Eusebio Losada ‘Uxe’

Ciudadanía: más que una asignatura
(El Correo, 7 de julio de 2007)

            Asistimos en este tiempo a una intensa controversia en torno a la inclusión en el currículum educativo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos; debate que ha llegado al Parlamento del Estado en las sesiones denominadas 'sobre el estado de la nación'. Las posiciones no son sólo distintas, sino enfrentadas. ¿Están en juego el bien y el mal? ¿Esta asignatura torpedea los pilares de una recta moral? ¿Puede el Estado o el partido en el Gobierno arrogarse el derecho a educar cívica y éticamente a los ciudadanos? ¿Sus contenidos hacen tambalear las bases de nuestras familias? He ahí grandes cuestiones que salen a la palestra pública de una sociedad cuyas transformaciones están siendo de tal calado para el futuro que, honestamente, creo que es mejor mantener una actitud abierta que subirnos al burro de la cerrazón y el inmovilismo visceral.
            Me he tomado la molestia de leer los contenidos que se plantean en Educación para la Ciudadanía y, francamente, no encuentro motivos que susciten desazón o preocupación en los ciudadanos ni en las familias que componen nuestro tejido social. Es más, creo que sus principios son de gran ayuda para la convivencia y la cohesión social: el reconocimiento de la unidad en la común humanidad; el fomento de la tolerancia y el respeto al pluralismo, a la diversidad e interculturalidad; la igualdad radical de toda persona. Dejando a un lado posturas extremas procedentes de las actitudes opuestas del absolutismo y del relativismo -ambas coincidentes en su dogmatismo-, estos principios caminan más por la vía de la corresponsabilidad en el presente y el futuro de la Humanidad.
            Mujeres y hombres somos iguales en dignidad, derechos y deberes. Mujeres y hombres somos distintos en lo referente al género, lo que a todos nos enriquece. A los asentados aquí hace tiempo y a los venidos de otras geografías nos unen los mismos rasgos que constituyen el ser personas, y nos enriquece la hermosa variedad de colores, sensibilidades, rasgos culturales, creencias e ideas. A las varias formas y orientaciones afectivo-sexuales que configuran a los seres humanos les une el derecho a la libre expresión de las mismas, a su reconocimiento social y jurídico. En el esfuerzo contra las múltiples discriminaciones que ejercemos contra las personas, estas categorías de ética cívica son firmes cimientos que merecen ser vividos, testimoniados y educados en todas las edades, también en las de nuestras jóvenes generaciones.
            La fe que Dios me ha regalado y que en mi caso hunde sus raíces en el Evangelio de Jesús de Nazaret me ofrece la confianza y la fortaleza para intentar vivir conforme a esos principios. Yo no encuentro contradicción, sino coincidencia. ¿Es que no han sido inspirados en buena parte por la tradición cristiana que recorre nuestra Historia? Con un plus en cuanto a la defensa de los más débiles, a una querencia especial por los excluidos y marginados. Son los pobres y los discriminados el vértice del prisma desde el que el cristiano proyecta los rayos de luz de la solidaridad y la esperanza. Y contra la pobreza y el rechazo ningún antídoto mejor que la igualdad, edificada desde el conmoverse con las personas de carne y hueso en sus situaciones de dificultad.
            No percibo ideología partidista por ningún lugar, ni de un signo ni de otro. Sí observo, en cambio, la intención de recoger lo común de la ética ciudadana de nuestra actual sociedad, con un gran respeto hacia las diversas religiones y posiciones socio-políticas. Por eso mi razón y mi fe no pueden aprobar el rechazo y la condena hacia esta asignatura por parte de muchos obispos de mi propia y querida Iglesia. Cuando incluso los representantes de los centros de enseñanza católicos no se oponen a su impartición en las aulas, ¿qué miedos hay detrás de quienes pretenden hablar en nombre de todos los católicos, promoviendo la objeción de conciencia hacia esta materia? ¿Tienen de verdad miedo a que implique el adoctrinamiento de una supuesta ideología?
            En eso sus predecesores no deberían haber colaborado mayoritariamente con la ominosa e ilegítima cuarentena antidemocrática franquista; entonces sí que sufrimos un claro adoctrinamiento del régimen y una pretensión de imposición general de la moral católica oficial. ¿No será miedo a no ser ellos los que detenten el control de las costumbres y conductas de esta sociedad? ¿No será miedo a una sociedad más madura, con unos principios cívicos y éticos sólidos para la convivencia, como los que veo reflejados en el desarrollo curricular de esta materia educativa? ¿No ven que una buena parte de los católicos no pensamos como ellos? Bien pudiera parecer que, también en esto, quisieran echar leña al fuego de la división social y no se dieran cuenta de estar faltando a la comunión del Pueblo de Dios. Es posible que el actual Gobierno no haya hablado con todos los sectores que componemos esta variopinta polis; lo que parece más claro aún es que muchos de nuestros obispos ni siquiera han abierto las puertas al diálogo sobre este tema en el interior mismo de nuestras comunidades cristianas. Exigir más democracia a otros pide práctica de la democracia en la propia casa.
            La ciudadanía es mucho más que una asignatura. La sociedad que yo conozco, en la que vivo, es multicolor. En mi barrio convivimos gentes de rasgos culturales distintos: unos somos payos, otros gitanos, los hay latinos de acá y de allende el océano, africanos del Magreb y de más al sur. Ropajes, creencias, religiones, convicciones todo en plural. Mi hogar lo formamos tres vascos y dos magrebíes; los unos de fe cristiana, los otros musulmana; unos educados y hechos a unos moldes culturales y otros a otros. Nuestras paredes reverberan sonidos en euskera, castellano, árabe y lengua bereber. Coincidimos en lo que nos dignifica a todos: ser personas, nuestra común humanidad. Algo clave vamos descubriendo en la convivencia cotidiana: aprender a querernos. Todo un proceso que comienza con el primer conocimiento, sigue por la cercanía y el respeto, se acrisola con los roces, los rifi-rrafes en las ideas, la manifestación de sentimientos, la solidaridad en lo bueno y en lo malo de la vida de cada uno, la comprensión de las debilidades, de las pequeñas y grandes manías propias y ajenas.
            Y lo que ocurre en mi casa no es más que un botón de muestra del conjunto de la sociedad civil. Ésta, a través de las legítimas instituciones políticas, puede y debe dotarse de los medios que fomenten una educación cívico-ética de principios básicos emanados de las declaraciones de los Derechos Humanos y civiles, en los que tenga también cabida el pluralismo de opciones concretas. Uno de esos posibles medios es una materia educativa. Su adaptación a cada edad, lugar y centro, su desarrollo, mejora y actualización en el marco escolar serán consecuencia del esfuerzo en la nada fácil pero apasionante tarea educativa de padres, profesores y alumnos.