Estefanía Acién González
Una experiencia de investigación etnográfica en el Poniente almeriense.  Nigerianas en el trabajo sexual
Ponencia presentada en las VIII Jornadas de Pensamiento Crítico, en el curso de una sesión sobre trabajos de investigadoras jóvenes.
Página Abierta, 206, enero-febrero de 2010.

            Actualmente, Almería es una de las áreas de Andalucía y de España que tiene una mayor concentración, en sus zonas costeras, de extranjeros procedentes de países empobrecidos. Según datos a 1 de enero de 2009 del Instituto de Estadística de Andalucía, de una población total de 611.402 habitantes, un 17,87% son extranjeros. De los 54 municipios que componen la provincia, hasta 14 superan el 20% de concentración de esta población, y entre éstos están los del Poniente Almeriense.

            En un contexto de inserción laboral en la agricultura intensiva bajo plástico, las mujeres subsaharianas irregulares tienen problemas para competir por los puestos de trabajo de peón eventual, y esto es de suma importancia para introducir esta breve reseña sobre la investigación que estoy llevando a cabo acerca de la realidad de las mujeres nigerianas que se encuentran trabajando en el sexo en la zona. Y es que, para trabajos eventuales de recogida u otras labores agrícolas, entre un hombre o una mujer, los agricultores suelen preferir al primero, y ellas deben buscar su sustento en otras actividades.

            Por otra parte, es interesante visibilizar un fenómeno al que no se suele prestar atención y que adquiere relevancia a la hora de reflexionar sobre salidas económicas a la exclusión en la zona. Entre los invernaderos y sus caminos viven miles de inmigrados, sobre todo africanos. Estas personas alquilan viviendas –denominadas localmente cortijos– que, hasta hace dos décadas, eran residencias habituales de propietarios agrícolas autóctonos. Éstos, al mejorar sus situaciones económicas y medios de transporte, optaron por edificar o comprar su vivienda de uso en los núcleos urbanos y alquilaron las viejas a nuevos pobladores. Estas personas, los inmigrados, suelen carecer de medios de transporte motorizados –la mayoría se mueve gracias a viejas bicicletas o caminando– y cuando no están trabajando pasan sus horas de paro y ocio en este espacio.

            Hace aproximadamente una década, las pioneras entre las mujeres nigerianas, con las que llevo ocho años trabajando en intervención social e investigación etnográfica, fueron quienes supieron ver una oportunidad económica en este contexto y quienes crearon el fenómeno que investigo.

La experiencia de la elección de una metodología etnográfica

            Para mí, es inseparable la experiencia de investigación etnográfica de la intervención social, ya que, desde el primer acercamiento y durante todo el desarrollo del trabajo antropológico, mi papel en la zona ha sido de mediadora intercultural a través del llamado “Programa de Intervención y Atención Social y Sanitaria para Mujeres en Contextos de Prostitución” que diseñamos en la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). En el año 2001, varias entidades que trabajaban por los derechos de los inmigrantes en el Poniente Almeriense contactaron con nosotros (con la APDHA) demandando atención para un grupo de mujeres nigerianas que se encontraban ejerciendo la prostitución “en cortijos entre los invernaderos” (así lo expresaban) en situaciones muy difíciles: lejos de los núcleos urbanos, con dificultades de accesibilidad a los recursos públicos...

            Decidimos llevar a cabo un primer acercamiento, acudiendo a los lugares como simples curiosos, y pronto nos dimos cuenta de que era necesario emprender un proceso de investigación social debido a la complejidad que presentaba esta realidad.
Por ello, comenzamos a aplicar métodos de investigación más o menos sistemáticos y, paralelamente, empecé a darme cuenta de que era inevitable realizar mi tesis doctoral sobre este tema. Profesionalmente, llevaba varios años dedicándome a la investigación de colectivos migrantes desde el Laboratorio de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Almería, especialmente en las áreas de segregación residencial, economía étnica y género en el Poniente. El hecho de encontrarme con un contexto de mujeres inmigradas, residentes en diseminado y empleándose en negocios étnicos en la zona suponía un campo de trabajo que me resultaba imposible no abordar.

