Eugenio Reyes

Hacia una comprensión del movimiento
ecologista canario
(Disenso, 45, oct 2004)

Difícil lo tiene quien quiera abordar  un artículo bajo este título tan ostentoso, aún más cuando quien lo suscribe es parte implicada en el movimiento ecologista. Y digo “ostentoso” porque abordar una parte de la historia reciente desde la sociología comprensiva con el añadido de la  auto-mirada, corre el grave riesgo de encallar en las  rocosas costas de la autocomplacencia y, sobre todo, de no aportar luces desde la densa niebla de la subjetividad.
Aspirar a comprender o, en este caso, auto-comprendernos a nosotros mismos desde la subjetividad más severa, reflexionar e intentar explicar las claves de un movimiento -el ecologista- con más de medio siglo de activismo compulsivo en medio del escandaloso silencio ante castrones ambientales en el ámbito de Canarias y del Planeta en general, no es fácil. Sin embargo, desde las limitaciones y ambigüedades, intentaré  buscar claves o, por lo menos, apuntar aspectos que traigan luces a su naturaleza organizativa, a sus propuestas, valores y alternativas.

PROBLEMAS DE CONCEPTUALIZACIÓN HISTÓRICA. No hay consenso acerca de cuándo se inicia el movimiento ecologista en Canarias. Aunque se suele aceptar la orquilla de la llamada transición democrática, no sería honesto que olvidáramos los hechos, las personas y los valores de tiempo atrás, desde la resistencia de los nativos que sufrieron la transformación devastadora de su medio natural, debido a la acción de los españoles, pasando por los críticos del monocultivo de la caña de azúcar, que produjo el  exterminio de bosques de laurisilva o termoesclefólilos, y de la destrucción masiva de los pinares para la floreciente navegación de ultramar, así como el impacto positivo de intelectuales naturalistas, como Berthelot, Viera y Clavijo y Alexander Von Humboldt, hasta la presencia de figuras como Eric Sventenius, fundador del Jardín Canario, o el matrimonio Kunkel, impulsor en 1973 de la primera propuesta de espacios naturales a proteger en Canarias.
En los últimos 600 años las transformaciones ambientales en el Archipiélago han sido brutales, y no sin la oposición, como hemos apuntado, de personas y colectivos. Un repaso somero de la historia  reciente nos permitiría identificar algunos precursores del ecologismo actual, como el Apóstol de los Árboles o el Pica, periodista de principio del siglo XX crítico con las primeras edificaciones en la zona grancanaria hoy conocida como Las Rehoyas, que en el ámbito de la sociedad de su época aportan elementos identitarios propios al movimiento ecologista  canario.

