tanto, ahora, aunque las expectativas de recuperación siguen existiendo, no son tan intensas como se había previsto. Con lo cual ahí estamos, en uno de los nudos principales de la situación. Es decir, si se organiza una estrategia política basada en un supuesto, ¿qué ocurre cuando de ese supuesto solo se alcanza la mitad?

Y a partir de ahí pienso que en el partido gobernante hay muchos nervios, hay muchos temores acumulándose; por una razón sobre todo: porque en mayo habrá elecciones locales y regionales. Y estas elecciones, en general, se presentan bastante difíciles, para todos los partidos: para los viejos, porque pueden sufrir un fuerte desgaste, y para los nuevos porque van a ser sometidos a prueba. 

En este contexto ¿qué problemas se le plantean a Artur Mas y cuáles son sus prioridades a la hora de resolverlos? 

– A Mas le quedan dos años de legislatura en una situación financiera de la Generalitat complicada, con un margen de maniobra limitado, pero en una fase hiperpolítica, en una fase de elecciones. Artur Mas y Convergència tienen ante sí los mismos retos que tienen el resto de las fuerzas políticas en España: las elecciones locales. A estas elecciones yo les doy mucha importancia. Se van a convertir en el gran test de la política española dentro de siete meses. Y ahí nadie está fuera de ese baile, ni siquiera las fuerzas políticas de Cataluña, aunque pueda parecer en un momento dado que en Cataluña solo se habla de una cosa. No, el tema de las municipales es muy importante. La batalla electoral en Barcelona, en la ciudad, lo será, como lo va a ser en la ciudad de Madrid o en Valencia, y como va a ser, probablemente, en Sevilla, aunque quizá menos porque es más previsible. Estas elecciones municipales vienen cargadas de muchas incógnitas, y según cuál sea el resultado, la política en España puede sufrir alguna posterior modificación.

Yo no sé lo que va a ocurrir en Cataluña a efectos del calendario político en los próximos meses. Tiendo a pensar, o lo diría de otra manera, no descartaría –no lo afirmo– que las elecciones al Parlament de Cataluña fueran adelantadas, haciéndolas coincidir con las municipales.  

O sea, que tú no crees que el interés de Mas sea agotar la legislatura. 

– Lo dudo porque en el momento actual el 9-N para él ha sido una victoria superior a la que preveía. Porque, además, el Gobierno le acaba de hacer un regalo, yo creo que involuntario, pero regalo al fin y al cabo. Mas ahora se halla en un momento interesante, ha recuperado la iniciativa. Por lo tanto tengo mis dudas de que él quiera esperar. Ahora, también las tengo de que quiera hacerlo muy rápido. Entre muy rápido y esperar nos vamos a mayo de 2015. 

¿Pero tiene perspectivas de unas elecciones sin resolver el problema, tanto de la unidad de la coalición como del mantenimiento de los pactos con ERC? 

– A ver, la coalición en estos momentos no está en riesgo. Si él hubiese perdido el 9 de noviembre, ahora estaríamos ante la implosión de Convergència y Unió. Como eso no ha sido así, y aunque siguen existiendo unas diferencias importantes entre Convergència y Unió, creo que hoy Unió no puede plantearse una ruptura de la coalición. Y en cuanto a la relación con Esquerra, el planteamiento estratégico de Convergència será proponer una lista unitaria que obtenga un gran resultado, que concentre el foco de la cuestión catalana en marcha… 

… Para ser encabezada por Mas, ¿no? 

– Sí, claro. Esto ahora no lo pone en duda nadie. 

¿Lo aceptaría ERC? 

– Nadie pone en duda de que si hubiese una lista unitaria la encabezaría Mas, otra cosa es que Esquerra quiera aceptarlo, porque eso significaría de alguna manera diluirse. No lo sé. Ahora, en términos coyunturales, es Esquerra Republicana quien tiene un papel un tanto complicado. 