            Mi formación como socióloga me llevó a diseñar una metodología basada en las entrevistas clásicas como estrategia de recogida de datos, aunque pronto tuvimos que desistir. Descubrimos que plantear una serie de preguntas, frente a frente, lápiz en mano y desde la distancia social y cultural era un tremendo error. Comenzamos a entrevistar a las trabajadoras del sexo nigerianas y nos encontramos, entre otros muchos problemas, con su desconfianza, la limitación del formato de la entrevista y un importante sesgo en las respuestas que hacía imposible avanzar en las cuestiones que nos interesaba conocer. Cuando se diseña una entrevista es obligado pensar las preguntas y éstas suelen estar basadas en objetivos e hipótesis.

            Sin embargo, cuando el objeto de estudio está afectado por múltiples estigmas, como es el caso de mujeres inmigradas, subsaharianas y trabajadoras del sexo, cualquier intento de plantear hipótesis puede convertirse en la plasmación de estereotipos cuya traducción en objetivos de investigación y posteriores ítems o preguntas para una entrevista tiene como resultado el rechazo de las informantes a la misma figura del investigador. Es cierto que, con paciencia y en otros contextos, la entrevista funciona como técnica de recogida de datos, pero en este caso dificultaba el tipo de relación –basada en la confianza– que queríamos establecer con ellas.

            Estas dificultades nos obligaron a replantear nuestra estrategia. Abandonamos la entrevista formal y nos limitamos a escuchar, observar, conversar, hasta que empezamos a sistematizar escucha, observación y conversación aplicando, casi sin darnos cuenta, la etnografía clásica (1), que terminó revelándose como la metodología que mejor se ajustaba al contexto.

            Tuvimos que partir de cero y acudir a los locales como meros visitantes o curiosos, asumiendo los estereotipos que estas mujeres, a su vez, albergaban sobre nosotros, y trabajando en un resbaladizo terreno relacional. Para mí, esta experiencia de adaptación de la metodología al objeto de estudio ha constituido un proceso de aprendizaje en muchos aspectos que implicó el abandono de un sinfín de convicciones. Todo esto me ha resultado tremendamente útil a muchos niveles, tanto estratégicos y prácticos, como teóricos y de interpretación subjetiva.

            Así, sin verme obligada a dotarme de un estricto marco teórico previo, pude experimentar lo que significa elaborar teoría a medida que construía y dotaba de sentido a los datos. Además, esta metodología facilita el feedback [en comunicación, la capacidad del emisor para percibir las reacciones del público] de preconcepciones entre el investigador y el objeto de estudio, en este caso las trabajadoras del sexo nigerianas, por lo que este caso implicó asimilar información contradictoria con mis estereotipos.

            Por otra parte, el famoso holismo de la etnografía, es decir, el estímulo de la capacidad para tratar de aprehender la realidad en toda su complejidad, era otra de las características del método escogido que resultaba imprescindible en este terreno. La multitud de factores que influyen en la decisión de trabajar en la prostitución, la diversidad de situaciones que empezábamos a intuir entre las mujeres que íbamos conociendo, la complejidad añadida que atribuía su origen cultural y social, unido a las características de la acogida que están experimentando los migrantes en nuestras sociedades, no podían ser tenidas en cuenta si no nos infiltrábamos en sus vidas cotidianas.

Avance de resultados. Las mujeres y sus estrategias

            Como agente de intervención social logré –junto a mis compañeros de la APDHA– hacerme un hueco entre mujeres que trataban de dar salida a sus proyectos migratorios ejerciendo una actividad que trataré de describir con mucha prudencia. No sólo porque la investigación no está acabada –no lo estará nunca–, sino porque lo que aquí se relata es una percepción sujeta a constantes cambios y cuya exposición no está exenta de riesgos.

            La difusión de esta información es una opción por visibilizar realidades que ponen de manifiesto, por sí solas, profundas grietas en nuestras sociedades, incapaces muchas veces de garantizar condiciones objetivas óptimas para que todas las personas puedan desarrollarse a partir de sus propias decisiones, en este caso la de migrar y salir a delante a través del desempeño del trabajo sexual.

            Los negocios de mujeres africanas donde realizo mi trabajo de campo ofrecen múltiples servicios a la población masculina residente en los diseminados de tres municipios del Poniente Almeriense: Roquetas de Mar, La Mojonera y Vícar. Hace más de una década, un pequeño grupo de mujeres decidió dar respuesta a una necesidad de ocio y esparcimiento del colectivo de hombres inmigrados residentes en diseminado (2). Y lo hicieron acondicionando viviendas –los anteriormente señalados cortijos–, creando lo que llamaremos de ahora en adelante casas-bares o, como ellas los llaman, bars. Actualmente, hay 24 lugares que podrían cumplir con las características que voy a detallar, aunque entre todos ellos hay variaciones en muchos de sus elementos.