LOS PRECURSORES. Tras las pruebas nucleares  francesas en Argelia a finales de los ‘50 y el seísmo de 1960, que ocasionó más de 15.000 muertos en  Marruecos, con la burguesía canaria sometida a un aislamiento extremo por el régimen franquista, con consecuencias económicas graves -bloqueo del comercio del plátano con Londres, o bloqueo del abastecimiento del mercado interior-, se abre una pequeña fisura en el monolítico poder imperante. Los jóvenes que estrenan el nuevo Instituto de Enseñanza Media,  situado en el antiguo Vivero Insular -actual Instituto Pérez Galdós-, realizan un conato de manifestación por la calle Tomás morales. “Bombas no”, consignaban las pancartas, confeccionadas al abrigo del profesor Viñas.
Por supuesto la mani duró pocos minutos, pues la policía de la época se encargó de disolverla rápidamente. Las consecuencias no se hicieron esperar: profesor expedientado y alumnos severamente amonestados. Todo fue achacado al ingenuo,  manipulado y mal informado espíritu  juvenil.
Lo cierto es que lo que pudiera ser considerado como la primera manifestación antinuclear en territorio administrado por el franquismo supuso un seísmo intelectual en una serie de jóvenes que años más tarde configurarían el grupo de “los canariólogos”, o estudiosos de lo canario, como se les conocía a finales de los ‘60.
Así, en el entorno del Museo Canario se agrupan sectores de jóvenes que no siguen los designios de la Organización Juvenil Española, la OJE, organismo que dentro de Falange encauzaba oficialmente las inquietudes de la juventud de la época. Ellos dan vida a la Agrupación de Montañeros y a la Asociación Canaria de Amigos de la Naturaleza (ASCAN), que empezó a operar a finales de los ’60 y fue legalizada por un error o despiste del Gobernador Civil con ámbito de actuación en toda Canarias y el Sahara Occidental, en 1970. Siendo así, por margen de días, la segunda entidad legalizada más antigua en defensa de la naturaleza del territorio administrado por el franquismo.
Jaime O´Shanahan, Antonio Cardona, Luis García Correa, Bermejo Pérez, Servando López y un largo etcétera de personalidades actuaron como socios fundadores de ASCAN. Sus actos en defensa de Tamadaba, su primera Aula de la Naturaleza en Montañón Negro y sus informes ante atentados ambientales en las primeras ocupaciones turísticas de las dunas de Maspalomas y en el sur de Tenerife, o la reserva de caza de Inagua, así como la presencia en congresos y conferencias internacionales de conservación, que permitió a ASCAN ser oída directamente sin tener que pasar por Madrid. La presencia de ilustres botánicos de prestigio internacional en la Universidad de La Laguna, las posteriores promociones de biólogos, la fundación de ATAN en Tenerife,  el papel crítico reflexivo de los estudios publicados por la Caja Insular de ahorros, los trabajos de los economistas Antonio González Viéitez, Fernando Redondo y otros, abren la  puerta a nuevos colectivos profesionales y sociales que constituyen un sector crítico sensible hacia los valores naturales del Archipiélago. 
La primera crisis del turismo, asociada a la crisis del petróleo durante el primer quinquenio de los ’70, permitió a la sociedad canaria romper aguas en busca de respuestas ante el nuevo escenario territorial y ambiental. Tras las primeras lluvias caídas en 1972 los miembros del Grupo de Montaña de Gran Canaria, se lanzan al monte a plantar pinos. Se inicia así la celebración del Día del Árbol que funcionará anualmente hasta la actualidad. Ese mismo año, artistas e intelectuales de Lanzarote, con el apoyo de César Manrique, consolidan  “El Almacén”, que tendrá una fuerte incidencia en la preocupación de los lanzaroteños por su paisaje y su territorio.
En la primavera de 1977, coincidiendo con en el Día Mundial del Medio Ambiente, se publica el primer manifiesto medioambiental de Canarias, del que se hacen eco varios medios de comunicación del Archipiélago. La revista Aguairo, de amplia distribución y reparto gratuito, también lo difunde. Se podría considerar este manifiesto como el documento fundacional del movimiento ecologista en sí.

ALGUNAS TESIS PARA EL DEBATE. En primer lugar, el período histórico estudiado no surge por un proceso espontáneo, hay antecedentes identificables, evaluables, y se puede rastrear sus consecuencias para  el movimiento ecologista actual.
En segundo lugar, los precursores del movimiento ecologista canario, se caracterizan por un perfil sociológico de profesionales, técnicos o intelectuales, que acumularon un  acervo de conocimientos de alto valor científico y técnico sobre los bienes y valores naturales del archipiélago canario, La cantidad y calidad de las publicaciones e informes van en esa línea.
 En tercer lugar, los precursores del movimiento ecologista canario se caracterizan por una fuerte vinculación a la defensa territorial y de los valores naturales.  Es pues justo considerar que el movimiento ecologista actual acumula una fuerte herencia conservacionista y naturalista.
En cuarto lugar, los precursores del movimiento ecologista concebían la defensa de los valores ambientales unida a la defensa de la canariedad, pues el territorio y sus valores naturales e históricos son cauces de identidad y la crisis territorial incide a su vez en una crisis identitaria de la población que habita el territorio.

PRIMEROS COLECTIVOS ECOLOGISTAS. Tras la muerte de Franco un joven pacifista, hijo de militar, se va de su casa, escapa, huye a una comuna en Cataluña, donde toma conciencia de la situación ambiental a que el desarrollismo imperante está conduciendo al país. Pasado algún tiempo vuelve a Canarias y, tras varios intentos de trabajar en ASCAN, a la que percibe como una macroasociación lenta y pesada, decide elegir otro camino, no el de fundar una asociación sino un colectivo ecologista. Busca los recursos para ello y, en 1978, nace el Colectivo Ecologista Magec, cuyo símbolo es una pintadera aborigen representando al Sol. Esta es la primera entidad canaria que se auto-reconoce como ecologista.
Las primeras marchas en bici, la defensa de las ballenas, los días del árbol, la primera repicada de la calle Pérez Galdós, revindicando que bajo el asfalto hay tierra fértil, marcaron el inicio de un ecologismo de nuevo cuño, centrado en temas claramente urbanos. Numerosos jóvenes, estudiantes de Instituto en su mayoría, irrumpen en el escenario social del momento con novedosos métodos de animación en la calle. Las campañas, ya citadas, por el carril bici o por salvar las ballenas, los murales llenos de color y belleza, o los cursos y conferencias de Luis Alsó, vinieron a oxigenar el duro paisaje urbano de las grandes ciudades grancanarias que agonizaba a finales de los  años ’70.