¿Esa posible iniciativa de adelantar las elecciones estaría relacionada con la hoja de ruta ya marcada de seguir el proceso soberanista hasta, supuestamente, alcanzar la independencia? 

– Sí, claro, pero bajo una perspectiva, la de ver la marcha de la situación política en España, en unos momentos en los que parece abocada a tener que discutir reformas importantes de su estructura política, gracias a una mayoría política favorable a ello que se está perfilando. Parece, pero veremos. 

¿Pero para ello no tendría que esperar mejor a diciembre, si se mantiene la fecha de las elecciones generales? 

– Sí, pero has de esperar lo justo, lo que puedas esperar. Si las elecciones en Cataluña son en mayo, esperar a diciembre tampoco me parece una epopeya. 

¿Preocupa a Mas que los Presupuestos de la Generalitat para 2015 encuentren una voto favorable en el Parlament? 

– Le preocuparán sin duda, pero creo que sorteará ese paso. Primero, porque él ha introducido en los Presupuestos –siguiendo la estela, en esto, del Partido Popular– la restitución a los funcionarios de los pagos que anteriormente se les había quitado. Con esa propuesta, a ver qué partido de los que podría hacer que se aprobasen los Presupuestos sube a la tribuna a decir que no. Mas puede obtener apoyos para aprobar los Presupuestos, y en el caso de que no los tuviese, posee la facultad de prorrogarlos porque son los últimos.

Por lo tanto, no está en riesgo la estabilidad parlamentaria, aunque no sea un buen asunto. En la medida de que no está en riesgo la estabilidad parlamentaria, su margen de maniobra crece un poquito más. 

¿Tú crees que finalmente habrá una concertación para que Cataluña permanezca en España voluntariamente y se cierre el conflicto, al menos durante un tiempo? 

– Da la impresión de que la política española se está orientando hacia la formulación de reformas, y en concreto, de la Constitución. Hay una ebullición de ideas al respecto.

Desde que se ha planteado el problema en los términos en los que vemos hoy en Cataluña, es decir, desde el 2010 hasta aquí, periodo en el que la reclamación de independencia coge fuerza, hay algo que aún no ha ocurrido: nadie ha hecho una oferta… 

… Por ambas partes, ¿no? 

– … La sociedad catalana quiere discutir esta cuestión y esto no ha ocurrido, por ahora. Soy de la opinión de que en el momento que haya un planteamiento con carácter de reforma que dé un mayor reconocimiento en términos nacionales de Cataluña, las posibilidades de acuerdo van a crecer. Las encuestas dicen que la gente está dispuesta. Bastaría con que un Gobierno, en vez de enviar a los fiscales, remitiese alguna propuesta. Quizá tendríamos una sorpresa…, y resulta que en el fondo los catalanes tienen muchos deseos de pactar. Yo, como soy catalán y me conozco un poco el paño, creo que es así.

Pienso que, en realidad, el porcentaje de gente en Cataluña que tiene la convicción profundísima, ya irreversible, de querer romper sigue siendo minoritario, aunque importante. En uno o dos años veremos cómo se desarrolla, pero no me lo tomaría en un sentido fatalista.

Por otro lado, me parece que, en definitiva, lo que está ocurriendo en Cataluña es una expresión de la crisis que vive España. Por lo tanto, en función de cómo se enfoque esta crisis, pudiera ser que en un momento dado se produjese un cierto viraje en la opinión pública catalana y los planteamientos de carácter pactista tuviesen más peso del que tienen ahora… 

Se habla mucho de la influencia de la crisis económica, y sus efectos, en la desafección y en los deseos de separación. 

– Sí, pero no en términos materiales, aunque son importantes. Es también la percepción de la misma crisis económica.

Lo que está ocurriendo en España, y no solo aquí, sino en todo el sur de Europa, muy específicamente –aunque si lo apuramos yo diría que incluso en casi todo el continente occidental–, es que unas sociedades que han evolucionado y madurado bajo el Estado social, un Estado social que podría ser mejor pero que ha sido, en términos históricos, bastante generoso, en estos momentos se están estrangulando.