            Las casas-bares se encuentran divididas entre espacios públicos y privados. Los primeros son, básicamente, el salón y los pasillos. El salón se acondiciona como bar (suele contar con una barra de bar, mesas y sillas de plástico, sillones y sofás, una televisión y un equipo de música) y se decora con motivos navideños –coloridos y baratos– y carteles de actos coétnicos locales, fotos de revistas, elementos del país de origen...

            Los dormitorios, que son espacios mixtos, entre públicos y privados (donde se descansa y se trabaja), suelen contar con varias camas, separadas entre sí por cortinas estampadas en colores vivos. Los únicos espacios que son totalmente privados la mayoría de las veces son la cocina y los baños –aunque éstos son usados, evidentemente, por los clientes también–. A pesar de ser equipamientos muy viejos y descuidados, las habitantes se encargan de que estén siempre ordenados, limpios y provistos.

            El funcionamiento de las casas-bares es diverso, aunque los criterios generales que ponen en práctica son similares. Los más básicos son: las casas están alquiladas por una mujer nigeriana que ejerce a su vez de coordinadora del bar, a la que las trabajadoras llaman mami, jefa, e incluso owner (dueña). Ésta, cuando no se encuentra presente –aunque suele vivir en el bar–, deriva sus funciones a una chica de confianza. Las trabajadoras alquilan las camas, por lo general, semanalmente (pagan unos 45 o 50 euros). Si una mujer quiere trabajar días sueltos, la cama le cuesta 5 o  6 euros por noche. El servicio cuesta unos 10 euros (3), y el importe es íntegro para la trabajadora. Las bebidas y el resto de servicios que se ofrecen constituyen la fuente de ingresos de la dueña (junto al realquiler de las camas, evidentemente). La captación de los clientes se hace en el exterior de la vivienda, donde dos o tres chicas están de pie o sentadas como única seña de que en ese lugar se ofrecen servicios sexuales (4).

            Las gestoras de los negocios que aquí describimos son mujeres que, en su mayoría, ya ejercieron la prostitución en otro tiempo, aunque ninguna en su país de origen. Menos dos, todas son nigerianas y de edades comprendidas entre los 24 y 55 años. Por lo general, llevan bastante tiempo en España (de tres a nueve años) y conocen el negocio, ya sea porque anteriormente han trabajado en la zona en un local de las mismas características o porque fueron pioneras en ello hace años. No obstante, aunque casi todas han ejercido la prostitución en otros lugares de España, nunca lo hicieron en su país.

            En la mayoría de las ocasiones tienen permiso de residencia, pero otras veces no, y se muestran muy a menudo limitadas en sus opciones laborales por esta causa: «Y una vez conseguidos los papeles, deciden alquilar su propia casa, dejando el trabajo, pero compartiendo vivienda con otras mujeres que sí lo ejercen. Así mantienen una actividad relacionada con la prostitución, pero sin ejercerla directamente: realquiler de vivienda, venta de bebidas, etc. Otras veces inician la búsqueda de un trabajo autónomo: locutorio, tienda de productos africanos, peluquería, etc.» (5).

            Todas ellas abandonaron su país en búsqueda de un futuro mejor en Europa y emprendieron el viaje solas. Algunas decidieron emigrar cuando se quedaron sin trabajo o sueldo en su país: «Yo soy maestra de primaria. En mi país dejaron de pagarme. Dos, tres, seis meses sin dinero. Me marché, quería irme a Canadá, pero algo pasó en el viaje y decidí ir a Europa» (dueña de un negocio en el municipio de Vícar); otras cuando un suceso extraordinario las despojó del modo de vida que hasta el momento habían llevado: «Mi marido y mi casa se quemaron en un incendio, me quedé sola con mis hijos, tuve que irme» (dueña de un negocio en el municipio de Vícar),y otras a causa de conflictos bélicos: «En Sierra Leona hay mucha guerra, siempre, no se puede vivir con tanta guerra» (dueña de un negocio en el municipio de La Mojonera). Pero lo que está claro es que la mayoría decidieron de forma autónoma que quedarse en sus países de origen no era la mejor forma de sacar adelante a su familia o desarrollar una vida próspera.

