Francisco Castejón
La nueva estrategia energética europea
¿Hacia una nueva revolución industrial?

(Página Abierta, 178, febrero de 2007)

            Durante las pasadas semanas se ha producido un intenso debate en el seno de la Comisión Europea para definir una estrategia energética común para la Unión Europea (UE). La necesidad de definir esta estrategia se produce ante la aparición de grandes desafíos: la dependencia energética, el inevitable agotamiento en unas décadas de los recursos (carbón, petróleo, gas, uranio) sobre los que se basa nuestro modelo energético y los impactos ambientales de tal modelo, especialmente el cambio climático, que aparece como el gran desafío al que se enfrenta la civilización industrial.
            El actual modelo energético de los países industrializados tiene algunos graves inconvenientes que lo ponen en entredicho. El suministro energético se enfrenta a una serie de desafíos que no son nuevos, puesto que se ponen de manifiesto desde hace ya algunos lustros, pero que últimamente se han mostrado con toda su crudeza y han hecho que la Comisión Europea relance el debate energético. Ya este hecho es un elemento positivo, puesto que ser conscientes de los problemas es el primer paso para solucionarlos. Sólo falta ya ver que las políticas energéticas que se decidan son lo suficientemente eficaces para resolver los problemas que tenemos planteados.
            Los cortes de suministro de petróleo y de gas impuestos por Rusia durante el mes de diciembre de 2006, en pleno invierno, son una muestra de un problema endémico europeo: la enorme dependencia energética de la Unión, que limita su capacidad política e impulsa a menudo políticas exteriores que contradicen los valores que se explicitaban en el preámbulo del malogrado proyecto de Constitución para Europa. La dependencia energética se sitúa en el 50% de la energía primaria consumida en Europa (llega al 85% en España) y supone, por tanto, una hipoteca política y económica. Además, a medio y largo plazo, hay que tener en cuenta el agotamiento de los recursos no renovables (carbón, petróleo, gas y uranio) sobre los que se basa el modelo energético actual de los países industrializados.
            En primer lugar, cuando examinamos la estructura del consumo energético en los países de Europa, al igual que en el resto de la OCDE, nos encontramos una gran dependencia del petróleo y sus derivados. Esta dependencia llega a ser extrema en países como España, en que el 52% de la energía primaria procede del petróleo. Este hecho es ya, en sí mismo, bastante grave, puesto que los recursos petroleros europeos son muy limitados y sólo satisfacen un pequeño porcentaje de la demanda. Por ello, basta con que la Rusia de Putin decida ejercer el poder de cortar el suministro de petróleo a Alemania, para que los líderes europeos se vean obligados a negociar con tal individuo. Es claro que resulta positivo avanzar hacia una menor dependencia de un recurso tan importante como el energético, ya que la autonomía política se verá beneficiada por ello. Pero es que, además, una economía sedienta de petróleo como la nuestra está sujeta a todos los avatares del precio de tal sustancia, lo que resulta enojoso y motivará en el futuro que se busque la garantía del suministro por medios quizá no respetables en una época donde el petróleo sea escaso.
