Eugenio del Río

Diez puntos sobre los intelectuales de izquierda
(Disenso, 47, octubre de 2005)

1.- La noción de intelectual carece de precisión. Aun a riesgo de simplificar, podemos distinguir al intelectual por su formación y por una competencia elevadas en el plano cognitivo y del pensamiento, en general
Su función se extiende a la elaboración de ideas, al conocimiento, a la  información, a la comunicación. Sus actividades cubren un amplio abanico, desde las diversas ciencias hasta la filosofía, pasando por la técnica, la educación, el arte, la política, la organización…
2.- Podemos designar como intelectuales de izquierda a aquellos que muestran una preocupación por los problemas de la sociedad y del mundo desde el punto de vista de valores como la justicia social, la solidaridad y la lucha contra las desigualdades, la oposición a las variadas formas de opresión, la emancipación de las mujeres, el rechazo del racismo y de la xenofobia, la defensa de la laicidad, la denuncia de la arbitrariedad.
El intelectual de izquierda ideal, si se puede hablar así, es aquel que aporta lucidez, rigor y creatividad en la tarea propiamente intelectual; justicia en sus juicios; y un compromiso práctico para mejorar la sociedad.
            Una parte de estos intelectuales se adhieren a una causa o a un movimiento social, lo que puede implicar compromisos más concretos.
3.- La especial importancia de los intelectuales viene de la mano, antes que nada, de su relevancia social, en la medida en que ésta existe. Es esa relevancia, unida a su dedicación al mundo de las ideas, la que les permite ejercer un liderazgo espiritual.
Pero, ¿realmente influyen los intelectuales en la sociedad? Lo cierto es que su influencia varía según las épocas y los países. En todo caso, esa influencia depende de las ideas que han ido cuajando en la sociedad misma. Por brillante que sea un intelectual y por muy consolidada que esté su posición, ninguno puede tener gran influencia si sus ideas carecen de arraigo. Los intelectuales influyen y ayudan a exteriorizar y a extender algunas ideas. Pero ellos a su vez, están tocados por esas olas subterráneas, por ese aire de la época, que atraviesa las sociedades.
Los intelectuales pueden contribuir a cambiar las cosas, o a que no cambien, pero no en cualquier dirección ni de cualquier manera, sino interpretando los latidos de la sociedad, dándoles voz, forma, presencia. Casi cualquier idea puede producir un impacto sobre una persona o determinados grupos, pero no todas las ideas pueden encontrar un eco social notable, a menos que se muevan dentro de los márgenes fijados por la época, por la sociedad y por la marcha del mundo.
¿En qué grado introducen los intelectuales ideas nuevas y en qué grado ofician como portavoces de lo ya existente? ¿Van por delante o van por detrás de las ideas que se van abriendo paso en la sociedad? Lo uno y lo otro: introducen cuñas en la cultura de la época, en la cultura que reciben y con la que dialogan. Las personalidades que encabezan los grandes movimientos expresan el sentir de la época, las ideas del siglo. Valen mientras satisfacen a quienes las han aupado, mientras atienden sus demandas de cambio, de seguridad espiritual, de cohesión, de reconocimiento; valen en la medida en que son representativas de demandas sociales reales.
4.- Entre las tareas específicas que pueden acometer los intelectuales de izquierda, cabe destacar, en mi opinión, 1) la labor crítica y autocrítica. Para Derrida, su primera misión es la vigilancia. A juicio de Merleau-Ponty, la función del filósofo es ver las contradicciones y denunciar los errores. Según Gerard Noiriel, se trata de  producir la crítica del poder y de decir la verdad en nombre de los oprimidos. Hay que observar que, con mucha frecuencia, el intelectual de izquierda acomete, mejor o peor, una tarea crítica, pero rara vez se adentra en la autocrítica, tal vez por temor a debilitar a la izquierda; 2) la gestación de un horizonte intelectual para la izquierda social. En este aspecto, los intelectuales de izquierda tienen por delante una ardua y necesaria labor: contribuir a formar un nuevo cuadro ideológico tras el acusado retroceso de las grandes ideologías que durante un siglo constituyeron el alimento espiritual de los sectores más activos de la izquierda; 3) proporcionar un buen conocimiento, condición ésta de una orientación acertada en la acción política y social; 4) elaborar proyectos alternativos, frente a los males del orden establecido.