LOS ESTUDIANTES Y EL ECOLOGISMO. Dentro de esa eclosión juvenil, un grupo de alumnos del Instituto Alonso Quesada, de Las Palmas, de fuerte tradición de lucha antifranquista, descontentos por la imposición de la multinacional Coca-Cola de envasar sus refrescos en latas en vez de en botellas de vidrio, propone depositar delante de la fábrica de dicha empresa miles de esas latas en protesta por su impacto ambiental. La acción fracasa, pero triunfa un espíritu combativo y aparece en escena el Colectivo Ecologista Aguaje.
Salvar El Confital, la limpieza del Parque de Las Cucas, la lucha por los espacios verdes de la ciudad, la protesta contra el cuartel de los paracaidistas (actual Parque de Las Rehoyas) y el encadenamiento en la calle Pérez Galdós, reivindicando su uso peatonal, fueron los primeros pasos de estos jóvenes, muchos de ellos aún sin la mayoría de edad, en defensa del medio ambiente.
La marcha contra la base aeronaval de la OTAN en Arinaga; las acciones contra la central eléctrica (Cicer), de Guanarteme; la defensa de la playa de Las Canteras;  charlas en los colegios e institutos, chiringuitos en las fiestas de los pueblos, recuperación de solares como zonas verdes, cientos de murales en muros abandonados y un largo etcétera de acciones y  reivindicaciones fueron configurando una nueva masa crítica de fuerte componente juvenil y un claro predominio del activismo no-violento como espacio, no sólo de verdes y ecologistas, sino de rebeldes contra cualquier autoridad que no emane de la participación popular.
El movimiento se extiende. En La Palma, artistas e intelectuales se oponen a la urbanización de la Quinta Verde; en Tenerife, surge el MEVO (Movimiento Ecologista del Valle de La Orotava); en Fuerteventura, el colectivo Hulaga, nacido en el Instituto de Puerto Rosario, lanza una llamada a todos los colectivos de Canarias en defensa de las Dunas de Corralejo.