            Es frecuente entre las mayores que paguen el viaje a España con sus propios recursos. Comenzaron el viaje ya con cargas familiares y con responsabilidades económicas en sus países. Además, las formas de viajar no son homogéneas, es decir, mientras que algunas afirman haber conseguido el visado con cierta facilidad, la mayoría ha llegado de forma irregular, a través de redes que organizaban el recorrido.

            En cuanto a su itinerario laboral, la inmensa mayoría ya se dedicaban al comercio en sus países de origen: venta ambulante de alimentos, tela o complementos –lo más frecuente–, pequeños establecimientos, salones de belleza, etc. Su intención al viajar a Europa era trabajar “en lo que sea”. Y las experiencias han sido diversas: empleos en fábricas, envasadoras de género agrícola en los almacenes de la zona, servicio doméstico, prostitución, venta ambulante...    Ahora, tras haber probado suerte en otros ámbitos, han decidido montar su propio negocio, que les da seguridad e ingresos mínimos de forma mensual: «Yo no quiero cambiar, estoy muy bien, tengo mi negocio, soy independiente, nadie me molesta, pago el alquiler» (dueña de un negocio en el municipio de Vícar). Aunque algunas desean cambiar esta circunstancia cuando regularicen su situación: «Cuando tenga papeles quiero trabajar con mis manos, esto no me gusta» (dueña de un negocio en Cortijos de Marín).

            Un aspecto muy interesante es la relación económico-laboral que mantienen las dueñas de las casas con las chicas que en ellas trabajan. Generalmente, las chicas llegan a trabajar allí por referencias de otras personas: compañeras que habían trabajado con ellas y ahora se encuentran aquí, amigas o amigos que les dicen dónde hay trabajo, o  miembros de alguna de las redes responsables de su viaje. Aunque también es frecuente que ya se conocieran en el país de origen. Es normal observar que existen relaciones de poder muy determinadas por el papel de jefa, pero que lo trascienden. La adquisición de poder comunitario –a medida que trascurren los años, se tienen hijos, marido, dinero y se regulariza la situación en España– también afecta en las casas-bares. Las dueñas suelen ser mujeres respetadas en la comunidad, con poder de decisión, y esto se traduce muchas veces en su presencia en los órganos directivos de las asociaciones coétnicas de la zona (hay tres muy importantes: la del colectivo Edo, la del Igbo y la Nigeriana).

Las circunstancias de las trabajadoras

            En cuanto a las trabajadoras, cuyo número asciende a casi 500, son mayoritariamente procedentes de Nigeria (en más de un 80%), aunque también las hay de Guinea Ecuatorial, Marruecos y algunas de Rusia y Europa del Este. La mayoría de ellas proceden de la misma zona de Nigeria-Edo State, e incluso nacieron en la misma ciudad, Benin City. La etnia más frecuente es la Edo –tradicionalmente afectada por problemas de exclusión en origen, según las propias mujeres–, aunque también hay representación de los colectivos Isha, Igbo y Yoruba, entre otros.

            La edad oscila entre los 20 y 39 años y casi todas están solteras (las casadas, por regla general, no incluyen a sus maridos en su proyecto migratorio). Sin embargo, muchas tienen cargas familiares, sobre todo hijos –38%, de los cuales, la mayoría han nacido durante el camino o en origen–, y padres ancianos. La gran mayoría mantiene la relación con la familia y les envían dinero, aunque afirman que no suelen saber que ejercen la prostitución.

            La motivación principal que las ha impulsado a emigrar son la económica y, muy excepcionalmente, los conflictos bélicos. Gran número de mujeres afirma que sus padres se dedicaban a actividades que ya no generan los suficientes ingresos, por eso, han decidido salir y cooperar con ellos. Sin embargo, también hay mujeres que apuntan hacia una motivación “social”: disfrutar de libertades, comodidades, reagrupar a sus familiares, etc. Normalmente, deciden emigrar cuando, ante la imposibilidad de culminar sus estudios y la ausencia de alternativas económicas, de un futuro claro, deciden emanciparse y apoyar económicamente a su familia.

