Fabián Laespada
Porque es nuestro derecho
(Deia, 10 de febrero de 2007)

            Exigir la paz y la libertad sin nada a cambio -sin más, porque nos lo merecemos- a estas alturas de la película puede parecer ridículo, sobre todo cuando oímos tanta invocación al diálogo. Pero resulta difícil entender que algunos propongan mucho diálogo con quien no quiere hablar sino imponer. Nunca hemos entendido ese dialogar hasta no sé qué horas de la noche con quien tiene un cargamento de dinamita en la cartuchera y, como niño caprichoso e impertinente, no quiere deshacerse de él hasta que le demos un juguete más grande. Es por eso que sigue siendo hora de reivindicar en la calle, en la tienda, en el trabajo, en el bar, en el cine, en el autobús... la paz. La paz como fuente de justicia, frente a la absoluta injusticia que supone asesinar. La paz, frente a quienes pretenden quebrantar la convivencia entre diferentes con el objeto de sepultar la rica pluralidad de nuestra sociedad. Sí, seguimos reivindicando la paz porque, desgraciadamente, continúa siendo absolutamente imprescindible denunciar el uso de vidas humanas como medio para tratar de alcanzar determinados objetivos políticos; por eso, seguimos defendiendo el derecho a la vida. No puede ser el resultado de una negociación o algo con lo que se mercadea para intentar alcanzar determinados objetivos políticos.
            También reivindicamos la libertad necesaria para vivir en democracia. No podemos permanecer callados ni mirar hacia otro lado mientras amenazan a personas, ni mientras queman sedes de partidos políticos, ni mientras extorsionan, chantajean y presionan hasta lo insoportable a quienes no ceden a sus peticiones mafiosas. La democracia exige una importante cuota de libertad que hoy en día en Euskal Herria no existe. En estos momentos, la mayor amenaza para la paz y libertad la constituye ETA y su entorno al volver a la actividad terrorista. A ellos les queremos exigir nuestro derecho de vivir en paz y libertad.
            Es por ello que no aceptamos bajo ningún concepto la imposición de un modelo de sociedad a través de la violencia. Apostamos por la democracia y por el juego político y consideramos que quienes tratan presionar y amedrentar a través de la violencia se autoexcluyen de la política porque violencia y política son realidades absolutamente antagónicas. Quienes no son capaces de desmarcarse de la violencia y denunciar su uso absolutamente ilegítimo e inmoral, tienen que asumir que cierran la puerta al ejercicio de la política, que desprecian el mismo concepto de democracia, que están negando los derechos humanos, que se burlan de la pluralidad de nuestra sociedad, que desautorizan absolutamente cualquiera de sus propias reivindicaciones; en definitiva, que se muestran netamente incapaces de realizar ninguna aportación positiva a nuestra sociedad. ¿Qué futuro medianamente asumible se podría diseñar si ha sido creado por la presión de las balas y las bombas? ¿Qué escenario se crearía a base de la eliminación física de los adversarios políticos? En efecto, no admitiremos esa hipótesis tramposa tan manida que viene a decir que debemos transigir en aspiraciones políticas para que los terroristas se decidan a abandonar la estrategia de la violencia. La apuesta por la política hay que hacerla ya, sin condiciones, esgrimiendo el arte de la palabra, con valentía y no recurriendo cobardemente a la amenaza y la coacción.
            Mientras tanto, a todas y todos nosotros nos queda el papel de seguir denunciando la violencia y sus mentiras, mostrarnos indignados e intolerantes con los métodos del horror, a saber, bombas, destrucción y muerte. Y, por su parte, nuestras instituciones y los partidos políticos tienen una responsabilidad específica que no pueden eludir, ni traspasar a la sociedad. Nosotros los elegimos y, por lo tanto, son los responsables de gestionar cómo afrontar desde la política el problema del terrorismo. Nuestra primera demanda es la unidad, es decir, situar el problema político fuera del plano partidista y albergar un espacio común donde se puedan compartir estrategias y posiciones. Sin embargo, y por desgracia, estamos siendo testigos de un escenario de división, incomprensible e irresponsable ante un problema de tal magnitud. Les pedimos que, al menos, no utilicen el terrorismo de forma electoralista. Esta percepción la tiene un buen número de ciudadanos, y esto debería hacer reflexionar con urgencia a los responsables institucionales y políticos con el fin de tomar medidas urgentes que hagan corregir esta situación.
            En este contexto de permanente discusión sobre el tema del terrorismo existen unas grandes olvidadas, las víctimas. Su situación incluso se agrava cuando observan estos enfrentamientos partidistas en las que ellas, las víctimas, pueden estar en boca de todos y al mismo tiempo sentir mayor olvido y lejanía de la sociedad. Precisamente su reconocimiento y nuestra solidaridad deben ser el impulso de nuestro camino hacia la paz. En la manifestación que convoca hoy Gesto por la Paz, al exigir la desaparición de ETA, estaremos rindiendo nuestro homenaje a cada una de las personas que fueron víctimas del ataque del terrorismo contra nuestra sociedad. Por supuesto, recordaremos de manera especial a Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, las últimas víctimas de la intolerancia de ETA. Nos gustaría que esta marcha se convirtiera en un silencioso grito que desde la diferencia y diversidad de idearios nos uniera a todos en nuestro deseo de paz frente a la más absoluta intolerancia y el totalitarismo de ETA. Es nuestro derecho.

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Fabián Laespada es miembro de la Comisión Permanente de Gesto por la Paz