Fernando
León de Aranoa
Princesas de la calle
Entrevista de Carmen Briz
(Página Abierta, 163, octubre de 2005)
Lo que sigue es parte de una entrevista hecha a principios
de julio pasado a Fernando León de Aranoa, director
de Princesas –cuando
daba los últimos retoques a su película, antes de su estreno– para
el Cómo se rodó (o making off) Princesas.
Productores: Fernando León de Aranoa y Jaume Roures. Guión
y dirección: Fernando León de Aranoa. Protagonistas: Candela
Peña (Caye) y Micaela Nevárez (Zulema). Música:
Alfonso de Villalonga y Manu Chao. Director de Fotografía: Ramiro
Civita. Duración: 113 minutos.
Princesas, la última película del director de cine Fernando
León de Aranoa, cuenta la historia de amistad de Caye y Zulema, una
amistad inesperada, no buscada, no planeada, porque a ellas dos, en principio
y casi por definición, les toca ser rivales. Ambas trabajan en lo mismo,
pero Zulema llega del otro lado del Atlántico y significa la competencia
abierta. Juntas aprenderán que su amistad es un hermoso refugio.
Suele repetir Fernando León que quería contar algo que
trascendiera el mundo de la prostitución y que, en realidad, la
película funcionaría igual de bien si las chicas fuesen
cajeras de un supermercado. Pero no lo son, son putas, y este realizador
ha sabido recoger con una sensibilidad exquisita todo lo alegre, todo
lo doloroso, todo lo bello que encierran las vidas de esas superheroínas
que ejercen la prostitución en nuestras calles. Para conseguirlo,
se sumergió durante un largo periodo de tiempo en un trabajo arduo
de documentación.
La tarea de documentación
Cuenta Fernando León de Aranoa que Princesas arranca
de la historia que le contó un amigo. Su madre tenía una
peluquería en la que se reunían las prostitutas del barrio,
y él, siendo un crío, escuchaba sus conversaciones sin
perder detalle. Cuenta también que la idea la escribió de
un tirón en un viaje en tren y desde entonces no pudo soltarla.
A punto de iniciar el rodaje de Los lunes al sol, mandó el
guión en un sobre a Madrid para no volver a tocarlo, porque la
historia de sus princesas ya le tenía atrapado.
Cuando volvió sobre ella, tras la larga vida de Los lunes –como
siempre se refiere a su anterior película–, comenzó su
tarea de documentación, un trabajo que cada vez se toma más
en serio. Para Fernando León, la documentación empieza
a ser un objetivo en sí mismo, más que un medio para escribir
bien un guión o para poder hacer una película. «Tiene
una parte muy bonita. Siempre que empiezo un trabajo de documentación
lo empiezo pensando que, con ese trabajo y las entrevistas que a veces
filmo, haré un documental algún día».
Según él, cada vez dedica más tiempo a esta tarea
de documentarse y cada vez la disfruta más. «Me parece un
lujo, uno de esos regalos que te hace el cine, quizás de los mejores.
Porque tienes acceso a que alguien le apetezca abrirse y te cuente cosas
de su vida que de otra forma seguramente no te las contaría, sabiendo
que tampoco vas hacer uso de ellas de forma real, como puede hacerlo
un programa de televisión, sino que después vas a inventar,
transformar y poner en boca de los personajes que tienen otra edad, otra
pinta. En esta última película, más que en las otras,
ha sido maravilloso».
Cuando tan sólo tenía las primeras veinte páginas
de la historia escritas, se enteró de forma casual de que en el
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía podía verse una
exposición fotográfica de Maya Goded, titulada Sexoservidoras,
que es como llaman a las trabajadoras del sexo en México. «Había,
además de la exposición, una charla del colectivo Hetaira,
que trabaja por la defensa de los derechos de las prostitutas. Dos años
después, cuando ya empecé a escribir la historia, volví a
contactar con la gente del colectivo. Me costó un poco hablar
con ellas(se ríe), todas estaban muy ocupadas haciendo
manifestaciones. Finalmente lo conseguí y tuve la suerte de que
confiaran en el proyecto, en mí, que me dejaran acompañarlas
en su trabajo».
Durante un largo tiempo, Fernando León se convirtió en
uno más dentro del colectivo Hetaira y estuvo en reuniones, manifestaciones,
concentraciones, jornadas de debate y fiestas. Además, se sentó durante
largas noches en la rueda de repuesto de la Libertina, la furgoneta
con la que cada semana se visitan las zonas donde se ejerce la prostitución,
y trabajó repartiendo cola caos, galletas, folletos, condones.
Dice que empezar a acompañarlas en su trabajo fue para él
la parte más interesante, más especial, por lo que supuso
de contacto con la realidad. «Las mujeres de Hetaira, además
del trabajo asistencial, crean una relación a lo largo de los
años con las chicas que trabajan en la Casa de Campo, en los polígonos.
Y se sienten cómodas a pesar de ser gente que no pertenece a su
mundo, pero con quienes hablan de sus problemas y tratan de resolverlos.
Les dan un poco de tranquilidad. Es algo que quizás no se puede
escribir en un folleto de ayuda, pero es de las más importantes
o de las más bonitas que he visto. Es pura socialización».
Pero sobre todo trabajó escuchando. Señala que ha tenido
el privilegio, de poder estar muy cerca de muchas chicas en la
Casa de Campo, en los polígonos industriales, de poder hablar
con ellas, de escucharlas. Y añade que empezó este trabajo
con la idea de hacer unas entrevistas, pero, poco a poco, se fue dando
cuenta de que eso era lo menos útil de todo, que, en realidad,
lo mejor era estar ahí. «Hay un momento en que eres parte
del mobiliario simplemente y escuchas sus conversaciones igual que ellas
escuchan las tuyas. Ves la normalidad de unas personas, y eso es impagable».