            Lo más usual es que, en el recorrido desde Nigeria hasta España, utilicen Marruecos como puente de entrada. Un recorrido muy común es Nigeria, Níger, Malí, Argelia y Marruecos (Tánger u Oujda). La mayor parte del trayecto se realiza en coche (en Jeep) y caminando, de manera que el viaje puede durar meses. Una vez en Marruecos esperan la oportunidad de llegar a Europa en una lancha neumática que las lleve a las costas andaluzas. Durante el camino, es frecuente que vayan acompañadas de otros hombres y mujeres que también migran. El precio del viaje es muy variable, pues depende de los recursos propios, del tipo de red que se utilice, etc. Otro modo de viajar, más minoritario, es utilizando el “visado de turista” y el avión, pero  resulta mucho más difícil y costoso.

            En la actualidad, a raíz de la creciente presión de la FRONTEX (Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores) y el SIVE (Servicio de Vigilancia del Estrecho de la Guardia Civil) en el Estrecho y resto del sur de Andalucía, empieza a ser frecuente que la ruta se desvíe de Argelia a Libia para cruzar el Mediterráneo y entrar a Europa a través de Italia. Cada vez hay más mujeres que relatan haber hecho este viaje y que aluden a su mayor peligrosidad y dificultades.

            Una vez en destino, la situación se complica: las personas que han viajado con recursos propios han de salir adelante partiendo de cero: sin documentación, sin dinero y a través del apoyo de los compatriotas. Las que se han endeudado para poder entrar en Europa, tendrán, además, que saldar sus deudas. Para todas ellas, las alternativas laborales son muy limitadas.

            Más de la mitad de las mujeres lleva en España sólo unos meses, aunque comenzaron su viaje hace años. Un 77,4% de estas chicas afirman haber decidido trasladarse a Almería en el último año. En esta zona encuentran trabajo cerca de los suyos y lejos de las presiones policiales en otras ciudades españolas, que se han incrementado debido a la entrada en vigor de ordenanzas municipales que prohíben el ejercicio de la prostitución de calle –Barcelona, Bilbao...– y de otros planes de control en la misma línea (Madrid).

            Las redes que se usan para llegar hasta España son muy diversas y complejas. Las hay desde compactas y con estrategias muy coercitivas (conectadas de origen a destino y que mantienen a las mujeres bajo control estricto hasta que saldan su deuda) y también las hay más modestas, con menos medios y que no suelen estar organizadas para todo el camino, sino que se dedican sólo a un tramo (desierto, viaje por mar, mantenimiento y abastecimiento en el lugar de espera entre tramos...) No hay espacio aquí para entrar en detalle, pero sí merece la pena alertar sobre la necesidad de atender a la diversidad y aguardar a reunir mayor conocimiento sobre el complejo funcionamiento de estas redes y cómo impactan en la vida y percepciones de las mujeres que las usan. Muchas de estas redes son usadas por mujeres y hombres, otras sólo se dedican a mujeres, unas sólo pueden ser catalogadas como redes de tráfico y otras directamente como responsables de trata (dos conceptos que empiezan a distinguirse pero que han sido confundidos durante demasiado tiempo), y podríamos seguir estableciendo diferencias (6).

            El itinerario es un tema muy complicado de abordar con las mujeres, no sólo por las supuestas presiones de las redes para que no ofrezcan  información, sino porque es una experiencia muy traumática. No obstante, merece la pena seguir intentando ahondar al respecto, pues en ese contexto se desarrollan fenómenos que ayudarían a comprender mejor sus vivencias actuales, la fuerza con que acometen sus proyectos migratorios y se empeñan en ellos, sus iniciativas y decisiones.

            He tenido oportunidad de conocer de primera mano un pequeño fragmento de esta experiencia entre quienes esperan en Tánger la oportunidad de saltar a Europa (aunque cada vez es menos numeroso el número de mujeres que se encuentran allí, es más usual que estén en Casablanca, Rabat o Oujda). En Tánger se suelen ocultar en La Medina o en barrios pobres como lo que llaman Plasa Toro (al noreste de la Plaza de Toros), cerca de la parada de taxis extraurbanos (que los nigerianos denominan Benz Park por la marca de esos vehículos). El tema de mi investigación en ese contexto era conocer las formas de supervivencia de las mujeres nigerianas en un espacio de tránsito marcado por la exclusión total (7). Mientras algunos hombres logran hacerse con una fuente de ingresos como comerciantes de bienes básicos para sus compatriotas o ejerciendo de conection men (8), las mujeres deben pedir limosna (lo que ellas llaman salam-aleicum) disfrazándose de musulmanas (9) o quedar bajo el control de patrones que les proporcionan víveres, protección y posibilidades de viajar a Europa a cambio de recibir dinero cuando estén en destino. El objetivo es sobrevivir sin ser vistas, sin llamar la atención, procurar que su estancia en Marruecos pase lo más desapercibida posible, y esta realidad no termina cuando llegan a destino –en ese caso nos referimos a Almería, por ejemplo–, aunque mejora sustancialmente.