5.- La influencia de los intelectuales no es homogénea ni estática. Difiere en las diversas tradiciones y épocas.
En Francia, con el filósofo ilustrado del siglo XVIII, nació el predecesor del intelectual moderno. Por su parte, el Émile Zola de Yo acuso (1898), con motivo del caso Dreyfus, es el anticipo inmediato de los intelectuales de izquierda del siglo XX. En la Francia de antes y después de la II Guerra Mundial abundaron los intelectuales que, como advirtió Michel Foucault en una entrevista de junio de 1975, eran universalistas (capaces, o así lo creían, de pronunciarse sobre cualquier asunto), prescriptivos (determinaban lo que estaba bien y lo que estaba mal) y proféticos (Le Monde, 19-20 de septiembre de 2004). Sobresalieron también los intelectuales partidistas, vinculados muchos de ellos al Partido Comunista. En la actualidad ha declinado el intelectual partidista pero siguen en primer plano los intelectuales mediáticos
En Gran Bretaña ha habido muchos e ilustres intelectuales comprometidos con el movimiento obrero y con la izquierda política, entre ellos los grandes historiadores sociales: Thompson, Hobsbawm, Rudé, Hill... pero nunca han tenido el eco social que alcanzaron en Francia.
En Italia, han de ser destacados dos hechos interesantes. Uno es la creciente independencia de los intelectuales de izquierda a partir de los años setenta, después de un período muy marcado por la ideología, y el progresivo alejamiento de la disciplina de partido, tan acentuada en el período anterior. Otro, la reciente movilización en los medios intelectuales frente al desastre cívico que  representa el fenómeno Berlusconi.
En España, la función del intelectual de izquierda, o del intelectual en general, como viene recalcando con razón Santos Juliá, ha tomado unas dimensiones más modestas bajo el actual régimen democrático y en un ambiente desprovisto del dramatismo anterior, ambiente que es, por lo demás, uno de los signos más característicos de la actual sociedad española. No obstante, hay que señalar que, a través de los medios, de la universidad, o de la producción cultural, los intelectuales de izquierda, muy numerosos, son bastante influyentes. Reciente es la singular experiencia de Cultura contra la guerra en las movilizaciones de protesta por la guerra de Irak.
            6.- En términos generales, siguen contando con mucho peso la actividad intelectual y los intelectuales, como corresponde a las demandas sociales de carácter intelectual, entre las que ocupan un lugar destacado las referentes a la formación y al consumo cultural (enseñanza, creación, comunicación, ocio...). Lo que tiene menos cabida hoy es la figura del intelectual carismático al que apenas se osa cuestionar.
Varios factores actúan a favor de esta nueva posición de los intelectuales. Entre ellos, el acceso masivo a la universidad, con el consiguiente aumento de personas con estudios superiores, lo que hace que los intelectuales sean un producto más común; una sociedad más autónoma y culta, con una mayor capacidad para enjuiciar y discernir; la existencia de unas mentalidades más maduras e iconoclastas
Con todo, estamos muy lejos de los pronósticos que anunciaban el fin de los intelectuales, como el de Julien Benda, en 1927 (La traición de los clérigos), o el de François Lyotard, en 1983 (Tumba para el intelectual).