            El cambio climático es otro de los desafíos a los que se enfrenta el modelo energético actual y, en particular, el modelo europeo. Hay ya una gran acumulación de pruebas de que el clima está cambiando, y muy poca gente pone en duda este hecho. La enorme cantidad de evidencias aparecidas hace que el debate sobre si el clima cambia o no esté ya superado desde hace algunos años: el retroceso de los glaciares, la fusión de los hielos del Polo Norte, la aparición de especies vegetales y algunas animales en latitudes donde antes no estaban, la sucesión de altas temperaturas atmosféricas y marítimas (2006 fue el año más cálido de la Historia), la sucesión de sequías en algunas zonas del planeta y de lluvias torrenciales en otras, etc. Éstas son sólo algunas de ellas. Pero, además, el aumento de la temperatura de la Tierra en más de medio grado desde 1950, en que las medidas eran ya de más calidad, no deja lugar a dudas.
            Los aumentos de temperaturas se correlacionan perfectamente con el aumento de la concentración de gases de invernadero (1) en la atmósfera, que se ha incrementado en un 40% respecto a los valores de la época preindustrial, antes de que se empezaran a quemar combustibles fósiles. Todos estos datos están bien documentados en los informes periódicos que emite el IPCC  (2). Tampoco duda ya casi nadie de que la causa del aumento de la concentración de gases de invernadero en la atmósfera sea la acción humana. Aunque este último hecho no estuviera contrastado, la más elemental prudencia debería mover a los responsables de las políticas energéticas a tomar medidas que reduzcan las emisiones de gases de invernadero y a los ciudadanos a limitar sus consumos, que dan lugar a tales emisiones.
            La incertidumbre científica queda ya reducida a la dinámica, al ritmo y la magnitud del cambio climático. Los modelos climáticos actuales, debido a la enorme complejidad de los fenómenos climáticos que dependen de la interacción de la atmósfera con el mar, con la orografía y con los seres vivos, y de la tectónica de placas, son imperfectos y permiten hacer sólo predicciones aproximadas, con gran incertidumbre. Por esta razón siempre se habla de rangos de aumento de temperatura esperables en 100 años para determinados aumentos de gases de invernadero. Se habla incluso de “sorpresas climáticas”, que serían fenómenos inesperados que podrían ocurrir por encima de un aumento de 2 grados sobre la temperatura actual.
            La antedicha complejidad hace también difícil una pronóstico exacto de las consecuencias del cambio climático, por lo que las predicciones son también aproximadas y se dan determinados rangos. Pero todo indica que, si las temperaturas aumentan entre 2 y 6 grados, serán también catastróficas. Recientemente se hizo público un informe  Stern (3), elaborado por sir Nicholas Stern, reponsable del Gabinete de Economía y asesor sobre economía del cambio climático del Gobierno británico. La metodología del informe fue discutida por algunos científicos, pero aun así muestra un posible escenario futuro con el que nos podríamos encontrar si no cambia el actual estado de cosas. Una conclusión económica dura es que los costes ocasionados por el cambio climático serán mucho más caros que las políticas para evitarlo.
            Pero, más allá de los problemas económicos, queda claro que son los habitantes de los países pobres los que más van sufrir (y es posible que estén sufriendo ya) las consecuencias del cambio climático. Éstas aparecen en forma de catástrofes climáticas como huracanes, sequías o lluvias torrenciales, pero también se muestran como disminución de las cosechas y de los recursos alimenticios (4).