Estos países se encuentran en serias dificultades y en ellos se producen unas convulsiones sociales que, si no existiese el Estado social y si Europa no hubiese vivido ya una serie de experiencias dramáticas y terribles, podrían haber derivado en conflictos importantes. Hoy hay nuevos factores de amortiguación, el Estado social, pese a estar debilitado, sigue funcionando; y yo diría, si se me permite la expresión, que la sociedad en su conjunto se ha civilizado bastante. El aprecio a la vida humana es muy superior ahora que hace 70 años, en Europa.

En consecuencia, vivimos los conflictos sociales y políticos de otra manera. Los dramatizamos mucho en el plano simbólico, en el plano narrativo; también porque existen los medios para hacerlo, la proliferación de todo tipo de plataformas y de dispositivos para poder expresarse y comunicarse con otras personas. Se produce, entonces, lo que yo llamaría el efecto barroco. Es decir, todo lo dramático es expresado de una forma muy cruda. Y a la par, y eso puede parecer contradictorio, como la sociedad sigue teniendo bastante que perder, en términos generales, hay una gran expresividad de los problemas, pero… 

… Mucha contención.                               

– … Efectivamente, mucha contención. Es un juego de imágenes que puede engañar. Porque, si atiendes a la literalidad de lo que se dice, es como si estuviésemos al borde de un verdadero estallido social. Nos hemos vuelto neobarrocos. El barroco buscaba llamar la atención de la gente con una fuerte expresividad decorativa, escénica.

Y como hay tanta gente hablando a la vez, hay que gritar y teatralizar mucho para que te atiendan… 

… Y crear una nueva terminología. 

– Sí. 

¿Hay alguien que esté proponiendo con fuerza resolver el problema del derecho de autodeterminación y de la secesión en países como el nuestro, recordando la experiencia y doctrina constitucional de Canadá con Quebec? 

– Sobre esto soy escéptico. Creo que en España existe una senda; lo cual no quiere decir que se vaya a recorrer. Lo ha planteado, por ejemplo, Francisco Caamaño, exministro de Justicia con el PSOE, en un libro de reciente aparición [Democracia federal. Apuntes sobre España]. Primero,  advierte de que, si abordamos la reforma de la Constitución, no lo hagamos excesivamente condicionados por la situación de Cataluña; no nos obsesionemos con reformar la Constitución para solucionar la cuestión catalana, porque eso es muy complicado. La cuestión catalana exige un tratamiento en paralelo. Y para ello sugiere una fórmula que me parece interesante: se modifica el artículo 92 de la Constitución, el que trata de los referéndums, y se abre la posibilidad de hacer una consulta para ver el grado de satisfacción de la sociedad catalana con el actual estado de las cosas.

Esto se podría hacer. La consulta catalana no necesariamente ha de ser “¿Usted quiere ser independiente mañana mismo?”. 

Ahí radica uno de los problemas, la pregunta –o preguntas– y cómo se elabora y gestiona. 

– Efectivamente, depende de la pregunta que se plantee, empezando por algo así como: “¿Usted está conforme con la actual situación?”.

Lo que Caamaño plantea, inteligentemente, es que utilicemos la Constitución para algo que nunca se ha hecho, pero que eso no impide que se pueda hacer ahora, como es sondear la temperatura y la profundidad del agua; y a partir de ahí, luego ver qué se puede hacer. Se trata, pues, de un primer paso.

Yo creo que desde que se plantea un nuevo Estatut en las Cortes, la sociedad catalana solo ha recibido por parte, no de todos los españoles, en absoluto, pero sí del estamento político –sobre todo de la derecha española–, una mirada furiosa. ¡Hombre, que alguien intente una mirada de otro tipo y a ver qué pasa! Quizá todo sea más fácil. Yo sostengo que muchos catalanes, incluso entre aquellos que el domingo día 9 votaron doble sí, ante una oferta pactista inteligente, podrían modificar tranquilamente su opinión. Estoy seguro de que la modificarían. 