7.- La nueva situación de la izquierda, a raíz del desplome de los regímenes del Este europeo y del retroceso del marxismo, ha concedido una curiosa resonancia en los últimos años a un tipo de intelectual de izquierda que elabora productos ininteligibles y altamente despegados del mundo real, pero que son capaces de atender ciertas necesidades de algunos movimientos. El caso de Toni Negri es quizá el más sobresaliente. Poca gente puede entender sus libros, pero determinados conceptos como el de imperio o el de multitud dan satisfacción a militantes de una época singular en la que los marcos ideológicos de referencia escasean y en la que los recursos teóricos en los movimientos sociales se encuentran muy mermados.
8.- El militante al servicio del aparato partidista es una figura típica del siglo XX. Formando o no parte de un partido, en todo caso se somete a él, por un variado conjunto de razones, concernientes a su identidad, a su concepción moral, a su sentido de la vida.
Desde la perspectiva actual, se puede sostener que el problema no reside en pertenecer o no a un partido o movimiento sino en el modo de concebir las obligaciones que comporta el compromiso con una causa.
Un problema peculiar resulta de la búsqueda de una conexión estrecha entre teoría y política, que, en su versión más extrema, se resume como el entendimiento de la actividad teórica como parte de la lucha política. Castoriadis, y afortunadamente no sólo él, se opuso a la pretensión de establecer un nexo directo entre filosofía y política. Tal vínculo lleva consigo el empobrecimiento de la teoría y, por lo tanto, presta un mal servicio a la causa, a menos que esta causa se contente con una teoría inmediatamente instrumental o propiamente propagandística para la lucha partidista.
Como se ve, están en juego aquí dos conceptos de utilidad: a) es útil lo que nos da la razón; b) es útil lo que nos ayuda a entender el mundo real y, por lo tanto, a actuar con más tino.
Cuando la identificación con un partido, con un régimen, con una ideología, se erige en principio supremo, los demás principios se desvanecen o se subordinan a él.
Si se pretende favorecer a toda costa a la propia causa, embellecerla por encima de todo, atenuando sus defectos y limitaciones, se paga el precio de una pérdida de rigor intelectual.
            9.- Hay quienes consideran que la defensa de una causa debe hacerse incluso sacrificando la propia independencia, plegándose a la razón de Estado o a la razón partidista, o a la disciplina de una secta.
            La independencia de un intelectual corre peligro, igualmente, frente al propio medio intelectual (y a las distintos ámbitos académicos), los cuales, al otorgar o negar reconocimiento, provocan la sumisión; frente a las  comunidades intelectuales más reducidas (de especialistas, de afinidad, políticas, nacionalistas…); frente a los medios de comunicación, que darán cabida o no a los intelectuales según sus preferencias, y que, por lo tanto, permitirán o impedirán que tal o cual intelectual entre en contacto con sectores sociales amplios.
Así pues, para un intelectual de izquierda es un fin valioso conquistar una posición independiente frente a los partidos, las instituciones de todo tipo, el Estado, las diversas causas progresistas… y la sociedad misma.
Pocas cosas son tan necesarias como la frágil conjunción de compromiso y distancia; aproximación y alejamiento del objeto del compromiso.
Pero lo que vale para el intelectual comprometido, ¿no vale, por idénticos motivos, para cualquier militante? ¿No precisan todos ellos disponer de criterios propios y de autonomía?
            10.- El conflicto entre Sartre y Merleau-Ponty, en 1953, ilustra un problema con el que puede tropezar cualquier intelectual comprometido. Desde comienzos de la década, con motivo de la guerra de Corea, Sartre se había acercado al Partido Comunista Francés. Y, en los años siguientes, se dedicó a pronunciarse sistemáticamente ante cada problema coyuntural. Reprochaba entonces a Merleau que no se comprometiera de esa forma cotidiana, ante cada hecho de actualidad. Este último, por su parte, defendía la necesidad de tomar cierta distancia para contar con una perspectiva adecuada. No creía que tomar postura ante cada acontecimiento fuera lo más eficaz. La solución Sartre, llevada al extremo, entraña ciertos problemas. Pero, a su vez, la fórmula Merleau no está exenta de inconvenientes.