La nueva estrategia energética


            Ante todos estos problemas, la Comisión ha decidido proponer una serie de medidas comunes que, como se verá más adelante, tendrán dificultades para ser aplicadas. Estas medidas habrán de conducir, en palabras del comisario de Energía, a «una nueva revolución industrial». El documento de la propuesta lleva el título de Análisis estratégico de la política energética de la UE, que data de 2006, pero la presente revisión incluye un plan de acción de diez puntos y un calendario de aplicación de las medidas necesarias para que la UE logre el nuevo objetivo estratégico. El plan de acción recoge un primer paquete de medidas concretas. Son las siguientes:
            Elaborar un informe sobre la aplicación por los Estados miembros del mercado interior del gas y la electricidad y sobre los resultados de un estudio acerca de la situación de la competencia en estos dos sectores. En este caso, la Comisión tropieza con la negativa de algunos países como Francia a liberalizar su sector energético.
            Un plan sobre las interconexiones prioritarias en las redes eléctrica y del gas de los Estados miembros, para que la red europea sea una realidad.
            Propuestas para fomentar una producción sostenible de electricidad a partir de combustibles fósiles. Cabe preguntarse cómo puede ser sostenible una producción basada en unos combustibles que se agotarán en un horizonte de unas pocas décadas.
            Iniciativas para promover las energías renovables en el transporte, particularmente los biocombustibles.
            Un análisis de la situación de la energía nuclear en Europa. Con este punto la Comisión deja abierta la puerta al debate.
            Una agenda de trabajo con miras a un futuro plan estratégico europeo en materia de tecnologías energéticas.
            De forma sensata y saludable, la Comisión apuesta por el impulso de medidas de ahorro y eficiencia energéticas. De acuerdo con la Comisión, el ahorro total ha de alcanzar un 20% de la energía consumida para 2020. Esta cifra no parece muy osada y sí realizable, teniendo en cuenta que muchos países de la Unión parten de una situación funesta en materia de ahorro y eficiencia. Por ejemplo, en España, Ecologistas en Acción calcula que se puede ahorrar un 35% de electricidad.
            La Comisión pretende dar un gran impulso a las renovables. El actual plan contempla que el 12% de la energía primaria sea de origen renovable en 2012, y la Comisión pretende que este porcentaje pase a ser entre el 20 y el 25% en 2020, basándose en el incremento de la aportación de las energías solar, eólica, hidráulica y la biomasa.
            Todas estas medidas, junto con la inclusión de la aviación en el mercado de emisiones de CO2, deberán conducir a una reducción de emisiones del 20% en 2020. Pero la Comisión desea ir más allá y propone fijar como objetivo una reducción de sus emisiones del 30% de aquí a 2030 y del 60-80% de aquí a 2050.

