Félix Butzlaff*
Cambios y estabilidad: los partidos políticos
alemanes ante las elecciones en septiembre
(Temas para el debate, 225-226, Agosto-Septiembre de 2013).

 

El sistema de partidos alemanes parece algo raro. Por un lado tiene la fama de mantener una eficiencia adaptativa al desarrollo de la sociedad. Los nuevos conflictos de importancia se reflejan en la creación de nuevos partidos que se incorporan a los Parlamentos regionales o incluso al Bundestag a nivel nacional. Fue así con el partido de los Verdes (Die Grünen) que apareció a fines de los años sesenta, con el surgimiento de los debates ecológicos y posmaterialistas, del movimiento feminista y las manifestaciones por la paz en tiempos de la Guerra Fría. También ocurrió así cuando una parte del electorado no estaba de acuerdo con el cambio neoliberal del Gobierno socialdemócrata a partir de 1998 y dejó el partido para crear un nuevo partido de izquierda, una izquierda unida junto al viejo partido de la Alemania comunista, Die LINKE. También sucedió así últimamente con el Partido de los Piratas, que es la expresión de nuevas cuestiones que movilizan a una parte de la juventud alemana y que los partidos establecidos no fueron capaces de representar. También lo sucedido con los partidos regionales de los votantes libres (Freie Wähler) es algo parecido. Siempre que los partidos establecidos y tradicionales pierden la capacidad de representar una parte del pueblo o carecen de la sensibilidad por un tema político, es posible crear un partido nuevo y de esta forma –por lo menos teóricamente– mantener la capacidad representativa del sistema de partidos, en general. El marco político, jurídico y cultural alemán parece hacer posible que nuevas líneas de conflicto se transformen en nuevas fuerzas políticas.

Por otro lado, los alemanes se han acostumbrado a un sistema de partidos que, al contrario, no parece fluctuante o cambiante, sino que simboliza una estabilidad que va más allá de la historia de la Bundesrepublik. Este año el partido socialdemócrata celebra su 150 aniversario y a lo largo de su historia han tenido lugar cambios de sistema político y revoluciones. Desde 1863 los socialistas han tenido que organizarse bajo varios regímenes y sistemas políticos, y han tenido que sufrir severas persecuciones por parte del Estado prusiano de 1878 hasta 1890, y bajo la dictadura nazi de 1933 hasta 1945. La organización y la afiliación socialista se han mostrado fuertes en su capacidad de adaptación. También la Democracia Cristiana, el CDU de Ángela Merkel, tiene raíces muy viejas en la sociedad alemana y el movimiento del catolicismo político es una tradición orgullosa. Por eso el marco político de partidos alemanes ha sido muy estable en cuanto a los partidos que condicionaron la Bundesrepublik desde 1949.

Fortaleza y debilidad

Tal vez esta larga historia y tradición puede ser a la vez fortaleza y debilidad. Los partidos alemanes han perdido fuerza de atracción: la participación electoral está bajando cada año, la afiliación de los grandes partidos se encuentra en decrecimiento, la desconfianza hacia partidos y políticos en general que se puede medir a través de encuestas aumenta desde hace tiempo. Aparte de los problemas generales que se pueden observar en muchos países europeos en el año 2013, tres meses antes de las elecciones, la crisis económica y financiera y las discusiones acerca de ella dejan claro que la modernización de sus correspondientes tradiciones políticas es muy difícil.

Desde los años ochenta, en la política alemana se ha impuesto una forma de argumentación que ya no plantea alternativas entre las que los partidos políticos tienen que decidir, sino que se ha impuesto una forma de pensar que atiende únicamente a lo “correcto” o “equivocado”: “Para mí la política económica no es cuestión de derecha o izquierda, sino de bueno o malo” es una frase del canciller Gerhard Schröder que refleja esta orientación que se ha asentado primero entre los políticos conservadores, pero que poco a poco ha ido siendo asumida por el partido socialdemócrata e incluso por una parte de los verdes y los liberales. Esta forma de pensar ha conducido a unos partidos políticos que durante casi veinte años ya no han valorado el esfuerzo de invertir en el debate en cuanto a contenidos políticos. La disputa ideológica y política acerca de la orientación del desarrollo, las grandes alternativas entre las cuales uno tiene que decidirse –todo esto no ha sido central en la política alemana durante muchos años–. Y los partidos no han hecho un gran esfuerzo para formular alternativas claras para elegir.

