Fadéla Amara
Tres preguntas
(Página Abierta, 149, junio de 2004)

Entrevista de Franck Chaumont a Fadéla Amara, presidenta de la Fédération National des Maisons des Potes e impulsora del movimiento “Ni putas ni sumisas”, tras finalizar la marcha realizada por este movimiento entre febrero y marzo del año 2003 (*). 

– ¿Qué balance haces de esta marcha como movimiento social?

– Desde luego, positivo en conjunto. Nos hemos reunido para liberar la palabra. La movilización aumentaba conforme transcurrían las 23 etapas, en cada debate, con un número cada vez mayor de chicas y de madres que se expresaban sobre la violencia que sufren. Nuestro segundo objetivo era reunir a los chicos en estos debates. Lo hemos conseguido. Han venido muchos, otros aún no quieren hacerlo y se sienten estigmatizados por el eslogan “Ni putas ni sumisas”. Ellos aprueban el fondo pero rechazan la forma. Nosotras nunca hemos querido estigmatizar a los chicos, sino denunciar las desviaciones en el interior de los guetos, la tradición del silencio, así como estas leyes antirrepublicanas que favorecen que los chicos sean instrumentos de opresión de sus hermanas o de sus amigas.

– ¿Los cargos electos con los que os habéis encontrado a lo largo de esta marcha son conscientes de los estragos relacionados con el sistema de las ciudades guetos?                      

– Creo que sí, en general. Pero noto que hay todavía ciudades en donde algunos de ellos han intentado explicarnos que el hecho de mezclar diferentes comunidades étnicas en algunos barrios, a voluntad propia, no planteaba, a priori, ningún problema. Todo esto me preocupa, porque supone que la integración republicana no funciona, lo que implica la organización de una sociedad comunitarista que nosotras combatimos. Deduzco, sin embargo, que los políticos están muy preocupados por lo que ocurre en los barrios. Nosotras no nos hemos inventado a Samina Belli, a Sohane o la economía paralela, ni, por otra parte, la instrumentalización del islam de algunos movimientos integristas.

– Acabáis de formular, al término de esta marcha, cinco propuestas concretas. ¿Estaréis pendientes sobre los plazos para su aplicación?
 
– Esperamos que en los próximos cuatro meses se creen centros de acogida para casos urgentes, dispositivos de atención en las comisarías para chicas víctimas de casos de violencia, incluida la violencia familiar, y también la creación de diez lugares de asistencia. Pensamos también en un seminario de formación. Todo esto tiene que empezar a funcionar antes del verano. Después de las vacaciones redactaremos una guía educativa sobre el tema, que estará financiada por el Ministerio de Educación y que se distribuirá en colegios e institutos. No descartamos organizar una segunda marcha o alguna otra iniciativa de carácter nacional, si tuviéramos que hacer frente a la lentitud administrativa.
 
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(*) http://www.niputesnisoumises.com y http://www.macite.net


Declaraciones ante la delegación del Senado
sobre los derechos de las mujeres

(2 de diciembre de 2003)

El manifiesto “Ni putas ni sumisas” (2002) se enmarca en una situación caracterizada por los tres siguientes elementos:
- La conciencia de la exclusión en los barrios marginales, resultado del fracaso de la República para integrar a todos los ciudadanos;
- Las consecuencias sociales del paro masivo de los años noventa, consecuencias muy graves en esos barrios, en especial la “toma del poder” familiar por los hijos mayores;
- La emergencia de movimientos integristas, a los que se ha llamado: “el islam de los garajes”.
Destaca la situación de enclaustramiento de las chicas en los barrios, hasta el punto de que no pueden asumir su feminidad, por ejemplo en lo tocante a la forma de vestir o al maquillaje, sin arriesgarse a ser insultadas o incluso agredidas física y sexualmente.
Se declara inquieta ante el cuestionamiento de la República y de sus valores, en los barrios considerados difíciles, lo que erosiona el laicismo, con la complacencia, cuando no con la complicidad, de algunos cargos locales, que aceptan legitimar a los caciques locales para comprar la paz social.
Las asociaciones deportivas conciernen esencialmente a los chicos, mientras que las chicas se encuentran relegadas al hogar, según el papel tradicional. La autoridad masculina se ha visto reforzada y revalorizada. Muchas mujeres jóvenes se ven sometidas a esta violencia, pasando directamente de la autoridad del padre o del hermano mayor a la del marido, lejos del espacio público. Desde este punto de vista, la cuestión del pañuelo islámico aparece las más de las veces como un símbolo de la opresión de las mujeres, incluso cuando es utilizado como una protección contra las violencias masculinas y un recurso para ser respetadas.
Es preciso que las mujeres tengan un lugar en la ciudad, hoy monopolizada por los hombres.
Considera que el concepto de “hermano mayor” ha hecho mucho daño, al igual que las asociaciones integristas que manipulan a las jóvenes. En la actualidad, se están poniendo a prueba (por el extremismo religioso) los valores republicanos, formulando reivindicaciones que van cada vez más lejos, por ejemplo respecto a los horarios separados en las piscinas. Lamenta que algunos cargos electos se inclinen ante estas demandas por motivaciones frecuentemente electoralistas.
“Ni putas ni sumisas” ha permitido poner en evidencia la ley del silencio de los barrios sobre una violencia de la que no sólo son víctimas las mujeres sino también los jóvenes considerados frágiles.
En su opinión, el pañuelo no tiene ninguna connotación religiosa sino que es solamente el símbolo de la opresión de las mujeres. Y añade que es también vejatorio para los hombres, presentados como incapaces de dominar sus pulsiones sexuales. El verdadero problema es el de la igualdad entre mujeres y hombres. Es partidaria de una ley de igualdad entre los sexos, y no de una ley específica contra el velo, que sería percibida como una ley de excepción, una ley contra los musulmanes y contra el islam. En cualquier caso, se pronuncia en términos muy claros contra el uso del velo en la escuela o en los servicios públicos.
La laicidad se encuentra por encima de todos los otros valores, incluida la libertad de conciencia. Es el oxígeno que permite que la libertad de conciencia no se convierta en oscurantismo o totalitarismo.
Reclama una especie de Plan Marshall para los barrios desfavorecidos. El cúmulo de desventajas sociales conduce a un comunitarismo en el que finalmente no caen sino los jóvenes salidos de la inmigración.