El papel de la energía nuclear


            Como se ve, la Comisión decide reabrir el debate nuclear. En la actualidad, la energía nuclear aporta sólo el 6% de la energía primaria que se consume en el mundo, cifra que se eleva al 10% en Europa. Asimismo, produce el 30% de la electricidad consumida en Europa, frente al 20% en España o al 17% en el mundo.
            Siempre que se produce un debate energético, los defensores de esta fuente de energía se ponen manos a la obra y realizan apariciones públicas y presiones a todos los niveles políticos. Su primer objetivo es el alargamiento de la vida de las centrales actualmente en funcionamiento, pero no renuncian, ni mucho menos, a un relanzamiento del programa nuclear, actualmente todavía en retroceso (5). No es de extrañar que el objetivo fundamental sea la prolongación de la vida de las plantas existentes, puesto que, al estar parcial o totalmente amortizadas, su explotación produce pingües beneficios a sus propietarios. El kilovatio/hora nuclear resulta competitivo en comparación con otras fuentes de energía una vez que la central está amortizada, en buena medida porque no se tienen en cuenta todos los costes de producción de la energía. En particular, no se considera la gestión de los residuos radiactivos, sencillamente porque no se sabe cuál será el coste final de aquélla.
            El único dato positivo en Europa para los defensores de la energía nuclear es la construcción de un nuevo reactor en Olkiluoto (Finlandia). Sin embargo, tal proyecto está aquejado de los males que los ecologistas achacan a la energía nuclear: su carestía y su complejidad. En efecto, en la prematura fase de construcción en que se encuentra, el proyecto acumula ya un grave retraso de dos años que puede suponer un sobrecoste de unos 600 millones de euros sobre los presupuestos iniciales.
            La energía nuclear, en efecto, no emite prácticamente gases de efecto invernadero, pero está lejos de ser la solución a los problemas energéticos de la UE. Sin embargo, aquí se acaban sus ventajas, porque la energía nuclear no procura independencia energética, puesto que casi todo el uranio que se consume en la UE es importado, si bien  se enriquece en Francia e Inglaterra y los elementos combustibles se fabrican en el seno de la UE.
            Por otra parte, la energía nuclear no es un sustituto del petróleo en casi ninguno de sus usos, dado que sólo una pequeña parte de éste se usa para producir electricidad. Y así lo ha reconocido Andris Piebalgs, el comisario de energía de la UE, que ha declarado recientemente: «No estoy diciendo lo mismo que mi predecesora [la recientemente fallecida Loyola de Palacio, claramente defensora de la energía nuclear], pero coincido en que las únicas alternativas a la energía nuclear, si queremos luchar contra el cambio climático, son la inversión en energías limpias y el ahorro energético» (6).
            La energía nuclear presenta varios inconvenientes graves que la desaconsejan como alternativa viable. Uno no menor es el de la gestión de los residuos radiactivos de alta actividad, sustancias peligrosas durante cientos de miles de años para las que no existe aún solución satisfactoria, pese a los esfuerzos de I+D que se realizan. De hecho, esta misma investigación ha dado recientemente un buen disgusto a los impulsores de la energía nuclear, puesto que se ha publicado recientemente en Nature que los contenedores de almacenamiento a largo plazo sólo garantizan que los residuos estén a buen recaudo durante 1.400 años, en lugar de los 241.000 años necesarios.
            Los graves accidentes como el de Harrisburg (EE UU) en 1979 o el de Chernóbil, junto con un gran número de otros accidentes menos importantes como el de Vandellós en Tarragona en 1989 o el de Tokaimura en Japón en 1999, han puesto de manifiesto otro de los inconvenientes graves de la energía nuclear: el peligro de graves accidentes. La industria nuclear responde a esto con el desarrollo de nuevos modelos de reactores hipotéticamente más seguros. Entraríamos en el campo de la especulación filosófica para decidir qué niveles de seguridad son admisibles: aunque la probabilidad de que ocurra un accidente sea pequeña, éste puede llegar a ser tan terrible que es mejor no correr riesgos. Por otra parte, los desarrollos en seguridad repercuten negativamente en el precio.
            Por si estos dos elementos no fueran suficientes, hay que tener en cuenta que la energía nuclear no es renovable y que el combustible nuclear, el uranio, también es finito y finalmente se agotará. Es difícil saber con exactitud para cuánto tiempo queda uranio en la Tierra, pero algunas estimaciones cifran en unos 100 años la duración de las reservas al ritmo de consumo actual. Según el precio del petróleo aumente o el uranio se vaya agotando, su precio dejará de ser, como ahora, un gasto menor en la producción nuclear: el precio del uranio se ha multiplicado por nueve en seis años (pasó de costar 7,1 dólares la libra en 2001 a costar 65,5 dólares la libra en 2006). Para que esta fuente de energía contribuyera significativamente a disminuir el efecto invernadero debería aumentar su participación en un factor de cinco o seis, lo cual equivaldría a reducir la duración de las reservas de uranio a 20 años, a multiplicar por cinco o seis la cantidad de residuos y el riesgo de accidente.
            Estos datos muestran que la energía nuclear no puede ser considerada como una opción de futuro. La industria nuclear persigue, eso sí, aumentar su participación en la medida de lo posible. No hay que olvidar que la mera construcción de una central supone una gigantesca inversión (de más de 3.000 millones de euros) y, por tanto, un gigantesco negocio. Por todos estos motivos, el Parlamento Europeo no ha respaldado el uso de la energía nuclear y deja a los Estados miembros sus propias decisiones sobre esta fuente de energía.