La política de Ángela Merkel frente a la crisis está apoyada por casi todos los partidos del arco parlamentario. Solo los socialistas del partido Die LINKE se niegan a apoyarla. El tema del suministro energético y la decisión de abandonar la energía atómica se basa en un consenso de casi todas las fuerzas. La política laboral y el problema que existe con los sueldos variables y bajos en muchos sectores han dado lugar a que casi todos los partidos respalden la idea de establecer un salario mínimo. Igual ocurre con las libertades civiles: también la Democracia Cristiana de Angela Merkel apoya al matrimonio homosexual o la abolición del servicio militar obligatorio y la ampliación del sistema de guarderías para niños muy pequeños. Casi todas de las cuestiones claves para el futuro en Alemania se encuentran consensuadas entre los partidos políticos.

De esta forma, al candidato del SPD, Peer Steinbrück, se le hace más que difícil perfilar concluyentemente la política alternativa que quiere establecer; respecto al actual Gobierno de centro-derecha, que ha recogido algunos de los proyectos tradicionales del SPD o de los verdes. Para los militantes y simpatizantes del SPD se trata de una situación altamente desmotivadora. Especialmente ante los 150 años de historia socialdemócrata los militantes y simpatizantes del SPD esperan una mayor diferenciación. Las encuestas lo reflejan claramente: el SPD puede tener a un 22% o un 24% menos aun que en 2009, mientras que el CDU apenas crece y se mantiene alrededor de 38%/40 % de intención de voto.

En un sistema político que tiene hasta ahora cinco partidos en el Parlamento nacional y otros dos o tres más posibles, el establecimiento de una opción de poder realista se hace mucho más complicada. Y no se trata solamente del número de partidos, sino que también su peso y el número de diputados se ha reajustado. Mientras la Socialdemocracia de Helmut Schmidt y la Democracia Cristiana de Helmut Kohl en conjunto llegaron a tener más del 90% de los votos en 1976, en cambio en las elecciones del 2009 alcanzaron solamente el 56,8%. Formar coaliciones de solo dos partidos se hace cada vez más complicado en estas circunstancias, a no ser que se trate de una “gran Coalición” entre el SPD y el CDU.

Un sistema de más partidos, donde una coalición de gobierno tal vez tiene que incorporar tres o cuatro partidos, funciona bajo otros principios y necesita otras capacidades políticas. Los líderes que pueden equilibrar y que saben formalizar acuerdos tienen más éxito aquí. Esto también lleva a una situación dónde una vez más los partidos alemanes son percibidos como muy parecidos y escasamente diferentes.

Esta es exactamente la táctica que la Canciller Ángela Merkel busca: ¿por qué votar por otro partido si no hay una gran diferencia entre ellos y por qué votar por otro Canciller que –supuestamente– no va a tomar otras decisiones distintas?

Estas percepciones están dando lugar a un creciente desprecio hacia los partidos políticos, políticos y la política en general. Las protestas en contra de grandes proyectos de infraestructura en Alemania que se han visto durante los últimos cuatro o cinco años lo muestran claramente: hay una creciente desconfianza de amplios sectores de la sociedad alemana en cuanto a las capacidades de los partidos políticos para solucionar los problemas importantes. Y en una sociedad con una ciudadanía más educada y con más experiencia profesional aumentan las expectativas de que sus opiniones y sus argumentos serán escuchados y tomados en cuenta. Las preguntas que quedaron de las protestas acerca de la estación de trenes en Stuttgart, de los aeropuertos de Munich, Berlín o Frankfort, o de las manifiestaciones de Occupy son las preguntas claves: ¿cuál debe ser el equilibrio justo y estable entre el pueblo y su Gobierno? ¿Cuál es la fuente principal de legitimidad en nuestra democracia –el input, es decir, que en lo posible todos se puedan hacer escuchar y participar en lo político? ¿O es –o debe ser– el output, es decir, la eficiencia de la política para presentar soluciones perfectas y rápidas para los problemas que surgen? Ambas alternativas abocan a diferentes papeles del político y de los partidos. Mientras que una legitimidad del input requeriría una apertura de todas las decisiones políticas a la participación ciudadana, en cambio una legitimidad del ouput demandaría una consolidación del trabajo técnico en el plano político. Aunar estos dos enfoques al mismo tiempo parece imposible.

Con la crisis económica que azota a casi toda Europa desde hace cinco años, también en Alemania, hemos llegado a plantear las preguntas fundamentales y básicas acerca de nuestra democracia. Lo deprimente es que en nuestros partidos políticos apenas se susciten debates y confrontaciones en cuanto a la dirección por donde hay que salir. Sería muy útil y necesario que los viejos partidos, como el SPD o la CDU, se acuerden de las raíces y de su orgullo organizacional. Y que de nuevo traten de encontrar una razón creíble de diferenciación. Porque si no lo hacen lentamente perderán su capacidad de convencer al pueblo alemán de la necesidad de los partidos políticos. Estamos, pues, ante una estabilidad que parece una indefensión. Y que a largo plazo podría debilitar las premisas democráticas.

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* Institut für Demokratieforschung Göttingen.