 Iniciativa per Catalunya y el proyecto soberanista 

¿Cómo afecta a ICV, hasta ahora uno de los apoyos por la izquierda del “derecho a decidir”, la nueva perspectiva soberanista abierta? 

– El problema de Iniciativa es el mismo que el de Izquierda Unida: está surgiendo algo nuevo que le absorbe fuerzas que podrían ser propias. En el caso de Cataluña la situación presenta una peculiaridad –como siempre, es lo que sucede con la traducción al catalán de lo que ocurre en el resto de España–. En Cataluña, el nuevo sujeto, más que Podemos, es Guanyem, una iniciativa inicialmente referida a la alcaldía de Barcelona. Una plataforma o coalición en la que confluyen fuerzas diversas, en la que Podemos parece dispuesto a participar y en la que podría hacerlo también –ha dado señales de ello– ICV, como si nadie tuviese ganas de ser arrollado en las próximas elecciones municipales.

Con esa suma de fuerzas se puede, por tanto, convertir Guanyem en un vector muy importante de las elecciones municipales de la ciudad de Barcelona. Incluso, me atrevería a decir, que va a tener, probablemente, réplicas en otras ciudades del área metropolitana de Barcelona. Y en definitiva, a ICV se le presenta un dilema muy complicado.   

En estos momentos, los problemas de Iniciativa están en la izquierda, que atraviesa una fase magmática: se está recomponiendo. Y en Cataluña el proceso es más complejo, el espectro es amplio: la CUP, Podemos, Guanyem, Iniciativa…, incluso Esquerra, que también juega en ese campo. 

El empresariado catalán y el proyecto independentista 

Una última pregunta, que suele surgir en las conversaciones: ¿qué piensa y qué posición está tomando el empresariado, en particular, los grandes poderes económicos?  

– Hay un parte importante de la pequeña empresa que está por la independencia. Por una razón, porque su mercado está en el exterior y porque se sienten vejados por el Estado español. Luego, hay sectores más fuertes que combinan intereses en el mercado español con intereses en el exterior y ven las cosas de otra manera, evidentemente. Luego están los empresarios mayores y la banca…

Ahora bien, en general, por parte de los empresarios en Cataluña ha habido una cierta actitud de prudencia política. No por lo que se dice muchas veces en Madrid: “es que callan porque están sojuzgados…”. No. Callan porque saben cuál es el estado del humor de la gente. Igual que ha pasado con los fiscales catalanes. Inmediatamente hay quien sale diciendo que están infiltrados por los nacionalistas. ¡Bueno!, los nacionalistas tienen fuerza en Cataluña, pero quizá se les está adjudicando más fuerza de la que tienen. Los fiscales en Cataluña han sopesado dos factores. Uno, que desde el punto de vista técnico-jurídico no veían clara la querella. Y dos, también saben, porque viven en Cataluña, cuál es el estado de ánimo de la sociedad.

Mi opinión es que los empresarios no han querido organizar un frente antiindependentista porque no estamos en la fase de la independencia, de decidir sobre la independencia. Estamos en la fase cuyo común denominador es la protesta. Habrá empresarios que compartan la protesta y otros que no. Pero, en cualquier caso, los empresarios lo que no han querido hacer tampoco es un frente contra ella, políticamente.

 

________________
Enric Juliana Ricart, periodista y escritor, es director adjunto de La Vanguardia, al frente de la delegación del diario en Madrid. Es autor, entre otros, de libros como La España de los pingüinos (Destino, 2006), La deriva de España. Geografía de un país vigoroso y desorientado (RBA, 2009) y Modesta España. Paisaje después de la austeridad (RBA, 2012).