Para concluir

             La sensación que transmiten constantemente las mujeres nigerianas que ejercen la prostitución entre invernaderos en el Poniente Almeriense es coherente con todo lo dicho en las últimas líneas. No desean ser vistas, ni conocidas, ni observadas o rescatadas, sólo llegar a culminar sus proyectos, que consisten en cosas muy básicas: vivir en paz, con papeles, lograr un normal work (un trabajo normal, según sus propias palabras)... Para ellas, obtener regularización documental, pagar su deuda de viaje, ser madre, cambiar de lugar de residencia –lejos de los invernaderos– y normalizar su fuente de ingresos suponen pasos ascendentes para alcanzar su sueño europeo.

            El trabajo sexual es parte del camino, como lo fue el desierto, esperar en Marruecos y cruzar el mar. Su fuerza y determinación mientras dan esos pasos constituyen el auténtico objeto de estudio de este trabajo de investigación en ciernes.

            No pretendo contestar a grandes preguntas con mi trabajo, más bien todo lo contrario: hacérmelas, plantearlas, acumulando la mayor y mejor información posible (aunque seguramente será poca y muy limitada) sobre estrategias, itinerarios, vivencias y anhelos de futuro de estas personas. El objeto final no es otro que tratar de aportar conocimiento y que éste amplíe nuestras posibilidades de abordar la gestión social de asuntos como la inmigración y la prostitución, desde la cercanía a la realidad, por muy complejo y laborioso que ello resulte.

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Estefanía Acién González pertenece al Área de Antropología Social de la Universidad de Almería y es miembro de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.

( ) La etnografía cumple la de dotarnos de una serie de pautas y formas de hacer que nos ayudan a recopilar datos de forma sistemática y parcelada, ofreciéndonos la posibilidad de dar sentido teórico a la realidad que percibimos y vivimos mientras observamos y organizamos los datos. La técnica fundamental es la observación participante. A grandes rasgos, podemos decir que la observación participante consiste en la «captación de la realidad social y cultural de una sociedad, comunidad o grupo social determinado, mediante la inclusión del investigador en el colectivo estudiado» (Checa, 1995: 252).
(2) Este colectivo tiene dificultades de acceso al ocio que no se deben sólo a barreras culturales o idiomáticas, fácilmente superables en entornos acogedores, sino también a constatables dificultades de acceso a los lugares de ocio (bares, clubes y otros) por clara discriminación. Aunque la situación paulatinamente mejora, aún es común que en numerosos locales autóctonos no permitan el acceso a personas inmigrantes o minorías culturales concretas, como los gitanos.
(3) Muchas veces el precio depende de la capacidad de ingresos que las mujeres observan en su clientela habitual, que son los inmigrantes subsaharianos. A los autóctonos se les cobra algo más, puede llegar a 20 euros. En la actual coyuntura de crisis, incluso se han detectado precios más bajos a los primeros (7 u 8 euros).
(4) Los locales carecen de licencia, por eso no existe letrero luminoso ni cartel alguno.
(5) En ACIÉN y MAJUELOS (2003), De la exclusión al estigma, APDHA, Almería (pp.103).
(6) La investigación de esta cuestión es la prioridad actual en mi tesis doctoral y espero poder ofrecer resultados en breve al respecto.
(7) Marruecos debe colaborar con el espacio Shengen para ejercer su papel de control sobre los migrantes subsaharianos e impedir que alcancen costas europeas, y lo hace dificultando su estancia: prohíbe su alojamiento en hostales o el alquiler de viviendas, su empleo en trabajos normalizados, el tránsito...
(8) Esta figura alude a las personas que se dedican a obtener beneficios de sus contactos. Suelen servir de puente entre migrantes que necesitan cosas y quienes se las pueden proporcionar (víveres, conexiones de viaje...).
(9) Lo normal es que su religión sea católica evangélica, combinada con ciertas formas de vudú. Usando vestimenta local muy característica pueden pasar por negras musulmanas y escapar más fácilmente a la presión policial. Esta vestimenta suele ir acompañada de complementos para hacer creer a los viandantes que están embarazadas y así provocar una reacción solidaria
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