Las dificultades para alcanzar una estrategia común


            La primera de las dificultades para alcanzar una estrategia energética común es la gran diversidad de políticas energéticas europeas. Países como Francia, con una compañía de generación de electricidad estatal (Electricité de France), conviven con países como España, que tiene un modelo energético liberalizado en el que la producción de electricidad corre a cargo de empresa privadas y está sujeta a las leyes del mercado. Asimismo, tenemos países claramente nucleares como Francia junto a otros como Italia, que decidió abandonar la energía nuclear a finales de los ochenta. Y con otros como Alemania, que mantiene el calendario de cierre de centrales nucleares pactado por Los Verdes y el SPD en la anterior legislatura, a pesar de que ahora es la CDU la que está en el poder. La diversidad de políticas energéticas debería armonizarse y todos los países deberían llegar a un consenso para aceptar las medidas propuestas por la Comisión, con el fin de que éstas tuvieran alguna eficacia, salvo en el desarrollo de la energía nuclear, que más bien debería tender a desaparecer.
            Asimismo, tenemos Estados como Suecia, que cumple los objetivos de Kioto con creces (se le permitió aumentar sus emisiones en un 4% y las ha reducido en el 3,5%), y su país vecino, Finlandia, que está muy lejos de cumplir con el Protocolo de Kioto (puesto que se le permitió mantener constantes sus emisiones y ya las ha aumentado en un 14,5%). Alemania (objetivo de reducción del 21% frente a una reducción conseguida del 17%) prácticamente cumple con Kioto; Francia (aumento del 0% permitido frente a una reducción del 0,8%) e Inglaterra (reducción del 12,5% fijada y 14,3% de reducción conseguida) cumplen con Kioto enteramente, y España está francamente lejos (aumento del 49% frente al 15% de aumento permitido). Estas cifras tan dispares no son sino un reflejo de los muy diferentes esfuerzos realizados por los diferentes países para adecuar sus sistemas energéticos a modelos más sostenibles y respetables con el medio.
            La apuesta europea por la reducción de emisiones, aunque todavía tímida porque el Protocolo de Kioto es insuficiente, resulta de cierta valentía en un marco en el que los compromisos de reducción de EE UU o China son muy inferiores. Pero, desde otro punto de vista, estos compromisos permitirán el desarrollo de tecnologías y la adecuación de los modelos energéticos a una menor dependencia de los combustibles fósiles, lo que otorgará una cierta ventaja a la UE en un mundo con escasez de tales combustibles.
            Uno de los principales desafíos que se deberán abordar es la disminución de la dependencia del petróleo. Esto no es simple, puesto que las actividades que sobre todo tiran de este consumo son el transporte (que en un 95% se mueve por el petróleo y su derivados y que supone el 31% de la energía consumida en la UE) y la agricultura, gran consumidora de fuel debido a la mecanización. En la medida en que se avance hacia la unificación europea y se produzca un mayor intercambio de personas y mercancías, las necesidades de transporte no cesarán de aumentar, con lo que las necesidades de petróleo también lo harán.
            Para alcanzar esos objetivos de independencia energética y de disminución de emisiones, habría que empezar por actuar sobre ese sector. La introducción de biocombustibles es un paso adelante, pero es imposible mantener el actual nivel de transporte basado únicamente en estas sustancias. La extensión de terreno necesario para cultivos sería muy grande. Sólo en España se calcula que se necesitaría un millón de hectáreas para satisfacer un porcentaje muy modesto de las necesidades de transporte. Es decir, no se puede fiar todo al desarrollo de biocombustibles y son imprescindibles políticas tendentes a la reducción del transporte motorizado por carretera y al incremento del transporte público.
            La estructura económica de la UE tampoco ayuda a que el modelo energético cambie. Existen muchos sectores empresariales y económicos interesados en mantener el actual estatu quo, aunque es verdad que también hay fuerzas económicas que apuestan por el cambio. Pero la industria del automóvil y de la construcción, tanto de viviendas como de infraestructuras de transporte, son dos actividades que generan una gran demanda de energía y, a su vez, son dos motores de la economía, especialmente en países como España, donde el papel desempeñado por la construcción es ya proverbial.
            Finalmente, la tendencia liberalizadora de la UE es un gran obstáculo para alcanzar el objetivo de construir un modelo energético sostenible que procure autonomía a la Unión. El camino hacia ese modelo será siempre más fácil si los poderes públicos tienen el control sobre los mecanismos de producción, transporte y consumo de energía que si se dejan éstos en manos de la iniciativa privada. En lugar de arbitrar complicadas medidas legales y financieras, los Gobiernos podrían actuar directamente sobre el modelo energético.

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(1) Los gases de invernadero son aquellos capaces de atrapar el calor que, de otra forma, escaparía de la Tierra hacia el espacio exterior. Gracias a la existencia de tales gases, la temperatura de la atmósfera en la Tierra es suave, de unos 15 grados, y puede existir la vida. El principal gas de invernadero es el CO2, o dióxido de carbono, que se produce en la combustión de las materias fósiles (petróleo y sus derivados, carbón y gas). Además, existen otros potentes gases de invernadero como el CH4, o metano, y los aerosoles, que tampoco son desdeñables.
(2) IPCC: siglas inglesas del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (http://www.ipcc.ch), un grupo de unos 300 científicos de todo el mundo que estudian el clima y emiten periódicamente informes consensuados sobre el cambio climático y sus consecuencias. Precisamente, en enero se espera un nuevo informe del IPCC.
(3) El informe completo se puede encontrar en inglés en: http://www.hm-treasury.gov.uk/independent_reviews/stern_review_economics_climate_change/sternreview_index.cfm También se puede encontrar un resumen en castellano en: http://www.hm-treasury.gov.uk/media/A81/35/stern_shortsummary_spanish.pdf
(4) Un interesante informe elaborado por la coordinadora de ONG para el desarrollo da abundantes datos sobre este problema: http://www.congde.org/Guia_cambio_climatico06.pdf
(5) Sin ir más lejos, durante 2006 se cerraron ocho centrales nucleares en Europa, incluyendo la de Zorita (Guadalajara). Además de en España, se cerraron plantas en Bulgaria, Reino Unido y Eslovaquia.
(6) El País, 14 de enero de 2007. Entrevista a Andris Piebalgs a cargo de A. Missé.