CONTRA LOS VERTIDOS MARINOS. Corren los primeros años ’80. La pasividad del PSOE, en el Gobierno central desde finales del ‘82, ante el tránsito de material radioactivo por Canarias, da lugar a un  encierro en los locales de dicho partido en Gran Canaria, con el consiguiente desalojo posterior y el escándalo político que todo ello conlleva.
Por otra parte, en el Estado español se constituye la Federación de Amigos de la Tierra. ASCAN, MEVO, y Ben Magec se federan con ella, mientras los restantes colectivos plantean la necesidad de la coordinación en Canarias.
La Conferencia de Londres sobre Vertidos Radiactivos al Mar abre una polémica en la sociedad Canaria, pues se está tirando material radiactivo en la fosa atlántica situada al sur de la isla de El Hierro, con la pasividad del movimiento ecologista estatal. Mientras Green Peace bloquea los vertidos radiactivos en las costas gallegas, el contencioso insular queda muy lejos de Madrid  y el movimiento ecologista canario da un giro de 180 grados, llegando a la conclusión de que la conservación de nuestro entorno va depender sobre todo de nosotros mismos, de nuestra capacidad para articular la defensa de nuestro medio natural  y de sus gentes.
Así un día, a las 6 de la mañana, aparecen en la playa de Las Canteras, de Las Palmas de Gran Canaria, bidones con el símbolo de material radiactivo. Tres horas más tarde el lugar está acordonado. Falsa alarma. Algunos gamberros (en busca y captura todavía), se han pasado. El efecto, sin embargo, es devastador. El recién elegido Gobierno de Canarias envía representantes a la conferencia que pretende prohibir los vertidos radiactivos marinos en Londres, e incluso invita a asistir con ellos a delegados del movimiento ecologista de las Islas.
En Gran Canaria planea sobre la conciencias de los colectivos la necesidad de la coordinación, que se culmina en septiembre de 1982 con la creación de la Coordinadora Ecologista El Paño. Una nueva reunión en Londres, con representantes de Canarias,  logra por fin la prohibición de los vertidos marinos contaminantes. La fosa atlántica cercana a El Hierro deja de usarse para esta finalidad.
Pero un nuevo nubarrón asoma en el horizonte: sectores especuladores, parapetados en la Comisión Provincial de Urbanismo, quieren consolidar licencias y derechos urbanísticos, y reclaman al Gobierno de Canarias la construcción de 120.000 camas turísticas en Veneguera (en ese momento hay en Gran Canaria alrededor de 80.000 camas). La reacción no se hace esperar y surgen los comités Salvar Veneguera, que rápidamente se extienden por todo el territorio de Canarias e incluso por algunas provincias de la Península Ibérica.
A mediados de los ‘80 la eclosión de colectivos ecologistas por toda la geografía de Canarias es imparable. En el entorno escolar surgen Turcón y La Vinca; en Agaete, se cohesiona un grupo en torno a la resistencia a la ampliación del muelle; en el Hierro  pescadores de La Restinga crean Adeniht; en la Palma, La Centinela; en Fuerteventura, la lucha se plantea por salvar la montaña de La Muda; en Lanzarote surge el colectivo Salvar el Malpaís de La Corona; en Tenerife se crea TEA y en la Gomera Guarapo.
En el segundo quinquenio de los ‘80 aparecen nuevos grupos: Imidagüen, con un profundo perfil de educación y animación socio-ambiental; El Guincho, en Lanzarote, con una vocación abierta a los temas marinos; Agonane, en Fuerteventura, con un profundo sentimiento en defensa de los bienes históricos y territoriales. Asimismo,  miembros del grupo Aguaje, formado por estudiantes de La Laguna, constituyen en el entorno Universitario el colectivo ecologista Aire. Aguaje, además, promueve encuentros con grupos de La Palma y con jóvenes de Fuerteventura, Tenerife, y El Hierro.

MÁS TESIS PARA EL DEBATE. Primera, a finales de los ‘70 y principio de los ‘80 aparecen en Canarias colectivos de personas autodenominados “ecologistas”, que inciden en la defensa del los bienes naturales, del territorio, del paisaje y del paisanaje, así como en la defensa de la identidad cultural del pueblo de Canarias.
Segunda, el movimiento ecologista canario nace y se desarrolla en  el seno de la lucha antifascista y por la democracia.
Tercera, las asociaciones y personas que fueron precursoras recientes del movimiento ecologista se sumaron a éste, aportando su acervo naturalista y conservacionista.
Cuarta, los años ‘80 conllevan la eclosión de colectivos ecologistas por todo el  territorio de Canarias. Los grupos que se autollaman ecologistas configuran un colectivo muy activo, integrado en su mayoría por jóvenes estudiantes, que adopta novedosas formas de movilización social no violentas. A finales de la década se consolida en Canarias un movimiento de nuevo cuño, basado en el activismo más puro. Como se decía en aquellos días, “la alternativa no está al final de ningún camino o en ninguna sociedad futura, la alternativa  está en el camino mismo, en cómo se decide y se hace cada cosa en cada paso que damos.”
Quinta, a finales de los ‘80 surgen voces que demandan la necesidad de coordinarse, partiendo de la realidad auto-centrada del Archipiélago como objeto a proteger.
Sexta, el movimiento ecologista canario se constituye como un espacio para el disenso con el discurso dominante, un espacio para la rebeldía. La lucha ecologista contribuye a la creación de una nueva identidad: las caminatas, las excursiones, las asambleas, los encuentros, las aulas de la naturaleza, las luchas fraguan lazos de amistad y complicidad, creando vínculos en común que  se articulan como formas de cosechar libertad y utopía.
Por último, a finales de los ‘80 muchos intelectuales y activistas ecologistas se plantearon su actividad en los siguientes términos: ¿Debe el ecologismo, después de tantos años de lucha, intentar llegar más lejos? ¿Debe el ecologismo hacer algo distinto a influir en las conciencias de los ciudadanos, intentar domesticar al capital, coquetear con los poderes del Estado, o reducir su existencia a la denuncia en un bailoteo al son de los medios de comunicación? ¿Es posible un ecologismo que sea capaz de ir más allá y de dibujar otros mundos posibles?
            Las respuestas a estos interrogantes constituyen materia para otro artículo.