Ya tenía la historia armada y sabía, en líneas generales,
lo que quería contar, pero necesitaba contrastar su ficción
con la realidad: «Intentas entender a través de la documentación,
oler un poco, quedarte con un aroma, encontrar un espíritu. No
buscas una trama, un argumento. Eso sale de la mezcla de varias cosas,
de la imaginación. Quería saber cómo es de dramático,
cómo es de esperanzado, cuánto hay de ternura, lo que hay
de dolor, lo que hay de alegría, lo que hay de juerga también.
Eso no lo consigues yendo un día y preguntando. Seguramente no
te van a contestar o te van a decir una cosa que seguramente no sea cierta.
Para entender, necesitas hacerlo durante un largo tiempo, porque esa
conclusión no la sacas ni de un día ni dedos.Normalmente
partes de una intuición. Aparecen cosas que intuiste y otras sorprendentes,
que suelen ser las más interesantes».
Y captó la belleza presente en las conversaciones sobre sus hijos,
sus novios, sus familias, en sus miradas, en sus vestidos y peinados,
en el contenido de sus mochilas, en la forma de enfrentarse al mundo: «Luego
hay detalles –cómo cogen el teléfono, por ejemplo– que
parece que son una tontería, pero que te hacen falta para escribir
un guión. Se trataba de comprobar si no estaba muy equivocado
sobre lo que estaba escribiendo. Lo del piso compartido de Zulema sale
realmente en una conversación con Marga, una chica albanesa que
trabaja en la Casa de Campo. Ella hablaba de sus problemas, de sus diferencias
culturales con una familia de ecuatorianos con la que compartía
casa, de las broncas con la música, con la ducha... La película
se construye con todas esas pequeñas cosas, y hay docenas de ellas».
Tampoco quería rodar desde la mirada del cliente que muestra a
las chicas alineadas en el arcén de la carretera a través
de la ventanilla del coche. Explica que le interesaba el contraplano
de esa mirada; no el diálogo entre el cliente y la prostituta,
sino la chica que se gira y se pone a hablar con otra compañera. «Tenía
que estar allí cuando se diera la vuelta. Las chicas tenían
mucha confianza en el colectivo y para ellas no era un problema que yo
estuviera en la furgoneta acompañándolas. Eso me lo puso
muy fácil. Una de las primeras cosas que descubrí es que,
como en cualquier otro mundo, todo es bastante ambiguo, las fronteras
no están tan claras, tenemos visiones bastante esquemáticas
de las cosas. Es un mundo tan complejo como el que más, con tantas
posibilidades y situaciones distintas como personas hay dentro. Cada
chica con la que hablaba tenía una circunstancia vital completamente
distinta».
Mimar a las chicas de la calle
Antes de comenzar el rodaje, y ya cerrado el casting, con Candela
Peña como Caye y Micaela Nevárez como Zulema, Fernando
regresó a la Casa de Campo acompañando esta vez a las actrices.
Micaela afirmaba: «Ahora voy a ver dónde nace Zulema».
Todo el equipo técnico y artístico de Princesas se
volcó en el proyecto y mimó a las chicas de la calle. Fernando
León quería que le devolvieran sus visitas, que fueran
ellas ahora quienes se desplazaran hasta el rodaje, que formaran parte
de su película. Quería que le echaran una mano y no sólo
que aparecieran en la película. «Me apetecía que
ayudaran a transmitir a las otras chicas de figuración cómo
esperan, cómo se plantan delante de un coche. Me hizo mucha ilusión
tenerlas por allí».
Ahora, casi un año después, tenía ganas de mostrarles
la película, porque sentía la necesidad de “devolvérsela”,
y también algo de temor: «Sobre todo a la gente que ha estado
ahí, ayudándote, esforzándose, contándote
cosas. Todo está reinventado en la película. Miedo siempre
da. Pero esto me pasa siempre. Me ocurrió cuando mostré Los
lunes a la gente de astilleros. Y ahora también pasará,
pero está claro que habrá que hacerlo igualmente».
Pasó. Y en el preestreno en Madrid las chicas volvieron a acompañarle.
No paraba de repetir, y con él todo su equipo, que lo que más
le importaba esa noche era la opinión de las chicas. Y hubo momentos
especiales en donde ellas aplaudieron con intensidad. Y de nuevo, un
pequeño corro donde conversar, pero esta vez no en la Libertina, sino
en el patio de butacas, con la mayoría de invitados ya fuera.
Fue lo que él llamó, contento y orgulloso, “su primer
cinefórum”.
Su deseo es que quienes vayan a ver la película se sientan cerca
de las protagonistas, que éstas no les resulten ajenas, que entiendan
sus motivaciones. A Fernando León le gustaría, como él
dice, que tuvieran la sensación de que les conocen, de que les
han visto antes. «Estaría muy bien si se quedaran con una
idea parecida a la que me quedé yo durante todo el proceso de
documentación. Los personajes de las películas sólo
existen si alguien los imagina, los inventa, si alguien piensa en ellos,
como dice el personaje de Caye en la película varias veces, algo
que repite su madre: “Existimos porque alguien piensa en nosotras
y no al revés”. Gracias a Zulema, Caye existe. Zulema piensa
en ella y le da la vida. Ahora, si la gente piensa en los personajes,
los recuerda y los considera ante todo como personas, les estará haciendo
existir. Es algo parecido a lo que pide Caye para sí, lo que pide
para ellas».
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